Aristóteles concibe la vida humana como una práxis (actividad), no como una póiesis (producción). Esa praxis que es la vida humana no se limita a la conservación del vivir puro y simple, abriéndose al problema del bien vivir o felicidad. La felicidad se concibe, pues, como una especie de actividad consistente en la expansión que en nuestra vida provoca la perfección operada por la recta praxis: la vida lograda. El bien perfectivo de la vida humana debe presentar dos notas, que pertenecerán a la felicidad, coherentes con el carácter absoluto de los fines que son acciones:
a) Ser último (algo elegido por sí mismo y no como medio para alcanzar otra cosa), y
b) Ser suficiente en sí mismo (algo que por sí mismo hace una vida digna de ser elegida).
- Estas dos notas constituyen requisitos o criterios para identificar dicho bien y tratar de alcanzarlo.
- Para discernir un fin último que sea perfección del hombre de otros bienes que también ejercen un atractivo sobre él, Aristóteles partirá, además, de la “función” más alta del hombre ―correspondiente a la vida del «ente que tiene razón»―, hasta definir cuatro rasgos de la felicidad:
a) Debe ser la vida de esta facultad,
b) Debe ser, como dijimos, actividad, no mera potencialidad,
c) Debe ser conforme a la virtud o, si hay más de una, a la mejor y más perfecta entre ellas, y
d) Debe manifestarse no solamente durante cortos períodos, sino durante una vida completa.
- En síntesis, la felicidad podrá definirse como: una actividad en concordancia con la virtud más alta (pues el vivir conforme a recta razón requiere el vivir conforme a virtud) en un sujeto racional. Pero ¿qué actividad es ésa?
- Hay que descartar en un sujeto racional que esa actividad corresponda a la vida placentera de los rudos, por ser apta sólo para los animales.
- Hay que descartar (por los requisitos de ultimidad y suficiencia) la identificación de la felicidad con el honor y el reconocimiento, pues la vida que así se quiere lograr adolece de pasividad (depende más del que honra que del honrado) y no es última: denota, en los que la valoran por provenir de gente virtuosa, que tienen la virtud por superior.
- Habrá que buscar, pues, en la virtud, activa y valorada por sí misma, un superior ideal de vida.
- Ahora bien, la felicidad no puede ser ella misma una virtud, que es un hábito, pues reúne los rasgos de un ejercicio activo, aunque sostenido a lo largo de la vida (o sea, una dedicación).
- Por los requisitos de ultimidad y suficiencia, se descartan los ejercicios forzosos y que se escogen por fin de otras cosas, para situar la felicidad entre los ejercicios que por sí mismos se escogen.
- De entre estos ―en los que no se pretende otra cosa fuera del mismo ejercicio―, hay que descartar las diversiones, aunque no por otro fin son apetecidas (de hecho, por ellas se llegan a descuidar la propia salud e intereses), por varios motivos:
a) Por falta de ultimidad: No puede consistir la felicidad en aquellos divertimentos, porque aspiran al descanso y la vida negocia y se debate por otro fin que el reposo, puesto que tomamos éste por amor del ejercicio.
b) Por la aplicación de un nuevo principio argumental coherente con el tercer rasgo: no son equiparables la estimación de los buenos y la de los malos, pues cada uno juzga por más digno de escoger el ejercicio que es conforme a su propio hábito, y el virtuoso juzga por más digno escoger lo conforme a la virtud.
- Queda el otro ejercicio que no pretende otra cosa fuera de sí mismo: las obras de virtud.
- Pero como la vida feliz consiste, por sus rasgos, en las cosas hechas conforme a la virtud más alta, en el ejercicio de la mejor parte y del mejor hombre racional, la contemplación constituirá el fin más elevado de la vida humana.
- En efecto, la mayor felicidad estriba en la vida intelectual, que reviste sus rasgos, y satisface los requisitos, ya que a) consiste en el ejercicio de la inteligencia, facultad más alta del alma, b) es el más sostenible de los ejercicios ―más continuamente podemos contemplar que no obrar cualquiera cosa―, c) es un ejercicio más suficiente, que menos necesidad tiene de cosas exteriores, lo cual es propio de la felicidad y d) solo la contemplación es última y amada por sí misma, porque de ella ningún otro provecho procede fuera del mismo contemplar, mientras que en los negocios algo otro alcanzamos fuera de la misma acción.
- Como razón añadida, tal vida supone una participación en el ejercicio de Dios, el cual es supremamente dichoso, sin que se le pueda atribuir otra acción que el contemplar.