ARISTÓTELES
La filosofía aristotélica coincide en unos aspectos sí y en otros no con la filosofía de Platón: por una parte piensa que las cosas actúan teleológicamente, es decir siguiendo un fin, un para qué, además de concebir la ciencia como conocimiento de la esencia. Pero por otra parte, no acepta el carácter propedéutico de las ideas, y las ciencias adquieren un valor por sí mismas, centradas cada una en un aspecto de la realidad. Postulan un fundamento común y un nuevo método.
Este nuevo método es la lógica, que se recoge fundamentalmente en el Órganon, donde Aristóteles presenta una serie de argumentos o pruebas que llamó silogismos. Éstos deben cumplir que las premisas, siendo siempre verdaderas, se cumplan correctamente en relación a la conclusión.
En función de los razonamientos empleados, encontramos la lógica deductiva si se obtienen proposiciones particulares a partir de aquellas universales, o lógica inductiva, en caso de que se haga al contrario.
A través de los tipos de lógica, los silogismos nos conducen a la ciencia. Esta ciencia puede dividirse en saberes, dentro de los cuales encontramos: el saber práctico (ejercido a través de la sabiduría práctica, la phrónesis), que nos indica el cómo obrar, regulando la conducta humana, el saber productivo, que nos indica el cómo hacer, cuya finalidad es la producción de objetos (techné), y el teórico, el cual queda dividido en el Episteme, el Noûs y la Sophia.
Las ciencias teóricas son la física, las matemáticas y la metafísica. Estas dos primeras vienen regidas por la Episteme, que engloba las ciencias universales, demostrativas y necesarias, mientras que la metafísica la trata la sophia, superior para Aristóteles a la inteligencia y la propia ciencia, pues representa un fundamento común a todas las cosas, la filosofía primera. Todas ellas persiguen el conocimiento por sí mismo.
Aristóteles tomó esta ciencia teórica, la física, como base de la naturaleza, ya que trata a todo ser que existe por naturaleza, y está sometido a movimiento.
En cuanto a los seres que existen, encontramos dos tipos: aquellos que lo hacen por naturaleza, siguiendo principios intrínsecos del movimiento, y aquellos que lo hacen por otras causas, correspondíéndose a estos el movimiento extrínseco, pues son fruto del arte o del azar. Ocurre que para los griegos, incluso los artefactos tenían un carácter intrínseco, por lo que por extensión podemos denominarlos a todos como seres naturales.
Todos estos seres naturales se comportan siguiendo un orden determinado, es decir, persiguen un fin.
En cuanto al sometimiento al movimiento de estos seres, podemos hacer distinciones en los diferentes cambios a los que se someten:
Por una parte, encontramos unos cambios accidentales en la realidad: se producen manteniéndose la misma forma sustancial. Pueden ser de diferentes tipos: cualitativos, cuantitativos o locales (y dentro de éstos, naturales o violentos).
Sin embargo, existen otros tipos de movimiento: los sustanciales, en los que la sustancia cambia, y que únicamente pueden ser derivados de procesos de generación y corrupción. Se produce un cambio en esta sustancia debido a que cambian los componentes del sujeto: la materia prima (hylé
), que es un componente indeterminado, y la forma sustancial (morphé
), que determina que la cosa sea lo que es.
Estos movimientos sustanciales no implican un paso del no ser al ser o viceversa, sino de un tipo de ser a otro: el cambio de produce de un ser que puede llegar a ser, pero que aún no es, al ser que ya es. Al primero se le denomina ser en potencia, y al segundo, ser en acto.
Cuando un ser natural se transforma tanto sustancial como accidentalmente, podemos hablar de diferentes causas a través de las cuales lo hace: la causa material, aquello desde lo que una cosa llega a ser y que persiste, la causa formal, que determina la materia (la concreta en una especie determinada), la causa eficiente, que es el motor del proceso del devenir, y la causa final, que es el para qué al que tienden todas las cosas, pues aspiran a la perfección.
El conocimiento de estas causas supone el conocimiento del ser, pues para Aristóteles la naturaleza es una causa.
A la ciencia que estudia la naturaleza de los seres Aristóteles la llamó filosofía primera (metafísica). Considera al ser no como un término equívoco ni unívoco, sino análogo. Es análogo debido a que lo podemos expresar en muchos sentidos, pero siempre lo haremos en relación con un único principio, que es la esencia.
Los seres o identidades están formados por dos partes: el ser que es por sí mismo (sustancia), y el ser que depende de la parte sustancial (accidentes). Dentro de la sustancia, que forma el auténtico ser porque es independiente de los accidentes, podemos diferenciar dos componentes: el sujeto, que sigue el principio de individuación, parte que lo hace individual, que se divide en materia (hylé) y forma sustancial (morphé), que determina el aspecto de la cosa. Por otra parte, al mismo nivel que el sujeto encontramos la esencia, que hace al ser accesible a la razón.
Así sea el momento definido o momento real de la cosa (sea por logos o por la physis), la esencia es la forma específica, que crea el género y la especie. Esta esencia viene regida por el principio de inteligibilidad, el principio que unifica, en él se basan los conceptos universales. Solamente se puede hacer ciencia de esta esencia y por tanto, de los conceptos universales.
