La filosofía de Marx y Nietzsche: un análisis comparativo

Política de Marx

1. Revolución

Aunque la llegada del comunismo es una necesidad histórica inevitable, Marx pensaba que era necesario adelantar la caída del capitalismo para asegurar que este nuevo sistema pudiera implantarse cuanto antes. Por eso se implicó personalmente en la organización del movimiento obrero, tomando parte activa en la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) y participando en los movimientos revolucionarios de su época. Para lograr la llegada del comunismo, Marx confiaba en la fuerza revolucionaria y transformadora del proletariado. Debido a su peculiar condición, la clase obrera es la única capaz de comprender la explotación que impone el capitalismo. Pero para lograrlo, los obreros deben superar las falsas interpretaciones ideológicas que les someten diariamente: dejar de buscar el consuelo de la religión y abandonar la confianza en el sistema político y jurídico establecido por los burgueses. En este sentido, para que se lleve a cabo la revolución comunista tienen que suceder dos cosas:

  1. Que los trabajadores adquieran conciencia de clase, que consiste en darse cuenta de la situación en la que están en las relaciones de producción capitalistas y no dejarse engañar por el discurso ideológico. Es decir, que los obreros comprendan sin autoengaños su condición de oprimidos y explotados.
  2. Que los trabajadores actúen unidos en un único partido obrero nacional: “obreros de todos los países, uníos” (lema de la revolución). De ahí la importancia de la creación de la AIT.

Sin embargo, no será fácil derrotar el sistema capitalista, ya que los burgueses cuentan con numerosos métodos para defenderse: disponen del ejército y de la policía, del sistema legal y judicial, de las instituciones políticas y de un discurso ideológico legitimador que abarca la religión, la filosofía, el arte y las ciencias. Por eso Marx pensaba que la caída del capitalismo solo podría producirse ejerciendo la violencia: el comunismo únicamente podrá triunfar si la clase obrera es capaz de apoderarse del Estado para imponer una dictadura del proletariado que asegure el final del capitalismo. De acuerdo con Marx, este periodo violento y convulso solo sería una breve etapa transitoria que permitirá derrotar a los burgueses para implantar el comunismo, socializando los medios de producción. Posteriormente, cuando el comunismo sea una realidad y haya cesado la explotación, estas medidas dejan de ser necesarias, por lo que las instituciones del Estado desaparecerán y la sociedad podrá gestionarse sobre sí misma de forma libre y autónoma.

2. El comunismo

El modelo de organización económica y política propuesto por Marx es el comunismo, llamado así porque en él los medios de producción serían comunes. En el comunismo, las tierras, fábricas y máquinas serían propiedad de toda la sociedad, por lo que ya no existiría la diferencia entre capitalistas y proletarios. El comunismo es, para Marx, la solución al problema histórico de la lucha de clases y la recuperación de la esencia de los seres humanos, ya que nos permite volver a ser nosotros mismos. Dicho esto, podemos resumir las ideas básicas del comunismo como sigue:

  1. Colectivización de los medios de producción: no existe la propiedad privada de los medios de producción. Este supone el punto de partida para que el ser humano escape de la alienación y conquiste la libertad. Reparto de la producción acorde al lema “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.
  2. Abolición de las clases sociales: eliminación de la lógica social de opresor-oprimido. En este sentido, el comunismo también persigue la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, ya que para el comunismo, antes que hombre o mujer, todos somos obreros pertenecientes a una misma clase social.
  3. El trabajo como derecho y obligación, ya que el trabajo no es un medio para la satisfacción de necesidades, sino el auténtico medio para desarrollarse al completo como seres humanos.
  4. Educación pública y gratuita, ya que el conocimiento y el saber son considerados como un medio de producción.

