5. Debate sobre la comparación entre el ser humano y otras especies animales
En la clase del 26 de Febrero se suscitó un debate que me pareció interesante y que intento resumir ahora. Antes de entrar en materia, quiero decir algo sobre el hecho de que hubiera debate. Fue algo bastante novedoso en nuestra asignatura este curso. Precisamente por eso, agradezco especialmente a quienes intervinieron. Fue un debate interesante y respetuoso, en que se manifestaron ideas contrastantes y se expusieron los argumentos. Ciertamente, no tuvimos mucho tiempo, pero creo que aprovechamos el poco de que disponíamos.
Me parece bueno, muy bueno, que haya estos debates en nuestra asignatura. Debates en los que los alumnos discrepen del profesor. En efecto, aunque es necesario “aprender unos contenidos” (con los que cada cual estará de acuerdo o en desacuerdo), creo que el objetivo principal de esta asignatura no es ese, no es aprender contenidos. El objetivo principal es “enriquecer el pensamiento”, suscitar reflexiones; reflexiones que, en la medida de lo posible, estén fundadas; es decir, reflexiones en las que los argumentos tengan “peso”: que sean discrepantes pero no arbitrarias. En este sentido, aunque no tuvimos mucho tiempo, creo que dimos un pequeño gran paso adelante el otro día. No lograríamos nada si el profesor hiciera ademán de “meter ideas como por un embudo” y vosotros hicierais ademán de “pasar por el aro”; en cambio, si abrimos discusiones, si iniciamos procesos de pensamiento, si “abrimos la cabeza” a realidades y argumentos que antes nos eran ajenos, creo que nos habremos aproximado a lo que se pretende con este tipo de materias. Vamos a decirlo así: en realidad, la competencia que más interesa desarrollar en esta asignatura es la capacidad de reflexión sobre la propia experiencia, es decir: la capacidad de aprender sobre el hombre y sobre mí mismo reflexionando sobre mi propia experiencia. Si desarrollamos esto, si aprendemos a pensar, hemos avanzado mucho más que si aprendemos unos contenidos. El problema es que resulta difícil evaluar esta competencia, y por eso hay que evaluar contenidos. Si hubiera un modo de evaluar esta competencia (con parámetros objetivos, o al menos razonablemente objetivos), no necesitaríamos evaluar los contenidos. Pero como, de momento, no lo tengo, y por eso es necesario evaluar contenidos.
1. Contexto en el que surgió el debate.
Estábamos reflexionando sobre dos experiencias: conocemos, y decidimos con libertad. Yo había hecho algunas consideraciones sobre la importancia y significado de estos dos hechos (conocimiento y libertad); y sobre las conclusiones que podemos sacar para nuestra idea del hombre (es decir, nuestra idea sobre nosotros mismos). Había llamado la atención sobre el peligro de que, al estar totalmente familiarizados con estas dos realidades (a diario conocemos un montón de veces, y decidimos libremente otras tantas), las “demos por descontadas”, y no nos paremos a pensar en ellas, ni en lo que implican. Por eso insistía mucho en “mirar a dentro” (dentro de mí mismo) y pararme a pensar.
Una de las conclusiones a las que había llegado era (digámoslo brevemente, aunque la palabra es problemática y habría que matizarla) la “espiritualidad” del hombre. Es evidente que el hombre es materia, y que es animal, un tipo de animal. El hombre es piedra entre las piedras y mamífero entre los mamíferos. Pero, reflexionando sobre esas dos experiencias, podemos concluir que no es sólo materia, no es pura materia. Porque la pura materia no puede pensar, ni puede decidir libremente: está “predeterminada”. Los puros átomos no son conscientes de sí mismos, ni deciden libremente; y una pura combinación de átomos, tampoco. Si no hay un principio que transcienda a la materia, deberíamos concluir que ni el pensamiento ni la libertad son reales; y por tanto nuestra experiencia de pensamiento y de libertad son un espejismo, una ilusión.
En esta argumentación puse algunas comparaciones. Deseo aclarar ahora, antes de seguir, algo que no aclaré en su momento. A saber: una comparación no es una demostración. No pretendía, con esas comparaciones, demostrar nada. Es más, creo que no se puede pretender. Una comparación no es una demostración, es otra cosa: es un “contraste”, un ejemplo; es una “ulterior ilustración”, que sirve para subrayar (por contraste) algo que queremos destacar. Lo aclaro porque a veces hay confusiones: uno se cree que con una comparación está demostrando algo; o bien, el oyente interpreta como intento de demostración lo que sólo es (y quiere ser) una comparación.
