¿Cómo se generan los errores heurísticos de analogías?
Comprendemos una situación nueva aplicándole una estructura de conocimiento ya previamente existente. En este sentido, nuestros sistemas conceptuales están siempre dominados por alguna forma de analogía en la medida en que estas permiten razonar lo nuevo, lo menos conocido, a partir de lo viejo, lo más conocido. Se comprende un fenómeno nuevo a partir de otro viejo debido a que las relaciones existentes entre los componentes de un dominio se aplican al otro. Se trata de un tipo de razonamiento que es con frecuencia útil y esclarecedor.
Sin embargo, el pensamiento analógico puede inducirnos a engaño fácilmente. Así, una falsa analogía puede conducirnos a pensar erróneamente lo que querría por ella comprenderse mejor puesto que el pensamiento por analogía está tan presente en nuestra comprensión, y nos es tan útil y corriente, muchas veces es difícil descubrir las falsas analogías. Se consigue detectarlas preguntándose si las semejanzas y las diferencias entre los dos objetos o sucesos comparados son importantes o insignificantes. Por ejemplo, ¿aceptaríamos la siguiente analogía?: «Los empleados son como clavos. Al igual que éstos hay que golpearlos en la cabeza para que trabajen»?. Cuando ignoramos diferencias fundamentales y sólo resaltamos alguna similitud no esencial, abrimos la puerta a la falsa analogía. Esto ocurre también cuando se compara un gobierno con un negocio, o el gasto estatal con el gasto del hogar. Podemos hablar de gasto, pero no podemos dejar de lado las miles de diferencias de gestión entre un hogar y un Estado. Muchas veces, esta natural propensión hacia la analogía de nuestro pensamiento se convierte en un obstáculo para la comprensión científica. Un buen ejemplo de eso es la analogía de la electricidad y el flujo del agua según el símil de «la electricidad es como el agua». Esta analogía es correcta para los circuitos en serie, pero no en paralelo.
Análisis de los juicios heurísticos de probabilidad
Un área del pensamiento cotidiano que ha demostrado ser especialmente propensa a los errores es la que implica probabilidades. Nuestra forma natural y habitual de pensamiento genera fácilmente falsas probabilidades. Quizás la más conocida sea la falacia del jugador, por la que se cree erróneamente que los sucesos pasados afectan a los futuros en lo relativo a actividades aleatorias, como en los juegos de azar. Muchos juicios correctos sobre probabilidad son con frecuencia contraintuitivos y muestran claramente los límites de nuestro procesamiento heurístico en la resolución de muchos problemas. Esto se ve claramente en los casos de coincidencias extraordinarias. La verdad es que las coincidencias suelen resultarnos sorprendentes cuando, bien pensado, resultan muchas veces inevitables. Las coincidencias resultan no ser tan extraordinarias cuando se analizan racionalmente.
Se conoce el caso de una mujer que hace algunos años ganó dos veces la lotería en New Jersey en un plazo de cuatro meses. Fue considerado un fenómeno muy notable, y se afirmó que las probabilidades en contra eran de 17 trillones a 1. Pero un análisis posterior demostró que la posibilidad de que sucediera en algún lugar de los EE. UU. era de 1 a 30, teniendo en cuenta el número de personas que compran billetes de lotería… También nos parece sorprendente que solo sea necesario la presencia de 23 personas en una habitación para que la probabilidad de que dos de ellas hayan nacido el mismo día sea del 50%, pero así lo demuestra el cálculo de probabilidades. Nuestra notable incapacidad para el mismo y para el pensamiento estadístico explica también la facilidad con la que nos engañan los datos desligados. Los datos se llaman desligados cuando no se refieren a nada, o cuando sus referentes son aproximativos y no permiten saber de qué se está hablando realmente.
