La filosofía de Nietzsche: Dionisiaco, Nihilismo y Transmutación de Valores

Dionisiaco vs. Apolíneo

Nietzsche argumenta que los antiguos griegos poseían dos perspectivas distintas del mundo: la apolínea, asociada con el orden y la razón, representada por Apolo; y la dionisíaca, vinculada a Dioniso, que encarna el caos y la emoción. La visión apolínea busca el sentido y el orden en el mundo, mientras que la dionisíaca lo percibe como un torbellino caótico y sin sentido.

Para Nietzsche, el arte trascendía el mero entretenimiento; era una herramienta para comprender la auténtica realidad del mundo. Consideraba la tragedia griega como una forma artística excepcionalmente poderosa, ya que fusionaba teatro, música, danza y sabiduría. En su obra «El nacimiento de la tragedia», Nietzsche postula que los griegos lograron un equilibrio entre estas dos visiones del mundo a través de la tragedia, creando belleza y significado en medio del caos.

Nihilismo: Decadencia y Afirmación

El nihilismo, proveniente del latín «nihil» (nada), es una postura que niega cualquier valor a la existencia o que centra la vida en algo inexistente. Nietzsche identifica dos formas de nihilismo:

Nihilismo Pasivo

Considera a la cultura occidental como nihilista, ya que fundamenta sus esperanzas en entidades inexistentes, como el Dios cristiano o el Mundo Ideal de los filósofos, ignorando la realidad tangible y dinámica de la vida. Nietzsche critica este rechazo a la vida y la idolatría de conceptos abstractos. El «nihilista pasivo» se resigna ante la muerte de Dios y puede sucumbir a la desesperación o la inacción.

Nihilismo Activo

Nietzsche propone esta postura como respuesta al nihilismo pasivo. Implica revalorizar la vida, los sentidos y lo dionisíaco, en lugar de rechazarlos en favor de conceptos abstractos. Nietzsche expresa este nihilismo activo al proclamar la muerte de Dios, simbolizando el fin del mundo trascendente y la necesidad de revalorizar la vida en su realidad tangible y dinámica. Propone un «politeísmo» de interpretaciones sobre la realidad, reconociendo la pluralidad y riqueza de la vida.

Aunque Nietzsche critica el nihilismo pasivo, él mismo aboga por un nihilismo activo que revalore la vida y los valores vitales.

Transmutación de Valores

En «La genealogía de la moral», Nietzsche explora la crítica a la moral cristiana a través del estudio del origen de los valores. Utiliza el método genealógico para investigar la evolución de los conceptos de bien y mal a lo largo de la historia.

En la antigua Grecia homérica, ser bueno implicaba ser fuerte, apasionado, poderoso y un creador de valores. Sin embargo, con Sócrates y Platón, surge un pesimismo nihilista que asocia lo bueno con la renuncia a la vida y las pasiones en favor de un mundo ideal e inexistente. El judaísmo y el cristianismo, influenciados por el platonismo, introducen una moral basada en el resentimiento, condenando la vida por impotencia para vivirla. Esto lleva a una inversión de valores, donde los buenos son los sumisos y débiles, mientras que los poderosos y orgullosos son considerados malos.

Nietzsche propone una transmutación de valores, abogando por una moral que afirme la vida, las pasiones y los instintos. El superhombre sería el exponente de esta nueva moral, capaz de aceptar la muerte de Dios y de dar valor a la vida y sus aspectos dinámicos.

Este concepto ha sido interpretado de diversas maneras durante el siglo XX. Algunos lo relacionan con el darwinismo social, destacando la lucha por la supervivencia como un valor natural. Sin embargo, estas interpretaciones simplistas no reflejan completamente el pensamiento de Nietzsche, quien advierte contra los peligros del totalitarismo y no aboga por el antisemitismo.

Otra interpretación sugiere que los seres superiores tienen derecho a comportarse según sus propias normas, similar a las ideas de los sofistas Trasímaco y Calicles. Sin embargo, una interpretación más cercana al espíritu griego ve al superhombre como un símbolo de valentía, fuerza y afirmación, similar a los héroes homéricos como Aquiles y Odiseo.

La Inocencia del Devenir

Nietzsche presenta la idea de la «inocencia del devenir», que se opone a las interpretaciones morales de Platón o el cristianismo. Según esta visión, el mundo en su constante cambio es inocente y está más allá de conceptos como el bien y el mal. No hay un propósito predefinido ni libre albedrío; estos conceptos son meras invenciones que permiten culpar y castigar. La vida se desarrolla en un ámbito de inocencia, sin ataduras morales impuestas, y somos responsables ante nosotros mismos como creadores de valores.

Este concepto se puede rastrear en textos tempranos de Nietzsche, como cuando compara las visiones de Anaximandro y Heráclito. Mientras Anaximandro ve la existencia como una culpa que debe ser castigada con la muerte, Heráclito contempla el universo como un juego inocente. Platón y el cristianismo, por otro lado, culpan al mundo y crean una realidad eterna e inmutable para escapar del cambio y la muerte.

Homero y el cristianismo ven la existencia como culpable, pero mientras que para Homero la culpa recae en los dioses, el cristianismo culpa a los hombres. Nietzsche defiende la inocencia del devenir, argumentando que el problema no reside en quién es responsable del caos y el sinsentido de la existencia, sino en comprender si la existencia misma es culpable o inocente.

En «Así habló Zaratustra», Nietzsche presenta al niño como el estadio final de la evolución del espíritu humano, el único e inocente creador de valores.

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