Aclarado esto, seguimos. Ponía el ejemplo (la comparación) de que el hombre es apenas un grano de polvo en el universo, un poquito de paja, una caña. Una mota de polvo ante la inmensidad del espacio, del tiempo; ante las fuerzas desatadas en la naturaleza, ante la grandeza de la tierra y de los astros, del cosmos. Y, sin embargo… Sin embargo… Supera a ese cosmos inmenso en un aspecto: él lo sabe, y el cosmos no lo sabe. El mundo le puede aplastar, pero el hombre lo sabe, se entera, es consciente, y el mundo no.
Concreté un poco más esta comparación descendiendo a una parte más concreta y cercana del cosmos: comparé al hombre con los animales. Aquí es donde mantuve las afirmaciones que luego suscitaron una viva (y respetuosa) discusión. (Pensándolo a posteriori, creo que meter a los animales en este discurso sirve más para confundir que para aclarar. Pero el hecho es que lo hice, y por tanto debo continuar lo empezado).
Mi tesis aquí era la siguiente: los animales tienen algún tipo de conocimiento, pero no un conocimiento racional como el hombre. En consecuencia, mantienen algún tipo de comunicación, pero no una comunicación racional mediante signos totalmente convenidos, como el hombre. El conocimiento animal y la comunicación animal (ambos no racionales) pueden ser más evolucionados en unas especies que en otras; pero en cualquier caso se diferencia cualitativamente del conocimiento y del diálogo humanos. Mantuve la misma tesis similar en relación con la libertad. Los animales tienen un movimiento propio, un comportamiento, pero no un comportamiento libre como el del hombre. Cité las páginas de Savater incluidas en el documento no 4, donde sostiene que los animales actúan conforme a su “programación instintiva”. Así pues, no deciden libremente, no son capaces de “desobedecer” al instinto (ni, por tanto, tampoco de obedecerlo realmente), de desviarse de lo que esta “programación” les dicta. En cambio, nosotros, aunque estemos muy condicionados, aunque nuestra libertad sea limitada, aunque las circunstancias nos empujen en una dirección (y a veces con mucha fuerza), siempre podemos optar por comportamientos distintos de los previsibles. Y, si en algún caso concreto no podemos (por ejemplo, estamos borrachos, o hipnotizados, o dormidos) decimos que hemos perdido el uso de nuestras facultades mentales.
Aquí, en esta comparación con los animales, es donde se suscitó el debate. Paso ya exponerlo tal como lo vi.
2. El debate.
Varias personas (al menos dos; pero creo que su postura representaba a una parte de la clase) discreparon en lo referente a los animales. Hubo una pregunta previa que quedó aclarada enseguida, pero que tuvo la virtud de suscitar la discusión. A saber: si no somos materia, ¿Qué somos?; si no somos animales ¿Qué somos? Lo aclaré del modo que he expuesto más arriba: somos materia y somos animales, pero no somos sólo materia, ni somos sólo animales: hay una diferencia entre el hombre y la pura materia; y también hay una diferencia con el resto de animales. Esto último es lo que se puso en cuestión durante todo el debate.
Por lo que se refiere al conocimiento: los animales reconocen a sus cachorros (y les cuidan, y les tienen afecto). Se mencionaron específicamente las ballenas, pero podríamos mencionar también otras especies.
Por otro lado, alguien recordó que los delfines son muy inteligentes, y que, al parecer, tienen un sistema muy sofisticado de comunicación entre ellos.
Algún alumno puso, como respuesta a estas objeciones, la capacidad artística del ser humano, que no pueden alcanzar otros animales. Me adherí a su postura, diciendo que el hombre es el único animal capaz de creación artística. Y que de aquí se deduce (una vez más) que hay en él algo más que materia. No obstante, inmediatamente surgió una respuesta en el sentido de que algún tipo de pez parece ser capaz de crear arte (o algo parecido al arte).
3. La continuación del debate.
Yo era en todo momento consciente de que mi comparación con los animales no era, ni podía ser, una demostración, sino solamente esa “ilustración”. En cambio, me pareció percibir que se entendía como una demostración (es más, la demostración). Por eso, me pareció oportuno no centrar la discusión en ese punto, en si los animales (o algunas especies) son también racionales y libres, como los hombres; sino seguir insistiendo en el tema que nos ocupaba: qué nos dicen sobre el hombre su (para mí evidente) racionalidad y libertad.