Una muestra evidente de nuestras dificultades para pensar racionalmente las probabilidades lo encontramos con el problema de «Monty Hall»: es un programa de televisión, el participante debe elegir entre tres puertas cerradas. Detrás de dos de ellas no hay nada, y detrás de la otra un automóvil, el participante elige una de las tres, si elige la correcta se lleva el coche, una vez elegida la puerta, el presentador que sabe dónde se esconde el coche abre una de las puertas en las cuales no se encuentre el coche, y después le ofrece una nueva oportunidad para elegir entre dos puertas, ¿qué es lo que más le conviene al participante?. La gente suele razonar de la siguiente manera, son dos situaciones independientes: la 1 da una posibilidad sobre 3 de acertar, la 2 es independiente de la anterior y la probabilidad es de mitad y mitad. Por tanto, no importa si cambias de elección cuando se le ofrece la oportunidad. El problema se comprende inicialmente con respecto a una regla de azar que almacenamos en la memoria: con N elementos, la probabilidad de acertar uno particular que es especial es 1/N. Así en la primera parte del problema es 1 sobre 3, y en la 2, elija lo que elija es ½. Sin embargo esta regla es demasiado simple para captar el problema, porque de hecho aquí no hay 2 situaciones independientes, conviene cambiar la puerta.
¿Qué son los fenómenos de disponibilidad y representatividad de nuestros juicios heurísticos? Pon algunos ejemplos de los engaños que puedan provocar
El fenómeno de la disponibilidad de los datos en la memoria es el que explica, por ejemplo, que en las relaciones de parejas cada uno tiende a sobreestimar su contribución. También, las personas tienden a creer que existen más palabras que tienen una k en la primera posición que en 3ª debido a que los primeros están más disponibles o son más fácilmente recuperables. Supongamos un grupo de 10 personas, organizadas en un caso en comités de 2 personas y en otro de 8 personas. ¿En qué caso habrá más comités posibles? La mayoría de las personas piensan que hay más comités de dos que de ocho miembros debido a que es más fácil pensar combinaciones nuevas cuando el número de elementos es menor.
Otro fenómeno que depende del modo en que la información está almacenada en la memoria a largo plazo es el de la representatividad, que consiste en la propensión a elegir situaciones representativas de un esquema general. Pero también este fenómeno acarrea frecuentemente errores, que suelen ser especialmente visibles también en los juicios heurísticos de probabilidad. Si se pregunta por el orden de nacimiento de los hijos en familias con siete hijos, nos parecerá más probable la secuencia VMVMVVM que la de VVVVMMM, cuando son idénticas, y esto es así porque la 1ª secuencia es más representativa de la aleatoriedad que subyace en la elección de sexo en el nacimiento. También disponemos de la siguiente regla: el número de niños y de niñas será aproximadamente igual a la larga y esta regla nos hace considerar que es más probable la secuencia de MVMMV que la de VVVVV, cuando es falso.
Otro ejemplo especialmente sorprendente del tipo de engaños a los que puede dar lugar la aplicación de la representatividad es el error conocido como el error de conjunción. Consideremos la siguiente descripción ficticia de una joven: Linda tiene 31 años, es soltera, abierta y muy brillante, se especializó en filosofía. Cuando era estudiante se preocupaba mucho por temas de discriminación y justicia social, y participó asimismo en manifestaciones. A continuación se ofrece a los sujetos experimentales una lista de afirmaciones hipotéticas sobre Linda, y deben disponerlas en orden de su verosimilitud, desde la más probable a la que lo es menos, entre otras afirmaciones, figuraban las tres siguientes:
- Linda es activa en el movimiento feminista.
- Linda es cajera de banco.
- Linda es cajera de banco y es activa en el movimiento feminista.
Pues bien, todos los grupos de sujetos experimentales, tanto estudiantes refinados como gente de la calle, califican la última afirmación de más probable que la 2ª, cuando en realidad es menos probable, puesto que cualquier conjunción ha de ser menos probable que cualquiera de sus partes considerada por separado.
Análisis de la revisión de juicios y sus sesgos cognitivos
En todo proceso de revisión, existen al menos 2 elementos que se deben combinar: la 1ª probabilidad previa del hecho, basada en los datos iniciales disponibles, y la nueva, calculada a partir de los datos de que se dispone ahora.
