Al observar el curso de la historia vemos que no faltó quien negase la real existencia de Dios. Podríamos justificar ese hecho, diciendo que tales personas no fueron dotadas con el don de la fe. Pues a primera vista parece que el conocimiento de Dios es fruto de este don.
Entretanto, Santo Tomás de Aquino hace la demostración de pruebas meramente naturales acerca de la existencia de Dios. La propia razón humana es capaz de llegar a la idea de la existencia del Creador. Por eso, no admitir la existencia de Dios no es racional, como tampoco lo es apoyarse en un vago y convencional dogma de negación.
La doctrina de la Iglesia sobre la existencia de Dios se basa en la Revelación; sin embargo la simple filosofía humana es capaz de vislumbrar a Dios, así como algunos de sus atributos. Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Historia de la Iglesia, tuvo el mérito de reunir y explicar estos conceptos sobre la existencia de Dios[1].
Este santo, conocido como Doctor Angélico, distingue cinco caminos por los cuales nuestra inteligencia puede admitir la existencia de Dios. El plan de las cinco vías es altamente claro, simple y didáctico.
Primera vía: la prueba por el movimiento
La primera vía de raciocinio para llegar al conocimiento de la existencia de Dios es la prueba del movimiento. En lenguaje corriente, movimiento significa cambio de lugar. Al caminar de un lugar para otro, ejerzo un movimiento. Sin embargo, hay también otro sentido de la palabra movimiento. El movimiento significa cualquier modificación de los seres.
En otras palabras, hay dos tipos de movimiento: el primero es el movimiento de lugar dado en la locomoción que un ser corpóreo hace, de un lugar a otro; el segundo, es el movimiento de sucesión que ocurre en el crecimiento de un niño hasta su pleno grado de madurez. Ambos movimientos son fácilmente perceptibles por los sentidos.
Antes del movimiento todos los seres están en potencia [2], esto es, poseen una posibilidad de tornarse diferentes de lo que son. En filosofía el desarrollo de una potencia se denomina actualizarse. Un cuerpo frío en acto puede venir a ser caliente, o sea, él es caliente en potencia. Movimiento es, por tanto, cualquier paso de potencia para acto (Actualización). En otras palabras, el acto es la realización como la potencia es la posibilidad de realización. Por ejemplo, una semilla en acto es una semilla, pero en potencia, es un árbol.
El movimiento no es la sucesión de dos estados, sino el paso que un ser hace de un estado el otro. Por ejemplo, el fuego que es caliente en acto, torna la madera que está en potencia para el calor, caliente en acto. De este modo, hay una realidad que permanece bajo los dos estados, y el cambio consiste en recibir la actualización del segundo estado (frío), por el cual la cosa (la madera) existe ahora de otro modo (caliente), esto es, modificada. El cambio por tanto incluye siempre una adquisición de algo que antes el ser no poseía.
Dado que es evidente a todos esta experiencia de los sentidos, Santo Tomás la toma como punto de partida de la primera vía racional para probar la existencia de Dios: «Nuestros sentidos certifican, con toda seguridad, que en este mundo algunas cosas se mueven. Ahora, todo lo que es movido, es movido por otro. Nada se mueve que no esté en potencia en relación al término de su movimiento; al contrario lo que se mueve lo hace como se encuentra en acto» (S. Th. I, q.2, a. 3).
Todo se mueve, todo cambia, todo pasa de un estado a otro, no solamente en el sentido del movimiento local, sino de cambio substancial, como en la generación de nuevas substancias (la madera puede volverse carbón). También accidental, como el aumento o disminución cuantitativa (el cachorro crece y se convierte en adulto). Y como variación cuantitativa, ya sea en el orden material sea en el orden espiritual (mayor peso, más gracia).
