Lacan y Descartes

TEMA: El cogito y el criterio de verdad


El objetivo fundamental de Descartes era el logro de la verdad mediante el uso de la razón. Pretendía desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no se diese por supuesto nada que no fuera evidente por sí mismo e indudable, es decir, su ideal filosófico era un sistema orgánicamente conectado de verdades científicamente establecidas y ordenadas de manera que la mente pueda pasar de verdades evidentes e indudables por sí mismas (ideas innatas) para deducir de ellas otras verdades que fueran también evidentes. Este ideal le fue sugerido por las matemáticas, por su claridad y certeza.

Para llevarlo a cabo, tuvo que romper de forma consciente con el pasado y confiar sólo en su propia razón, no en la autoridad de ningún filósofo anterior. Por tanto, no pretendía crear una nueva filosofía con un contenido nuevo, sino crear una filosofía cierta y ordenada, es decir, quería desarrollar un método para demostrar verdades según el orden impuesto por las exigencias de la razón misma, cuyo principal enemigo era el escepticismo.

Este método consiste en una serie de reglas ciertas y fáciles destinadas a que se empleen las capacidades naturales y las operaciones de la mente de una manera recta y adecuada. Estas operaciones de la mente son dos: intuición y deducción. La intuición es un acto propio de la razón por el cual  captamos inmediatamente y sin esfuerzo verdades ciertas, de forma clara y distinta. Mientras, la deducción es toda conclusión o consecuencia que se extrae de las verdades conocidas intuitivamente. Ambos son los caminos más  seguros hacia el conocimiento, pero no son el método del que habla Descartes, pues no son reglas. Las reglas del método nos sirven para emplear adecuadamente estas dos operaciones. En el Discurso del método se exponen cuatro reglas, dos en relación con la intuición y dos con la deducción.

La primera regla es la regla de la evidencia, que establece que sólo debemos aceptar como verdaderos aquellos conocimientos que se presentan a nuestra mente como evidentes e indudables, de forma clara y distinta.


La segunda regla es la del análisis, que consiste en descomponer las proposiciones complejas en sus elementos más simples para que puedan ser intuidos. La tercera regla o regla de la síntesis, parte de esos elementos más simples y deduce de ellos proposiciones más complejas, asegurándose de que cada una es una continuación de la anterior. Por último, la cuarta regla es la de la enumeración o revisión, que consiste en hacer continuas revisiones en los procesos deductivos desde los primeros principios para asegurarnos de la verdad de la conclusión a la que llegamos.

Como consecuencia d la regla de la evidencia, Descartes plantea la duda metódica, es decir, debemos someter a duda, tomar como falsas provisionalmente aquellos conocimientos sobre los que exista alguna posibilidad de duda, con el fin de alcanzar lo indudable, que supone el punto de partida del conocimiento. Así pues, la duda descrita por Descartes es universal porque alcanza toda proposición de la que sea posible la duda; es además provisional, pues constituye una etapa preliminar en la búsqueda de la verdad; y, por último, es también teorética, pues no debe extenderse al ámbito moral, sino solo al conocimiento.

Descartes expone los motivos de su duda, es decir, los ámbitos del conocimiento a los que se puede aplicar esa duda. En primer lugar, cabe dudar de los conocimientos que nos llegan  por los sentidos, ya que nos pueden engañar. Descartes opina que puesto que los sentidos nos engañan a veces, debemos pensar que nos engañan siempre y dudar de lo que percibimos por ellos, pues no es prudente fiarse de ellos; además, lo que es probable es dudoso, y por ello, debemos considerarlo como falso.

En un segundo momento, Descartes plantea la duda de la existencia de los objetos que percibimos, ya que a veces confundimos nuestros sueños con la realidad, por no distinguir con claridad el sueño de la vigilia. De esta forma, Descartes duda de nuestro conocimiento científico de las cualidades primarias de las cosas. El tercer y último motivo de duda alude a las proposiciones matemáticas. Éstas le parecen a Descartes claras y distintas, un modelo de certeza, pero podemos dudar de ellas si suponemos la existencia de un genio maligno que nos engaña.  


