Características Generales de la Ilustración
La Ilustración, según Immanuel Kant, es un movimiento filosófico y cultural del siglo XVIII que promueve la emancipación intelectual del ser humano a través del uso de la razón. En su célebre ensayo «¿Qué es la Ilustración?» (1784), Kant define la Ilustración como la salida del hombre de su «minoría de edad» autoimpuesta, es decir, la incapacidad de usar su entendimiento sin la guía de otro. La divisa de la Ilustración es «Sapere aude» (atrévete a saber).
Kant destaca varias características generales de la Ilustración:
- Autonomía y Uso de la Razón: La capacidad y el deber de cada individuo de pensar por sí mismo, sin depender de la autoridad de otros. La razón debe ser el fundamento de todas las creencias y decisiones.
- Crítica y Escepticismo: Fomentar el cuestionamiento de las tradiciones, dogmas y autoridades establecidas. Kant cree que la crítica racional es esencial para el progreso y la libertad intelectual.
- Progreso y Educación: La Ilustración valora la educación como medio para desarrollar la razón y la autonomía. La instrucción es vista como un camino hacia el progreso moral y social.
- Libertad y Tolerancia: Promueve la libertad de pensamiento y expresión, así como la tolerancia hacia diferentes ideas y creencias. Kant subraya la importancia de un espacio público donde los individuos puedan debatir libremente.
- Ética y Moral Autónoma: La ética ilustrada se basa en principios universales derivados de la razón, no en normas impuestas externamente. Kant introduce el concepto de «imperativo categórico», que es un principio moral basado en la razón y aplicable a todos.
En resumen, según Kant, la Ilustración es un proceso de liberación intelectual que empodera al individuo mediante el uso crítico y autónomo de la razón, promoviendo la educación, la libertad y el progreso moral.
La Existencia de Dios y el Mundo según Descartes
René Descartes argumenta la existencia de Dios y el mundo mediante varias pruebas filosóficas. En sus Meditaciones Metafísicas, presenta la prueba ontológica: la idea de un ser perfecto implica su existencia, ya que la perfección incluye la existencia. Además, su prueba de la causa eficiente sugiere que la idea de un ser infinitamente perfecto no puede originarse en un ser finito como el humano; debe ser causada por un ser realmente existente, es decir, Dios.
La existencia de Dios garantiza la fiabilidad de nuestras percepciones y razonamientos. Descartes sostiene que Dios, siendo perfecto, no nos engañaría, asegurando así la veracidad de nuestras ideas claras y distintas.
Respecto al mundo exterior, Descartes argumenta que la percepción de un mundo externo debe ser real porque Dios, un ser no engañador, nos ha dotado de sentidos para interactuar con él. La certeza de la existencia de Dios y la veracidad divina permiten a Descartes concluir que el mundo material existe y que nuestras percepciones, aunque a veces falibles, son generalmente fiables en tanto provienen de un ser supremo y perfecto.
Intuición, Deducción, Análisis y Síntesis en Descartes
En el pensamiento de René Descartes, la intuición y la deducción son procesos esenciales para alcanzar el conocimiento verdadero. La intuición es el acto mediante el cual la mente aprehende directamente una verdad clara y distinta, sin necesidad de un proceso prolongado de razonamiento. Es una forma inmediata de conocimiento que garantiza la certeza.
La deducción, por otro lado, es el proceso lógico mediante el cual se infieren conclusiones necesarias a partir de premisas evidentes. Descartes considera que, al partir de principios intuitivamente ciertos, se puede deducir un conocimiento más complejo y extenso.
Para llevar a cabo estos procesos, Descartes propone el uso de dos métodos complementarios: el análisis y la síntesis. El análisis consiste en descomponer los problemas en partes más simples y manejables, facilitando su comprensión. La síntesis, en contraste, implica recomponer estas partes, ordenándolas desde las más simples hasta las más complejas, para reconstruir el conocimiento completo de manera coherente y lógica.
Estos métodos, junto con la intuición y la deducción, forman el núcleo del método cartesiano, orientado a alcanzar un conocimiento cierto y fundamentado a través de la razón.
