1. ÉTICA/MORAL (Aristóteles)
Aristóteles, reconocido por su enfoque teleológico, consideraba la moral y la ética desde la perspectiva de la búsqueda de la felicidad como el fin último de la vida humana. Para él, la moralidad se basaba en el concepto de eudaimonía, donde la felicidad no se limita a placeres momentáneos, sino que implica el desarrollo personal y la excelencia. Sin embargo, planteaba que el ser humano, aunque aspira a la plena felicidad, nunca puede alcanzarla debido a sus necesidades corporales y sociales. Siendo el Primer Motor el único que alcanzará la felicidad absoluta. Destacaba la importancia del desarrollo de virtudes para lograr una vida significativa. Estas virtudes, tanto dianoéticas (relacionadas con el entendimiento y la contemplación) como éticas (vinculadas a las necesidades humanas y sociales), eran esenciales para acercarse a la felicidad.
El discípulo de Platón afirmaba que la virtud ética se manifestaba como un hábito adquirido por la práctica frecuente, buscando el término medio entre dos extremos viciosos, adaptándose a situaciones específicas y no siendo un estándar universal. Para Aristóteles, la felicidad se alcanza mediante la vida contemplativa y la práctica de virtudes éticas que perfeccionan aspectos racionales y sociales del ser humano. Sostenía que la virtud se encontraba en el punto medio, relativo a cada individuo, y se adquiere mediante la repetición de actos, convirtiéndose en un hábito que influía en la conducta. La prudencia era la mayor de las virtudes éticas, perfeccionando el entendimiento práctico y subordinando a otras virtudes como la templanza, la fortaleza, la justicia y la valentía.
Además, resaltaba la importancia de la educación moral mediante la templanza para disfrutar de placeres adecuados y rechazar los inconvenientes que podían llevar al hombre a ser esclavo de sus pasiones. El estagirita también establecía una conexión intrínseca entre la ética y la política, argumentando que la construcción de una sociedad justa y virtuosa era crucial para que los individuos alcanzasen la felicidad. En su visión, la ética y la política se entrelazaban en la búsqueda del bien común y la excelencia colectiva.
2. POLÍTICA (Aristóteles)
Aristóteles afirma que el hombre es un ser social “animal político” por naturaleza, y el que no es capaz de participar en la vida social o es demasiado autosuficiente para tener necesidad de ella, o es una bestia o un dios (es decir, está por debajo o por encima de lo humano). No hay que confundir la sociabilidad humana con la del animal. Los animales son capaces de formar asociaciones (como las abejas), pero Aristóteles insiste en que la asociación humana tiene carácter político, nos dice que los humanos poseen el lenguaje por naturaleza, distinto al de los animales que solo expresan placer y dolor mientras que el hombre a parte de la voz, también utiliza la palabra para expresar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto… Aristóteles establece que poseemos el lenguaje para elaborar leyes.
Según Aristóteles la ciudad o Estado (polis) es anterior al individuo, lo que no significa un sacrificio del individuo en relación con el Estado, sino que el individuo sólo puede llevar una vida plena y desarrollar sus potencialidades si forma parte de una pólis bien gobernada. De ahí la subordinación de la Ética a la Política.
Aristóteles clasifica las formas de gobierno utilizando dos criterios: el número de los que gobiernan y el bien que persigan al gobernar, el buen gobierno busca el bien común y el mal gobierno busca el bien particular del que gobierna. Aplicando estos criterios se obtienen tres formas legítimas de gobierno y tres formas degeneradas. Monarquía, la cual es el estado gobernado por un individuo que persigue el bien común. La forma degenerada sería la tiranía. La aristocracia es el estado gobernado por unos pocos, los mejores, que persiguen el bien común. En cambio, la oligarquía es el estado gobernado por unos pocos que no persiguen el bien común. La última forma de gobierno que analiza el discípulo de Platón es la democracia, pero para que funcione bien es necesaria la educación del pueblo. En caso de no hacerlo bien, degenera en demagogia (no se favorece al pueblo, solo a unos pocos).
1. DIOS (Agustín de Hipona)
San Agustín defiende el Creacionismo, argumentando que Dios creó el mundo y el tiempo desde la nada, aplicando la Teoría del Ejemplarismo. Según esta perspectiva, Dios materializa seres concretos a partir de ideas eternas que existen en su mente divina, dando origen a entidades a lo largo del tiempo a través de gérmenes o razones seminales depositados en la materia. La entidad creada consta de materia y forma, siendo esta última la esencia que define su ser.
