La ética de Tomás de Aquino se fundamenta en el análisis de la naturaleza humana. Todos los seres naturales tienden a alcanzar un fin cuyo logro es su propio bien. Aristóteles precisa que la felicidad es el fin hacia el cual está orientado el ser humano, en cuya consecución se hallaría su perfección y plenitud. La felicidad se encuentra en el desarrollo y perfeccionamiento de la actividad propiamente humana, la actividad intelectual, y en el goce de otros bienes corporales que satisfacen sus necesidades. Por tanto, la ética aristotélica es eudemonista, teleológica e intelectualista. Tomás acepta esta interpretación teológica de la naturaleza. El hombre dirige su conducta a conseguir el fin o bien que le es propio. La felicidad perfecta, el fin último, no ha podido buscarse en ninguna cosa creada, sino en la visión de Dios, Bien supremo e infinito, en la vida futura. Solo el hombre, al estar dotado de racionalidad, puede conocer e instaurar unas normas que orienten su comportamiento. Será la razón la que dirija la actividad del ser humano hacia su fin e imponga las obligaciones, buscando lo que conviene a su naturaleza. El conjunto de normas cuyo contenido se asienta en las tendencias más profundas del ser humano. Santo Tomás dirige tres tendencias:
- El hombre, como las otras sustancias, tiende a conservar su propia existencia y establece las normas necesarias para preservarla.
- Como animal, tiene una inclinación natural a procrear y a criar hijos.
- Y como ser racional, aspira a conocer la verdad y a vivir en sociedad.
En estas tendencias han de fundamentarse los preceptos morales de acuerdo con los cuales ha de dirigir el ser humano su vida. Y puesto que la ley natural se fundamenta en la naturaleza, esta ley es inmutable e inalterable. Asimismo, es evidente, patente a la mente y, por tanto, cognoscible por todos los hombres. Es una ley universal porque, al sustentarse en la naturaleza, es común a todos los hombres. En la ley natural se han de apoyar todas las demás leyes creadas por el hombre y por las cuales se rige la sociedad. Exigir estipular normas que regulen la convivencia no ha de proceder de la imposición arbitraria y caprichosa, ni tampoco de un acuerdo entre los hombres si contradicen a la ley natural. El derecho y la moral han de estar armonizados. Por tanto, el derecho y las leyes que el hombre construye son, en realidad, una prolongación y concreción de la ley natural. Además, la ley natural se sustenta en la ley eterna. Santo Tomás entiende por ley eterna el conjunto de leyes establecidas por Dios por las cuales se rige el universo. Los seres naturales se rigen por las leyes físicas cuyo cumplimiento es inevitable; sin embargo, al ser libre el comportamiento del ser humano, no se rige por leyes deterministas, sino por la ley moral que se apoya en la libertad. Para Santo Tomás, como para Aristóteles, la organización política se fundamenta en la naturaleza del hombre, que es un ser social o político y necesita vivir en comunidad para satisfacer sus necesidades. Es necesaria la existencia de un poder que dirija a los individuos a alcanzar el bien común. No obstante, el fin último del hombre es llegar a gozar de Dios, un fin sobrenatural, siendo la tarea del monarca o del gobernante facilitar la consecución de ese fin. Los ciudadanos no están obligados a obedecer leyes injustas ni las que sean contrarias a la ley divina, puesto que deben obedecer a Dios antes que a los hombres. Por ello, el gobernante no posee un poder absoluto; su soberanía ha de estar orientada al bien de todo el pueblo y no a buscar su propio provecho.
Teoría del conocimiento: Siguiendo la teoría hilemórfica de Aristóteles, Santo Tomás afirma que el hombre es una realidad sensible, una sustancia compuesta de dos partes: materia y forma. El cuerpo es la materia y el alma es la forma. La unión entre el alma y el cuerpo es la unión sustancial, no accidental. El alma es la forma del cuerpo y el principio de la vida. No obstante, Santo Tomás admite que el alma, por ser espiritual e inmortal, puede existir sin el cuerpo. Por último, sostiene que, aunque inmortal, el alma no es eterna, sino que ha sido creada por Dios. También se apoya en Aristóteles la teoría tomista del conocimiento. El entendimiento, al estar unido sustancialmente con el cuerpo, exige que todo el conocimiento comience a partir de ellos. Nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos. El entendimiento está vacío, no posee ideas innatas ni siquiera es iluminado por Dios. Así pues, el entendimiento elabora los conceptos desde la experiencia sensible. Nuestras percepciones nos ponen en contacto con seres individuales. A través de ellas conocemos el paso de la singularidad de las percepciones sensibles a la universalidad de los conceptos, que se consigue por la capacidad abstractiva de nuestro entendimiento. El proceso es como sigue:
- Los estímulos sensibles forman las percepciones sensibles individuales.
- Estas percepciones dejan en la memoria una huella o imagen.
- Después, el entendimiento agente actúa sobre las imágenes, despojándolas de sus rasgos individuales, convirtiendo en universales las representaciones sensibles, obteniendo la especie impresa inteligible.
- A partir de la especie impresa, la actividad del entendimiento posible o paciente formaría la especie expresa o concepto.
- Hay un único entendimiento con dos funciones diferentes. El entendimiento conoce de modo directo el concepto universal, así conoce el entendimiento la esencia de las cosas. En un segundo momento, el entendimiento, volviéndose a la imagen obtenida por la percepción sensible, conoce al individuo.
Estructura de la realidad: Dios es el único ser necesario y todo lo demás que es contingente. Por eso, al ser contingentes, podemos distinguir en los seres creados entre la esencia y su existencia, podemos diferenciar entre lo que una cosa es y si existe o no. Así pues, mientras Aristóteles se había valido solo de dos estructuras para explicar la sustancia sensible, Santo Tomás añade una tercera estructura: esencia y existencia.