La pertenencia a una comunidad política (un país) que se asienta de un modo permanente en un territorio.
El disfrute efectivo de unos derechos que deben ser protegidos por la ciudad o el Estado, entre los que se incluye la posibilidad de participar en las tareas de gobierno de la propia comunidad política, de forma directa o indirecta.
La Ciudadanía en la Antigüedad Grecolatina
El término ciudadano proviene del latín civis, palabra que comparte la misma raíz que civitas (ciudad).
En el derecho romano, el término civis estaba reservado únicamente para aquellos miembros de la comunidad que reunían ciertos requisitos, como ser varón, no esclavo, mayor de edad, nacido de padres romanos, etc.
El resto de la población no eran considerados ciudadanos.
Anteriormente, en la Grecia clásica de los siglos V y IV a.C., se utilizó el término “polités” para referirse al ciudadano, aquel miembro de la comunidad política que reunía los mismos requisitos que se acaban de mencionar, es decir, podía participar en la política.
Pero en algunas ciudades griegas los ciudadanos llegaron a tener un gran protagonismo, porque podían participar activamente en el gobierno de la polis a través de la democracia, el gobierno del demos (pueblo).
Tanto en Grecia como en Roma, el ciudadano era alguien a quien se reconocía dotado de un conjunto de derechos y deberes, y se destacaba especialmente el deber de defender a la ciudad empuñando las armas si era necesario.
La Ciudadanía en la Democracia Griega: La Tradición Política
En Grecia, cada ciudad (polis) procuraba ser económicamente autosuficiente (autarquía).
En el caso de la antigua democracia griega, ser ciudadano significaba, sobre todo, participar activamente en la política, en las tareas del gobierno de la polis. Es decir, ser ciudadano es participar activamente en la política.
Para los griegos, ser ciudadano significaba, sobre todo, ocuparse de las cuestiones públicas y hacerlo mediante la deliberación, es decir, mediante una discusión abierta en la que se intercambian argumentos. Este procedimiento se completaba con la votación.
Tres principios regían la participación en la Asamblea:
Isonomía: Igualdad ante la ley. Todo ciudadano tiene los mismos derechos y deberes.
Isegoría: Igualdad de palabra. Todo ciudadano tiene el mismo derecho que cualquier otro a la palabra.
Koinonía: Buscar el bien público, el bien de todos, en lugar de centrarse en el bien particular (principalmente de los demagogos). Se distinguía entre el idion (particular) y lo común (koinon).
Ciudadanía en la Antigua Roma: La Tradición Jurídica
Para los antiguos romanos, la ciudadanía consistía, sobre todo, en el reconocimiento legal de algunas personas como miembros de pleno derecho de la República y, más tarde, del Imperio. Esto significaba que el ciudadano era aquel que gozaba de la protección jurídica otorgada por las leyes y las instituciones.
El civis latino es distinto del polités griego: el ciudadano griego era, sobre todo, un sujeto activo (participación en el ágora), mientras que en Roma se entiende más bien como un título jurídico que permite reclamar ciertos derechos.
En la historia de Roma hay que distinguir la fase de la República, en la que los ciudadanos podían elegir libremente a sus representantes en el Senado.
Y la fase posterior, la del Imperio, en la que tales derechos de participación política tuvieron cada vez menos importancia debido a la concentración de todo el poder en el Emperador.
Limitaciones de la Ciudadanía Antigua
Se trataba de una ciudadanía excluyente, no inclusiva. Eran ciudadanos los varones adultos que reunían ciertos requisitos establecidos por las leyes, quedando siempre excluidas las mujeres. Por tanto, la inmensa mayoría de la población carecía del estatuto de ciudadanía.
Solo se consideraba “libres e iguales” a los miembros de la propia comunidad política y no a todo ser humano por el hecho de serlo.
La Edad Moderna supondrá un avance en este sentido, al reconocer universalmente que los seres humanos nacen libres e iguales.
La condición de ciudadano proporcionaba ciertos derechos de participación política, pero los derechos individuales no estaban suficientemente protegidos, por ejemplo, alguien con minusvalía.
Doble Raíz de la Ciudadanía Moderna
La participación política a través de la deliberación (de origen griego) y la tradición de la protección legal de los derechos de la persona (de origen romano).
La primera forma parte de la moderna idea republicana de ciudadanía, que insiste en que los ciudadanos han de participar activamente en la vida pública.
La segunda parte forma parte de la versión liberal, que subraya más bien la prioridad de los derechos subjetivos.
Ciudadanía Moderna
Ciudadanía y Estado
Aunque las raíces de la ciudadanía sean griegas y romanas, el concepto actual de “ciudadano” procede, sobre todo, de los siglos XVII y XVIII, de las revoluciones francesa, inglesa y americana.
A lo largo de la Edad Media se forjó la noción de “derechos naturales” y, para proteger esos derechos, se fue instaurando poco a poco un nuevo tipo de comunidad política: el Estado nacional moderno como institución que se obliga a defender la vida, la integridad y la propiedad de sus miembros.
Con la aparición del Estado moderno se va configurando el actual concepto de “ciudadanía”, ligado en principio a los dos lados de la expresión “Estado nacional”: “Estado” y “nación”.
