La crítica de Nietzsche a la tradición filosófica
El rechazo a los sentidos y al cuerpo
Para Nietzsche, el rechazo a los sentidos y al cuerpo es una característica fundamental de la filosofía tradicional, desde Platón hasta el cristianismo. Este rechazo se basa en la idea de que el mundo sensible, el mundo del cambio constante, es un obstáculo para el conocimiento verdadero.
Según Nietzsche, el odio a los sentidos surge del rechazo al devenir, al cambio constante de las cosas. Los filósofos tradicionales, en su búsqueda de un conocimiento absoluto e inmutable, consideraban que el cambio impedía la verdadera comprensión de la realidad. Para ellos, solo lo permanente y estable podía ser objeto de conocimiento.
Esta concepción llevó a la filosofía a despreciar la sensibilidad, la facultad del conocimiento que se ejerce a través de los sentidos, considerándola engañosa e ilusoria. En consecuencia, se postuló la existencia de un mundo trascendente, más allá del mundo sensible, donde residen las ideas o formas eternas e inmutables, accesibles solo a través de la razón.
El rechazo al cuerpo es una consecuencia directa del rechazo a los sentidos. Para Nietzsche, el cuerpo, como mediador entre el sujeto y el mundo sensible, se convierte en un obstáculo para acceder al conocimiento verdadero. Esta concepción negativa del cuerpo ha llevado, según Nietzsche, a una mala comprensión del ser humano y a una actitud antivital, caracterizada por la negación de los instintos, las pasiones y los deseos.
Frente a esta tradición, Nietzsche propone una reivindicación del cuerpo y los sentidos como fuente de conocimiento y experiencia vital. Para él, el mundo sensible es el único mundo real, y la experiencia sensorial es la base de todo conocimiento. Nietzsche critica la idea de un mundo trascendente y defiende la inmanencia radical, es decir, la idea de que solo existe este mundo, el mundo de la experiencia sensible.
Los conceptos supremos y la muerte de Dios
En su crítica a la filosofía tradicional, Nietzsche también se ocupa de los “conceptos supremos” y del concepto de “Dios”. Para él, estos conceptos son producto del mismo rechazo al devenir que ha caracterizado a la metafísica occidental.
Nietzsche argumenta que los conceptos son herramientas que los filósofos han utilizado para intentar fijar y conceptualizar una realidad en constante cambio. Sin embargo, al hacerlo, han creado un mundo artificial, un mundo de conceptos abstractos que no se corresponden con la realidad dinámica y fluida de la experiencia.
Los “conceptos supremos”, como lo bueno, lo verdadero, lo perfecto, representan la máxima expresión de esta tendencia a la abstracción y a la búsqueda de esencias inmutables. Para Nietzsche, estos conceptos son “ídolos” que los filósofos han colocado en el centro de su sistema de pensamiento, subordinando a ellos la realidad misma.
La famosa frase de Nietzsche “Dios ha muerto” debe entenderse en este contexto. No se trata de una afirmación teológica, sino de una constatación de la crisis de los fundamentos metafísicos de la cultura occidental. La muerte de Dios representa el colapso de los “conceptos supremos” como principios explicativos de la realidad y como garantes del sentido y la moral.
El artista trágico y lo dionisíaco
Frente al nihilismo que surge de la muerte de Dios y la crisis de los valores tradicionales, Nietzsche propone una nueva actitud vital, encarnada en la figura del artista trágico.
Para Nietzsche, el artista trágico, inspirado en la tragedia griega, representa la capacidad de afirmar la vida en toda su plenitud, incluyendo el dolor, el sufrimiento y la tragedia. El artista trágico no se refugia en un mundo trascendente ni busca consuelo en falsas promesas de felicidad eterna. Por el contrario, se enfrenta a la realidad con valentía y lucidez, aceptando la vida en su totalidad.
Esta actitud vital está estrechamente relacionada con el concepto de lo dionisíaco. Dionisos, el dios griego del vino, la embriaguez y el éxtasis, representa para Nietzsche la fuerza vital primordial, la energía creadora que subyace a toda la realidad.
En la tragedia griega, lo dionisíaco se expresaba a través del coro, que representaba la unidad primordial del ser humano con la naturaleza. Con el surgimiento de la filosofía socrática y platónica, se produjo una separación entre lo apolíneo (la razón, el orden, la medida) y lo dionisíaco, relegando este último a un segundo plano.
Nietzsche ve en esta separación una de las causas de la decadencia de la cultura occidental. Para él, la verdadera salud y vitalidad solo pueden alcanzarse a través de una reconciliación con lo dionisíaco, a través de una aceptación de la vida en toda su complejidad y contradicción.
El artista trágico, al igual que Dionisos, representa la capacidad de afirmar la vida en su totalidad, de encontrar la belleza y el sentido incluso en el dolor y el sufrimiento. Para Nietzsche, esta es la única forma de superar el nihilismo y construir una nueva forma de existencia, más libre, más creativa y más auténtica.