Los prisioneros y las sombras
En el Mito de la caverna encontramos una serie de alegorías que simbolizan los pasos a seguir hasta alcanzar el conocimiento o el mundo de las ideas. Los prisioneros son hombres encadenados en la caverna desde niños. La diversidad de opinión entre los prisioneros al observar las sombras refleja el concepto de doxa (opinión), haciendo referencia crítica al relativismo sofista. Las sombras representan el conocimiento sensitivo, el nivel más bajo de la realidad, copias de copias a las que se accede mediante la imaginación (eikasia). Debemos entender la caverna como una representación del mundo sensible y la salida de la cueva como la ascensión del alma al mundo de las ideas, lugar al que pertenece.
El ascenso al mundo de arriba y el sol
El mundo de arriba va a representar desde el punto de vista ontológico el mundo de las ideas, y desde el punto de vista epistemológico, el verdadero conocimiento. La huida de la caverna hace referencia al proceso de educación del filósofo, mediante el cual pasará por cuatro grados de conocimiento. La situación inicial de los prisioneros atrapados simboliza la imaginación (eikasia). La primera etapa es cuando el prisionero es liberado y consigue mirar las estatuas y la hoguera simboliza la creencia (pistis). Después, fuera de la caverna, solo puede percibir las sombras de los objetos y sus reflejos, simbolizando el razonamiento deductivo (dianoia). Cuando se haya acostumbrado a la luz exterior, podrá ver los objetos a la luz del día (ideas) y finalmente mirar directamente al sol, que simboliza la idea de bien. La capacidad que permite conocer es la inteligencia, que debe ejercitar quien quiera dedicarse al gobierno de la polis: esta etapa simboliza la noesis.
El sol, representa la idea de bien, que es la cúspide de todas las ideas del mundo inteligible. Así, el sol es la idea suprema, sin la cual el resto de las ideas se mostrarían insuficientes, este ilumina los objetos y posibilita su conocimiento. El bien es causa directa de las demás ideas y estas, a su vez, son causa de los objetos del mundo sensible. Para explicar esta relación de causalidad Platón recurre al sol.
El retorno a la caverna y las tinieblas
El retorno a la caverna y las tinieblas tienen un significado alegórico. El primero representa la obligación dolorosa del sabio (aquel prisionero liberado) de curar a los prisioneros de su ignorancia. Las tinieblas expresan el contrapunto entre la ignorancia y la educación. Una vez que el prisionero ha contemplado el mundo exterior, no desea regresar al mundo de la opinión. Sin embargo, debe regresar al interior de la caverna y contar a los demás prisioneros lo que ha visto. El filósofo debe utilizar esos conocimientos para organizar la ciudad, pues es esta la que le ha brindado la educación. La idea clave de la República: los filósofos son los que deben gobernar la ciudad ya que son los únicos que poseen los conocimientos necesarios que garantiza un gobierno bueno y justo. Platón da una imagen negativa de ese retorno que se plasma en las tinieblas. El filósofo, acostumbrado a la luz del mundo exterior, vuelve a tener las mismas dificultades que tuvo al salir al exterior y se muestra torpe. Aquellos que permanecen en la ignorancia le menosprecian. Cuando el filósofo intenta ayudarles, conduciéndoles al bien, no lo entienden y las cosas que este afirma les parecen un disparate, al estar cegados por su ignorancia. Esto les molesta y, si pudieran, lo matarían.
LA TEORÍA DE LAS IDEAS
La filosofía platónica considera que existen dos mundos, uno que se capta por los sentidos (mundo sensible) y otro que solo se puede captar por la inteligencia (mundo inteligible). Cuando se observa el mundo a través de los sentidos, se encuentra en constante cambio, sin cesar. En el mundo sensible todo nace y muere, la naturaleza se marchita, los seres desaparecen e incluso las acciones de los seres humanos se olvidan. El mundo sensible es un mundo físico y, precisamente por eso, es un mundo imperfecto y sometido a cambio y destrucción, pero si se busca más allá de lo sensible, la inteligencia advierte que existe algo universal que solo se puede aprehender con lo que Platón llama «los ojos del alma», es decir, con la mente. Este es el mundo de las Ideas, que es inmutable y eterno. Su relación se da en que los objetos del mundo sensible participan de las Ideas y son un reflejo del mundo inteligible. El objeto que se ve existe en cuanto que participan de la Idea. El mundo sensible es un mundo aparente y sometido al devenir, no es real porque es una sombra del inteligible. Las ideas además son el fundamento de la ética y la estética. Las ideas nos permiten reconocer el valor, la justicia o la belleza, y afirmar lo bueno o lo bello que es algo. El mundo de las ideas está jerarquizado, en su base están las Ideas inferiores, como las realidades corpóreas, desde aquí se asciende pasando por los entes geométricos y matemáticos, las ideas de valores éticos y estéticos y, en la cúspide, la Idea del Bien en sí. Afirma Platón que, igual que el Sol alumbra los objetos del mundo sensible, así la Idea del Bien hace inteligibles las ideas, les da sentido y nos permite conocerlas.
Lo necesario y la ciencia.
