¡Escribe tu texto aquí!Una célebre anécdota cuenta queTales de Mileto, padre de la filosofía griega, quiso darles una lección a quienes se reían de él por su aparente falta de ambición. Vivía entregado a la reflexión y despreciaba los bienes materiales hasta el punto de llevar una existencia rayana en la pobreza. Era, pues, objeto de burla para quienes no entendían que un hombre tan preparado pudiera pasar el día mirando al infinito, ocupación inútil que no le reportaba ganancia alguna. Un día, cansado de estas burlas, Tales pidió un préstamo. En una decisión difícil de comprender, compró todos los molinos de aceite en desuso que había por la regíón. El número de molinos fabricados superaba con mucho lo requerido por la producción habitual de aceitunas, así que había un buen número de ellos que permanecían abandonados; gracias a esto, pudo adquirirlos a bajo precio. Semejante extravagancia suscitó nuevas burlas. Pero Tales, debido a las predicciones que había elaborado gracias a sus conocimientos astronómicos, confiaba en que la temporada de la aceituna iba a ser excepcionalmente productiva. Acertó. La nueva cosecha fue tan abundante que, ante la falta de molinos disponibles, los fabricantes de aceite terminaron alquilando todos los que Tales había adquirido, pagando el precio que él tuvo a bien disponer. Tales reuníó una pequeña fortuna. Habiendo demostrado a los incrédulos que si no utilizaba sus conocimientos para enriquecerse era porque el dinero no significaba nada para él, no porque no sirvieran para nada, retornó a sus habituales tareas contemplativas. Todos habían entendido que lo único importante en su vida era acumular nuevo conocimiento, por encima de cualquier otra utilidad que ese conocimiento pudiera proporcionarle.
Este relato pudo ser cierto, pero también pudo ser inventado para loar la admirable figura del primer gran filósofo occidental. Difícil precisarlo. Como fuere, ilustra muy bien la actitud de los astrónomos griegos con respecto a la de sus grandes predecesores, los astrónomos egipcios y babilonios. En aquellas grandes civilizaciones la astronomía había sido valorada como una herramienta para mejorar la vida, por ejemplo organizando la actividad agrícola para conseguir el mayor rendimiento de las cosechas gracias al poder de determinar de antemano la época del año más indicada para la siembra. En estas cuestiones técnicas, los astrónomos egipcios y babilonios habían alcanzado grandes progresos; conocían bien el cielo y podían predecir con una fiabilidad notable acontecimientos astronómicos que eran básicos para la elaboración del calendario agrícola. Sin embargo, nunca habían usado esos conocimientos para intentar elaborar un concepto general del universo.
Su cosmovisión era de raíces mitológicas y, mientras pudiesen seguir organizando sus actividades de acuerdo a ese calendario, no necesitaban otra. Eran, ante todo, pragmáticos. Pero los griegos, emulando el ejemplo de Tales de Mileto, quisieron desde muy pronto trascender la mera utilidad práctica de la astronomía. Fueron los primeros en intentrar desentrañar cómo es de verdad el universo, iniciando un camino en el que descubrieron el poder de fascinación de una nueva ciencia, la cosmología. Aquel camino, que todavía hoy estamos recorriendo, está señalizado con letras griegas. Todo que hayamos conseguido en siglos recientes en cuanto al conocimiento del cosmos, que es mucho, se lo debemos a ellos más que a nadie.
Un avance sin precedentes
La verdad está enterrada en un lugar muy profundo. (Demócrito)
En la actualidad nos parece de sentido común el que la observación de los fenómenos celestes concretos, la astronomía, esté ligada a la explicación de las carácterísticas generales del universo, campo de estudio de la cosmología. Después de varios milenios de experiencia, hemos comprobado que ambas disciplinas describen las mismas leyes físicas, por lo que no concebimos la cosmología sin la astronomía, como tampoco concebimos la medicina sin la anatomía. Para nosotros son dos caras de la misma moneda. En épocas remotas, sin embargo, no lo tenían tan claro. Y no podemos culparlos, dado que desconocían muchas de las leyes físicas que hoy consideramos evidentes. Cualquier cultura humana que ignora los misterios del universo tiende a elaborar una cosmogonía fantasiosa, repleta de imágenes mitológicas, con la que explicar de manera fácil y sencilla el origen y la estructura del cosmos. Incluso Egipto o Babilonia, que estaban muy avanzadas en la observación astronómica incluso antes de que la cultura griega hubiese abandonado la infancia, manténían un concepto mitológico del universo a despecho de los muchos datos que acumulaban sobre el comportamiento de los astros. Descubrieron los ciclos que rigen los eclipses solares y lunares; también midieron los movimientos planetarios con gran precisión. Conocían bien los astros, pero no nos da la impresión de que sintieran la necesidad de construir una teoría unificada de los cuerpos celestes basándose en sus conocimientos astronómicos. Para ellos la astronomía no era una ciencia cuyo fin fuese explicar el universo como un todo, como tampoco la agricultura, por más que estudie el suelo, tiene como finalidad elaborar mapas del mundo. Así pues, su astronomía era una ciencia, pero la visión del cosmos era tarea de los sacerdotes y teólogos.