Comparativa filosófica: Nietzsche, Hume y Platón
A la hora de comparar a Nietzsche con otros autores, podemos fijarnos en Hume para establecer parecidos y en Platón para las diferencias.
Similitudes entre Nietzsche y Hume
- Ambos comparten una visión fenomenista de la realidad. Así, todo queda reducido a puros fenómenos y apariencia, y carece de sentido pretender ir más allá de la percepción inmediata.
- Igualmente, ambos autores estarían de acuerdo con la crítica a la razón: para Nietzsche es la responsable de la traición a la voluntad, y para Hume produce un conocimiento falso, engañoso, que cubre con conceptos inexistentes una realidad que no puede comprender.
- Como consecuencia de lo anterior, tanto Hume como Nietzsche coincidirían en criticar las ideas abstractas: ya no solo la sustancia (inexistente para ambos) sino el resto de conceptos filosóficos estarían vacíos de significado.
Diferencias entre Nietzsche y Platón
En cuanto a las diferencias, centrándonos en Platón, cabría destacar las siguientes:
- Si Platón duplica el mundo, negando que en el mundo material se pueda encontrar la verdad, Nietzsche niega cualquier tipo de duplicación, y afirma a través de la metáfora del eterno retorno que el mundo material es el único existente.
- También en el terreno del conocimiento son radicalmente distintos: para Platón los sentidos son un lastre que puede perjudicar el progreso de la razón, auténtica fuente del conocimiento verdadero. Para Nietzsche es precisamente al revés: la razón puede terminar pervirtiendo a los sentidos y la intuición, auténticos caminos para acceder a la verdad.
- Finalmente, se podría establecer una diferencia importante en antropología: el hombre platónico es cuerpo y alma, y la vida consiste en una purificación de esta última, que, en la medida de lo posible, ha de irse liberando del cuerpo. Para Nietzsche la palabra alma carece de sentido. El hombre es cuerpo y materia, y debe asumir la finitud de la vida como un hecho natural del que nadie puede escapar.
Nietzsche y el nihilismo
Nihilismo como decadencia vital
Para Nietzsche toda cultura que cree en la existencia de una realidad absoluta, realidad en la que se sitúan los valores objetivos de la Verdad y el Bien, es una cultura nihilista. En la medida en que el cristianismo concentra esta realidad absoluta en la figura de Dios, a la que le opone el mundo de las cosas naturales, y en la medida en que, según nuestro autor, dicho mundo “superior” es una pura nada, la cultura cristiana, y en definitiva toda la cultura occidental, es nihilista pues dirige toda su pasión y esperanzas a algo inexistente (el Dios cristiano, el Mundo Ideal y Racional de los filósofos), despreciando de modo indirecto la única realidad existente, la realidad del mundo que se ofrece a los sentidos, la realidad de la vida.
La transmutación de los valores tradicionales
La cultura europea ha llegado a su propia ruina, a la decadencia, hay que liberar al hombre de todos los valores falsos, devolviéndole el derecho a la vida y a la existencia, dice Nietzsche. Para ello, el primer paso debe consistir en una transmutación de todos los valores de nuestra cultura tradicional.
Así, el nihilismo no consiste en una teoría filosófica o en una proposición teórica, sino que es un movimiento propio de nuestra cultura. La fuerza del espíritu de occidente, cansado y agotado por los valores inadecuados y falsos de su «verdadero mundo» se vuelve nihilista. ¿Qué significa nihilismo? Que se desvalorizan los más altos valores, falta la meta y falta la respuesta al por qué. El nihilismo del espíritu occidental es radical y absoluto, y una vez perdida la fe en el «verdadero mundo», la cultura se queda sin sentido, sin guía o meta aparente, entonces se llega a la decadencia o al pesimismo.
Por lo tanto, el nihilismo es una fuerza destructora de la base de la cultura occidental, es decir, de ese Dios cristiano en el que se apoya la moral y el conocimiento del hombre: ¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo digo, nosotros lo hemos matado, todos nosotros somos sus asesinos. Lo único que permanece en Dios muerto son las iglesias.
Lo dionisiaco
Dionisiaco: El dios griego Dionisos (Baco para los romanos) era el dios de la vida vegetal y del vino, fue muy importante para este pueblo, y a él rindieron culto las bacantes. Nietzsche hace una interpretación de este dios que va más allá de su significado ordinario, considerando que con esta figura mítica los griegos representaban una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que quedó relegado en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Aunque Nietzsche explica este término en su obra juvenil «El nacimiento de la tragedia», nunca lo abandonó, y lo podemos utilizar como metáfora de lo que más tarde llamó «voluntad de poder».
Comentario de texto
En una apretada síntesis de su metodología crítica, Nietzsche resume el “punto de vista” que nos propone: la vinculación de todo momento cognoscitivo con la vida (voluntad de poder) a la que sirve. Desde esta perspectiva, que afirma la vida que en cada caso somos como la única realidad accesible y demostrable, la posición metafísica de un “mundo verdadero” resulta ser: a) una ficción construida desde ideales morales que contradicen la vida que somos, b) un juicio despreciativo con el que nos vengamos de una realidad problemática, c) un síntoma de vida decadente, de una vida que dice «no» a la vida. Frente a esta operación metafísica, Nietzsche termina proponiendo la perspectiva del artista trágico como modelo y proyecto de quien dice «sí» a la vida. A lo largo del texto nos encontramos con una serie de términos que es preciso describir para la comprensión del mismo:
Metafísica (“mundo verdadero”): Cuando Nietzsche habla de crítica de la metafísica, por metafísica no hemos de entender una parte de la filosofía occidental que se distingue de otras, sino la “esencia” del pensamiento que define a la totalidad de la cultura occidental tal y como se ha desarrollado tras más de dos mil años de platonismo y cristianismo. Por “metafísica” entiende la posición de un “mundo verdadero” meramente pensado, de una verdad que existiría en sí y por sí, y que separado del mundo inmediatamente sentido, se configura como un ideal lógico y moral que determina el valor de ese mundo sentido, vivido. Para justificar una serie de valoraciones y decisiones, la metafísica inventa “otro mundo” sobre el que descanse el valor de las cosas que se han preferido y a las que se ha dado un valor supremo. Pero esta acción es el fruto de una reacción: se ha inventado “otro mundo” para dotar a las cosas valoradas como buenas de un origen propio, pero sobre todo de un origen distinto y alejado de este mundo terrenal, contradictorio, efímero y cambiante que nos está sobrepasando siempre.