La teoría de las Ideas, núcleo del pensamiento platónico, experimentó una continua evolución, responde a problemas gnoseológicos y epistemológicos, sin olvidar que tal teoría tiene una intención ético-política (preocupación por la justicia en la polis) de inspiración socrática. Como Sócrates, Platón se opuso a varias ideas sofistas, como el relativismo epistemológico y moral: si toda verdad es una opinión relativa a cada uno, desaparece el concepto mismo de verdad; paralelamente, si la verdad moral, el bien y el mal son meras opiniones, conceptos relativos, se desmorona la ética, y lo mismo ocurre con la justicia en la política. Contra esa consecuencia, Platón intenta fundamentar la ciencia, un conjunto de conocimientos o verdades universales e inmutables, independientes de nuestras cambiantes opiniones: no puede tratar de objetos particulares, pues son cambiantes, su percepción sólo proporciona percepciones, opiniones subjetivas. En consecuencia, la ciencia ha de tratar sobre objetos universales e inmutables, las Ideas.
En las Ideas se basa el conocimiento, pero también la moral y la política. Es decir, Platón piensa que se pueden definir y enseñar unos conceptos éticos universales, o virtudes. 1Así, en sus primeros diálogos parte de la búsqueda socrática de las definiciones universales (justicia), averiguando cuál es el carácter común a todas las cosas de la misma especie (en las acciones y leyes que llamamos justas). Ahora bien, mientras que para Sócrates esta esencia común es inmanente a las cosas, Platón le atribuye una existencia trascendente y objetiva, al margen de las cosas y de las opiniones sobre estas, y la denomina Idea o Forma. En principio, Platón sólo hace referencia a Ideas de carácter ético y estético, como la Justicia en sí o la Belleza en sí, pero en los diálogos de madurez se refiere también a entes matemáticos y a Ideas de cosas naturales y artificiales. Es decir, a cada clase de objetos del mundo sensible le corresponde una Idea, Forma o esencia universal.
En consecuencia, las Ideas son las determinaciones ontológicas de las cosas, su esencia, aquello que hace que algo sea lo que es (algo es bello si participa de la Idea de Belleza). Pero no son un «carácter común» que está en las cosas, ni representaciones mentales. Son entidades objetivas, sustancias que existen en-sí, de forma trascendente a las cosas. Por tanto, la teoría implica un dualismo ontológico, la afirmación de dos dimensiones de lo real, existiendo una «separación» (“chorismós”) entre ambos: el mundo material, de las cosas particulares y temporales, que captamos por los sentidos; mundo en continuo devenir (Heráclito) y, por otro lado, el mundo inteligible en el que cada Idea universal es única, eterna e inmutable (carácterísticas del ser de Parménides). Las Ideas son abstractas, inmateriales y sólo pueden ser conocidas por la inteligencia, de ahí la expresión «mundo inteligible».
Para Platón, el Ser corresponde a las Ideas o Formas universales, pues son inmutables, y constituyen la causa, la esencia de las cosas, los modelos perfectos que dan orden y unidad al mundo sensible. En contraposición, las cosas de este mundo son meras apariencias (“sombras” las llama en el mito de la caverna), copias imperfectas de las Ideas: son sólo en la medida en que imitan o participan de las Ideas. Las Formas constituyen una comunidad estructurada y jerarquizada, siendo la Idea del Bien su cima. El Bien, cuyo símbolo en el mito es el sol, es el principio ontológico de la realidad, causa del ser de las Ideas y, por tanto, del orden de las cosas, y es, asimismo, principio gnoseológico, causa de la ciencia y de la verdad, pues hace cognoscibles las Ideas (como el sol hace visibles las cosas), posibilita un conocimiento completo del mundo inteligible
Platón se plantea el problema de cómo se conocen las Ideas, pues considera que el conocimiento de lo universal (Ideas matemáticas y generales) no procede de la percepción sensible de las cosas particulares, sino que es anterior, porque las hace inteligibles. Su respuesta, la teoría de la anamnesis o reminiscencia, es que el alma racional pertenece al mundo de las Ideas: preexiste al cuerpo, es eterna y en el “kósmos noetós” ha contemplado la realidad, las Ideas, pero al unirse al cuerpo accidentalmente, el alma se sume en la ignorancia. Las Ideas están como olvidadas en el fondo del alma, por tanto, todo conocimiento es recuerdo («anamnesis») de un saber que se lleva oscuramente en el interior. Y, dado que las cosas «imitan» a las Ideas, el conocimiento sensible sirve como ocasión para el recuerdo de las Ideas.
Platón distingue dos grados del conocimiento sensible u opinión y dos de la ciencia. La imaginación se alimenta de las representaciones de las cosas, la creencia es ya un conocimiento ordenado de las cosas sensibles, pero ambos grados son opinión. El alma progresivamente logra evadirse de las realidades sensibles y asciende al mundo de las Ideas generales, que corresponde al conocimiento abstracto y deductivo de las ciencias, (razonamiento discursivo del matemático). Después, mediante una filosofía que es diálogo y dialéctica, el alma llega a la comprensión última de las Ideas al conocer la Idea del Bien (inteligencia, “nóesis”). El dialéctico, tras conocer la Idea del Bien puede encadenar todas las Ideas hasta conseguir una visión completa del mundo inteligible.
En el mito de la caverna se representa al alma como un prisionero, pues su vinculación al cuerpo le hace esclava de las pasiones y de la oscuridad del conocimiento sensible, de las opiniones; y la liberación del prisionero simboliza el ascenso del alma al mundo inteligible. El impulso para lograrlo es el amor, pero sólo se lleva a cabo plenamente mediante la educación (“paideia”), que es un proceso gradual de adquisición de conocimiento hasta llegar al conocimiento del Bien, y un proceso de perfeccionamiento moral:
Platón, fiel al intelectualismo ético, considera que la comprensión del Bien lleva a realizarlo. A la vez, se requiere también la purificación del alma, que ha de liberarse de sus ataduras a las pasiones y las imágenes sensibles para ascender a las Ideas.
Así, el alma logra la justicia, la virtud fundamental, que consiste en la armónía de las tres partes del alma, bajo la guía de la razón, de modo que cada parte del alma alcanza su virtud
: el alma racional logra la sabiduría (o prudencia); el alma irascible, la fortaleza (o valentía); y el alma apetitiva, la moderación. Y la justicia del alma, implica su salud, belleza y felicidad (conocimiento=virtud=felicidad, frente a la tesis sofista de que el injusto es más feliz). Finalmente, aquellos que completan el proceso de liberación y conocimiento, los filósofos, habrán de ser los gobernantes de la polis, ya que no se guiarán por su pasión o ambición de poder sino de acuerdo con el conocimiento del Bien, de la Justicia y de los valores superiores.