Fases del comunismo

  1. Conciencia de clase y unión obrera
  2. Revolución
  3. Dictadura del proletariado
  4. Abolición del Estado

Ética de Nietzsche

1. La genealogía de la moral: el origen de los conceptos “bueno” y “malo”

La crítica nietzscheana de la moral tradicional europea aparece, fundamentalmente, en dos obras: La genealogía de la moral y Más allá del bien y del mal. En estas obras, Nietzsche realiza una crítica de los valores morales dominantes en la cultura occidental (igualdad, solidaridad, humildad, obediencia, castidad, etc.) por considerarlos falsos valores, esto es, valores contrarios a la vida. El método que va a seguir Nietzsche para llevar a cabo su labor crítica de la moral tradicional es el método genealógico, que consiste en rastrear los orígenes de los conceptos “bueno” y “malo” para captar su significado auténtico y originario, y poder así criticar los cambios posteriores. Para descubrir el originario y auténtico significado de los términos morales, Nietzsche se vale de sus conocimientos filológicos. Nietzsche hace un rastreo etimológico del término “bueno” en distintas lenguas y llega a la conclusión de que dicho término está emparentado semánticamente con el concepto de “noble” o de “aristocrático”. Así, “lo bueno” es lo que representaba la casta de “los nobles”, de “los superiores”, de “los aristócratas”, y “malo” significó “vulgar”, “plebeyo”, etc. En opinión de Nietzsche, el origen del concepto de “lo bueno” reside en aquellos a los que Nietzsche llama “los nobles”, “los poderosos”, “los hombres de posición superior y elevados sentimientos”, que fueron quienes llamaron “bueno” a todo lo que ellos hacían y representaban, y “malo” a “lo vulgar”, “lo plebeyo”.

2. La moral de señores y la moral de esclavos

Dicho lo anterior, Nietzsche establece una distinción entre dos clases de moral, cada una caracterizada por la defensa de un determinado tipo de valores morales: la moral de señores y la moral de esclavos.

Moral de señores o moral aristocrática

Nietzsche también la llama “moral de las caballerías”, “moral de los fuertes”, “moral de los guerreros”, “moral de los espíritus elevados” y “moral de los superiores”. Los valores propios de esta moral son la espontaneidad, la libertad, la fuerza, el placer, lo instintivo, etc. Es una moral autónoma y libre, ya que sus valores son el resultado de la creación libre del individuo que se siente “superior”. Es también una moral jerárquica, ya que defiende el mantenimiento de la desigualdad entre unos hombres (“los señores”, “los superiores”) y otros (“los débiles”, “los inferiores”).

Moral de esclavos o moral del rebaño

Nietzsche también la llama “moral del hombre vulgar”, “moral de los débiles”, “moral de la plebe” y “moral del miedo”. Los valores propios de esta moral son la igualdad, la benevolencia, la solidaridad, la compasión, la fraternidad, la obediencia, la sumisión, la docilidad, la humildad, etc. En opinión de Nietzsche, “los débiles” defienden estos valores y con ello suavizan su existencia, haciéndola más cómoda y llevadera. Es una moral basada en el resentimiento, ya que sus valores son una reacción de “los impotentes” frente a la autonomía y libertad de “los nobles y aristócratas”. Es una moral anti jerárquica, ya que hace una defensa de la igualdad. El miedo, dice Nietzsche, es el factor desencadenante de la moral de los esclavos, pues ésta se funda en el temor al peligro y tiene como fin la conservación colectiva del rebaño, por eso, es “bueno” lo que contribuye a hacer posible la comunidad, es decir, lo que es útil al rebaño, y es “malo” aquello que es peligroso para la subsistencia y pervivencia del rebaño como “comunidad de los débiles”. Como dice Nietzsche, “oculto bajo la defensa del amor al prójimo se esconde el temor y miedo al prójimo”.

3. El triunfo en Occidente de la moral de los débiles: la “rebelión de los esclavos”

Como hemos visto, para Nietzsche el origen de la moralidad se encuentra en el ensalzamiento de todas las cualidades relacionadas con la superioridad y el poder, generando así la auténtica moralidad: la moral de los señores. Ahora bien, ¿qué ha sucedido para que la cultura europea afee estas cualidades y las sustituya por otras relacionadas con la “debilidad”? Según Nietzsche, en los orígenes de la cultura occidental (Grecia y Roma) los valores triunfantes fueron los valores propios de la moral de los señores. Sin embargo, en el transcurso del tiempo ha habido un continuo ascenso de los valores de los esclavos. De hecho, la moral triunfante y vigente en Occidente es la moral del rebaño, la moral de los esclavos, la moral de los débiles. Nietzsche encuentra la clave de este ascenso y triunfo de la moral de los esclavos en la inversión de los valores llevada a cabo primero por los judíos y continuada después con gran éxito por los cristianos. La moral judeocristiana ha invertido el significado primigenio de las palabras “bueno” y “malo” y ha conseguido que pasen a significar lo contrario: “lo malo” es lo que en su origen se asociaba con la palabra “bueno” (los valores aristocráticos y señoriales), mientras que “lo bueno” es lo que en un principio se asociaba con la palabra “malo” (los valores de los débiles). A esta labor de inversión de los valores llevada a cabo por los judíos y continuada por los cristianos es a lo que Nietzsche llama “rebelión de los esclavos”. Esta “rebelión de los esclavos” es producto del odio, de la venganza y del resentimiento de quien se siente “inferior” respecto al “superior”. Según Nietzsche, el resentimiento contra el “hombre noble y fuerte” es el sentimiento dominante del “hombre plebeyo y vulgar”, y es el sustento que alimenta los valores propios de la moral de los débiles. Para Nietzsche, la rebelión de los esclavos nace como un instrumento de venganza contra el “hombre noble y superior”.

