Racionalismo y Empirismo
El empirismo es la teoría filosófica según la cual el origen y límite del conocimiento es la experiencia sensible. Los empiristas más conocidos son Hobbes, Locke, Hume y Berkeley. Es interesante comparar empirismo y racionalismo:
- Según el empirismo, el origen del conocimiento es la experiencia, mientras que para el racionalismo es la razón. Según el racionalismo, a partir de las ideas innatas, el conocimiento avanza de forma necesaria y a priori: por ejemplo, en Descartes, Dios es una idea innata que funciona como criterio de evidencia, como fundamento de todo nuestro conocimiento. Para el empirismo, la mente es como una “tabla rasa” y, por tanto, toda idea que se pueda encontrar en ella procede de la experiencia; realiza, por tanto, una crítica sistemática de la metafísica.
- Según el empirismo, el conocimiento humano tiene límites, está limitado por la experiencia sensible, mientras que el racionalismo tenía una confianza absoluta en los poderes de la razón para conocerlo todo.
- El racionalismo buscaba un método que unificara el saber y había tomado como modelo a la ciencia moderna únicamente en su aspecto matemático, mientras que el empirismo, inspirándose en la física de Newton, tiene un carácter más crítico y habría recogido el otro aspecto: la importancia de la experiencia.
- Empiristas y racionalistas defienden el fenomenismo: lo que directamente conoce la mente son sus ideas (no las cosas), y pensar se reduce a relacionar ideas entre sí. Por esta razón, los empiristas conceden gran importancia a los análisis de los mecanismos psicológicos que explican las asociaciones de ideas entre sí y el aislamiento del sujeto frente a la realidad. El fenomenismo conduce al clásico cuestionamiento de la existencia del mundo externo.
Libertad
Capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón; libertad equivale a autonomía de la voluntad.
La razón teórica no puede demostrar la existencia de la libertad, pues solo es capaz de alcanzar el mundo de los fenómenos, mundo en el que todo está sometido a la ley de causalidad, y por lo tanto en el que todo ocurre por necesidad natural. Sin embargo, desde la perspectiva de la razón práctica, y si queremos entender la experiencia moral, cabe la defensa de la existencia de la libertad: si en sus acciones las personas están determinadas por causas naturales, es decir, si carecen de libertad, no podemos atribuirles responsabilidad, ni es posible la conducta moral; de este modo, la libertad es la ratio essendi (la condición de la posibilidad) de la moralidad, a la vez que la moralidad es la ratio cognoscendi (lo que nos muestra o da noticia) de la libertad.
El Contrato Social según Kant
En las diversas teorías, el contrato social supone salir del Estado de Naturaleza acordando, y por decisión propia, crear un Estado civil. En Kant, este paso de un Estado a otro se da por necesidad, por el finalismo de la racionalidad humana, por nuestra insociable sociabilidad. Los hombres, hartos del Estado de todos contra todos, acordarán unirse bajo el gobierno de la ley. En el Estado civil, las pasiones violentas de los hombres se contrarrestan por el poder del Estado. El fin del Estado es la defensa del derecho y la paz, la salvaguarda de la coexistencia de las libertades. Si en un primer momento esto no se da, mediante sucesivas reformas, guiadas por la libertad de expresión, el Estado irá caminando hacia una Constitución republicana, y de ahí hacia la federación con otros Estados, a fin de evitar las guerras y guiarse siempre por el derecho, para que todos puedan ser felices, cada uno a su manera, y todo el mundo sea tratado con dignidad.
El Giro Copernicano de Kant
Para Kant, el sujeto, no el objeto, produce el conocimiento. Conocer es resultado de lo dado por los sentidos y de las estructuras cognitivas que aporta el sujeto. Solo conocemos fenómenos, objetos afectados por esas estructuras mentales. No podemos conocer la realidad en sí misma. Hay unas condiciones que posibilitan el conocimiento, tanto a la facultad de la sensibilidad (espacio, tiempo) como a la facultad del entendimiento (categorías). En definitiva, lo que el sujeto conoce son sus propias ideas acerca de las cosas, no las cosas en sí mismas, que son incognoscibles (fenomenismo).