Por eso procuré no entrar en el tema de si algunos animales son o no racionales y libres. En lugar de esto, dije algo que realmente pienso y sigo pensando. A saber: que la racionalidad y libertad son signos de algo más que material, de que no somos pura materia. E introduje la hipotética posibilidad de la racionalidad y libertad animales dentro de ese discurso. En esta línea: si efectivamente encontramos más seres racionales y libres (si efectivamente lo son los delfines, o las ballenas, o algunos primates, o alguna especie de pez), la conclusión sería que también les sería aplicable a ellos lo que estamos concluyendo sobre el hombre: si demostráramos que son racionales y libres deberíamos concluir que son espirituales, y todo lo que de aquí se deriva.
Querría insistir sobre esto, porque me parece importante. Mi impresión es que, cuando se afirma la inteligencia o la libertad de algunos animales, la conclusión que se saca es “rebajar” al hombre al nivel de los animales. Como si dijéramos: “está claro que los animales no son espirituales, que no hay espíritu en ellos; como, a pesar de eso, poseen conocimiento y libertad igual que nosotros, no podemos sacar conclusión alguna de estos hechos en favor de la espiritualidad”. Es decir, concluir que, en realidad, en el hombre no hay nada más que lo puramente biológico, puesto que tampoco lo hay en esos animales de los que se afirma racionalidad y libertad.
Esto es lo que yo no puedo admitir en modo alguno. Mi postura es la contraria: si descubrimos racionalidad y libertad en algunas especies animales, mi conclusión no será “descender” al hombre al mundo meramente material, sino “elevar” a esos animales al plano espiritual. Digámoslo con otras palabras. En lugar de decir al hombre: “bienvenido al mundo real: no eres nada más que bioquímica, no hay en ti nada que trascienda la materia, nada espiritual, nada divino; exactamente como no lo hay en estas especies animales, que son tan racionales y libres como tú”. En lugar de eso, decía, mi conclusión será decir a esas especies: “bienvenidos al mundo de la racionalidad y de la libertad; y, por tanto, bienvenidos al mundo que no es sólo biología, al mundo de lo espiritual, al mundo en el que alienta algo divino”.
Creo que esta respuesta fue bien captada por un alumno, que sin embargo parecía estar en desacuerdo con esa conclusión. En efecto, habló de que, en el fondo mis tesis se limitaban a la tradicional afirmación (sin fundamento, deduje, por el modo de decirlo) de la superioridad del hombre sobre otros animales. Es decir, lo que en ambientes de la hipótesis Gaya se llama “antropocentrismo”.
Pienso que con esto apuntó a la cuestión clave, o al menos a una cuestión clave. ¿Hemos afirmado gratuitamente una “importancia” del hombre, o por el contrario esta “importancia” tiene fundamento? ¿Hemos afirmado gratuitamente una dignidad del ser humano, o esta dignidad tiene un fundamento? Yo intenté por todos los medios desvincularme de una toma de postura respecto de la hipótesis Gaya así planteada, porque nos sacaría muy lejos del tema central. No obstante, la cuestión del antropocentrismo quedó planteada.
4. Una reflexión ulterior
La discusión me ha servido para darme cuenta de que el tema de los animales hay que tratarlo con mucho más cuidado del que yo había empleado. Por tres razones
-en primer lugar, porque estamos unidos afectivamente a ellos. Tenemos mascotas, por ejemplo un perro en casa, y les tomamos mucho cariño. Para muchos de nosotros, la mascota es casi como un hijo, uno más de la familia. Esto nos permite captar que hay una distancia, una enorme distancia, entre un animal y una cosa. Grandes escritores (me vienen a la cabeza Dostoiewsky y Lewis) señalan que el nivel moral de un hombre se ve en el modo de tratar a los animales, en su actitud con ellos: no te puedes fiar de una persona que hace sufrir gratuitamente a un animal, o a la que los animales le resultan totalmente indiferentes. Esta relación afectiva que tenemos con los animales nos permite captar que el animal no es una “cosa”, no es un mero “mecanismo”. Incluso nos indignaríamos si alguien nos dijera eso respecto de mi mascota.
-Todas las explicaciones “mecanicistas” de la conducta animal son insuficientes. En la biología hay un plus que excede a la física. La hipótesis de que son mecanismos extraordinariamente complejos pero que, en el fondo, se reducen a pura física (bioquímica y biofísica) es tentadora, pero no satisfactoria. Pongamos un ejemplo. Un león está viendo dos gamos. Permanece quizás medio minuto quieto y luego se pone en marcha. ¿Por qué se ha puesto en marcha en ese momento, y no antes? Y ¿Por qué “elige” el gamo de la izquierda y no el de la derecha?. Estas preguntas nos hacen ver que, al menos en cierto sentido, “decide”. Ciertamente, los fisicismos mecanicistas pueden levantar la hipótesis de que tanto una cosa como otra (el tiempo de espera y la elección de la víctima) obedecen a mecanismos complejos; pero (que yo sepa) no hay suficiente evidencia empírica ni explicación suficientemente completa de esos mecanismos. Y aquí enlazamos con la tercera razón.