Puesto que mi espíritu opina que existe un Dios todopoderoso por que ha sido creado, puede que me haya creado de tal modo que yo siempre me engañe. De esta forma Descartes extiende la duda a la propia razón.

La duda metódica empleada por Descartes no es escéptica, sino que le lleva a encontrar una primera verdad indudable, y ésta la encuentra en la afirmación “pienso, luego existo”. Del hecho mismo de dudar surge la primera certeza, pues si yo no existiera, no podría dudar. Podemos engañarnos cuando juzgamos que existen las cosas materiales, e incluso podemos concebir que puede estar engañado al pensar que las proposiciones matemáticas son verdaderas y ciertas, mediante la hipótesis del genio maligno. Pero esa duda no se puede extender a mi propia existencia. De esta forma, la afirmación “cogito, ergo sum”, es inmune tanto a la duda escéptica como a la “duda hiperbólica” planteada por la hipótesis del genio maligno, convirtiéndose así en la primera verdad filosófica y el primer principio intuido sobre el cual Descartes se propone fundamentar su filosofía, con el cual construir por deducción todo el saber. En el siglo IV, san Agustín empleará un argumento similar: “si fallor, sum”, con el que también hará una crítica a los escépticos. Sin embargo, la finalidad de este argumento es diferente a la del argumento cartesiano: “cogito, ero sum”. Mientras la intención de San Agustín es mostrar que la uníón con Dios ha de ser espiritual e interior, a través del alma; la finalidad de Descartes será establecer un primer principio indudable, a partir del cual, la razón pueda elaborar el saber de manera deductiva.

Este es el primer juicio existencial y el más seguro. Sin embargo, esto no quiere decir que nuestra existencia esté más fundamentada que la existencia de Dios en el orden del ser, sino que esa verdad es fundamental en el conocimiento, pues de ella no se puede dudar, en cambio es posible dudar de que Dios existe.

Analizando esta verdad, Descartes extrae dos consecuencias: lo que soy, un sujeto o cosa pensante, y el criterio de certeza y verdad. Al afirmar mi existencia en “cogito, ergo sum”, lo que estoy afirmando es una existencia  como algo que piensa y nada más, y no la existencia de mi cuerpo,


ni de nada que no sea mi pensamiento.
Sin embargo, Descartes presupone que, aunque el pensamiento es independiente del cuerpo, no puede existir por sí solo, sino que necesita de una sustancia, un sujeto que lo sustenta, y por eso afirma que soy un sujeto o cosa pensante, una “res cogitans”. 

A partir de la verdad “pienso, luego existo”, Descartes se propuso encontrar un criterio de certeza, y lo encontró al descubrir que no hay nada en esta afirmación que le asegurase su verdad, excepto que se presenta clara y distinta. Por ello, todo cuanto se presente a la mente con claridad y distinción, será también verdadero. Por tanto, éste es el criterio de certeza. 

Sin embargo, para poder aplicar este criterio a todo el conocimiento, es necesario demostrar la existencia de un Dios que no sea engañador para eliminar la hipótesis del genio maligno, y así asegurarme de que no me engaño cuando tomo verdaderas las proposiciones que captamos de forma clara y distinta.

Descartes utiliza tres argumentos para la demostración de la existencia de Dios. Dios existe como causa de su idea en mí, como causa de mi existencia y el argumento ontológico (ya expuesto por S. Anselmo en el Siglo XI). Estas afirmaciones le permitirán aplicar el criterio de certeza y le devolverá la certeza de los proposiciones matemáticas, justificadas por Descartes en que las verdades matemáticas no son creadas por mí, sino que se imponen a mi mente por su claridad y distinción.

Además, ésta también le lleva a Descartes a distinguir entre otras substancias además de la infinita (Dios): la substancia pensante (“res cogitans”) y la substancia extensa (“res extensa”), siendo la extensión la base de la ciencia mecánica.