El término Estado fue utilizado por primera vez por Maquiavelo en la expresión “stato”, refiriéndose con él a la organización estable, al aparato establecido con sus cargos o burocracia y su gobernante, el Príncipe.
Por su parte, Bodino, con su concepto de soberanía, dotó al Estado absolutista de autonomía y neutralidad en el orden religioso, además de poder absoluto. Un Estado es soberano cuando está por encima de todo.
Los miembros de un Estado son sus ciudadanos, quienes ostentan la nacionalidad de ese país, entendiendo por nacionalidad el estatuto legal por el que una persona pertenece a un Estado.
¿Quiénes Pertenecen a la Nación?
El derecho de suelo (ius soli): se reconoce al ciudadano que nace en el territorio nacional.
El derecho de sangre (ius sanguinis): concede prioridad a la nacionalidad de los padres.
Sin embargo, en un Estado de derecho como el moderno, la voluntad del sujeto es indispensable para conservar o cambiar la nacionalidad.
Los Derechos Humanos
Son los que corresponden a los seres humanos por el hecho de serlo.
A lo largo de la historia de Occidente, podemos distinguir varias fases en el progresivo reconocimiento de los derechos humanos. Estas fases son también llamadas generaciones.
Derechos de la Primera Generación
Son las libertades individuales y los derechos de participación política que reivindicaban los revolucionarios liberales de los siglos XVII y XVIII frente a las monarquías absolutas: el derecho a la vida y la integridad física, la libertad de pensamiento y de conciencia, las garantías procesales en caso de ser alguien acusado de un delito, las protecciones del derecho a la intimidad y a la buena fama, los derechos de la propiedad privada y de libre contratación o el derecho de elegir gobernantes mediante el voto, entre otros.
Este grupo está relacionado con el concepto “Estado de derecho” de la tradición liberal: un “Estado de derecho” es todo aquel sistema político que respeta las libertades básicas, de tal modo que nadie se encuentra “por encima de la ley”.
Los Derechos de la Segunda Generación
Son los económicos, sociales y culturales, como el derecho a la educación, a la atención sanitaria, a la protección contra el desempleo, a un salario digno, al descanso y al ocio, además de a una jubilación digna. Todo esto sirve de apoyo necesario ante la anterior generación.
Este grupo de derechos, junto a los de la primera generación, configura un nuevo modelo de Estado que se denomina Estado social de derecho.
El añadido social no solo se trata de que los ciudadanos son iguales ante la ley, sino que se aplican medidas necesarias para acceder a bienes básicos y a una mejor distribución de la riqueza.
Los Derechos de la Tercera Generación
Son derechos muy básicos, bastante recientes: el derecho de vivir en una sociedad en paz y desenvolverse en un medio ambiente sano, no contaminado, y al derecho del desarrollo de los pueblos.
Si no se cumplen estos derechos, no parece posible que se puedan ejercer realmente los de las dos generaciones anteriores, porque el incumplimiento de estos derechos precisa un esfuerzo de solidaridad entre las naciones y pueblos de la Tierra.
La comunidad internacional apenas está empezando a dar los primeros pasos para hacerlos realidad.
Vida Teorética y Sabiduría Práctica (Aristóteles)
Si hay una actividad propia del ser humano como tal, la felicidad consistirá en ejercerla a lo largo de la vida, y la virtud que ayude a ello será la más perfecta. Cada ser es feliz según su naturaleza, es decir, el perro como el perro (Kata Grhyrein).
Por otra parte, las acciones que tienen el fin en sí mismas son más perfectas que aquellas cuyos fines son distintos de ellas, porque, en este caso, los efectos son más importantes que las acciones, es decir, son autárquicas (autosuficientes).
Si existe una actividad propia del ser humano que tiene que ser un bien perfecto y autosuficiente, será del tipo de acciones que tienen el fin en sí mismas (autárquicas).
Estos caracteres se encuentran en el ejercicio de la actividad teórica y de ahí concluirá Aristóteles que la felicidad consiste en el ejercicio de esa actividad.
Pero es imposible mantener siempre una vida contemplativa, es preciso encontrar otra forma de vida que procure también la felicidad. Se realizará también moralmente quien viva según su intelecto práctico, es decir, dominando sus pasiones para lograr la felicidad. En esta tarea nos ayudarán dos tipos de virtudes: dianoéticas (de la inteligencia) y éticas (del carácter).
La virtud dianoética es la prudencia, que constituye la “sabiduría práctica” porque nos ayuda a deliberar bien para decidir bien. Nos ayuda a encontrar el término medio entre el defecto y el exceso, y es la que orienta a las demás virtudes, como el valor, que sería el término medio entre cobardía y temeridad.
Un hombre que vive según las virtudes es un hombre feliz, pero para serlo necesita vivir en una ciudad regida por leyes buenas, porque el logos que nos capacita para la vida contemplativa nos habilita también para vivir en sociedad. Por eso la ética exige la política; el bien supremo individual, la felicidad, requieren de una polis (ciudad) con leyes justas.
Es prudente quien delibera bien para decidir bien, saber en cada momento lo mejor para él. Para Aristóteles es feliz quien es prudente.