El alma en Platón y San Agustín
La antropología platónica concebía al hombre como un compuesto de dos sustancias o realidades independientes y autónomas: cuerpo y alma, que estaban unidas de forma accidental. El cuerpo es material y mortal, mientras que el alma es espiritual e inmortal. La misión del alma encerrada en un cuerpo consiste en liberarse de sus ataduras corporales y retornar al mundo de las ideas, al cual pertenece y del cual procede.
San Agustín adopta el dualismo antropológico platónico; sin embargo, no acepta, desde una perspectiva cristiana, que Dios haya permitido la unión de un alma espiritual e inmortal a un cuerpo material y mortal de forma contraria a la naturaleza y como un castigo divino. Tampoco admite que el cuerpo sea malo por su constitución. Piensa, más bien, que Dios ha creado al hombre como algo valioso en sí mismo, aunque el cuerpo puede llegar a ser un obstáculo para la salvación a consecuencia del pecado original. La salvación del alma, en cuanto búsqueda y reencuentro con Dios, el fin último del hombre al cual deben estar supeditados los demás, consistirá en apartarse de los efectos moralmente perjudiciales del pecado original (la concupiscencia o predominio insalvable de los fines y bienes corporales) y la ignorancia (el predominio constante del conocimiento sensible sobre el intelectual).
Teoría del conocimiento en San Agustín y Santo Tomás
Para San Agustín, el conocimiento humano comporta la intervención directa de Dios en el alma como fuente de luz que ilumina o clarifica la visión intelectual de las verdades absolutas (en sentido plenamente platónico). En última instancia, el conocimiento racional superior no es propiamente una forma de conocimiento natural (basado exclusivamente en las facultades naturales del hombre, sentidos y razón) sino sobrenatural, debido a la imprescindible participación divina.
Para Santo Tomás, hay dos formas distintas y no mezcladas de conocimiento: una natural (basada en las facultades naturales del hombre) y otra sobrenatural (basada en la fe religiosa). En última instancia, el conocimiento natural puede alcanzar por sus propios medios y sin recurrir a la fe un conjunto amplio y relevante de verdades absolutas: los contenidos o grandes temas de la teología natural.
Esta diferencia entre el iluminismo agustiniano y el empirismo tomista es particularmente evidente en el conocimiento que el hombre puede alcanzar de Dios: mientras que para San Agustín Dios se hace presente al alma de modo inmediato e indudable, para Santo Tomás no es posible alcanzar ningún conocimiento directo de la existencia y de los atributos divinos al margen del proceso de abstracción: todo conocimiento de Dios, como el de cualquier realidad mundana, es indirecto, ya que debe cumplir unas etapas inevitables: comienza siempre por los sentidos (especie sensible impresa y expresa) y concluye con la razón (especie inteligible impresa y expresa).
El primer motor inmóvil en Aristóteles y Santo Tomás
De acuerdo con la cosmología aristotélica, Dios mueve el mundo sin ser movido, como un primer motor inmóvil que pone en funcionamiento el mundo sublunar (la Tierra) y el celeste (la Luna, el Sol y las esferas celestes que sujetan a los astros en el cielo). Según Aristóteles, el universo es un conjunto de esferas engranadas, en el centro de las cuales se encuentra la Tierra inmóvil. En las sucesivas esferas se encajan los distintos cuerpos celestes: la Luna, los planetas conocidos, el Sol y las estrellas fijas. El movimiento de las esferas procede de un Primer motor inmóvil que lo comunica al resto del sistema. Es cierto que Aristóteles poetiza sobre la constitución del primer motor inmóvil (compara el movimiento de las esferas y del mundo con el amor) o lo describe en términos muy abstractos (es acto puro o el pensamiento que se piensa a sí mismo). Con todo, el primer motor aristotélico tiene un significado exclusivamente físico. El Dios aristotélico es esencialmente una hipótesis física cuya función es explicar el movimiento en la naturaleza de acuerdo con el principio de la mecánica antigua de que todo lo que se mueve es movido por otro. El Dios aristotélico es inmanente o interno a la naturaleza.
El primer motor inmóvil de Aristóteles adquiere en Tomás de Aquino un significado nítidamente teológico. La Primera vía demostrativa de la existencia de Dios o vía del movimiento concluye con la existencia necesaria de un primer motor inmóvil que es el que todos entienden por Dios.
La concepción de la virtud en Platón y San Agustín
San Agustín, desde su posición cristiana, se inspiró en la ética platónica: en la concepción de la virtud, en su visión intelectualista y también en la doctrina del amor o Eros.
Recordamos cómo en el diálogo República, Platón expone el concepto de virtud como armonía entre las partes del alma bajo el predominio o dirección del alma racional.
También recordamos cómo en el diálogo Banquete identificó conocimiento y virtud o, para ser más precisos, consideró que la virtud principal, de la cual todas las demás dependen y alcanzan su máxima eficacia moral, es el conocimiento o la sabiduría. Así, el ideal de vida o modelo moral más preciado era el del filósofo, del sabio u hombre de conocimiento.
Asimismo, Platón, en este último diálogo, desarrolla su teoría sobre el amor (Eros) como un impulso irresistible que mueve al hombre de conocimiento a la búsqueda y disfrute de la verdad. Sin este impulso constante es imposible para el hombre alcanzar la auténtica sabiduría. En el Banquete, Platón presenta los grados sucesivos del ascenso del amor, desde el amor sensible o material al amor inteligible o ideal.
Para San Agustín, la virtud, lo que perfecciona y hace valioso al hombre, consiste en la primacía rectora del alma sobre el cuerpo, el único camino seguro que nos acerca a Dios. Esta primacía rectora del alma se manifiesta en un doble sentido: a) como amor intenso y constante (charitas) a Dios, condición necesaria para el concurso o participación de Dios en la iluminación interior del alma; b) como pasión del entendimiento por trascender lo sensible y acercarse gradualmente a lo inteligible en un itinerario espiritual que va desde el conocimiento sensible inferior a la presencia en el alma de las verdades absolutas.
Teoría política en San Agustín y Santo Tomás
Para San Agustín la justicia política en la sociedad civil depende de la justificación religiosa previa de la mayoría de sus miembros. Sólo se puede alcanzar la justicia política en las sociedades en que predominan colectivamente los intereses espirituales y sobrenaturales sobre los intereses materiales y mundanos. Por tanto, si el Estado tiene como finalidad el establecimiento de la justicia social, debe antes justificarse religiosamente mediante la aceptación plena de la doctrina cristiana tanto por el poder temporal como por la mayoría social, lo que supone de hecho la confusión (no distinción ni separación clara) entre sociedad civil y religiosa.
Para Tomás de Aquino, la sociedad civil es distinta e independiente de la sociedad religiosa. Cada una tiene sus propios fines: el fin de la primera es la justificación religiosa de la cristiandad, el fin de la segunda es la promulgación de la ley positiva y la instauración del bien común. La sociedad civil o política es perfecta y autónoma para la plena realización de sus fines. La autonomía o independencia de la sociedad política solo está limitada por el necesario acuerdo de las leyes promulgadas con vistas al bien común (ley positiva) con los principios y normas morales de la ley natural.