«Supongamos que se ha cometido un asesinato y que hay 2 posibles culpables, Mr. Andrews y Mr. Brown, usted sabe que A tiene antecedentes penales y B no. Quizá entonces crea que es más probable que A sea el asesino, no obstante, luego le dicen que B estaba cerca de la escena del crimen y que tiene gran cantidad de enemigos en un mundo de negocios. Esto podría hacerle revisar su opinión y pensar que B tiene más posibilidades de ser culpable. Esta tarea plantea problemas, pues es preciso efectuar de algún modo una ponderación de ambos conjuntos de datos, entre la probabilidad previa y la nueva. La teoría de la probabilidad suministra un procedimiento llamado teorema de Bayes, que representa un modelo racional al que debería ajustarse el proceso de revisión de opiniones o juicios. Su fórmula es: Probabilidad nueva = Probabilidad previa x Razón de probabilidad (= nueva probabilidad aportada por los datos nuevos). Aplicando al caso anterior, supongamos que con los datos previos consideramos que las posibilidades de que A sea el asesino son de dos contra uno, mientras que los nuevos datos establecen una probabilidad de uno contra cinco a favor de este, entonces la probabilidad de que A sea culpable será: 2/1 x 1/5 = 2/5. Es decir, la probabilidad de que B sea culpable es de 5 contra 2. Cuando se presenta a un grupo de sujetos tareas explícitas de revisión y se les proporciona cifras sobre los que trabajar, estos revisan las probabilidades en la dirección apropiada, aunque es destacable una tendencia a subestimar el efecto de los nuevos datos. Sin embargo, si la tarea no tiene un carácter de revisión atenta y explícita, las cosas pueden ser muy distintas.
Se considera el siguiente caso: los investigadores dijeron a sus sujetos que se había elegido a un individuo de entre un grupo formado por 70 ingenieros y 30 abogados y les proporcionaron una breve descripción de él: «Dick es un hombre de 30 años, casado y sin hijos. Tiene gran capacidad y motivación y es probable que tenga mucho éxito en su campo. Sus colegas le aprecian«. ¿Es más probable que Dick sea ingeniero o abogado, o tiene igual probabilidad de ser ambas cosas? La respuesta espontánea más frecuente de los sujetos fue: tiene igual probabilidad. Aquí, a diferencia de los casos de revisión explícita, se subestima la probabilidad previa. Es más probable que sea ingeniero ya que hay más. En general, tendemos a subestimar la información nueva, o lo que es lo mismo, a sobreestimar la ya disponible. Es decir, tenemos una confianza excesiva en nuestras creencias o ideas previas, lo que se manifiesta en una marcada resistencia natural a cambiarlas. Esta tendencia se observa claramente en el fenómeno de percepción retrospectiva que induce a las personas a creer que saben más de lo que realmente saben. Tenemos una tendencia natural a confirmar las reglas en vez de comprobarlas racionalmente. Sin embargo, debemos advertir que para comprobar la validez de una creencia siempre es más interesante buscar ejemplos que la refuten antes que otros que la confirmen (pues cualquier hecho puede encajar en cualquier teoría) y así, conforme vaya superando intentos de refutación, irá ganando confianza.
Comenta los principales obstáculos que impiden alcanzar un rendimiento óptimo en el razonamiento lógico
Resolver problemas de inferencia lógica no es nuestro fuerte. Hay múltiples estudios que demuestran los déficits de nuestras capacidades de razonamiento lógico. Razonar es difícil y exige experiencia y adiestramiento. Consideremos la prueba de selección de Wason, caso 1, y la versión que de la misma hicieron los psicólogos evolutivos Leda Cosmides y John Tooby, caso 2.
Caso 1:
Tienes una baraja de cartas que, a diferencia de las cartas corrientes de juego, llevan una letra en una cara y un número en la otra. Un experimentador retira cuatro cartas y te las coloca delante así: D – F – 3 – 7. A estas cartas se les aplica la siguiente regla, que puede ser verdadera o falsa: si hay una D en una cara de la carta, entonces hay un 3 en la otra cara. Para decidir si la regla es verdadera o falsa, ¿a qué carta o cartas hay que darles la vuelta?