NOCIONES:


Duda y certeza

Descartes hace referencia a la duda metódica que surge como consecuencia del método, más concretamente de la primera regla, la regla de la evidencia. Esta duda supone dudar de todo aquello que puede ser dudoso y tomar provisionalmente como falso todo lo que sea dudoso, así se dice que es una duda universal, pues se extiende a todo 


lo que presenta dudas. 

La duda cartesiana no desemboca en el escepticismo sino que es una fase preliminar en la búsqueda de la Verdad y de la certeza, y es solo aplicable al conocimiento, no a la conducta, por eso es teorética. Los ámbitos del conocimiento a los que afecta son: en primer lugar, a las informaciones que recibimos de nuestros sentidos, pues la probabilidad para Descartes no es una aproximación a la Verdad. En segundo lugar, no es prudente fiarse de los objetos que percibimos de la realidad, pues algunas veces confundimos nuestros sueños con la realidad, así en este segundo momento de duda se pone en entredicho desde las percepciones más presentes hasta las nociones mismas de la ciencia. Por último, esta duda llega a afectar a las proposiciones matemáticas, tan ciertas y distintas, pero al suponer la existencia de un Dios que nos engaña (hipótesis del genio maligno) pueden ser dudosos, así la duda alcanza la máxima radicalidad con la hipótesis del genio maligno. 

En esta situación de duda, Descartes encuentra una primera verdad indudable: “Cogito, ergo sum”, de la que deduce simultáneamente dos consecuencias iniciales:

Por una parte, lo que soy, sujeto pensante (“res cogitans”).

Y por otro lado, nuestra segunda noción, el criterio general de certeza y verdad que fue encontrado en dicha afirmación al ver que no había en ella nada que me asegurase su verdad excepto que se presentaba clara y distinta al espíritu, así todo lo que se presente clara y distintamente al espíritu será considerado como verdadero. Descartes expone en su obra Principios de filosofía lo que entiende por claro y distinto: así claro es “todo aquello que está presente y manifiesto a una mente atenta” y distinto es “aquello que es tan preciso y diferente al resto de objetos que no hay nada en él que no esté claro”. No obstante, la aplicación de este criterio de certeza está impedida por la existencia de un Dios engañador. Descartes tendrá entonces que explicar y demostrar la existencia de un Dios fuente de verdad y tirar así por tierra la hipótesis del genio maligno.


En cuanto a la sustancia pensante, las cosas que yo afirmo puede que no sean nada, pero lo cierto es que ese yo, que piensa, es imposible que no exista. Aquí Descartes está presuponiendo que el pensamiento no existe por sí sólo, requiere un sujeto que lo sostenga. Por eso, puedo afirmar mi existencia como un ser que piensa.

Este dualismo planteado por Descartes tiene como consecuencia la afirmación de la inmortalidad del alma y la libertad del hombre. Por lo tanto, el alma, en cuanto sustancia pensante, queda excluida del mecanicismo y la necesidad, propia de la sustancia extensa.

Pensamiento e ideas


A partir del análisis de la primera verdad encontrada por Descartes (“cogito, ergo sum”), sobre la cual pretende fundamentar su filosofía, nuestro autor deduce dos consecuencias. Una de ellas es la afirmación de mi ser como sujeto que piensa. Pero, ¿qué es  un sujeto pensante?: es, afirma Descartes, toda cosa que duda, entiende, afirma, niega, quiere, rehúsa y que también imagina y siente; otra forma de manifestación del pensamiento, además de las mencionadas anteriormente, es la elaboración de ideas. Puede que las cosas que afirmo, niego, quiero o siento, no sean nada; pero lo que no puede dejar de ser cierto es que yo pienso que quiero, pienso que siento, etc.; y ese yo, que piensa todas esas cosas, es imposible que no sea nada. Descartes está presuponiendo que el pensamiento no existe por sí solo, la actividad de pensar requiere una cosa, una substancia o un sujeto que la sostenga, por eso dice que soy una «res cogitans» (cosa pensante), un sujeto que piensa. A partir de la primera verdad podemos deducir la existencia de mi pensamiento, pero no de mi cuerpo o de cualquier otra cosa externa al pensamiento. Por lo tanto, Descartes afirma la libertad e independencia del pensamiento, pero éste necesita de una cosa o substancia para existir, por eso afirma que soy una “res cogitans”. 

