La metafísica es una parte fundamental de la filosofia, que trata el estudio del Ser en cuanto tal y de sus propiedades, principios, causas y fundamentos primeros de existencia. Experimenta una fuerte relación con la teología y frecuentemente tratan los mismos temas. El término, «metafísica», se originó como título de uno de los tratados de Aristóteles, y algunos piensan que se deba quizá a que este volumen fue escrito después de su obra Física. Sin embargo, la metafísica, como su nombre indica, se define como ciencia que estudia algo que está más allá de lo
Aristóteles nunca usó la palabra «metafísica» en su obra conocida como Metafísica. Dicho título se atribuye al primer editor sistemático de la obra del estagirita, Andrónico de Rodas, que supuso que, por su contenido, los trece libros que agrupó debian ubicarse después de la «Física» y por esa razón usó el prefijo «meta» (mas allá de…o que sucede a…). En su análisis del ente, Aristóteles va más allá de la materia, al estudiar las cualidades y potencialidades de lo existente para acabar hablando del Ser primero, el motor inmóvil y generador no movido de todo movimiento, que más tarde sería identificado con Dios.
Para Aristóteles la metafísica es la ciencia de la esencia de los entes y de los primeros principios del ser. El ser se dice de muchas maneras y éstas reflejan la esencia del ser. En ese sentido elabora ser, independientemente de las características momentáneas, futuras y casuales. La sustancia es aquello que es independiente de las características (accidentes), mientras que las características son dependientes de la sustancia. La sustancia es lo que existe en sí, en contraposición al accidente, que existe en otro. Gramaticalmente o categorialmente, se dice que la sustancia es aquello a lo que se adscribe características, es decir, es aquello sobre lo cuál se puede afirmar algo. Aquello que se afirma sobre las sustancias son los predicados.
A la pregunta de qué sería finalmente la esencia que permanece inmutable, la respuesta de Aristóteles viene a ser que la sustancia es una forma determinante – el eidos– es el origen de todo ser, es decir, que por ejemplo en el eidos de Sócrates, lo que en su forma humana, determina su humanidad. Y también la que determina que siendo el hombre por naturaleza libre y no siendo el esclavo libre, determina que el esclavo sea parte constitutiva de su amo, es decir, que no sea sólo esclavo de su amo en determinada coyuntura y desde determinada perspectiva, sino que sea esclavo por naturaleza.
Aunque Aristóteles no reduce la filosofía a la física, ya que afirma la existencia de seres no sensibles (esencias), sí renuncia al carácter trascendente y separado de las ideas, ya que éstas, en última instancia, deben explicar los acontecimientos y seres del mundo en que vivimos, si se quiere construir una ciencia (episteme
) que nos incumba y no sólo una idea de la ciencia.
Por ello, las esencias (que otorgan la necesidad y permanencia que lo sensible no posee) deben ser inmanentes a las cosas mismas si queremos reconocerlas como tales y que cumplan su función: determinar a las cosas a ser esto o lo otro. Si las ideas se encontraran separadas no podrían determinar a las cosas de ninguna manera, por ser trascendentes a ellas. Además, los conceptos platónicos de imitación y participación tampoco explican realmente nada y añaden mayor confusión al asunto. Se trata de hacer ciencia, no de crear bellos mitos.
La teoría de las ideas tampoco cumple su función explicativa de la realidad, porque ellas, en su eternidad inmóvil son incapaces de explicar la existencia del movimiento y del cambio de los seres, y mucho menos, de ser causa de ellos. Efectivamente, al platonismo se le presenta el siguiente problema: si las ideas son eternas e inmóviles, cómo dan razón de los cambios y movimientos a los que están sometidos los seres de este mundo, sobre todo teniendo en cuenta que éste mundo nuestro no es más que una copia e imitación de aquel. Mala copia es este mundo ya que asume atributos que el original no posee: el movimiento, el cambio, la pluralidad.
Si se trata de hacer ciencia sobre el mundo que nos interesa, en el que vivimos, las ideas no satisfacen su función causal. Por ello, Aristóteles asegura que es imposible que las esencias de las cosas estén separadas de las cosas mismas. Las ideas son quimeras, hipóstasis de lo sensible mismo. Y, por lo tanto, podemos prescindir de la teoría platónica de las ideas porque más que explicar la realidad, la complica.
Sin embargo, Aristóteles no se separa del todo de su maestro: al igual que Platón, admitirá la existencia de seres no sensibles, las esencias, pero esta vez inmanentes (inoculadas) dentro de las cosas singulares como su «forma» para formar, junto con la materia, un compuesto unitario: la substancia. En ello consiste la teoría hilemórfica de Aristóteles: introducir el mundo ideal platónico dentro de nuestro propio mundo, como un coelemento de éste, sin que perdamos nuestra unidad. Esto tiene la ventaja de que podemos hacer ciencia de lo que es inmutable y universal sin perdernos en las alturas: solo hay ciencia de las esencias, pero éstas se encuentran en las cosas mismas: lo universal se halla subsumido en lo particular en un vínculo íntimo que nos permite la unidad del hombre con la naturaleza y el privilegio de su conocimiento.