Argumentar: El arte de dar razones

¿De dónde salen nuestros argumentos?

Argumentar es dar razón de nuestras afirmaciones. La tarea de inventar argumentos no precisa reglas. Los argumentos brotan de nuestra cabeza tan pronto como conocemos el asunto que deseamos discutir. Cosa distinta es que resulten acertados o erróneos. Para pensar correctamente (como para hablar con propiedad), necesitamos reglas que aporten rigor a nuestros razonamientos habituales, pero no las necesitamos para empezar a construirlos. El número de formas para producir argumentos es muy reducido. Además, los procedimientos de argumentación que utilizamos son siempre los mismos para todos. ¿Por qué? Porque los modos de argumentación reflejan nuestra manera espontánea de razonar (sea bien o mal), con lo cual los entiende todo el mundo; es decir, pertenecen al sentido común. Todos los debates parlamentarios, por ejemplo, como todos los razonamientos de los periódicos, de la medicina, de los tribunales, de la publicidad… son de sentido común. No hay diferencias entre los argumentos de un niño y los del presidente del Tribunal Constitucional. Por supuesto que el contenido y la fuerza de los argumentos son muy distintos en un caso y en otro, pero los recursos lógicos y el esqueleto de las demostraciones son los mismos tanto si fundamentan una sentencia como si reflejan la ingenua visión del mundo infantil.

Nuestro punto de apoyo: lo ya conocido

No discutimos lo obvio, lo que todo el mundo acepta. Tampoco discutimos creencias o dogmas que se consideren inamovibles. Discutimos lo dudoso, lo inseguro. Razonamos para indagar lo que no sabemos. Pongamos un par de ejemplos:

  • No sé si Carlos será capaz de saltar la tapia del huerto. Lo mejor, para salir de dudas, sería que él mismo lo intentara, pero no está presente. Considero entonces lo que ya sé: la altura de la tapia, la del muchacho, su agilidad, sus antecedentes… y llego a la conclusión fundamentada de que podrá saltarla con facilidad.
  • ¿Será perezosa esta gatita cuando crezca? Todo parece indicar que no: es un bichito mg, animado, juguetón, que no sabe estarse quieto. Sin embargo, pensamos que cuando crezca se volverá perezosa porque es un gato. Nos apoyamos en lo que sabemos: todos los gatos son perezosos, y concluimos que, en ese futuro desconocido, la gata será como cualquier gato.

Todo razonamiento es un salto de lo conocido a lo ignoto que se apoya en lo que ya sabemos. Si no sabemos nada o no estamos seguros de lo que sabemos, no podemos argumentar.

Cómo conocemos

Todos nuestros conocimientos proceden de la observación o del razonamiento a partir de las observaciones. Observamos los fenómenos que están a nuestro alcance y razonamos cuando no podemos observar. Por ejemplo, si yo sé que cuando mi hermano llega a casa lo primero que hace es poner la tele, cuando llego y veo la tele puesta puedo inferir (razonar) que está en casa. Pero, ¿cómo conseguimos esos conocimientos que sabemos?

La observación

La observación suele ser el único conocimiento fiable. Para saber qué alimentos hay en el frigorífico de mi casa no tengo más que dos opciones: abrir la puerta para examinar el contenido o que me lo cuente otra persona que lo haya hecho. Los conocimientos que son el resultado de la observación son de tres clases: los que proceden de la experiencia propia, los que resultan de la experiencia ajena y los que obtenemos porque confiamos en la observación de otros.

  • La experiencia propia. La experiencia propia recoge todo lo que percibimos a través de los sentidos: lo que vemos, lo que oímos, lo que olemos o las cosas que tocamos, etc. Es característico de la experiencia propia el que provoca sentimientos en nosotros: placer, dolor, alegría, tristeza, miedo… La información que recibimos por experiencia propia es la primera realidad de la que nos sentimos seguros, tanto si se trata de hechos como si se trata de valoraciones: mi mechero funciona (hecho); el niño está asustado (hecho); ese ruido es desagradable (valoración). Percibimos la realidad por sus evidencias, porque la palpamos: Esto ha sido así, lo he visto. Ayer llovió: me mojé.
  • La experiencia ajena. Para ir más allá de nuestra experiencia particular necesitamos de la experiencia de otras personas, que pueden estar ahí o que ya han desaparecido: Sabes que naciste el 4 de julio de 1985 porque te lo ha dicho tu madre. Sé que tu primo Juan está en Madrid porque me lo has contado. Insistes en que me sienta mal el café porque te lo ha dicho el médico.

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