Descartes habla de conocer los primeros principios de todas las cosas sin derivarlas de ninguna otra fuente que la propia razón.


Esto sugiere que podemos deducir las leyes de la física y de la metafísica a partir de las ideas innatas colocadas en nuestra mente por la “naturaleza” o por Dios, y mediante una deducción lógica llegar a otras verdades igualmente evidentes. Estas ideas son creadas por nuestro pensamiento, a partir de de sus potencialidades propias con ocasión de la experiencia sensible, (así pues todas las ideas claras y ciertas son innatas y todo conocimiento científico procede de ideas innatas). Debemos distinguir estas ideas claras y distintas de las ideas adventicias, causadas por la confusión de la experiencia sensible, y de las ideas facticias, causadas por la imaginación. Nuestras ideas claras y distintas de la naturaleza son, por lo tanto, innatas y simples, al igual que nuestro conocimiento de los principios universales y ciertos de la física. Estas ideas no pueden ser causadas por la percepción sensible, pues ésta nos aporta lo particular, no lo universal.

De esta forma, aquí se plantea uno de los principales problemas del Racionalismo; el pensamiento queda encerrado en sí mismo pues lo único que conoce son las ideas innatas que en él se encuentran. Para poder comprobar que las ideas adventicias se corresponden con la realidad, deberá demostrar la existencia de Dios, que se convirtió en garantía de que mi pensamiento se corresponde con la realidad extramental. Para ello, parte del análisis de la idea de Dios que se encuentra en mi mente como idea innata, y deduce que ha tenido que ser puesta en mí por una naturaleza perfecta que contenga las cualidades que la idea encierra. De esta forma queda demostrada la existencia de Dios, que se convierte en garantía de la correspondencia de las ideas que se encuentran en mi pensamiento, con la realidad exterior.


Contextualización:


El Siglo XVII fue una época de continuos cambios en todos los ámbitos, que produjeron numerosas crisis y desequilibrios, a los cuales se va a intentar poner solución. Aunque dichas soluciones acentuarán aún más la crisis.

  • En el ámbito económico se desarrolló el capitalismo, el cual produjo una gran inflación y se dieron numerosas hambrunas que disminuyeron la población. El mercantilismo surgíó como un intento de solución a esta crisis económica, tratando de favorecer al máximo la producción nacional y potenciar la industria.

  • La sociedad continuó siendo estamental, pero surge una nueva clase social: la burguésía, formadas por comerciantes, financieros y funcionarios, que van acaparando cada vez mayor poder económico, aunque no participan del poder político.

  • En cuanto a la política, se dieron numerosas revueltas internas en toda Europa y la relación entre países no es mejor, lo normal es la guerra. La monarquía absoluta es contemplada como el único medio para asegurar la paz y la seguridad. Pero los monarcas absolutos agravan la crisis en lugar de resolverla.

  • En el ámbito religioso también se dio una crisis que supuso la ruptura definitiva entre protestantismo y catolicismo.

  • En cuanto a la cultura y los conocimientos, se produjo una “crisis de la razón”. Debido al desarrollo de la “ciencia nueva”, las universidades entraron en decadencia y la vida intelectual se centró en los salones y las Academias. La filosofía escolástica pierde fuerza y se buscan nuevos horizontes. El cartesianismo, por su parte, surge como un intento de solución, pero acentúa la crisis, ya que genera polémicas al romper con el pasado y plantear problemas irresolubles.


