Ética y Moral
Se habla de la ética y la moral como si fuesen sinónimos y con el mismo significado, pero no lo son. No existe gran diferencia entre los dos términos, los dos poseen un significado parecido: costumbre, hábito.
La moral pertenece directamente a la vida práctica, la podemos definir como el conjunto de normas y conductas con que organizamos nuestra vida individual y colectivamente. Consiste en el conjunto de normas o reglas de conducta que pretenden regular las acciones concretas de los hombres y responde a la pregunta que todos los seres humanos nos planteamos.
La ética, en cambio, es más bien teórica; pertenece asimismo a la vida práctica, pero indirectamente, puesto que es la reflexión que hacemos sobre las acciones morales. La ética reflexiona sobre esas normas que hemos llamado morales, no de modo directo sino que plantea si es necesario y, en caso afirmativo, por qué unos y no otros, también intenta responder si es necesario que nuestro comportamiento se atenga a unas normas y en caso de ser positivo, de dónde pueden provenir esas normas.
El Relativismo Moral
El relativismo en la reflexión ética, defiende que no existen valores absolutos, y que la bondad o maldad de las acciones depende de las circunstancias. Este pensamiento es antiguo, ya presente en los sofistas, como Protágoras, quien sostenía que cada individuo es la medida de todas las cosas, influenciado por la diversidad cultural de las polis griegas.
Los defensores de una ética universal critican el relativismo por su contradicción lógica interna y por la necesidad de valores universales para la convivencia en un mundo globalizado. Los relativistas responden que su postura promueve la tolerancia y la convivencia pacífica entre culturas diversas. Los universalistas, por su parte, sostienen que la verdadera tolerancia implica un intercambio de ideas que fomente la paz, no la aceptación pasiva de normas morales contradictorias.
El Contractualismo
Los teóricos de los siglos XVI y XVII utilizaron las teorías contractualistas para explicar que el poder reside en el pueblo y que la autoridad recibe su poder de él. Estas teorías sostienen que los humanos forman sociedades por decisión propia mediante un «contrato social», que establece las reglas de convivencia y limita el poder de la autoridad. Aunque proponen que la sociedad nace de un pacto, esto no significa que vean al ser humano como no social por naturaleza. El «estado de naturaleza» y el «contrato social» son ficciones metodológicas que permiten explicar que el poder y las normas provienen del pueblo. Antes de la sociedad, los humanos vivían en el «estado de naturaleza», que es un concepto teórico para justificar las reglas de convivencia. Los contractualistas descomponen y reconstruyen el Estado a partir de los individuos para mostrar que la autoridad recibe su poder del pueblo y para justificar las reglas de convivencia en la sociedad política. Aunque están de acuerdo en que el poder proviene del pueblo, difieren en las reglas específicas que establecen para la sociedad.
Las Éticas de la Felicidad
A lo largo de la historia, han existido diversas fundamentaciones racionales de la moralidad. Una de las más importantes son las éticas de la felicidad, también conocidas como éticas eudaimónicas. Estas sostienen que las acciones no son buenas o malas en sí mismas, sino en la medida en que proporcionan felicidad, por lo que se les denomina éticas consecuencialistas. La moralidad se fundamenta en la naturaleza humana y en la búsqueda de la felicidad, entendida como el objetivo final de nuestras acciones, por lo que también se llaman éticas teleológicas. Estas éticas varían en cómo entienden la felicidad, desde el desarrollo de la inteligencia en Aristóteles, hasta el placer individual en el epicureísmo y el placer social en el utilitarismo. Aunque difieren en sus enfoques, coinciden en que el fin último de la vida moral es la felicidad. Las éticas teleológicas surgieron en Grecia, se mantuvieron en el cristianismo y reaparecieron con fuerza en el utilitarismo y el pragmatismo moderno.
Las Éticas Deontológicas
Las éticas deontológicas sostienen que la moralidad se fundamenta en la autonomía y la capacidad de los humanos para dictar sus propias leyes, en lugar de seguir un orden natural impuesto. Los seres humanos adquieren dignidad al ser auto legisladores, obedeciendo las normas que se imponen a sí mismos. Para los defensores de estas éticas, las personas obran bien cuando realizan acciones que han decidido por sí mismas, siguiendo el deber que dicta su razón. La moralidad de una acción se basa en la intención y la forma, no en el contenido de la acción. A diferencia de las éticas teleológicas, donde la ley moral proviene de la naturaleza, en las éticas deontológicas la ley moral procede de la razón. Estas ideas tienen precedentes en la filosofía estoica de Grecia y alcanzan su máximo desarrollo con Kant en el siglo XVIII. Kant afirmó que la moralidad consiste en la realización de la autonomía humana, alcanzada cuando las personas obedecen los imperativos de su razón.