4. La transmutación de los valores: la nueva inversión de la moralidad

Dado este panorama, la propuesta moral de Nietzsche será iniciar una nueva inversión o transmutación de los valores que no traicione a la vida: “lo bueno” debe corresponder a lo que impulsa, acrecienta e intensifica la vida, mientras que “lo malo” ha de asociarse a lo que disminuye, entorpece o debilita la plenitud vital. Llegados a este punto, para completar el planteamiento ético de Nietzsche habría que cerrar su exposición desarrollando los conceptos, ya explicados, de la muerte de Dios y el nihilismo.

Metafísica de Nietzsche

1. Lo apolíneo y lo dionisiaco: la vida como lucha entre contrarios irreconciliables

Nietzsche leyó la obra de Schopenhauer El mundo como voluntad y representación y quedó fascinado. Para Schopenhauer, la realidad, el mundo, es la manifestación de la voluntad de vivir, una fuerza ciega e infinita que se multiplica gradualmente en cada uno de los individuos existentes. Su fin es simplemente expandirse incesantemente siguiendo el ciclo que lleva del nacimiento a la muerte. Pero lo trágico es que esta voluntad va unida inseparablemente al dolor, vivir es sinónimo de sufrimiento: la voluntad de vivir es insaciable y nunca alcanza el sosiego que da el equilibrio y la estabilidad. La única salida que le queda al ser humano es situarse al margen de ese torbellino, de esa fuerza ciega, a través del arte, la ética y el ascetismo. Partiendo de estas consideraciones sobre la realidad y la vida, en su obra El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, Nietzsche intenta demostrar que la civilización griega presocrática muestra perfectamente el carácter trágico de la vida y, sobre todo, lo acepta. La vida es trágica porque, en esencia, es una lucha entre contrarios, una contradicción constante sin reconciliación posible. Además, intentar suprimir los contrarios de la vida sería suprimir la vida misma (sin dolor no hay placer, la muerte es inherente a la propia vida, etc.). Pero esa lucha puede ser vista de dos formas: negativamente, y, como consecuencia, llegar a condenar la vida -como en el caso del pesimismo trágico de Schopenhauer-, o, por el contrario, la contradicción vital puede aceptarse de forma positiva, con alegría. Nietzsche acepta y valoriza positivamente esta incesante lucha vital, de ahí que su filosofía se denomine como optimismo trágico.

Ahora bien, ¿cómo explica Nietzsche esta contradicción existencial? Según Nietzsche, hay dos principios contrarios e irreconciliables que componen la realidad y que son simbolizados en las figuras de Dioniso y Apolo. Dioniso, el dios del vino y la embriaguez, de la música y de la poesía, representa la vida: el caos, la fuerza instintiva, la voluntad irracional, la pasión sensual, la humanidad en concordancia con la naturaleza, etc., en definitiva, nuestra parte que no necesita saber qué es la vida, que simplemente vive la vida. Mientras que Apolo, el dios del conocimiento verdadero y la belleza, de la armonía y del equilibrio, representa la razón: nuestra parte que no se conforma con vivir la vida, que necesita saber qué es la vida. Sin embargo, la pretensión de imponer un orden racional al mundo hizo triunfar al individuo teórico, apolíneo, sobre el individuo trágico o dionisiaco que había predominado en la etapa presocrática. Este triunfo, representado por la figura de Sócrates, continuará en Platón y en el cristianismo, y, a través de ellos, en toda la historia de la cultura occidental. Con Sócrates, argumenta Nietzsche, se inicia la sobrevaloración de la razón sobre los sentidos e impulsos, la búsqueda de la definición universal frente a lo particular, la racionalización de la moral frente a una moral más instintiva y pasional, y, de esta forma, la negación de lo dionisiaco. Esta decadencia se acentuará con su discípulo Platón y con el cristianismo, que no es sino un platonismo para el pueblo. Para Nietzsche, en el corazón de estas filosofías y de la religión se esconde el odio y el temor a la vida. En este sentido, Nietzsche criticará la cultura occidental por sobrevalorar nuestra parte apolínea, lo que ha supuesto una anulación de nuestros instintos más dionisíacos: hay que reconocer que la vida es una lucha constante entre estos dos principios, y dejarlos fluir libremente (no que un principio anule al otro).