Caso 2:
Te han contratado como guarda en un bar y debes hacer cumplir la siguiente regla: si una persona está bebiendo cerveza, ha de tener más de 21 años. Las cartas indicadas más abajo representan cuatro clientes del bar. Una cara de la carta dice lo que bebe el cliente y la otra, su edad, ¿a qué cartas hay que darles la vuelta para asegurarse de que la regla se ha cumplido?: 20 años – cerveza – 24 años – coca-cola.
Ambos casos contienen el mismo problema lógico. Sin embargo, la mayoría de la gente encuentra el primer problema mucho más difícil que el segundo, este último no suele encerrar dificultad, sin embargo, en el 1, lo más frecuente es que la gente elija la carta con la D (correcto) y con el 3 (incorrecto), además de no elegir el 7, que también sirve para comprobar la regla. ¿Qué indica eso? Nuestra eficiencia para resolver el caso 2 muestra que somos buenos para detectar defraudadores que infringen reglas. Si nuestras mentes han desarrollado una capacidad especial para ello es porque los humanos han sido seleccionados para resolver este tipo de problemas relacionados con las interacciones sociales, tales como la cooperación y el intercambio. En general, nuestra dificultad de razonar se muestra con enunciados o fórmulas independientes de su significado. Esto se ha comprobado en los razonamientos silogísticos: los sujetos se inclinan más a aceptar las conclusiones creíbles pragmáticamente que las que no lo son. Ante dos razonamientos que encierran una idéntica dificultad lógica pero que estén compuestos, en un caso por enunciados arbitrarios o falsos. Ej: si como carne de vaca, entonces bebo ginebra. Y en otro por enunciados no arbitrarios: Ej: si una persona bebe cerveza, entonces tiene más de 18 años, la gente muestra un mayor rendimiento en el segundo caso. Dicho de otro modo, existe una resistencia a aceptar conclusiones que se sabe que son falsas, aun cuando sean válidas lógicamente.
Explica la actividad mental implicada en los juicios causales en general y los juicios causales referidos a conductas humanas
Los juicios causales pretenden explicar fenómenos o conductas atribuyendo a algún factor o elemento (identificado como la causa) a la razón de ese fenómeno. La atribución causal y la necesidad o no de la misma, dependerán de su evaluación con respecto a un conocimiento general presupuesto acerca de lo que es normal y lo que no. Lógicamente, no todos los acontecimientos tomados aisladamente necesitan una explicación si no solo aquellos que presentan alguna anomalía. Cuando en nuestra vida diaria seleccionamos un rasgo nivel al que se ofrecen las explicaciones depende por completo del marco general pertinente que se presupone: de ese conocimiento general sobre lo que es normal o pertinente en diversas situaciones.
Explica los sesgos cognitivos de los juicios causales aplicados a conductas humanas
En la explicación de la conducta humana cabe distinguir entre las explicaciones que generamos y las que interpretamos de otros. En los estudios de atribución de las conductas humanas se ha comprobado que las personas como observadoras, suelen atribuir la conducta de los otros a su carácter o disposición. Por el contrario, al explicar y justificar la propia conducta los agentes tienden a atribuirla a las presiones creadas por las circunstancias. Es el llamado sesgo fundamental de la atribución que consiste en la tendencia a explicar la conducta de los otros a partir de características personales y la propia a partir de las circunstancias. Pero si en nuestra explicación de conducta tendemos a subestimar nuestro “yo” y a subestimar el de otros, no ocurre lo mismo cuando interpretamos las explicaciones de los otros. Es decir, tenemos una marcada propensión a sentirnos aludidos en las narraciones de los otros. Un caso que lo muestra es el llamado efecto Forer. Consiste en aceptar descripciones y explicaciones vagas y generales que podrían aplicarse a cualquiera, como si fueran precisas. También es destacable el fenómeno conocido como disonancia cognitiva que nace en nuestra propensión a inventar razones para justificar unos comportamientos o creencias que de otra manera serían injustificables. Ocurre sobre todo cuando se mantienen dos opiniones o ideas incompatibles.