La Búsqueda de la Felicidad: Perspectivas Filosóficas
Aristóteles afirmaba rotundamente que los seres humanos tenemos una inclinación natural hacia la felicidad. Desde pequeños nos educan en el convencimiento de que lograr nuestras metas, objetivos y deseos nos hará felices. Entonces, ¿por qué las sociedades más acomodadas arrojan datos escandalosos de suicidio? ¿Y si, a pesar de todo, el sentido de la vida no pudiera resolverse en una sola película? ¿Deberían haber hecho una trilogía? ¿Tal vez una serie completa?
Las filosofías hedonistas sostienen, desde tiempos del jardín de Epicuro, que lo que debemos es evitar el dolor y acumular placer. La felicidad sería una especie de saldo donde lo placentero gane, con mucho, a lo doloroso. Se desarrolla una suerte de aritmética: ponderando los diferentes placeres para establecer cuáles son los mejores. Lejos, por tanto, de la devaluación del concepto que ha hecho la sociedad de consumo. No. Poseer el último gadget tecnológico no nos hará más felices. Las promesas de las grandes superficies en Navidad se desvelan vacías.
Frente a ello, San Agustín, heredero del estoicismo como buen cristiano, va más allá. El placer es efímero y depositar nuestras esperanzas en lo material nos condena al dolor del miedo a la pérdida y al de la propia pérdida, pues todo lo material (también familia y amigos) es perecedero. Al contrario, debemos buscar la felicidad en la razón y no en el deseo. La clave es comprender nuestro lugar en el mundo, dotar de sentido a nuestra existencia fugaz.
En resumen, la actualidad es la mejor demostración de que la acumulación de bienes y la multiplicación de experiencias de disfrute, a la larga, no llenan. El consumo, además, solamente nos lleva a un ciclo sin fin donde a cambio renunciamos a nuestro tiempo. Personalmente, estoy de acuerdo con el presidente Mujica: no multipliquemos nuestras necesidades, se puede vivir feliz con poco… si encontramos un propósito. Claro está, siempre sentiremos el imperativo de satisfacer esas necesidades si queremos sobrevivir. Pero, ¿acaso es lo mismo VIVIR que SOBREVIVIR?
Fe y Razón: Creer para Entender según San Agustín
San Agustín de Hipona, uno de los más influyentes padres de la Iglesia, articuló una profunda relación entre fe y razón, encapsulada en la frase «creer para entender» (credo ut intelligam). Según Agustín, la fe precede a la razón en el camino hacia el conocimiento verdadero. Para él, la fe en Dios es el fundamento que permite la comprensión profunda de la realidad. Creer en las verdades reveladas por Dios no es contrario a la razón, sino que la ilumina y la guía. Agustín sostiene que, sin la fe, la razón se encuentra limitada, incapaz de alcanzar las verdades últimas por sí sola. Este planteamiento refleja su convicción de que el entendimiento pleno de las cosas, especialmente de las verdades divinas, requiere una fe previa. Así, la fe y la razón no son fuerzas opuestas, sino complementarias en la búsqueda del conocimiento y la verdad. En su obra Confesiones, Agustín explora esta interdependencia, destacando cómo la fe en Dios transforma y enriquece la comprensión humana.
Filosofía de la Historia: Ciudad Terrena y Ciudad de Dios
San Agustín de Hipona desarrolla en su obra La Ciudad de Dios una filosofía de la historia que contrapone la ciudad terrena y la Ciudad de Dios. La ciudad terrena, según Agustín, es aquella en la que predominan el amor propio y los deseos mundanos, caracterizada por la búsqueda del poder y la gloria temporal. Esta ciudad está marcada por la corrupción y la injusticia, reflejando la naturaleza caída del ser humano. Por otro lado, la Ciudad de Dios es la comunidad de los fieles que viven según los principios divinos, guiados por el amor a Dios y la búsqueda de la justicia eterna. Aunque ambas ciudades coexisten en el mundo, sus destinos son diferentes: la ciudad terrena es transitoria y destinada al juicio, mientras que la Ciudad de Dios es eterna y alcanza su plenitud en la comunión con Dios. Agustín interpreta la historia como una lucha entre estas dos ciudades, con la providencia divina guiando a la humanidad hacia su destino final en la Ciudad de Dios.