2. El fenomenismo

Para explicar su concepción metafísica, Nietzsche parte de la crítica al platonismo. En opinión de Nietzsche, el platonismo es una filosofía negadora de la vida y una filosofía que ha falseado la realidad. Más concretamente, Nietzsche critica la distinción y separación platónica entre dos mundos: el mundo de las esencias universales, permanentes e inmutables, captables a través de la razón (Mundo de las Ideas), y el mundo de las cosas singulares, concretas y cambiantes, accesibles a través de los sentidos (Mundo de los sentidos). Además, ha considerado que el primero de ellos, el mundo de las esencias universales e inmutables, es el mundo verdadero, la realidad verdadera, mientras que al segundo, el mundo de las cosas concretas y cambiantes, lo ha considerado como una falsa o inauténtica realidad, como una apariencia. En cambio, para Nietzsche es al revés: lo que para Platón es la verdadera y auténtica realidad no es más que una apariencia, mientras que lo que para Platón es la apariencia, para Nietzsche constituye la auténtica y única realidad. Platón no es el único filósofo criticado por Nietzsche, y es que el filósofo alemán no perdona casi nada a la filosofía occidental: ataca los principales conceptos metafísicos como engaños gramaticales o del lenguaje. El peor de todos ellos es el concepto “Idea” de Platón, pero igualmente rechaza los conceptos “sustancia pensante” de Descartes o “noúmeno” de Kant. Todos estos conceptos, dice Nietzsche, proceden de una desestimación del valor de los sentidos y una sobrestimación de la razón. Por el contrario, afirma que hemos de aceptar el testimonio de los sentidos: lo real es el devenir (como afirmaba Heráclito), el fenómeno, la apariencia, detrás de ellos no hay nada. Nietzsche defiende así un fenomenismo: el fenómeno o la apariencia es todo lo que hay y constituye la auténtica realidad. En definitiva, el supremo error de la metafísica es haber admitido un mundo verdadero frente a un mundo aparente, cuando solo este último es el único real.

3. El vitalismo: la voluntad de poder y la muerte de Dios. El nihilismo

La filosofía de Nietzsche puede ser considerada como una filosofía vitalista porque afirma la importancia de la vida, entendida como una experiencia individual llena de intensidad y plenitud. Todo el pensamiento de Nietzsche es una afirmación del valor de la vida individual y su objetivo es devolver al ser humano su derecho a la vida, a la existencia, demoliendo a “martillazos” los valores decadentes sobre los que se ha construido su civilización contra natura. Las personas, para Nietzsche, no somos, como tradicionalmente se ha afirmado, seres esencialmente racionales: también hay en nosotros elementos instintivos e irracionales que tienen una importancia decisiva, y que es preciso reconocer y aceptar. Sin embargo, según Nietzsche, la mayor parte de la gente no se atreve a comprometerse con la energía y la entrega que hacen falta para afirmar plenamente el valor de la vida. Ahora bien, ¿cuál es la característica principal de la vida? Según Nietzsche, es la voluntad de poder. La voluntad de poder sería el afán por continuar existiendo, por existir, pero existir siendo más. Este afán por existir se encuentra en todos los seres, desde los seres inanimados hasta los seres humanos, aunque esta voluntad se hace más patente en los seres vivos y, sobre todo, en el ser humano: “En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor” (Así habló Zaratustra). A pesar de la imprecisión de Nietzsche a la hora de definir el concepto de voluntad de poder, podemos establecer las siguientes características generales de la voluntad de poder según lo utiliza Nietzsche:

  1. Irracionalidad: nosotros intentamos someter la existencia a la racionalidad, a un orden, pero la existencia es caos.
  2. Inconsciencia: esta fuerza existencial no es consciente, aunque esporádicamente se nos manifiesta conscientemente, pero solo de manera superficial.
  3. Sin sentido: no busca nada más allá de ella misma, no tiene finalidad. Además, la existencia podría no haberse dado.
  4. Impersonalidad: no se identifica con ningún ser personal, es más bien un cúmulo de fuerzas en competencia y contradicción.

