La antropología de Descartes se fundamenta en el dualismo antropológico, una consecuencia directa de su concepción metafísica. Este dualismo se centra en las sustancias creadas: la res cogitans, que en la antropología cartesiana representa la sustancia pensante e inmaterial (el alma), y la res extensa, que corresponde a la sustancia corpórea y material (el cuerpo). De esta manera, el ser humano se concibe como un compuesto de dos sustancias distintas, siendo la sustancia pensante la esencia del individuo.
La Libertad Humana y la Separación de Sustancias
La distinción entre las sustancias es crucial para preservar la libertad humana. La sustancia corpórea, sometida a las leyes de la física, funciona como una máquina y carece de libre albedrío. Si no existiera esta separación, la sustancia pensante también estaría sujeta a las leyes físicas, perdiendo así su libertad.
La preservación de la libertad humana es fundamental, ya que el propio cogito (pienso, luego existo) depende de nuestra capacidad de ser libres. La estructura del cogito es independiente de la res extensa, lo que significa que no está sometida al mecanicismo del mundo físico.
Ruptura con la Antropología Antigua
Descartes rompe con la antropología de la filosofía antigua. Aristóteles, por ejemplo, defendía que el ser humano era una sustancia compuesta de materia (cuerpo) y forma o esencia (alma), y postulaba la existencia de tres tipos de alma: vegetativa, sensitiva y racional. Para Descartes, en cambio, el ser humano es un compuesto de dos sustancias y solo existe un alma, la racional. Esta concepción implica que la naturaleza funciona como una máquina y establece una separación radical entre la naturaleza y el ser humano.
Platón, otro filósofo de la antigüedad, entendía el alma como el principio vital del ser humano, responsable del movimiento del cuerpo. Para Descartes, sin embargo, el cuerpo está separado del alma y se mueve gracias a las leyes de la naturaleza.
El Problema de la Interacción Cuerpo-Alma
Si el alma y el cuerpo son dos sustancias completamente diferentes, surge el problema de cómo es posible que el pensamiento y el movimiento del cuerpo coincidan. En la filosofía antigua, este problema no existía, ya que el alma era considerada el principio vital del cuerpo.
Descartes intenta resolver este problema postulando la existencia de la glándula pineal como punto de encuentro entre el cuerpo y el alma, siendo principalmente la sede del alma. El movimiento sería provocado por los espíritus animales, partículas en la sangre que ejercen presión mecánica sobre la glándula, transmitiendo al alma las impresiones de los sentidos. La glándula, a su vez, actúa sobre los espíritus animales que llegan a los músculos, transmitiéndoles el movimiento. Esta teoría se conoce como dualismo interaccionista, ya que la relación entre cuerpo y alma es causal.
El Yo y la Experiencia del Cuerpo
Para Descartes, el yo es el alma, la esencia, y no la suma de cuerpo y alma. Sin embargo, la relación cuerpo-alma no es como si el alma fuera un elemento externo del cuerpo. Experimentamos nuestro propio cuerpo de manera diferente a los cuerpos externos. Existen dos tipos de sensaciones: las externas, que proceden de los sentidos, y las internas, que proceden de nosotros mismos. Esto se debe a que el alma se extiende por todo el cuerpo, aunque exista un lugar privilegiado para ella, la glándula pineal.
Críticas y Alternativas al Dualismo Cartesiano
La teoría de la glándula pineal ha sido criticada por presentar el problema del homúnculo, es decir, entender el alma como un pequeño hombrecillo dentro del cuerpo que actúa en la glándula pineal. Esto simplemente traslada el problema de la relación cuerpo-alma al problema de la relación entre el alma y la glándula pineal. Además, esta teoría contradice los avances médicos de la época.
Otros filósofos han propuesto alternativas al dualismo cartesiano. Malebranche, por ejemplo, defiende que el cuerpo y el alma no tienen relación causal, ya que la causa de todo es Dios. Spinoza, por su parte, sostiene que la conciencia y la extensión no son sustancias finitas, sino atributos de la única sustancia verdadera e infinita, que es Dios (panteísmo). Finalmente, Leibniz afirma que el alma y el cuerpo existen en una armonía preestablecida por Dios, rechazando la explicación interaccionista de Descartes.