Giro copernicano
La comparación entre la revolución de Copérnico en la astronomía y de Kant en el terreno del conocimiento fue propuesta por el mismo Kant, consciente del carácter innovador y decisivo de su planteamiento. Kant quiere justificar el valor universal y necesario de la ciencia pero no lo consigue si supone que es el sujeto el que se adapta a las múltiples y cambiantes peculiaridades del objeto que hay que conocer. Entonces, invirtió el planteamiento: es el objeto de conocimiento el que se adapta a las estructuras a priori, universales y necesarias, del sujeto que conoce (el espacio, el tiempo y las categorías), de modo que la universalidad y necesariedad del conocimiento procede del sujeto y no del objeto. Así, para Kant, las matemáticas proporcionan conocimiento universal y necesario porque se fundan en el espacio y el tiempo, las formas a priori (universales y necesarias) de la sensibilidad. Y la física también proporciona conocimiento universal y necesario porque se basa en las categorías o conceptos puros o a priori (universales y necesarios) del entendimiento. La importancia que Kant reserva al sujeto en el proceso de conocimiento ha supuesto que su filosofía se denomine idealismo trascendental.
Libertad
Kant utiliza este concepto con varios sentidos. La libertad es un postulado de la razón práctica: aunque la libertad sea indemostrable, hay que presuponer que somos libres para aceptar que podemos ser morales. La libertad implica la capacidad de escapar del determinismo que las leyes físicas imponen a la naturaleza y poder decidir la propia acción, pudiendo llenar de contenido concreto el imperativo categórico. Kant habla también de libertad jurídica que es, junto con la igualdad y la ciudadanía (o independencia) una de las características esenciales del ciudadano dentro del estado republicano. La libertad jurídica es la libertad para no obedecer jamás ninguna ley a la que no hayamos dado previamente nuestro consentimiento; en este sentido, el ciudadano debe ser colegislador. Sin embargo, la libertad jurídica no incluye la posibilidad de la desobediencia civil pues el pueblo, cuando entre en el estado civil, cede el poder al soberano (que es el poder legislativo, el que hace las leyes y representa al pueblo) y renuncia a resistirle. Esto no significa que Kant justifique la tiranía pues el soberano está obligado a atenerse a la razón y a la ética y a comportarse como si lo que legisla procediera de la voluntad del pueblo. En su obra ¿Qué es la Ilustración? (1784) Kant destaca la importancia de la libertad de expresión para el progreso de la comunidad y distingue entre el “uso público” de la razón, que es el del experto ante sus lectores, por el que puede hacer todas las críticas a la política, a la religión, etc., que considere oportunas, y el “uso privado” que es el que alguien hace de la propia razón en un determinado puesto civil, en el que no cabe razonar sino únicamente obedecer. En este caso, si hay desacuerdo entre la propia conciencia y las ideas que se han de expresar en nombre de la institución para la que se trabaja, el sacerdote, el funcionario de hacienda, el oficial del ejército… debe renunciar al cargo que desempeña. La libertad en este último caso tiene unos límites bien definidos.
Imperativo
“Imperativo” es el nombre que Kant da a la ley moral. Existen dos clases de imperativos: los imperativos hipotéticos y los imperativos categóricos. Los imperativos hipotéticos, propios de las éticas materiales que Kant critica, son condicionales, obligan solo a aquellos que quieren conseguir un fin concreto, dependen de intereses personales, son heterónomos y es posible rechazarlos; por ejemplo, “si quieres ser feliz dedícate al conocimiento” (Aristóteles), o “si quieres ser feliz acepta imperturbable los acontecimientos del destino” (como decían los estoicos). En cambio, los imperativos categóricos, propios de la ética kantiana, nos permiten actuar de manera desinteresada, es decir, por respeto al deber, y exigen cumplimiento sin condiciones ni excepciones, son universales, absolutos y autónomos (proceden de nuestra propia razón). Son ejemplos de imperativos categóricos: “Actúa de tal modo que la norma que te guíe pueda convertirse en norma universal”, “Actúa considerando a los demás siempre como fines y nunca solamente como medios” y “Actúa como si tu voluntad pudiera convertirse en legisladora universal”. El imperativo categórico está vacío de contenido concreto y cada sujeto moral debe llenarlo de forma autónoma y libre.
Ilusión trascendental
La razón cae en la ilusión trascendental cuando cree que las ideas trascendentales, alma, mundo (como realidad en sí) y Dios, tienen un referente en la realidad y trata de conocerlo. La razón en este caso se sale de los límites de la experiencia y se engaña. En cambio, la razón usa de forma adecuada estas ideas, que no puede rechazar, cuando las considera principios reguladores que orientan la investigación, reconociendo que son incognoscibles (son noúmenos). La idea de alma es la síntesis de los fenómenos subjetivos procedentes de la experiencia interna; la idea de mundo sirve para tratar como un todo los fenómenos de la experiencia externa; y la idea de Dios se emplea para agrupar tanto los contenidos de la experiencia interna como los contenidos de la experiencia externa, es la síntesis suprema. Kant reconoce que no podemos llegar a tener ninguna certeza sobre estas ideas pero cree que son necesarias para la moral y que deben entenderse como postulados de la razón práctica.
Racionalismo y empirismo
El racionalismo representa una de las corrientes filosóficas fundamentales de lo que se conoce como Filosofía Moderna y a la cabeza de ambos (tanto del racionalismo como de la filosofía moderna) hay que situar a Descartes (1596-1650). Este filósofo de origen francés, nacido en La Haye, es sobre todo conocido por ser el autor del Discurso del Método, obra en la que presenta con estilo sencillo, autobiográfico y elegante el modo en que opera su quehacer filosófico, es decir, lo que él llamaba su método y que se conoce como la “duda metódica”. Para Descartes el “yo pienso” (cogito) es la primera verdad, porque es lo primero indubitable con lo que se topa nuestro pensar: se puede dudar de todo, menos de que se duda y puesto que dudar es un claro ejercicio del pensar, no hay manera de dudar del pensar mismo. De esta forma, el pensar racional, es decir, la razón con mayúsculas, se convierte en el origen de nuestro conocimiento y en el camino seguro hasta alcanzar la verdad, objetivo último de todo conocimiento. Ahora bien, esta razón necesitaba, según Descartes, de un método seguro para avanzar en el cumplimiento de su tarea. Un método que tomando como fundamento la matemática (porque ésta nos aporta certezas, verdades absolutamente ciertas y seguras, basadas en el estricto razonamiento), disponía de estas cuatro reglas: evidencia, análisis, síntesis y comprobación. Pero aún era necesario contar con algo más: las “ideas innatas”, ese tipo de ideas que no fabricamos nosotros, ni que ponemos en marcha con los sentidos, la imaginación ni el contacto con la experiencia, sino que vienen ya dadas, forman parte intrínseca y natural de nuestra razón. Descartes aludirá al yo, el mundo y Dios como las principales de esas ideas (luego tratadas como sustancias).