2. La relación entre la filosofía de Platón y el pensamiento de Sócrates y los sofistas
Platón construye todo el andamiaje de su sistema filosófico sobre la base de una especie de diálogo crítico con toda la filosofía anterior a él. Ahora bien, de entre todos los pensadores que lo precedieron, el que probablemente mayor influencia ejercíó sobre él y de forma más determinante y duradera marcó su vida y su pensamiento, fue Sócrates, quien a su vez desarrolló su pensamiento a través de un diálogo crítico con los sofistas.
Si de la tradición jonia que se inicia con Tales de Mileto Platón heredó el espíritu racional o racionalista que animaba a encontrar una explicación racional del universo, de la physis, del humanismo de Sócrates Platón heredó la pretensión de extender la búsqueda racional y aplicarla al esclarecimiento de los problemas éticos o morales y políticos.
Del “intelectualismo moral” de Sócrates, que afirma que la virtud es conocimiento y pasa por el conocimiento, Platón hereda una manera de plantear y resolver los problemas morales que podemos considerar a la vez carácterísticamente “racionalista”, “objetivista” y “universalista”. Es decir, como resultado de la influencia de la ética de Sócrates (combinada con la influencia del Pitagorismo), Platón pensó que existen verdades morales objetivas y universales, principios objetivos de justicia (el “Bien en sí”, la “Justicia en sí”) que tienen un fundamento o una justificación racionales (que la razón puede descubrir, establecer o conocer), y que por ser racionales han de ser universales, esto es, válidos para todo ser racional en cualquier momento y lugar y con independencia de nuestra procedencia y de nuestras identidades o señas de identidad culturales.
Si Pitágoras enseñó a Platón que existen verdades objetivas, necesarias (o forzosas) y universales (iguales para todos), que las verdades matemáticas ejemplifican de forma modélica, Sócrates orientó la búsqueda platónica de este tipo de verdades hacia el terreno de la moral y la política. Como Sócrates, Platón entenderá que para hacer el bien primero hay que conocer lo que es el bien (en términos de Platón, el Bien en sí, la “Idea del Bien”). Igualmente, Platón heredará de Sócrates toda una concepción de la moral centrada en la “aspiración al perfeccionamiento de la propia alma” por medio del conocimiento (en especial, el conocimiento de uno mismo) y la búsqueda racional del bien y la justicia; una moral que concibe la “vida buena” para un ser humano (para cualquier ser humano por el hecho de ser humano) como una vida guiada por la razón y basada en el desarrollo de las virtudes morales que la razón nos descubre y enseña.
Platón hereda de Sócrates la idea de que el conocimiento es una virtud y la idea de que para ser virtuosos es necesario conocer; la idea de que quien conoce lo que es el bien no puede sino sentirse ligado, comprometido por el bien (obligado a hacer el bien); la idea de que solo el conocimiento puede llevar a la justicia y solo por medio del conocimiento y de la justicia puede una persona llegar a tener una “vida buena” o “digna” de un ser humano y una vida “feliz”; la idea de que quien hace el mal no lo hace voluntariamente (porque lo quiera o lo haya querido), sino por ignorancia, por desconocimiento, por falta de comprensión del mal que hace, porque ha tomado como un bien (aparente) lo que era un mal (objetivo). Todas estas ideas se derivan del “intelectualismo moral” socrático y están presentes, en mayor o menor medida, a lo largo de toda la extensa obra filosófica de Platón. Todas ellas sitúan a Platón (y luego, con matices, a Aristóteles) del lado de Sócrates en la polémica que este sostuvo con los sofistas.
Los sofistas fueron los “nuevos maestros” de la democracia ateniense, que llegaron en sustitución de los poetas y de su “sabiduría tradicional” (expresada en forma de “mitos”). Fueron, probablemente, los fundadores del humanismo occidental. Criticaron la moral tradicional desvelando el carácter convencional de las leyes y normas sociales, y se comprometieron –al menos muchos de los primeros sofistas- en la defensa de la democracia y de reformas sociales de signo “igualitarista” (por ejemplo, con su idea de que la esclavitud no era más que una institución artificial y violenta). Para Sócrates, sin embargo, y luego también para Platón (e incluso para Aristóteles) los sofistas fueron maestros en el arte de la retórica que menospreciaban el valor del conocimiento y la verdad y enseñaban a sus discípulos a “vencer” en los “combates dialécticos”, utilizando para ello incluso estrategias retóricas de persuasión (y no de razón) para hacer pasar los argumentos más débiles por los más argumentos fuertes. Para Platón, heredero de Sócrates en su polémica con los sofistas, estos últimos crearon un ambiente cultural escéptico y relativista que fue el caldo de cultivo para que la polis ateniense finalmente sucumbiera a manos de políticos demagogos y corruptos, sin preocupación por la verdad y la justicia ni escrúpulos morales; políticos que antepónían sus propios intereses particulares a la Justicia y el “Bien común” (el interés general) de la polis.
Frente al subjetivismo emotivista y relativista y el pragmatismo utilitarista de los sofistas, que sosténían que en cuanto a los problemas morales no hay más que puntos de vista subjetivos que dependen de nuestros intereses, gustos y sentimientos –o bien de normas morales convencionales válidas solo en el contexto de una sociedad o una cultura- y que lo que cuenta no es la verdad o la justicia sino lo que es práctico y eficaz con vistas a obtener poder y prestigio social (lo que hoy llamaríamos “éxito” en la vida y en las relaciones sociales, políticas o económicas), frente a todo este tipo de planteamiento se desarrolló el Racionalismo objetivista y universalista que Sócrates inició y Platón, su discípulo, desarrolló.