La búsqueda de la certeza
Una vez que Descartes ha encontrado el juicio absolutamente cierto «pienso, luego soy» y el criterio de certeza en la claridad y distinción de los juicios, señala que dicho criterio se pueden plantear todavía estas dificultades:
- ¿Podemos alcanzar otros conocimientos ciertos además del expresado en el juicio «pienso, luego soy»?
- ¿Podemos garantizar la objetividad de lo que subjetivamente creemos claro y distinto?
Solo en el caso de que exista un Dios bueno y veraz queda garantizada la objetividad de la verdad. Veamos ahora con más detalle los argumentos que según Descartes demuestran la existencia de Dios y las consecuencias que se siguen de dicha demostración para el conocimiento del Mundo.
Primera demostración: La idea de Dios como causa
La realidad objetiva de las ideas
La primera demostración de la existencia de Dios la encontramos en la cuarta parte del Discurso del método y en la tercera de las Meditaciones metafísicas. Además de por el grado de evidencia y por el origen, las ideas se pueden clasificar también según el grado de realidad objetiva de lo representado por ellas. En efecto, las ideas que en cuanto actos de pensamiento son todas semejantes, desde el punto de vista de lo que representan son diferentes, pues lo representado por unas tiene más realidad objetiva que lo representado por otras y de ahí que también posean un grado de perfección mayor o menor; así la idea de sustancia tiene más realidad objetiva y, por tanto, mayor perfección, que la idea de accidente y lo mismo la idea de sustancia infinita con respecto a la de sustancia finita.
Toda idea, por lo demás, ha de tener una causa y la causa eficiente de la idea ha de tener tanta o más realidad que realidad objetiva hay en lo representado por ella, pues nada puede haber en la representación que no estuviese en su causa.
La idea de Dios y su causa
Descartes concluye que el sujeto pensante puede ser la causa de todas las ideas que están en su mente en cuanto tiene tanta realidad al menos como ellas; por ejemplo: la idea de tiempo o duración puede haberla extraído el sujeto del hecho de que unas ideas suceden a otras y la idea de sustancia del hecho de que él sea una cosa pensante que no necesita ninguna otra para existir.
Sin embargo, la idea de Dios tiene un carácter peculiar en cuanto es la idea innata de una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, por lo cual todas las demás cosas que existen, si existen algunas, han sido creadas y producidas. Esta idea, como cualquier otra, ha de tener una causa y la causa ha de tener tanta o más realidad que la realidad objetiva representada por la idea. Ahora bien, en este caso el sujeto pensante no puede ser la causa, porque tiene menos realidad y perfección que la realidad objetiva representada por la idea de Dios. Así las cosas, sólo existencia del propio Dios puede explicar el origen de esa idea, en cuanto puesta por Él en el sujeto a modo de un indicio.
Segunda demostración: El argumento ontológico
La segunda prueba de la existencia de Dios la da Descartes en el texto de la cuarta parte del Discurso del método que comentamos y en la quinta de la Meditación. Se trata de una reformulación ofrecida por San Anselmo en el siglo XI: ninguna idea es tan perfecta que implique necesariamente la existencia de la realidad correspondiente, excepto la de Dios. Así, la idea, por ejemplo, de triángulo implica que ha de ser una figura geométrica de 3 lados o que sus ángulos han de sumar 2 rectos, pero no que tenga que haber en el mundo triángulo alguno; en cambio, la idea de Dios es la idea del ser más perfecto que se pueda pensar y a tal ser no le puede faltar la existencia por cuanto ésta es una perfección más. Si le faltara esta perfección sería un ser imperfecto y esto supondría una limitación que entraría en contradicción con la idea que de Él tenemos en nuestra mente.
Tercera demostración: Dios como causa de sí mismo
En la tercera de las Meditaciones metafísicas existe una prueba basada en que el sujeto pensante no puede ser la causa eficiente de sí mismo, en cuanto que, si así fuera, se habría dado a sí mismo todas las perfecciones de que tiene idea y sería el mismo Dios. Algunos estudiosos han puesto en cuestión esta prueba puesto que la noción de «causa de sí mismo» es auto-contradictoria: la causa es anterior al efecto, y para ser uno causa de sí mismo tendría que ser anterior a sí mismo, lo que es absurdo. Ni siquiera Dios es causa de sí mismo, aunque aquí tendría justificación, ya que se usa «causa» en sentido analógico, queriendo simbolizar que Dios no depende de ninguna otra cosa.
Consecuencias de la demostración
Con la demostración de la existencia de un Dios que es infinitamente bueno se garantiza la existencia de un mundo exterior a la conciencia y la posibilidad de su conocimiento objetivo mediante las matemáticas. Por lo demás, el error, cuando lo hay no es atribuible a Dios en cuanto creador de nuestra naturaleza, sino a la voluntad del hombre, que no se limita a dar por ciertos únicamente los conocimientos que son claros y distintos.