Para el filósofo africano, Dios no abandona su creación, sino que la cuida y gobierna a través de un plan expresado en la ley eterna. Asimismo Aborda el problema del mal como carencia de ser o perfección, no como algo creado por Dios, y justifica el mal moral humano en aras de un bien mayor: la libertad. Aunque la existencia de Dios se sostiene por la fe, el filósofo del siglo V presenta argumentos racionales basados en el consenso humano y la perfección de la creación como indicios de un ser supremo. Sin embargo, destaca el argumento que deriva del carácter eterno e inmutable de ciertas ideas en el alma que contrasta con la naturaleza finita y mutable humana.
En cuanto al conocimiento, el de Hipona distingue entre el sensible(generador de opinión), el racional inferior (ciencia) y el racional superior (filosofía y sabiduría), Defendiendo la teoría de la iluminación que se basa en que entendemos las ideas gracias a la iluminación divina de Dios. En la relación entre Razón y Fe, Agustín aboga por su complementariedad. Aunque la fe debe predominar, la razón y la fe deben colaborar mutuamente, siguiendo el lema de «comprende para creer y cree para comprender.»
2. SER HUMANO MEDIEVAL (Agustín)
El ser humano, según S. Agustín, está hecho a imagen y semejanza de Dios. Esto quiere decir que posee, a diferencia de los animales, vida espiritual. Por ello, defenderá el dualismo afirmando que el hombre se compone de dos sustancias, el cuerpo (materia) y el alma (forma) cuya unión es accidental. Así, el hombre es fundamentalmente un alma inmortal frente a un cuerpo mortal y corruptible.
Esta alma humana tiene tres facultades que le hacen ser una única persona: memoria, inteligencia y voluntad. La memoria permite unir el presente y el pasado creando la identidad personal. La inteligencia permite conocer la verdad. La voluntad, por último, lleva a buscar el amor y la felicidad que solo se pueden encontrar plenamente en Dios.
Por todo ello, y siendo ese amor lo fundamental, el alma debe regir el cuerpo para volver a Dios de quien procede. S. Agustín defiende el libre albedrío en el ser humano. La voluntad libre nos permite pecar (libertinaje) o vivir bien y conforme a la ley de Dios (libertad). Sin embargo, la voluntad no es suficiente para ser bueno por culpa del pecado original, que hemos heredado y por ello el ser humano necesita la gracia, dada por Dios, para obrar correctamente.
Una acción humana debe juzgarse teniendo en cuenta la intención que la guía: si es conforme a la ley de Dios será buena; si no, será pecado. El mal moral humano se afirma como fruto de un bien mayor, el libre albedrío, resultando del abuso que el hombre comete de este libre albedrío. Por ello, el ser humano es responsable del pecado cometido pues sin libre albedrío no habría responsabilidad ni culpa. La voluntad humana tiende a la felicidad, fin supremo que sólo se consigue en la otra vida, con la contemplación y amor de Dios.
1. CONOCIMIENTO/REALIDAD (Descartes)
Descartes, el padre del Racionalismo, se sumerge en el problema del conocimiento con una meticulosidad y rigor característicos, persiguiendo una verdad absoluta y segura. Para ello, traza el camino del método cartesiano, cimientos fundamentales de su pensamiento, que se erige sobre dos pilares esenciales: la intuición y la deducción. Este método, plasmado en cuatro reglas —evidencia, análisis, síntesis y enumeración—, busca dirigir el proceso de razonamiento humano de manera acorde con la propia razón, distinguiendo dos modos de conocimiento fiable: la intuición, que permite la aprehensión clara y distinta de ideas simples, y la deducción, que conecta lógicamente estas ideas para edificar verdades más complejas.