Existen, según Aristóteles, dos partes en el alma racional: una con la que percibimos las clases de entes cuyos principios no pueden ser de otra manera (necesarios), y otra con la que percibimos los contingentes. A la primera se le llama científica, y a la segunda, razonadora, porque se encarga de deliberar acerca de lo contingente. Los seres contingentes son aquellos que pueden ser de otra manera. Son seres contingentes todos aquellos susceptibles de ser producidos por el ser humano, así como las acciones que realiza el ser humano, que decide en todo momento qué hacer, cómo comportarse; perteneciendo esto al contenido de los llamados saberes prácticos, que son, la Ética y la Política, que se mueven en el ámbito de la experiencia. En cambio los seres necesarios, son aquellos que no pueden ser de otra manera distinta de la que son, no pueden no existir, y son objeto de llamadas ciencias primeras. Solo podemos tener conocimiento de las cosas que no pueden ser de otra manera, porque si lo fuesen, estarían fuera de nuestra observación y se nos escaparía si existen o no. Lo que es objeto de ciencia es necesario por tanto, eterno, ingénito e indestructible. Cuando uno está convencido de algo y conoce sus principios, puede decir que sabe científicamente. La ciencia, que forma parte de las virtudes intelectuales es un conocimiento racional y universal, que trata de la esencia de lo real, por oposición a la opinión. Aristóteles bebe de esta concepción al distinguir entre lo necesario y lo continente. La postura aristotélica es expuesta en el libro VI de la Ética Nicomáquea y Analíticos segundos donde afirma que la ciencia es el conocimiento de lo universal y de las cosas necesarias, porque es el conocimiento de la causa por la que es la cosa, y no puede ser de otra forma.
La producción y la acción.
Aristóteles diferencia, en el libro VI de la Ética Nicomáquea, dos tipos de actividades: la praxis y la poiesis. La praxis es aquel tipo de acción que tiene un fin interno a la propia acción. Se corresponde con las acciones éticas. La poiesis es la acción que tiene siempre un fin externo a la propia acción. Se correspondería con las actividades técnicas o productivas y, para cada actividad, Aristóteles distingue un tipo de racionalidad. La racionalidad propia de la praxis es la prudencia (sabiduría práctica), mientras que la racionalidad de la poiesis es la racionalidad técnica. En la acción moral, a diferencia de la actividad técnica, el ser humano no busca fines externos que justifiquen la acción, sino que la acción quede justificada por sí misma. El fin de la acción es la actividad misma y no algo diferente a ella, mientras que, en la producción, el fin de la actividad es algo distinto a ella (el producto); aunque la producción y la acción, tienen en común referirse a lo que puede ser de otra manera y no a lo necesario. Una acción bien hecha será ella misma el fin, a diferencia de la producción. El fin de la política es para Aristóteles la acción, y no el conocimiento, ya que este es un medio para realizar correctamente las acciones, sin ser el fin. A través de la acción es como nos hacemos virtuosos, en la acción, Platón afirma que actúan solo la causa eficiente y la causa final.
Prudencia y moderación.
La prudencia es la sabiduría práctica, una virtud intelectual que permite al ser humano deliberar correctamente. El rasgo distintivo del hombre prudente es ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que serán buenas y útiles para él y que deben contribuir a su virtud y a su felicidad.
Tema: Virtud y felicidad.
Aristóteles señala que la acción humana tiene un telos, un fin; y, los fines son inferiores unos a otros hasta alcanzar el fin último: la felicidad. La ética aristotélica es una ética teleológica y eudaimonista (que persigue la felicidad), donde el fin y el bien coinciden. Una vez bajada la ética de los cielos platónicos a la tierra, lo primero que consta es que la ética no es una ciencia sino una reflexión práctica encaminada a la acción. Se define algo como virtuoso porque realiza bien la función que le corresponde. La investigación aristotélica sobre la areté no pretende ser teórica, sino que hace referencia al bien humano como cierta actividad. Aristóteles entiende la ética como un saber práctico. La felicidad se alcanza a través de una actividad que desarrollan las virtudes. El alma, para ser virtuosa, debe llevar a cabo sus funciones intelectuales. De esta manera, el ser humano se hace bueno cuando ejercita bien su función propia. Según esta función Aristóteles diferencia dos tipos de virtudes: las morales, que nos ayudan a elegir prudentemente el término medio más adecuado para nosotros; y las intelectuales, que consisten en la sabiduría que se adquiere y se aplica a la investigación científica y lo universal. Aristóteles define la virtud como un «modo de ser selectivo, siendo un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decide el hombre prudente. Es un medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto.
Según esta definición, hay que apoyarse de la prudencia para discernir en cualquier acción cuál sería el término medio en relación a nosotros, ya que este varía según sea la persona, incluso podemos equivocarnos al elegir el término medio.
Una vez escogido correctamente el término medio, que es la virtud, se convierte en un extremo en sí mismo porque es lo mejor. Para Aristóteles la virtud es un hábito, no se es bueno por hacer una buena acción en un momento determinado sino que tiene que ser una actitud y una elección constante. Nos hacemos virtuosos practicando actos virtuosos.
En cuanto a la felicidad Aristóteles defiende que todas las acciones humanas se guían por un fin, pero esos fines son múltiples y subjetivos. Existen fines que se buscan como medios para fines mayores, pero si existe un fin que busquemos por sí mismo, solo puede ser el bien, incluso el bien supremo. Y afirma el Aristóteles que ese bien es la felicidad pero definirla es un problema ya que para unos será el placer, para otros la riqueza y para otros los honores debido a que hay diferentes tipos de bienes. Para Aristóteles la felicidad es un bien, es suficiente por sí misma, debe ser una actividad que haga al hombre bueno y consiste en la actividad propia de la naturaleza del ser humano. Aristóteles explica que la felicidad consiste en el ejercicio de la actividad propia del ser humano y esta no es ni la vegetativa ni la sensible sino la actividad intelectual. Por lo tanto, el bien supremo del hombre, su felicidad, se encuentra en la actividad intelectual.