  • Por último, el Barroco, arte de toda Europa, supone una crisis de la sensibilidad. Como consecuencia de las demás crisis, se ve el mundo como algo fugaz y cambiante y el tiempo se convierte en una obsesión.

El Racionalismo es la principal corriente del Siglo XVII, contra el que se alzarán posteriormente el Empirismo inglés y Kant. Se considera a Descartes su fundador, teniendo también como principales representantes a Spinoza, Malebranche y Leibniz. Los rasgos que definen el Racionalismo son:

  • Confianza absoluta en la razón. La razón tiene en sí misma unas ideas innatas, a partir de las cuales se puede deducir y construir todo el saber, ya que la razón es infalible si se utiliza bien.

  • La búsqueda del método. El método utilizado por los racionalistas es el matemático, el de la geometría de Euclides, debido a su certeza y evidencia. Partiendo de unos principios evidentes e indudables se deduce de forma necesaria una filosofía cerrada y completa.

  • La visión de la realidad se basa en el mecanicismo, es decir, lo único que importa de la realidad es su medida y extensión. Pero frente a esa concepción triunfa el subjetivismo, pues el hombre no conoce directamente la realidad, sino sus propias ideas, por lo que el pensamiento queda encerrado en sí mismo.

René Descartes nacíó en 31 de Marzo de 1596 en La Haye (regíón de Turena, Francia). Era hijo de un consejero del Parlamento de Bretaña. Entre 1604 y 1612 estudia lógica, filosofía y matemáticas en el colegio de La Flèche. En 1616 obtiene la licenciatura en Derecho por la Universidad de Poitiers. Pero queda decepcionado de la enseñanza recibida, sólo encuentra satisfacción en las matemáticas. Por ello decide emplear su juventud en viajar y recoger experiencias.


En 1618 marcha a Holanda a hacer su instrucción militar. Al año siguiente se traslada a Alemania, enrolándose en el ejército del duque Maximiliano de Baviera y, estando en Neuberg tiene tres sueños en los que descubre los fundamentos de una “ciencia admirable”, de su método. Tras esto abandona el ejército y comienza una época de viajes en los que se libera de errores y va ensayando el método, escribiendo Reglas para la dirección del espíritu. En 1628 se instala en Holanda, donde se dedica a su gran empresa filosófica y científica, desde allí irradiará  su pensamiento al resto de Europa. En 1633 tiene concluido su Tratado del mundo, pero se produce la condena de Galileo y decide no publicarlo. Pero no renuncia a dar a conocer su física y la publica parcialmente en 1637 precedida del Discurso del método. En 1641 aparecen Meditaciones metafísicas y en 1644 publica Principios de Filosofía. En 1649 publica su última obra Tratado de las pasiones del alma y cansado de la polémica que levanta su pensamiento, acepta la invitación de la reina Cristina de Suecia, trasladándose a Estocolmo, donde morirá  poco después el 11 de Febrero de 1650.

En lo que respecta a la repercusión del pensamiento de Descartes, podemos señalar que la convicción cartesiana de que la razón autónoma es la única guía posible para el hombre, determinará el carácter racionalista de toda la filosofía moderna. El concreto planteamiento que le da Descartes a la razón, dará lugar al Racionalismo moderno, que entiende la razón como “razón matemática”, sobre la cual se pretende fundamentar todo el edificio del saber. Frente a este “optimismo dogmático” reaccionarán el Empirismo y Kant. 

Además, el cartesianismo inició la tematización de un problema que será básico en la filosofía posterior: el problema del conocimiento. El papel que Descartes da a Dios en su solución y la dificultad de demostrar la existencia de Dios racionalmente, acentuarán este problema, siendo ésta una cuestión a superar por la filosofía posterior.

La solución y el tratamiento que da Descartes al problema del conocimiento, donde el yo sólo conoce las ideas, dará lugar al idealismo, que surge frente al Realismo ingenuo de la tradición aristotélica. Pero el idealismo cartesiano será sólo gnoseológico y subjetivo, pues el sujeto no crea el mundo.

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