Sin embargo, en Occidente, desde la antigüedad, se ha renunciado a la vida y a aceptar la trascendental voluntad de poder. Ha primado lo racional frente a lo vital, se ha puesto el punto de mira en otra vida y no en esta. Para Nietzsche, Dios simboliza toda esa decadencia: simboliza el menosprecio a este mundo (su reino no es de este mundo) y la obediencia ciega y absoluta (frente a la libertad creadora). Por eso es tan necesario predicar su muerte. Así, Nietzsche afirmará con rotundidad la frase “Dios ha muerto”, que pretende ser el acta de defunción de toda una cultura que se apoya en la figura de Dios y que admite la existencia de valores absolutos y universales. Ante esta situación de pérdida, de desorientación, de darnos cuenta de que nuestras más profundas convicciones estaban sustentadas en algo que no existe, caemos en el nihilismo, una etapa de pérdida y de confusión en la que parece que nuestra vida ha perdido todo su sentido. Sin embargo, el nihilismo no solo tiene esta vertiente pasiva, sino que también nos lleva al reto de poder desprendernos de una vez por todas de las antiguas mentiras y, de esta manera, emprender un nuevo rumbo vital creando valores nuevos (nihilismo activo).

4. El eterno retorno

Nietzsche también reflexionó sobre el significado del tiempo. Para el filósofo vitalista, todos los acontecimientos de nuestra vida regresarán eternamente para volver a vivirlos de forma idéntica. A esta teoría se la conoce como el eterno retorno, y es considerada por el propio Nietzsche como la propuesta más atrevida y profunda de toda su filosofía. La idea del eterno retorno conlleva una interpretación circular del tiempo y de la historia, por lo que el tiempo y la historia no serían lineales, sino cíclicos. Una vez cumplido un ciclo de hechos, estos vuelven a ocurrir de forma idéntica. No obstante, esta imaginativa propuesta nietzscheana está argumentada mediante dos razonamientos. Una de las razones que da Nietzsche para afirmar dicha tesis se encuentra en la voluntad de poder, donde el filósofo vitalista deduce que si suponemos que el número de átomos y la cantidad de energía que forman el universo son finitos; y que si, por el contrario, el tiempo es infinito; entonces solo son posibles un número determinado de combinaciones, y esas finitas combinaciones deben repetirse infinitas veces para existir durante todo el tiempo infinito. Es decir, una combinación finita de cosas en un tiempo infinito conlleva una repetición infinita de éstas. El otro argumento que ofrece Nietzsche para el eterno retorno tiene un carácter moral, y se encuentra en La gaya ciencia y en Así habló Zaratustra. Nietzsche te pregunta: ¿vivirías de una manera diferente si cada una de tus decisiones fuera a repetirse idénticamente en el futuro? Piensa despacio en las consecuencias que tendría algo así. Cada uno de tus errores y de tus momentos perdidos, en los que no te has atrevido a vivir con plenitud o en los que has dejado escapar una gran oportunidad, estarían condenados a repetirse del mismo modo una y otra vez, en un proceso infinito. Y, de la misma forma, cada uno de tus aciertos, en los que has dicho “sí” a la vida y te has atrevido a gozar en plenitud del momento, tanto si era alegre como si estaba lleno de sufrimiento, tendría que regresar interminablemente de la misma manera. Todo lo anterior significa que cada decisión personal y cada instante vital tienen un valor extraordinario, porque son decisiones e instantes que van a repetirse por siempre. En este sentido, el instante adquiere una importancia infinita. Si tu vida es plena y estimulante, ésta regresará en toda su intensidad una y otra vez, pero también volverá eternamente una vida mediocre y desperdiciada. La idea del eterno retorno sirve para determinar si somos capaces de decir “sí a la vida” (de ahí su carácter moral), pues hace que nos preguntemos: ¿quieres que cada instante de tu vida se repita eternamente? ¿Deseas el eterno retorno? La idea del eterno retorno permitió a Nietzsche romper con la clásica interpretación del tiempo que había prevalecido en Occidente desde los orígenes del cristianismo. La religión cristiana introdujo en Europa una concepción lineal de la temporalidad, afirmando que el tiempo tiene un comienzo (que se corresponde con el momento en el que Dios creó el universo) y también tendrá un final (el día del Juicio, cuando Dios regrese para juzgar a los vivos y a los muertos). Esta visión lineal del tiempo, dominante en el campo del pensamiento occidental durante casi dos mil años, se contrapone a la interpretación circular del tiempo que tenían los griegos y muchas otras culturas orientales, según la cual los acontecimientos se repiten cíclicamente siguiendo patrones regulares. Con la idea del eterno retorno, Nietzsche retoma esta antigua visión cíclica del tiempo que tenían los griegos, ligándose de forma muy estrecha con su propuesta vitalista.