Esta manera de ver el conocimiento es idealista. Idealismo y Realismo son posturas opuestas:
- Según el realismo, conocemos el mundo tal como es, pues conocer consiste en hacernos en la mente una imagen exacta de las cosas. Es el mundo, el objeto, quien determina el conocimiento; el sujeto es pasivo, no interviene en las cosas, se limita a captarlas.
- Según el idealismo, nuestras ideas o nuestras estructuras mentales influyen en la configuración de las cosas. Es el hombre que conoce, el sujeto, quien determina el conocimiento, pues influye en las cosas, las afecta con su mente al conocerlas, las conforma, no las capta “tal cual son”. Por ello, la filosofía de Kant se conoce con el nombre de “Idealismo Trascendental”.
Kant dice que su forma de comprender el conocimiento, el Idealismo Trascendental, es un giro copernicano con respecto a la filosofía anterior. Kant realiza un cambio radical en su concepción del conocimiento. En efecto, el sentido común es realista, nos dice que conocemos la realidad porque nos hacemos una imagen objetiva de las cosas. Por el contrario, Kant dice que es imposible conocer las cosas tal cual son porque nosotros influimos en ellas, las afectamos con nuestras estructuras mentales al conocerlas. El centro del conocimiento no es, pues, la realidad objetiva, sino nosotros, los sujetos que conocemos.
La Ilusión Trascendental
Kant denomina así a la tendencia de la razón humana a buscar el fundamento último de los fenómenos, lo incondicionado, y a unificar todos sus conocimientos, excediéndose en el uso de las categorías más allá de lo empírico.
De este modo, las ideas de la razón pura —alma, mundo y Dios— son consideradas objetos reales o ideas científicas. Se incurre así en un error derivado de ese uso ilegítimo de la razón, por el que tratamos de conocer la cosa en sí o noúmeno, que es de suyo incognoscible: lo que pretendamos decir sobre tales ideas serán errores de una pretenciosa razón que aspira inútilmente a desentrañarlo todo.
La filosofía racionalista creyó que el hombre era capaz de alcanzar un conocimiento objetivo de lo metafísico a partir del ejercicio puro de su razón, sin ningún apoyo empírico. Aunque al principio Kant aceptó este punto de vista, tras la lectura de Hume lo consideró inadecuado, pues el conocimiento científico no puede ir más allá de la experiencia. El conocimiento es una síntesis o reunión de concepto e intuición, y de lo metafísico tenemos concepto, pero nunca podremos tener una intuición o percepción. Por tanto, la metafísica nunca será posible como ciencia, pues sus objetos son trascendentes.
Estas ideas, que constituyen el objeto tradicional de la metafísica, no tienen un uso constitutivo, lo que las convertiría en ilusiones trascendentes, sino que sirven para ordenar la experiencia y darle la máxima unidad posible.
El Imperativo en la Filosofía de Kant
Kant distingue entre mandatos y máximas. Los mandatos son principios prácticos objetivos y aspiran a servir para todo sujeto racional. Las máximas son los principios subjetivos en la actuación moral.
Hay imperativos categóricos e hipotéticos: el hipotético ordena lo que se debe hacer para conseguir una determinada meta: “si Juan quiere ser el campeón, debe entrenarse”. El mandato que contiene está supeditado a una condición, de modo que, si la condición no nos interesa, no tenemos por qué cumplir dicho mandato; el categórico manda la acción por sí misma, sin referencia a ningún fin: “debes hacer esto”, de manera universal. Formula un deber incondicionado, válido por sí mismo, una ley moral que debe ser obedecida siempre y en todo caso. Nos ordena el cumplimiento del deber, manda algo como bueno absolutamente, con independencia de las consecuencias que extrañe. Puedo no ajustarme a ello, pero entonces, mi conciencia ética, me reprendería.
La esencia del imperativo categórico consiste en ordenarme cómo debo querer aquello que quiero y no lo que debo querer. Así pues, la moralidad no consiste en lo que se hace, sino en cómo se hace lo que se haga. Lo primero es propio de las éticas materiales, de las que Kant se distancia críticamente para defender una ética formal.