Los sentidos nos permiten extraer los conceptos universales a través de los objetos particulares. Para Aristóteles, contamos con el sentido común, que relaciona los aspectos de las cosas para conocerlas, o la memoria, que nos permite recordar conjuntos de sensaciones a través de la experiencia.
Pero además de conocer la realidad, aspiramos a conocer las causas de ella. Tendemos a formar un ‘fantasma’, una imagen general de una clase de objetos, a partir del cual, con la ayuda del entendimiento activo, podremos formar los conceptos sustanciales de las cosas, a través de la abstracción. De esta manera, el entendimiento activo podrá poner en contacto tanto las esencias de las cosas para ser conocidas, como nuestro entendimiento, el conocimiento pasivo.
Para integrar cómo los universales están presentes en el mundo, Aristóteles plantea una teoría teológica en la que trata un motor inmóvil, primero en el orden de la realidad. Su actividad consiste en la contemplación a sí mismo, que representa la felicidad suprema. Por ello, el resto de seres adquieren un ‘movimiento’ (la forma), atraídos por él.
El motor inmóvil es el que va a hacer que esas formas estén impresas en la materia. La función del Dios aristotélico no es hacer el mundo, ni siquiera ponerlo en movimiento, sino que suscita el movimiento interno. Mueve sin ser movido él. Por eso, a ese Dios Aristóteles lo llama sustancia separada, porque es la única que realiza plenamente la idea de sustancia.
Este Dios se piensa a sí mismo, actividad que para Aristóteles llevaba a la total felicidad, la cual es el bien último de todo hombre, pues somos seres naturales y sólo alcanzaremos la perfección alcanzando esta felicidad.
Pero ocurre que el hecho de pensarse a sí mismo sólo puede llevarlo a cabo un Dios, pues los hombres tienen otras necesidades vegetativas, de modo que este proceso de se ve interrumpido. Así, aunque la vida intelectual es la más elevada a la que puede aspirar el ser humano, es inalcanzable pues en éste el alma racional se encuentra unida al cuerpo de manera sustancial.
El cuerpo y el alma constituyen pues, un compuesto hilemórfico. Al cuerpo, materia indeterminada (hylé), el alma le confiere una forma específica (morphé), que hace posible que realice sus fines como ser natural. Las partes estructurales o potencias en las que Aristóteles divide este alma, son:
-La potencia vegetativa. Es reproductiva, nutritiva y de crecimiento, propia de todos los seres. -La potencia sensitiva. Capacidad del alma de recibir sensaciones, es decir, de verse afectada por el mundo exterior. Se distinguen dos grados: la sensibilidad primaria (animales inferiores), y la sensibilidad superior (animales superiores con plenitud de sentidos). -La potencia intelectiva. Específica del ser humano. Tiene dos funciones específicas: la intelectual (por ella se produce la abstracción y el paso de la experiencia a los conceptos primarios), y la volitiva (brinda motivos y razones para la acción de voluntad).
El dominio del alma racional no impide que se manifiesten las pasiones del cuerpo. No son malas en sí mismas, pero deben ser regidas por la razón. Estas pasiones o apetitos se derivan del compuesto hilemórfico, del alma y cuerpo conjuntamente. Armonizar funciones y pasiones es el cometido de la ética.
Estas pasiones pueden llevarse a extremos de exceso o defecto, donde el término medio, regido por la razón, las reprime. Este hábito conseguido con la repetición de actos, es la virtud de cada hombre. Es siempre el resultado de una libre elección. Esta búsqueda del término medio supone para el hombre uno de los dos tipos de felicidad, regida por virtudes morales, entre las que encontramos la prudencia, que es la más importante, pues nos indica ‘lo que está bien y lo que está mal’.
El otro tipo de felicidad, regida por virtudes teoréticas, es lo que Aristóteles llama la felicidad absoluta. Ésta se consigue a través de la autonoesis, y es practicada por los sabios. Tiene que ver con el intelecto y es el fin en sí mismo, ya que se basta por sí misma (es decir, es autárquica), y no es por causa de otra.
Además, es una actividad estrictamente contemplativa. Es así porque busca ejercer bien su actividad, esto es, la excelencia o virtud (areté). La actividad más excelente del ser humano es el entendimiento o razón, y el ejercicio de ésta (la contemplación), sustentará esta felicidad absoluta. Pero ésta no puede conseguirse en la polis, sino en soledad.
La felicidad a través de la búsqueda de un término medio sí que se realiza en la polis. El ser humano es un ser social, pues el hecho de vivir en sociedad supone para él una exigencia de la naturaleza humana. El hombre es un ser social debido a que, a través de la palabra, tiene el conocimiento del bien y del mal, es decir, de la justicia.
La justicia es la virtud más importante para Aristóteles tanto social como políticamente. Conceptualmente, la podemos dividir en dos ámbitos:
-Justicia distributiva. Su criterio es la distribución de bienes: lo justo es la proporción. -Justicia conmutativa. Su criterio es la igualdad: lo justo es lo igual.
La capacidad de mantener la justicia en estos dos ámbitos es el factor que rige la excelencia de la acción política en una comunidad. La comunidad perfecta se ve representada en la idea de Estado ideal. El fin de este Estado ideal es llegar a un bien común, en el que viene implícito un bien individual. Éste se garantiza con las leyes, que mantienen las costumbres tradicionales. Así, los ciudadanos no sólo conviven, sino que viven mejor, llevando una vida buena.