Antropología de Nietzsche

1. El superhombre

El prototipo ideal de ser humano -el que no se autoengaña con discursos religiosos que traicionan la vida, el que acepta que la vida es una experiencia llena de plenitud e intensidad que hay que disfrutar y sufrir cuando toque, el que vive como si cada instante se fuera a repetir hasta la eternidad- es lo que Nietzsche llama el superhombre. Al utilizar esta palabra, Nietzsche pretende designar al futuro ser humano que “estará más allá” del ser humano que actualmente se halla sometido a la tiranía de la religión y la moral de esclavos. En este sentido, el superhombre es el nuevo modelo de ser humano que superará y dejará atrás un modelo y prototipo de ser humano coaccionado por los valores y normas tradicionales, y cuya voluntad de poder sobrepasa las posibilidades de cualquier ser humano que haya existido incluso en el presente. Como dice Nietzsche en Así habló Zaratustra, “el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre: una cuerda sobre un abismo”. Aunque Nietzsche no lo haga de manera sistemática, nosotros podemos resumir las características principales del superhombre como sigue (en esencia, no es más que la aceptación de toda la filosofía nietzscheana):

2. Terrenalidad y vitalidad

El superhombre es el ser humano “pegado a la tierra” y sabe que “todo más allá” (el futuro mejor que defienden las utopías políticas, el mundo platónico de las Ideas trascendentes, el mundo celestial que prometen los cristianos) es una quimera, una fantasía, una mera ilusión. Por ello, el superhombre es el ser humano que dice sí a la vida, que acepta la vida tal y como es y no se engaña con falsas expectativas, como, por ejemplo, la búsqueda de un sentido ideal a la vida (Platón, cristianismo) o la esperanza en un tiempo futuro mejor (comunismo marxista). Para referirse a esta aceptación total de la vida, que incluye vivir a fondo tanto la alegría como el sufrimiento, Nietzsche habla del amor fati o amor al destino. El amor fati consiste en aceptar y, sobre todo, amar nuestra propia vida tal y como es: incluyendo no solo sus instantes de exaltación, sino también los de abatimiento, sin lamentarnos por la inevitable carga de dolor y de amargura que conlleva nuestra existencia. Para Nietzsche, es posible tomar dos actitudes ante la vida: negar y maldecirla, viviendo como si la vida se tratara de una carga; o aceptarla con alegría, considerando que la vida es un juego donde a veces se gana y otras se pierde. Si aceptamos el triunfo, también tenemos que aceptar la derrota, pues el uno no existiría sin el otro.

3. Actitud creadora de valores “fieles a la vida” y rechazo de la moral de esclavos

El superhombre es el ser humano creativo e innovador que inventa valores que están en consonancia con la vida tal y como es: irracional y contradictoria. Esta nueva creación de valores exige llevar a cabo una nueva inversión de los valores tradicionales, una nueva transmutación (recordemos que los judíos y cristianos ya realizaron en su momento una primera inversión de los valores consistente en invertir los significados de los conceptos “bueno” y “malo”): reemplazar los viejos valores de la cultura judeocristiana contrarios a la vida que han cuajado en Occidente por una nueva cultura que afirme la vida. Por ello, el superhombre ha de rechazar cualquier manifestación de la moral de esclavos y, en especial, la conducta gregaria de las “masas”, de los que siguen a la mayoría, de los que siguen normas morales ya establecidas, de los que actúan siguiendo modas… El superhombre es el creador e inventor de su propia forma de actuar, el que sigue su propio criterio, el que no se deja llevar en su vida por estilos de vida vigentes, sino el que lleva su vida por donde él quiere. En este sentido, el superhombre se define por su “espíritu libre”.