Explica las nociones de libertad de y libertad para
La noción de «libertad de» se refiere al sentido original del concepto de libertad (la condición del hombre libre que no es esclavo) que incluye implícitamente la negación de dependencias o trabas externas, la ausencia de coacciones. Su significado se expresa en ciertos usos del lenguaje, tales como «libertad de pensamiento», «libertad de asociación». La ausencia de sometimiento que encierra este sentido de libertad comporta la posibilidad de decidirse por sí mismo a actuar, de disponer de sí mismo, de autodeterminarse. Vamos a llamar a ese poder de hacer algo por sí mismo, «libertad para«.
La «libertad para» presupone la «libertad de». No puede decirse de alguien que tiene libertad de expresión («libertad para la expresión») si no tiene «libertad de» (o respecto de) las trabas de la censura. Sin embargo, la «libertad de» no implica necesariamente la «libertad para». Alguien que no tenga trabas de censura puede no tener nada que decir. Diremos que la libertad negativa es condición necesaria para la libertad positiva, pero no suficiente, puesto que no basta con carecer de impedimentos para hacer algo (para llegar, libremente, a hacerlo de modo efectivo). El ejercicio efectivo de la libertad se realiza en la «libertad para». Ahora bien, sin la «libertad para» difícilmente podría yo conocer que tengo «libertad de». El conocimiento de mi «libertad de» solo puede aparecer desde la evidencia de una «libertad para». Solo cuando proyecto una acción para la que me siento capaz, podré advertir con precisión las trabas que me impiden ejercitarla (no me doy cuenta de que tengo las manos atadas hasta que quiero utilizarlas). Quien nada desea hacer tampoco tendrá conciencia de las trabas que le impiden hacer, sin embargo, solo puede conocerse desde ésta. Los dos sentidos del concepto de libertad parecen implicarse mutuamente.
Expon la argumentación del determinismo y razona por qué niega la libertad
- En el universo todo está vinculado en cualquier momento dado por medio de leyes causales con los estados del universo anteriores y posteriores. Si conocemos las leyes y las condiciones iniciales de un sistema natural en un momento dado, podremos predecir su estado en un momento futuro (concepción determinista de la naturaleza).
- Nuestro cerebro -un órgano natural- es un sistema determinista, es decir, es explicable por leyes bajo las cuales unas determinadas condiciones iniciales conducen a un único estado final (concepción determinista aplicada al cerebro).
- Toda decisión humana (cuya sede es el cerebro) es el resultado inexorable de ciertos antecedentes causales, sobre los que el sujeto que decide no tiene ningún control efectivo (conclusión: la libertad no existe).
Si nuestras decisiones son inevitables, entonces la libertad (esa capacidad de hacer algo por sí mismo y sin coacciones) debe ser una ilusión. Por libre que te sintieras al escoger entre una fruta y un pastel, realmente solo podrías tomar una decisión en esas circunstancias.
Explica las consecuencias del determinismo en relación con nuestros juicios y prácticas
Una consecuencia sorprendente que se derivaría del determinismo si se aplicara a todas las circunstancias, a todo lo que sucede, es que podríamos retroceder cuanto quisiéramos en el tiempo, puesto que cualquier situación presente vendría determinada por la inmediatamente anterior, y así podríamos concluir que antes de que nacieras ya estaba determinado que tú escogerías tu pastel. Que esta idea pueda resultar extraña no significa que no pueda ser verdadera. Pero examinemos las consecuencias que el determinismo produce en nuestra manera de ver y juzgar el comportamiento de las personas en sociedad.