A través de la duda metódica, Descartes pone a juicio todo conocimiento hasta dar con algo innegable. Cuestiona la fiabilidad de los sentidos, la existencia misma de una realidad exterior y
hasta la validez de la razón, planteando la hipótesis de un genio maligno que pueda engañar al entendimiento humano. No obstante, encuentra en el acto mismo de pensar una certeza irrefutable, expresada en la célebre afirmación «Pienso, luego existo» (cogito ergo sum). Esta verdad primordial establece la existencia de la sustancia pensante, el «yo» que piensa, como el primer asidero seguro del conocimiento. Además de la sustancia pensante (res cogitans), Descartes propone la existencia de otras dos sustancias: la infinita, atribuida a Dios y a la perfección (res infinita), y la extensa (res extensa), correspondiente a la materia y a la extensión. En esta concepción, la sustancia se define como aquello que existe de manera independiente, no necesitando de nada más para su existencia. Así, el legado de Descartes trasciende la mera búsqueda de certezas para adentrarse en las profundidades de la metafísica y la epistemología. Su método y su concepción de las sustancias no solo establecen fundamentos sólidos para la indagación filosófica, sino que también abren las puertas a un nuevo paradigma en el entendimiento de la realidad y el conocimiento humano.2. DIOS (Descartes) El filósofo René Descartes, figura central del racionalismo en la época moderna, abordó el problema de Dios como parte integral de su método filosófico. Su enfoque, marcado por la búsqueda de certezas indubitables, se cristaliza en la afirmación «Cogito ergo sum» («Pienso, luego existo»), obtenida mediante la duda metódica. Descartes distingue entre distintos tipos de ideas, adventicias (proceden de la experiencia externa), facticias (aquellas que construye la mente a partir de otras ideas) e innatas (ideas claras y distintas que posee el entendimiento por naturaleza). Un ejemplo de idea innata es la idea de Dios. A partir del cogito, Descartes llega a la existencia de tres sustancias definidas cada una por un atributo: sustancia pensante, yo o alma(res cogitans), sustancia extensa, la materia (res extensa) y aquella sustancia que existe de tal modo que no necesita a ninguna otra cosa para existir, que es la sustancia infinita, Dios (res infinita). La existencia de Dios se deriva de la idea de infinito y perfección: si poseemos la idea de infinito, necesariamente debe existir un ser infinito que la origine. Además, la idea de perfección innata en el pensamiento humano también apunta a la existencia de un ser perfecto, ya que la imperfección del yo implica la necesidad de una causa perfecta que la haya puesto en la mente del individuo. Descartes establece que Dios, como ser perfecto, garantiza la veracidad de las ideas claras y distintas. Su existencia asegura la validez del principio de evidencia, pues en su infinita bondad no permitiría el engaño en la percepción clara y distinta de la realidad, invalidando así la hipótesis del genio maligno. En la concepción mecanicista del universo de Descartes, Dios actúa como creador de la materia y, por ende, del movimiento. La inmutabilidad divina se manifiesta en la conservación de la cantidad total de movimiento en el universo. Este enfoque cartesiano resalta la importancia de la razón y la certeza en la construcción del conocimiento. A través de la demostración de la existencia de Dios, Descartes establece un fundamento sólido para la verdad y la fiabilidad del conocimiento humano, mientras que su visión mecanicista del universo sitúa a Dios como el origen y garante del orden y la regularidad en la naturaleza.
1. HUMANO EN ANTIGUO (Platón) Platón, en su perspectiva antropológica, establece una distinción esencial entre el cuerpo y el alma, adoptando un enfoque dualista. El alma, según él, pertenece al mundo de las ideas y es eterna, inmutable e inmortal, mientras que el cuerpo es parte del mundo sensible, finito, cambiante y mortal. Este dualismo es fundamental para comprender la naturaleza del ser humano en la filosofía platónica. La justificación de la inmortalidad del alma se basa en un argumento ético presentado por el discípulo de Sócrates. Según este razonamiento, si el alma no fuera inmortal, carecería de sentido castigarla después de la vida, y tampoco habría recompensa para las almas virtuosas. La noción de reminiscencia es central en la filosofía de Platón. Según este concepto, cuando el alma cae en el cuerpo, olvida todo su conocimiento previo en el mundo de las ideas. A medida que interactúa con el mundo sensible, el alma recuerda progresivamente todo el conocimiento que ya poseía. De este modo La reminiscencia explica el proceso de adquisición de conocimiento a lo largo de la vida como un recordar lo que el alma ya sabe. Desde una perspectiva ética, Platón distingue tres tipos de alma: la concupiscible, que abarca las necesidades básicas; la irascible, fuente de pasiones nobles; y la racional, en contacto con la vida intelectual y el mundo de las ideas. Para lograr la purificación, el alma racional debe ejercer control sobre las otras dos partes. Solo las almas purificadas pueden regresar al mundo de las ideas después de la muerte del cuerpo. El mito del carro alado en el diálogo «Fedón» ilustra este proceso, destacando la lucha del alma racional(auriga) por mantener el equilibrio entre el valor(caballo blanco) y la pasión(caballo negro) y alcanzar la virtud, concretamente la sabiduría. Platón extiende esta analogía al ámbito social, proponiendo que la sociedad debe organizarse de manera análoga al alma. Los trabajadores, guerreros y gobernadores se distribuirán en ciudades que reflejan las partes del alma que han desarrollado más: sabiduría, valor y templanza. Este ideal de organización social busca la creación de un Estado justo donde cada individuo cumple su función según la parte del alma que ha cultivado, contribuyendo así al bienestar colectivo.