Escepticismo y Certeza de la Propia Existencia
San Agustín aborda la cuestión de la certeza sin depender exclusivamente de la fe, utilizando la razón como herramienta principal. Aunque inicialmente simpatizó con el escepticismo de los académicos, llega a la conclusión de que su rechazo es fundamental para alcanzar la verdad de la fe.
Para San Agustín, la certeza se obtiene al descubrir nuestra propia existencia, nuestro conocimiento y nuestra capacidad de amar. A través del conocimiento interior, se llega a la certeza y a la verdad. Su argumento central se resume en la frase: «Si me equivoco, existo».
Los escépticos, a pesar de creerse sabios, niegan la verdad, incluso la verdad de su propia afirmación. El argumento agustiniano se basa en la autoconciencia: si dudo de mi existencia, es porque existo para dudar. Estas dos verdades, la existencia del ser y la certeza de la propia existencia, son irrefutables, incluso para los escépticos.
San Agustín sostiene que todo ser humano tiene la certeza de su propia existencia, aunque dude de la existencia de Dios o de los objetos creados. El simple hecho de dudar demuestra la existencia del hombre, ya que si no existiera, no podría dudar. Incluso si los escépticos argumentan que los sentidos nos engañan y no hay certeza absoluta, no pueden negar el conocimiento cierto que la mente tiene de sí misma.
Amor a la Existencia y Amor al Conocimiento
Tras evidenciar la certeza de la imagen de Dios en el ser humano a través de la existencia, el conocimiento y el amor, San Agustín se centra en la importancia del amor al ser, destacando la fuerza del instinto de conservación en el hombre.
Para ilustrar esta idea, plantea la siguiente alternativa hipotética: elegir entre perder la vida y con ella la miseria en la que se puede vivir, o vivir eternamente en esa misma miseria. La opción más lógica, acorde con el sentido común, es continuar en la miseria antes que perder la vida. Este instinto de conservación está presente en todos los seres vivos, incluso en aquellos carentes de razón.
A través de la creación divina, a partir de la nada, todos los seres participan del hecho de ser. Todos los seres tienden, por naturaleza, al ser, a la vida. Por eso, todos los seres rehúyen la muerte. El ser es lo primordial en toda criatura. Ser/existir son categorías que posibilitan un acercamiento a Dios creador.
Aunque los animales nos superen en algunas agudezas sensoriales, como la capacidad visual del águila, no disponen de la luz incorpórea que ilumina nuestra mente y nos permite juzgar rectamente. San Agustín está interesado en destacar lo que distingue al ser humano de los animales y de su limitada capacidad de conocimiento.
Los seres humanos, además de los sentidos corporales, tenemos un sentido interior por el que percibimos lo justo y lo injusto. Hay una diferencia fundamental entre el hombre y el resto de los seres: el conocimiento. El hombre posee un conocimiento superior que lo acerca más a Dios.
El hombre quiere, ama lo que conoce, y así llega a una unión sobrenatural, espiritual y amorosa con Dios a través de la fe. La finalidad del sentido interior del hombre es el conocimiento de Dios en nosotros, y este conocimiento solo es alcanzable a través de la fe.
El Hombre como Imagen de Dios
La singularidad específica del ser humano, limitado física e intelectualmente, consciente y con un ansia insatisfecha de felicidad, no encuentra una respuesta adecuada, según San Agustín, sino en la iluminación de la revelación cristiana, que confiere sentido a las preguntas trascendentales que el ser humano se formula respecto a su pasado, presente y futuro.
San Agustín, desde su perspectiva creyente, siguiendo los dictámenes de la fe e inspirándose en el Génesis, sostiene que en el hombre hay una imagen de Dios. Esta verdad religiosa, aunque misteriosa, no es absurda, y trata de explicarla a través de los conceptos de la filosofía griega.
Dios es un ser infinito, omnipotente, eterno, etc. El hombre, como ser creado de la nada por Dios, solo dispone de aproximaciones intuitivas a estas realidades divinas. A pesar de esta diferencia fundamental entre Dios y el hombre, el hombre es el ser de la naturaleza más próximo a Dios.