En primer lugar, puede argumentarse que si el determinismo fuera cierto, no tendría sentido que te autoculparas (ni que nadie te culpara) por haber tomado el pastel, puesto que no podías haber hecho otra cosa. En general, las valoraciones morales carecerían de sentido porque no puede haber responsabilidad alguna si todo lo que hacemos está determinado de antemano y resulta inevitable. Si el determinismo fuera verdadero nuestros juicios sobre comportamientos humanos deberían carecer de todo componente valorativo, ser del mismo tipo que los juicios sobre los fenómenos naturales; y así como carece de sentido elogiar o culpar a la lluvia por caer (porque no le atribuimos responsabilidad), así tampoco tendría sentido elogiar o reprochar nada a ninguna conducta humana. En contra de este determinismo aplicado a las acciones humanas, se puede argumentar que las prácticas valorativas de la conducta humana, tales como la recompensa, el castigo, el elogio o la simpatía, solo tienen sentido a la luz de la atribución de responsabilidad, por tanto, desde el supuesto de la libertad no tendrían sentido si no creyéramos efectivamente en libertad de las personas. A este argumento se le puede objetar que la disolución de los valores morales no es la consecuencia inevitable del determinismo. Aunque el determinismo fuera cierto podría seguir teniendo sentido alabar las buenas acciones y castigar las malas, aunque resultaran inevitables. Después de todo, el hecho de que alguien estuviera determinado de antemano para comportarse mal no significa que no se comportara mal. Es más, si no culpamos, quizá estemos influyendo en que vuelva a hacerlo. No significa que lo hagamos responsable de lo que hizo, solo tratamos de influir en su comportamiento futuro.
El compatibilismo y su crítica
El compatibilismo es una doctrina que sostiene que el determinismo y la libertad no son incompatibles. Para el compatibilista la libertad se manifiesta en el hecho de la autodeterminación, en todas aquellas ocasiones en las que nosotros somos la causa de nuestras acciones; más concretamente, nos autodeterminamos cuando obramos sin coacciones ajenas, conforme a nuestras creencias y deseos, que son las razones últimas que explican nuestra acción. Una acción libre es aquella autodeterminada por el agente, y esta autodeterminación solo puede producirse en ausencia de constricción interna (una compulsión patológica) o externa (una coacción). Esta es la «clase especial» de causa que impide la libertad (y, por tanto, eximiría de responsabilidad moral). En último término, para el compatibilista, la autodeterminación, la causa de mi acción libre, debe buscarse en mis creencias y deseos (racionales y no patológicos).
El compatibilista cree poder aceptar el determinismo y salvar la libertad. Soy libre cuando puedo hacer lo que quiero, aunque no pueda dejar de querer y decidir lo que quiero y decido. Sin embargo, en este caso parece que no se cumple la condición de las alternativas de conducta. A esto el compatibilista podría responder que no tiene por qué vulnerar esa condición, pues podría haber actuado de otro modo si hubiera tenido otras creencias y deseos, pues estas son las razones de la conducta voluntaria, las causas de la acción libre. Pero esto es incoherente con nuestra idea común de libertad. Efectivamente, si confrontamos de nuevo esta idea con la de responsabilidad deberemos reconocer su relativa independencia respecto de las creencias y deseos. Pensamos que una persona puede actuar de otra forma pese a mantener sus creencias y deseos. Además si la autodeterminación reside finalmente en nuestras creencias y deseos (que son las razones que causan nuestra acción), y resulta que estas creencias y deseos no han sido libremente elegidos (efectivamente nos vienen ya dados por nuestra historia cultural y biológica), entonces se hace insostenible la idea de libertad defendida por el compatibilista. A la argumentación del compatibilismo se le pueden presentar otras objeciones. Por ejemplo, la delimitación entre acciones cuyas causas estén en nosotros (voluntarias, libres, autodeterminadas) y aquellas otras involuntarias, no libres o determinadas desde fuera, no es siempre clara, porque a veces hacemos voluntariamente cosas que sin embargo no desearíamos hacer.
El incompatibilismo y su crítica
El incompatibilismo no cree que sea posible resolver el conflicto entre la hipótesis determinista y la existencia de la libertad. No hay forma de conjugarlas como cree el compatibilista. La autodeterminación, para el incompatibilista, debe buscarse no en las razones (creencias y deseos) del agente, sino en algo previo a esas razones, algo así como su voluntad soberana: que se traduce en un acto puro de decisión, desprendido de sus creencias y deseos. Así, no hay razones (creencias y deseos) que expliquen la acción libre; esta solo puede referirse a la decisión de la voluntad del agente. La causa última de tu acción de comerte el pastel en lugar de la manzana es porque tú así lo quisiste (lo cual obviamente no es una razón).
El incompatibilista resuelve mejor que el compatibilista la condición de «alternativas de conducta», ya que para este yo podría haber actuado de otro modo si así lo hubiera querido, si así lo hubiera decidido mi voluntad, con independencia de los motivos psicológicos que concurrian en el momento de la decisión. Este es el rasgo que constituye la libertad humana, que convierte un organismo individual en un sujeto moral, un individuo a quien poder imputar responsabilidades. El inconveniente principal del incompatibilismo es que al desligar la autodeterminación de las razones (creencias y deseos) acaba interpretando la libertad como una decisión arbitraria, caprichosa o irracional. En realidad, la interpretación que el incompatibilismo hace de la autodeterminación es difícilmente comprensible. Apelar a la voluntad del agente, más allá de su constitución psicológica (de sus creencias y deseos), es como apelar a una fuerza misteriosa que se escapa al funcionamiento natural del mundo. No está claro decir que yo determino la decisión, si nada en mí la determinan. Esto plantea la alarmante posibilidad de que no somos responsables de nuestras acciones, tanto si el determinismo es cierto como si es falso. Si el determinismo es cierto, las circunstancias antecedentes son las responsables. Si es falso, nada es responsable.
Explica las 2 condiciones de la acción libre y cómo responden a ellas el compatibilismo
La condición de alternativa de la conducta es la capacidad de elegir otra cosa a la que elegimos. Lo que queremos expresar al decir «podría haber tomado la manzana en lugar del pastel» es que mi decisión no estaba determinada de antemano, como por ejemplo lo está que mañana salga el sol. A esto el compatibilista podría responder que no tiene por qué vulnerar esa condición, pues podría haber actuado de otro modo si hubiera tenido otras creencias y deseos, pues estas son las razones de la conducta voluntaria, las causas de la acción libre. Pero esto es incoherente con nuestra idea común de libertad. Efectivamente, si confrontamos de nuevo esta idea con la de responsabilidad deberemos reconocer su relativa independencia respecto de las creencias y deseos. Pensamos que una persona puede actuar de otra forma pese a mantener sus creencias y deseos. El incompatibilista resuelve mejor que el compatibilista la condición de «alternativas de conducta» ya que para este yo podía haber actuado de otro modo si así lo hubiera querido, si así lo hubiera decidido mi voluntad con independencia de los motivos psicológicos que concurrían en el momento de la decisión.
¿Por qué decimos que la libertad absolutamente incondicionada no tiene sentido?
Al margen de que todas nuestras decisiones y acciones estén o no determinadas de antemano, lo que es innegable es que el ejercicio de la libertad siempre reposa sobre un fondo de condicionamientos que tiene lugar en un marco en el que concurren diversos factores que condicionan y hacen posible ese ejercicio. La libertad absolutamente incondicionada, desprovista de toda constricción, es un contrasentido. Si quiero ejercer mi libertad de hablar chino, primero tengo que aprender chino y ajustarme a las reglas del chino. Lo que nos ayuda y potencia nuestras posibilidades es al mismo tiempo lo que nos liga y limita. En resumen: cuanto más capaces de hacer más cosas, más libres seremos de hacerlas.
Explica e interpreta el experimento de Benjamin
Benjamin Libet trató de averiguar en qué momento de la secuencia de actividad cerebral se sitúa la decisión consciente de mover un dedo, es decir, la experiencia subjetiva de la toma de la decisión. Para ello, el investigador reunió a un grupo de voluntarios, dotados de electrodos que permitían registrar las señales eléctricas de sus cerebros. Cada uno de los voluntarios se encontraba situado frente a un cronómetro, y tenía que tomar en algún momento la decisión de mover un dedo. Después, debería indicar en qué posición se hallaba la aguja del cronómetro en el momento en el que experimentó el impulso consciente de mover el dedo, momento que Libet identificó con el instante de la toma de la decisión. Pues bien, el sorprendente resultado que se obtuvo en los experimentos de este tipo -realizados en la década de los ochenta del pasado siglo- fue que el momento señalado por los participantes como el instante de la decisión consciente de realizar el movimiento tenía lugar unos 200 milisegundos antes de la realización del mismo. Es decir, más o menos 320 milisegundos después de que empezara a registrarse el «potencial de disposición» en su cerebro.