4. Aceptación del eterno retorno

Frente a la concepción lineal y progresiva de la historia que nos presenta la cultura occidental, cuyo fin, sentido o meta es “escapar” de la realidad terrenal para alcanzar otra realidad ultraterrenal, el superhombre asume la tesis del eterno retorno. Ahora bien, esto no es fácil. Para Nietzsche, la idea del eterno retorno era un pensamiento terrible, escalofriante, abismal. Cuando realmente se comprende la trascendencia que tiene el eco infinito de cada instante, es imposible evitar un sentimiento de vértigo como el que se experimenta ante un precipicio. Vivir sabiendo que cada acción que realicemos y cada decisión que tomemos tiene que regresar indefinidamente puede terminar por convertirse en un peso abrumador. La responsabilidad que esto supone es enorme, porque nuestros aciertos o errores no solo afectan al momento en que actuamos, sino que quedan multiplicados hasta el infinito. Pero, ¿hay alguien capaz de asumir de verdad esta forma de vivir? Nietzsche pensaba que todavía no, porque los seres humanos actuales somos demasiado débiles para este pensamiento abismal y para la forma de vida que conlleva.

5. Las tres transformaciones

El proceso que conduce desde los seres humanos actuales hasta el superhombre está recogido de manera alegórica en un célebre pasaje del libro Así habló Zaratustra, donde Nietzsche nos describe metafóricamente cómo el ser humano ha pasado por tres etapas:

El camello

Ejemplo de obediencia ciega, sacrificio y humillación, el camello es el animal que, renunciando a su propia voluntad, soporta grandes pesos y cargas -hasta incluso la extenuación- y se arrodilla delante de su amo. Este animal simboliza al ser humano gregario que, con paciente resignación, soporta el peso enorme de la religión y de una moral basada en el deber, y que se arrodilla e inclina ante Dios. Es el ser humano que hace “lo que debe”, que hace lo que le imponen.

El león

El león, animal fuerte y valiente, simboliza al ser humano que se rebela contra el peso y la carga que se le impone con el fin de conquistar su libertad, sustituyendo el discurso del “tú debes” por el “yo quiero”. Simboliza al ser humano de “espíritu libre” que aniquila a Dios y a los valores morales tradicionales (la pesada carga que soporta el camello). Metafóricamente, el león mantiene una pelea, una lucha con el “gran dragón” (el deber que impone la moral tradicional cristiana o el imperativo categórico kantiano en su fórmula más refinada) para conseguir una victoria que suponga el triunfo de la voluntad libre, de la voluntad sin coacciones. Como dice Nietzsche: “‘Tú debes’ se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice ‘yo quiero’”.

El niño

En la siguiente transformación, el león tiene que convertirse en niño. El niño, cuyas cualidades son la inocencia, la falta de prejuicios (incluidos los significados del bien y del mal) y el tomarse todas las cosas como un juego, simboliza al ser humano que, una vez liberado de la carga y el peso de la religión y de la moral tradicional, decide utilizar la libertad conquistada para crear nuevos valores fieles a la vida. La libertad conquistada por el león se traduce en un “santo decir sí” a la vida y al eterno retorno. Es decir, el niño simboliza al superhombre en su faceta de creador de nuevos valores.