El hombre puede acercarse o alejarse de Dios según la decisión de su voluntad. Estas posibilidades se proyectan en las acciones que realiza. La imagen de Dios en el hombre se evidencia en las tres facultades humanas sobre las cuales tenemos certeza:
- La Memoria: que nos permite la propia identidad y manifestar que somos.
- La Inteligencia: que nos permite conocer.
- La Voluntad: que potencia el amar este ser y este conocer.
Sabiduría e Iluminación
Para San Agustín, el conocimiento tiene un carácter intrínsecamente religioso. La superioridad del mundo inteligible exige la liberación del alma respecto del cuerpo. Una vez liberada, y dado que la verdad es Dios, el alma se orientará necesariamente a Él como el único objeto que puede reportarle felicidad.
San Agustín distingue tres niveles de conocimiento: sensible, racional y la contemplación.
- Conocimiento sensible: obtenido a través de los sentidos.
- Conocimiento racional: obtenido por la razón a partir del conocimiento sensible. La razón juzga lo percibido por los sentidos y da lugar a la ciencia. Los animales carecen de esta facultad.
- Contemplación: o conocimiento de sabiduría, es el conocimiento filosófico y trata sobre las verdades universales, eternas e inmutables, como la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. En esta contemplación reside la verdadera sabiduría.
Lo ideal es que esta sabiduría aumente y que la razón se dirija al buen uso de las cosas mutables y corpóreas, que deben servir al logro de las cosas eternas. Así, el hombre conseguirá su fin sobrenatural: la felicidad en la posesión y visión de Dios.
Solo la iluminación divina proporciona estas ideas eternas. El hombre que quiera encontrar estas verdades eternas debe interiorizarse. Para explicar la relación entre las ideas eternas y las cosas, San Agustín utiliza un concepto del estoicismo: las razones seminales.
San Agustín ofrece la teoría de la iluminación a todo hombre que busca sinceramente la verdad, aunque no haya conocido el mensaje cristiano. La iluminación se fundamenta en la imagen de Dios en el hombre y en la verdad teológica de que Jesucristo, Dios y hombre a la vez, actúa como maestro interior del hombre.
Contexto, Obras e Influencias
El pensamiento de San Agustín se enmarca en el contexto de la filosofía cristiana y medieval, donde la filosofía se considera «sierva de la teología». Las verdades religiosas necesitan ser expresadas a través de conceptos filosóficos.
San Agustín se integra en el ámbito de la Patrística, que designa a todos los escritores eclesiásticos que vivieron entre los siglos III y VIII y murieron en la fe cristiana y en comunión con la Iglesia. Como Padre de la Iglesia, contribuyó a elaborar el dogma cristiano, utilizando su conocimiento de la filosofía griega, especialmente de Plotino.
Algunas de sus obras más importantes son:
- La Ciudad de Dios: donde expone que todo hombre es imagen de Dios, pero tiene libre albedrío para elegir entre el bien y el mal. El bien y el mal coexisten a lo largo de la historia, que culminará en el juicio final, donde se definirá el destino de cada ser humano.
- Confesiones: donde realiza un profundo estudio antropológico, evidenciando la sed de felicidad y la incompletud que experimenta el ser humano.
- Soliloquios: donde continúa su reflexión sobre la interioridad humana.
- Sobre el libre albedrío: donde aborda la cuestión de la libertad humana y la responsabilidad moral.
- Contra Académicos: donde refuta el escepticismo y defiende la posibilidad del conocimiento cierto.
- Sobre la Trinidad: donde trata de explicar el misterio de la Trinidad divina.
La influencia de San Agustín en la historia del pensamiento occidental es innegable. Filósofos como Descartes se inspiraron en él para superar la duda metódica. Kierkegaard lo valoró por su análisis de la interioridad y la libertad humana. Sin embargo, otros como Nietzsche rechazaron su concepción teológica.
San Agustín vivió en una época de transición, en la que el cristianismo se establecía como religión oficial del Imperio romano. Experimentó la coexistencia de diversas culturas y la crisis del mundo antiguo. Su encuentro con el cristianismo y el descubrimiento de la imagen de Dios en el hombre colmaron sus ansias de felicidad y dieron sentido a su vida.
Su pensamiento sigue siendo relevante en la actualidad, ya que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, la búsqueda de la verdad, el sentido de la vida y la relación entre fe y razón.