-El animal (el conocimiento animal, la afectividad animal, la conducta animal) son un misterio para nosotros. Un misterio que debemos respetar. Porque no podemos entrar en comunicación con ellos para que nos den razón de su conocimiento, de su afectividad y de su conducta. Por eso podremos levantar hipótesis, podremos por supuesto seguir investigando. Pero esto no es óbice para que la actitud básica sea de respeto a un misterio que nos es, al menos de momento, inaccesible. Si, además, uno es en alguna medida creyente, y los ve como creación de Dios, entonces este respeto adquiere una nueva razón: hemos de respetar la creación de Dios, que brilla especialmente en la vida y la conducta animal.
Vamos a decir esto mismo de otro modo. Yo tengo “evidencia interior” de mi libertad y conocimiento. Pero no tengo evidencia de lo que ocurre en el interior del animal, ni tampoco puedo comunicarme con él para preguntarle si tiene una evidencia similar a la mía o no. Por lo tanto, es muy fácil que pronunciarse en contra de su inteligencia y de su libertad (o a favor) sea fruto de un prejuicio ideológico sin evidencia empírica.
Por todo esto, he llegado a la conclusión práctica de que entrar en el tema de los animales confunde más que aclara. No obstante, ya que lo he hecho este año, necesitaba concluirlo.
Añado tres consideraciones:
1a Cada vez se habla más de la posibilidad de que haya vida, y vida inteligente, fuera de nuestro planeta. Algunos datos recién descubiertos avalan esta posibilidad: atmósferas con oxígeno en proporciones adecuadas; evidencias de que hay o ha habido agua; cálculos estadísticos sobre la probabilidad, etc. Llamémosles “marcianos”.
No sé cómo estará la cuestión. Mi punto aquí es el siguiente. Si existen los marcianos, si existe vida inteligente ahí fuera, eso no será una demostración de que la inteligencia humana es irrelevante, sino la constatación de que existen otros seres tan espirituales como nosotros ahí fuera. Es decir, les daría la misma bienvenida al mundo espiritual que daría a las especies animales inteligentes.
Desde aquí, vuelvo a mi conclusión principal: la racionalidad y la libertad son signos de algo muy grande, muy valioso, que podemos llamar espiritualidad; y esto, con independencia de que las poseamos en solitario o de que las compartamos (de momento sin saberlo a ciencia cierta) con los “marcianos” o con algún tipo de animales.
2a En cualquier caso, y dando ya una opinión sobre la posible inteligencia y libertad de los animales, diré lo siguiente. Tengo la convicción interna de que, si encontráramos vida inteligente fuera de la tierra (“marcianos”), o si ellos nos encontraran a nosotros, conseguiríamos comunicarnos con ellos. Quizás tardaríamos un poco, pero conseguiríamos hacerles partícipes de lo nuestro, hacerles saber de nosotros; y ellos conseguirían hacernos partícipes de lo suyo, hacernos saber de ellos. Acabaríamos encontrando un “lenguaje común”. Seríamos capaces de contarles nuestra historia, nuestro modo de vida, nuestras peleas, nuestras dificultades y los modos que tenemos de afrontarlas. Y ellos podrían hacer lo mismo. Unos y otros seríamos plenamente conscientes de “habernos descubierto” mutuamente. En cambio, me resulta sospechoso que llevemos un millón de años conviviendo con animales racionales y libres y no hayamos conseguido comunicarnos con ellos a ese nivel, no hayamos conseguido un “lenguaje común” a ese nivel. Si vinieran los “marcianos”, o si nosotros fuéramos a “Marte”, no creo que tardáramos una generación en entendernos con ellos.
3a. Hay algo en lo que quizás todos estemos de acuerdo: no le exigimos responsabilidad ética (ni jurídica) a un animal por su conducta. Ya que hablamos de leones, sigamos con ellos como ejemplo. Si yo mato una gacela, todos vosotros (o casi todos) me diríais que eso es una barbaridad, me culparíais; incluso puedo ir a la cárcel por maltrato animal en determinados supuestos, y es razonable que así sea. Pero si un león mata a una gacela, no hacemos valoraciones, no le exigimos responsabilidades morales, ni mucho menos jurídicas. No se nos ocurre que pueda ser condenado (ir a la cárcel) por eso.