Epistemología de Nietzsche

1. La crítica al platonismo: el irracionalismo

Del mismo modo que el platonismo, en el plano metafísico, ha argumentado la existencia de un mundo racional y verdadero en detrimento del mundo sensible y falso, en la epistemología platónica se defiende la sobrevaloración de la razón como facultad de conocimiento y el desprestigio del conocimiento sensible. Una vez más, el punto de partida de Nietzsche va a ser su crítica a Platón: Occidente, bajo la influencia de Platón, ha interpretado el conocimiento como una búsqueda de conceptos que expresen la esencia única e inmutable de la realidad, por lo que el auténtico conocimiento solo se capta por medio de la razón, que unifica y dota de significado al variable y múltiple testimonio de los sentidos. Esta manera de interpretar el conocimiento como búsqueda de conceptos universales que nos permitan entender y manejar la realidad está presente en los planteamientos de filósofos tan diversos como Platón, Aristóteles, Descartes o Kant, así como en la ciencia moderna, que trata de expresar las leyes de la naturaleza empleando fórmulas matemáticas. Pero, ¿cuál es el problema que aprecia Nietzsche en esta forma de entender el conocimiento? Desde luego, Nietzsche estaba de acuerdo en reconocer que los conceptos son instrumentos útiles y eficaces para manejarnos en el mundo. El problema no está en usarlos, sino en creer que esos conceptos nos abren el acceso a una dimensión superior de la realidad, o más auténtica y verdadera que la que podemos percibir por los sentidos. Para Nietzsche, no hay más que un mundo, el que podemos percibir por los sentidos, y esta realidad sensible está formada por seres particulares y concretos en continua transformación. Los conceptos, al ser herramientas estables y fijas, no son aptos para captar la realidad cambiante y en continuo fluir, que es lo característico del mundo y de la vida, de ahí que Nietzsche nos hable de la intuición, y no de la razón, como mecanismo más fiable para captar la realidad. Este tipo de ideas se encuadran dentro del irracionalismo, el cual no hay que entenderlo como un tipo de filosofía “ilógica” o “sin sentido”, sino como la valoración positiva de los aspectos irracionales (no-racionales) del ser humano a la hora de elaborar conocimiento.

2. El carácter metafórico del lenguaje: el perspectivismo

Nietzsche busca los orígenes del lenguaje y descubre que éste nace de un consenso o contrato de los hombres con el fin de uniformar la realidad, de hacerla idéntica para todos. De esta forma el lenguaje se convierte en un instrumento al servicio del grupo, del rebaño, pero que está muy lejos de ser un instrumento al servicio de la verdad, que nos permita un conocimiento objetivo y certero. De este modo, Nietzsche afirmará que el conocimiento es un invento del ser humano, útil en la lucha por la vida: al someter lo individual a lo universal, al generalizar, nos permite sentirnos seguros, pues ordena la experiencia, caótica y diversa, y hace posible la vida social y el desarrollo de la ciencia, pero no descansa en principios objetivos: «La verdad es aquella clase de error sin el cual una determinada especie de seres vivos no podría vivir.»(Así habló Zaratustra). Es decir, como la realidad es irracional, inventamos un mundo conceptual donde podemos vivir tranquilos, pues allí todo es seguro y predecible. Una vez más, el problema no está en usar el lenguaje, sino en creer que el lenguaje es la realidad misma, que los conceptos que usamos para referirnos a las cosas son las cosas mismas. Pero para Nietzsche, el lenguaje no es la cosa a la que se refiere, es un mero e impreciso representante de la realidad: la realidad no se agota en el lenguaje, no encaja en el lenguaje, sobrepasa cualquier lenguaje y se muestra inabarcable. En este sentido, la verdad es una «mentira» colectiva, una metáfora, que es útil y beneficiosa para el grupo, pero que por su uso repetido consigue olvidar su origen: «las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son», las verdades no son más que los residuos de las metáforas intuitivas y originales creadas tiempo atrás para referirnos al mundo. Finalmente, Nietzsche defenderá una concepción pragmática de la verdad: para cada individuo, es verdad lo que aumenta su voluntad de poder.


Por todo ello, lo que llamamos «verdad» no es más que una perspectiva, una forma concreta de interpretar las cosas que en ningún momento hay que confundir con la verdad absoluta. Este planteamiento nietzscheano se encuadra dentro del perspectivismo, según el cual la realidad no es captable desde un único punto de vista, ya que el conocimiento depende del punto de vista del observador, y sólo podemos elaborar «verdades parciales» (a lo sumo, lo mucho que podríamos hacer es juntar todas esas «verdades parciales» para acercarnos a una hipotética y utópica verdad absoluta). Sin embargo, hay perspectivas que se imponen porque resultan más útiles, y otras, en cambio, que-

dan latentes. Como vemos, el objetivo de Nietzsche es que abandonemos la idea del conocimiento como el refugio seguro en el que depositamos la esperanza de la humanidad, para entregarnos sin temor al caos e incertidumbre que es nuestra existencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *