El Pensamiento de Descartes
1. La Duda Metódica y la Búsqueda de la Certeza
En su búsqueda de un fundamento seguro para el conocimiento, Descartes plantea la duda metódica. Uno de sus niveles es la hipótesis de un dios engañador que desorienta al hombre. Tras encontrar la certeza del yo pensante («Pienso, luego existo»), Descartes examina las ideas que en él se contienen y encuentra entre ellas la de una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente: Dios.
2. Reglas del Método Cartesiano
Ante el fracaso de la filosofía escolástica, Descartes se plantea encontrar las reglas de un método capaz de asegurar la validez del conocimiento:
- Regla de la evidencia: Aceptar como ciertas únicamente aquellas ideas que sean claras y distintas, conocidas bien por intuición, bien por deducción.
- Regla del análisis: Reducir cualquier proposición compleja a sus elementos simples.
- Regla de la síntesis: Reconstruir los argumentos deductivos partiendo de sus componentes más simples.
- Regla de la enumeración: Revisar detenidamente todos los pasos dados al razonar para eliminar posibles errores.
Descartes aplica estas reglas a la metafísica con la intención de hallar alguna certeza absolutamente evidente sobre la que reconstruir la ciencia. Inicia dicha tarea planteando la duda metódica, un artificio que consiste en poner en cuestión todos nuestros conocimientos. Descartes pone en duda, por este orden:
- Las ideas oscuras y confusas que ofrecen nuestros sentidos.
- La diferencia entre el sueño y la realidad.
- La certeza de nuestros conocimientos matemáticos, porque Dios o un genio maligno podrían engañarnos cada vez que razonamos.
No obstante, algo se mantiene firme ante la duda: el sujeto mismo que está dudando y, por tanto, piensa. «Pienso, luego existo» es, pues, la primera certeza indubitable de la que hay que partir para reconstruir la metafísica.
3. Las Tres Sustancias
El yo o sustancia pensante contiene tres especies de ideas: adventicias, facticias e innatas. Descartes concluye que la idea innata de un ser infinitamente perfecto no puede haberla creado él, dada su finitud e imperfección. Esa idea de un ser infinito ha tenido que ser puesta en nuestra mente por Dios mismo, dando así por demostrada la existencia de Dios.
La idea de un ser infinitamente perfecto incluye entre sus infinitas perfecciones la de existir necesariamente. Si el yo se hubiese otorgado a sí mismo la existencia, se habría dotado también de infinitas perfecciones. Pero, como se sabe limitado y contingente, no ha podido darse la existencia a sí mismo, sino que ha tenido que dársela otro ser, el cual puede ser o también contingente o necesario. Como la cadena de seres contingentes no puede ser infinita, tiene que haber un ser que exista necesariamente: Dios, el cual no solo ha creado al yo, sino que también lo mantiene constantemente en la existencia.
Ese Dios dotado de infinitas perfecciones no puede ser malvado ni querer engañarnos, así que la existencia de un Dios bondadoso nos garantiza no solo que el mundo exterior existe, sino que nuestro conocimiento de él es verdadero si se tiene cuidado y se aplica correctamente el método.
En la metafísica cartesiana se distinguen tres sustancias: la infinita, la pensante y la extensa. Implica una antropología dualista, pues en el hombre el alma y el cuerpo son sustancias completamente diferentes. La comunicación entre ambas es problemática, aunque Descartes cree poder explicarla acudiendo a la glándula pineal, que facilita el vínculo entre el alma inmortal y la máquina del cuerpo.
Contexto Histórico y Filosófico de Descartes
3. El Siglo XVII y la Crisis Europea
La vida de Descartes coincide con la crisis provocada por la Guerra de los Treinta Años, que asoló Europa arruinándola económicamente. En el terreno político, en este periodo se imponen en Europa las monarquías absolutas. La época está dominada en el plano religioso por diversos y sangrientos conflictos. Durante el siglo XVII triunfó el arte barroco.
4. Influencias Filosóficas en Descartes
En lo que se refiere al ambiente filosófico que rodeaba a Descartes, hay que mencionar en primer lugar el pensamiento escolástico que asimiló en su juventud; el escepticismo que encuentra plasmado en los ensayos de Montaigne; y, finalmente, el despliegue de la nueva ciencia experimental desarrollada en Italia por Galileo, cuyo componente matemático es muy valorado por Descartes.
El Problema de Dios en la Filosofía
4. Diversas Perspectivas sobre Dios
Puede tratarse el problema de Dios en la filosofía medieval de Agustín de Hipona o de Tomás de Aquino, en cuyo pensamiento el hombre puede alzarse hasta Dios tanto por la fe como por la razón. En el pensamiento contemporáneo, mientras Marx y Nietzsche critican la idea de Dios, Wittgenstein incluye este concepto en el campo de lo místico, al tiempo que Ortega y Gasset considera que no son los hombres los que necesitan de Dios, sino Dios de los hombres.
5. La Visión de San Agustín
San Agustín piensa que el hombre solo es feliz si conoce enteramente la verdad, pero ese conocimiento sigue dos caminos: el de la fe y el de la razón. Ambos caminos no son incompatibles, sino complementarios: el Dios en el que se cree ha de ser también conocido por la razón. La fe nos lleva a buscar a Dios y prepara nuestra inteligencia para entenderlo, y, una vez que lo hemos entendido, nuestra fe en él no puede sino aumentar.
En esta dialéctica entre fe y razón, el amor actúa como el preso espiritual que impulsa el alma hacia su creador. En esa búsqueda, el conocimiento procede primero del exterior al interior del alma y allí ha de montarse desde la razón inferior discursiva hasta la razón superior, que conoce las verdades eternas e inmutables cuyo fundamento no puede hallarse en el sujeto humano, que es temporal y mudable, sino en un ser eterno e inmutable: Dios.
Dios ha creado el mundo y todos los seres que en él hay utilizando las ideas o arquetipos que preexisten en su mente, pero no es responsable del mal, el cual se debe no a un principio maligno, como creían los maniqueos, sino a la imperfección de las criaturas, que nunca pueden ser iguales a Dios, o a la mala utilización de su libre albedrío por parte del hombre.
Dios, asimismo, ayuda mediante la gracia al hombre a la hora de inclinarse a elegir el bien e ilumina su entendimiento para que pueda conocer las verdades eternas. También dirige providencialmente el curso de la historia para que al final de los tiempos se produzca la victoria de la ciudad de Dios, consagrada al amor, a la virtud y a la paz, sobre la ciudad terrenal, en la que reinan el egoísmo y el apego a los bienes sensibles.