Crítica de Hume a la Idea de Dios y el Escepticismo Filosófico

El Problema de Dios según Hume

Para Hume, la idea de Dios no proviene de ninguna impresión sensorial, ya que no podemos experimentar directamente algo que, por definición, sería necesario. Por lo tanto, la idea de Dios no puede ser considerada cierta bajo los principios del empirismo. A diferencia de Locke y Berkeley, quienes veían a Dios como la causa de la existencia o de las impresiones, Hume niega la existencia de causas en el sentido tradicional, lo que invalida la idea de Dios como causa primera. El escepticismo de Hume impide responder a la pregunta sobre el origen de nuestras impresiones, llevando a la conclusión de que la idea de Dios carece de validez al no tener una impresión correspondiente.

Esta postura derrumba las pruebas tradicionales de la existencia de Dios. La prueba noética de San Agustín, basada en ideas innatas, es rechazada por Hume, quien defiende que todo conocimiento proviene de los sentidos. El argumento ontológico de San Anselmo, que conecta ideas para concluir la existencia de Dios, también es invalidado. Asimismo, la prueba de Santo Tomás de Aquino, basada en el principio de causalidad, es rechazada por Hume al no tener una impresión de Dios.

Escepticismo y Fenomenismo

La filosofía de Hume desemboca en el escepticismo, que niega la validez del conocimiento, y en el fenomenismo, que reduce la realidad a fenómenos o impresiones. Según el fenomenismo, solo podemos hablar de apariencias sensibles, sin poder afirmar la existencia de sustancias o realidades objetivas. El fenomenismo se opone al noúmeno, que representa la realidad objetiva independiente del sujeto. La crítica de Hume a la metafísica cartesiana y a la ciencia culmina en el escepticismo, donde la duda es la única certeza. Solo podemos estar seguros de nuestras impresiones actuales, lo que nos obliga a vivir siguiendo hábitos y sometidos a la naturaleza, sin seguridad sobre casi nada.

La Idea de Dios en la Teología

La Perspectiva de Descartes

La idea innata de Dios, como ser sumamente perfecto, es central en la filosofía de Descartes. Para él, Dios existe fuera de los límites del conocimiento pero no de la acción. La existencia de la idea de Dios es una prueba de la existencia de Dios mismo. Descartes argumenta que esta idea no puede ser facticia ni adventicia, sino innata, ya que la causa debe tener tanta perfección como el efecto. Por lo tanto, Dios mismo ha implantado esta idea en nosotros.

Descartes presenta tres demostraciones de la existencia de Dios: dos a posteriori y una a priori. La primera se basa en el origen de la idea de Dios, que no puede provenir de nosotros mismos ni del mundo finito. La segunda se pregunta por la causa de nuestra existencia, concluyendo que Dios es la causa última. La tercera demostración es el argumento ontológico, que deduce la existencia de Dios de su esencia. Si Dios es el ser sumamente perfecto, y la existencia es un atributo de perfección, entonces Dios existe necesariamente. La existencia de Dios garantiza la veracidad del conocimiento y desarticula la hipótesis del genio maligno.

El Puente Ontológico

La existencia de Dios permite a Descartes salir del solipsismo, la concepción de la realidad como ideas en la mente. Dios es el puente ontológico entre las ideas y la realidad externa, que es la extensión, la tercera sustancia.

La Ética de Aristóteles y Santo Tomás

La Visión de Aristóteles

Aristóteles identifica lo bueno con el fin, afirmando que tendemos a la felicidad. Su ética es eudemonista y teleológica, donde la virtud (arete) es aquello que hace bien aquello para lo que fue creado. El hábito y la costumbre forjan el carácter, desarrollando la razón, que reside en el alma. El cuerpo se equipara con lo sensitivo, mientras que el alma se acerca a las inteligencias puras.

La Adaptación de Santo Tomás

Santo Tomás se apoya en los conceptos de Aristóteles, pero añade una dimensión espiritual al ser humano, que solo puede alcanzarse en la vida ultraterrena. Distingue entre virtudes ordinales, que guían la acción contra las pasiones, virtudes cardinales, que cultivan la razón, y virtudes teologales, que son sobrenaturales y llevan a la beatificación. Las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad.

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