Así, si lo que mueve es también movido, lo es necesariamente por otro, y éste por otro también. Ahora, no se puede continuar hasta el infinito, pues en este caso no habría un primer motor, por consiguiente, tampoco otros motores, pues los motores segundos solo se mueven por la moción de otro motor. Luego, es entonces necesario llegar a un primer motor, no movido por ningún otro, y éste, todos entienden: es Dios» (S. Th. I, q.2, a. 3).
El Primer Motor – Dios – es puro acto, existencia subsistente. Debe ser acto, pues siendo moviente, debe tener en acto la perfección que él comunica; debe ser puro, sin mezcla de potencialidad, pues es moviente inmóvil e inmutable. Después, el moviente inmóvil es puro acto como existente: es la Existencia misma subsistente [3].
Solo es independiente en su actividad quien es la propia actividad, y solo es la actividad quien es la existencia; solo comunica la perfección quien produce la existencia de ésta, y solo puede tener por efecto propio «hacer existir» quien es la existencia. Luego, el primer moviente inmóvil es su existencia: Dios.
Segunda vía: prueba por la causa eficiente
Conforme la primera vía, una semilla tiene la posibilidad de tornarse (actualizarse) en árbol. Ya en la segunda nos detendremos en mostrar que la semilla para ser árbol, necesita de causas entre sí subordinadas, o sea, que dependan unas de las otras en el actuar y en el existir. Sin la tierra, el aire, el agua, el sol, etc., la semilla no encontraría condiciones para su desarrollo. Así, el clima y las substancias que alimentan la planta son causas de vida para el vegetal. Sería por tanto una locura afirmar que la semilla es causa de sí misma, pues para ser su propia causa necesitaría existir antes de sí misma.
La segunda vía sigue substancialmente el mismo camino de la primera. Sin embargo, no se basa en el cambio y pasividad de los seres, y sí, en la dependencia y causalidad que hay en las actividades de ellos. Es muy clara la semejanza entre la primera y la segunda vía, pues ambas nos llevan a la necesidad de una causa inicial. Entretanto, consideramos anteriormente la existencia y la necesidad de una causa motriz, y ahora trataremos de considerar la obligatoriedad de que exista una causa eficiente [4].
Al observar la creación, notamos en las cosas sensibles una relación de causas. De esta forma, no se puede encontrar un ser que sea su propia causa eficiente. Siendo la causa anterior al efecto, sería absurdo, considerar un ser que fuese su propia causa eficiente, pues sería él anterior a sí mismo. Entretanto no es posible llevar al infinito la serie de causas eficientes. Esto puesto, se vuelven evidentes dos posibilidades: que algo sea causa de sí propio y que la serie de causas sea remontada al infinito.
Hay, pues, una orden de causas donde la primera es la causa de la segunda, ésta, de la tercera y así sucesivamente hasta la última. Tanto en una causa intermediaria que une la primera a la última como en una variedad de otras causas intermediarias, la causa primera es la causa del último efecto, de tal forma que suprimiendo la causa se suprime el efecto, y si no hay un primer término en las causas, no habrá ni intermediario ni último. Las causas intermediarias son, por consiguiente, efectos de la causa originaria. No se admite efectos sin causa, según el principio básico de causalidad [5].
Así, las causas subordinadas de los seres nos llevan directa e inmediatamente a una causa eficiente primera con ciertos atributos:
Esta causa es Infinitamente perfecta, porque siendo la existencia misma subsistente, es todo lo que puede existir, esto es, todos los modos de ser, todas las perfecciones; Inmaterial, porque la materia es potencia. Ahora, la causa primera no sufre cambios por ser ella acto puro; Inteligente, porque la inmunidad y excepción de la materia es la causa de la facultad intelectual, que se caracteriza por hacerse actualmente inteligibles las formas materiales abstrayéndolas de la materia y las condiciones de la materia; No subordinada e incausada (sin causa), pues no puede ser causada por otra, caso contrario no sería la primera, ni podría ser absolutamente independiente en el actuar y en el causar[6]. A esta causa eficiente primera llamamos: Dios