Aristóteles define al ser humano como un ser social por naturaleza y como un animal político. Aristóteles afirma que la naturaleza únicamente ha otorgado a los seres humanos la capacidad del lenguaje de comunicación con los demás. Por tanto, aquel que por naturaleza no fuera social sería o un bruto o un dios, pero no un ser humano. Aristóteles, al estudiar los regímenes políticos, los calificaba según la forma que tenían de lograr ese bien común. Según él, son formas de gobierno correctas aquellas que velan por esos intereses comunes y formas de gobierno degeneradas aquellas en las que rige el interés particular de los que gobiernan.
La utopía platónica del convencionismo sofista a la justicia platónica
Platón plantea una estructura social jerárquica en la que el bien común debe prevalecer sobre el bien particular. Para conseguirlo, se necesitan argumentos racionales y no medidas disuasorias. Por eso, para Platón, el estado es esencialmente un gran organismo educativo. Según Platón, la monarquía o aristocracia es la forma perfecta de gobierno, ya que un solo hombre o un grupo selecto estará en condiciones de regir los distintos de la ciudad conforme a lo que exige la justicia.
El realismo político de Maquiavelo
Maquiavelo incidió en la degeneración de la clase política de la época que contaba con el beneplácito de un pueblo tan amoral como sus dirigentes. Para ello, es imprescindible que el príncipe, sea cual sea su consideración moral o ideológica, realice un análisis de la situación y no pierda su tiempo en consideraciones metafísicas sobre cómo deberían ser las cosas. Además, la actividad política no puede separarse de un correcto conocimiento de la naturaleza humana: el hombre es esencialmente malo y el orden político es necesario porque hay vicios y, por tanto, el gobernante debe ser especialista en la dosificación de la brutalidad y de la cortesía en el ejercicio de su poder. ‘El fin justifica los medios’. El fin del estado es la vida en paz de sus ciudadanos y la prosperidad económica. Para conseguirlo, resulta lícito emplear medios inmorales si las circunstancias lo exigen. De esta manera, la ética queda relegada al ámbito político.
Contractualismo (Hobbes y el absolutismo)
Su pensamiento político describe la situación anterior a ese pacto social, el denominado estado de naturaleza. En este estado, los seres humanos vivirían en una absoluta igualdad y libertad. Según él, como todos los individuos son propensos al egoísmo, este estado resultaría inviable, pues el hombre es un lobo para el hombre y esto imposibilitaría la convivencia pacífica, ya que el miedo regiría sus destinos. Esta necesidad de pactar surge de manera voluntaria y da lugar a lo que se conoce como estado.
Locke y el liberalismo político
Locke afirmaba que la sociedad es fruto de un pacto entre hombres, pero su visión positiva sobre la naturaleza humana le alejará sustancialmente de los postulados absolutistas defendidos por Hobbes. Locke distinguirá dos derechos básicos en los hombres que viven en tal situación: el derecho a la propiedad privada y el derecho a castigar. Al no haber leyes concretas ni quien imparta justicia ante los posibles atropellos, se generaría una situación de inestabilidad continua, pero no sería permanente, pues el ser humano recapacitaría y buscaría soluciones satisfactorias. La solución sería el pacto por el cual todos cederían el derecho a castigar a un poder legítimo y se reservarían para sí el derecho de la propiedad. Por tanto, se cede el poder a algunos para que salvaguarden el derecho de todos a una vida en paz y armonía. Al mismo tiempo, será la mayoría la que dictaminará los criterios que deben seguirse en el caso en que surjan conflictos. Así se propugna una separación de poderes que impida el absolutismo y que sirva de mecanismo regulador para evitar corrupciones.
Rousseau y la voluntad general
Rousseau presentó al individuo en ese estado presocial como bueno por naturaleza y su bondad natural propiciaría un entorno de plena libertad e igualdad. El ser humano en tal situación no posee historia, vive en contacto directo con la naturaleza de la que obtiene todo lo preciso para cubrir sus necesidades primarias. Este ser humano es más emocional que racional, aunque sus deseos no vayan más allá de sus necesidades y de su interés por satisfacerlas. Rousseau afirmará que ese individuo vive en un estado de feliz ignorancia y con una repugnancia innata hacia todo aquello que produzca sufrimiento en sí mismo o en los demás. Estamos ante la descripción del buen salvaje, al que para vivir le basta con la naturaleza y para convivir con la piedad. Rousseau no se refiere a la posibilidad real de existencia de este estado presocial, lo que le interesa es dilucidar cómo sería posible depurar esa sociedad que quebrantaba esta armonía al degenerar al hombre. Cualquier orden social implica la supremacía de uno sobre otros, ya que la figura de un poder que garantice la vida en sociedad se convierte en algo imprescindible. Se hace necesario, por tanto, establecer un contrato entre iguales y para iguales. Esto solo es posible mediante lo que Rousseau denomina voluntad general. La voluntad general hará que cada uno se sienta parte integrante de un todo, de tal manera que atentar contra ese todo supondría hacerlo contra uno mismo. Se origina de este modo lo que Rousseau denomina libertad civil, que si bien anularía esa libertad inicial del estado de naturaleza, propiciaría un nuevo orden social en el que el pueblo se convierte en el nuevo soberano de sus destinos.
Ni quien impartiera justicia ante los posibles atropellos, se generaría una situación de inestabilidad continua, pero no sería permanente, pues el ser humano recapacitaría y buscaría soluciones satisfactorias.