Nihilismo E HISTORIA
Crítica de la filosofía y la moral.
3.1.- La voluntad de verdad como Nihilismo negativo
Nietzsche rechaza totalmente la interpretación progresista y evolucionista de la historia en general, y de la historia de la filosofía en particular, tal y como había sido auspiciada por el idealismo clásico alemán (en especial, Hegel). Según esa interpretación, la razón humana da sus primeros pasos con los griegos, y más exactamente con los presocráticos, en quienes hay que ver
los balbuceos incipientes de un pensamiento aún ingenuo, no liberado de residuos mítico-mágicos (=irracionales), y excesivamente apegado a la Naturaleza y la Experiencia. Con Platón y Aristóteles se da ya un paso de gigante: el comienzo de la metafísica aísla una esfera propiamente inteligible, sin contaminación empírica, enteramente racional e ideal, de la cual Aristóteles sienta sus bases más firmes al establecer sus principios fundamentales. El encuentro del cristianismo y la filosofía contribuye a introducir el concepto de un sujeto infinito y absoluto, racional, que existe en virtud de su propio concepto, aunque todavía permanezca exterior y trascendente al mundo. El Racionalismo es un avance en el esfuerzo por eliminar en la
idea toda mancha de irracionalidad o incognoscibilidad y, finalmente, en la Ilustración, la razón se hace autónoma, impone sus condiciones a la Naturaleza e interioriza la divinidad, y alcanza su mayoría de edad. Sin embargo, queda aún un residuo, un algo incognoscible e irracional en el exterior de la razón: la cosa-en-sí, lo nouménico. Este escollo es eliminado por Hegel, con el que el pensamiento se emancipa y el Espíritu se vuelve infinito y absoluto, sin nada exterior, irracional o incognoscible (en efecto, ¿en virtud de qué podríamos decir que las cosas “existen”, de no ser porque la existencia está implicada en la idea que de ellas tenemos? Pero entonces la existencia está dentro, y no fuera, de la idea, que es todo lo que existe). Nietzsche ofrece otra versión completamente diferente de la historia del pensamiento, al preguntar ¿y si la filosofía, en lugar de comenzar con Platón y Aristóteles, hubiera terminado con ellos? ¿Y si la historia de la metafísica fuera la historia de una degeneración progresiva del pensamiento desde el punto culminante alcanzado por los presocráticos (y, sobre todo, por Heráclito, que pensó el pensamiento más difícil: la Diferencia, el Devenir, en lugar del Ser)? ¿Y si lo que llamamos la “evolución” de la filosofía no fuese más que su progresiva debilitación hacia un pensamiento cada vez más débil, cada vez menos sensible a lo exterior, a lo diferente, a lo múltiple, a los Otro? De aquella originaria voluntad de diferencia, de dispersión, de entusiasmo y potencia, la razón —según Nietzsche— se ha ido desplazando hacia una voluntad de verdad, deseo de saber divorciado de toda felicidad terrenal y de todo instinto sano, que ha terminado, al descubrir la inexistencia de aquella Verdad mayúscula (Dios), por convertirse en voluntad de nada (=Nihilismo) e instinto de muerte. Es cierto que, tras la crisis del sistema de Hegel, muchos movimientos filosóficos denuncian a la metafísica como encubridora de un trasfondo inconfesado: el positivismo denuncia a las esencias metafísicas como “fantasmas” que obstaculizan el conocimiento de la verdad (la verdad de las ciencias experimentales, que es la única contrastable); el marxismo denuncia la filosofía ilustrada del contrato social como encubridora de los intereses de la clase burguesa capitalista, a quien no basta con la explotación de la clase trabajadora, sino que aspira a revestir y ocultar esa explotación y ese avasallamiento con bellas teorías sobre la “igualdad de derechos”. Pero, tanto para el positivismo como para el marxismo, se trata aún de desvelar una verdad oculta (hechos científicos o explotación económica), de descubrir una esencia tras la apariencia y desterrar los simulacros como malas copias infieles a su original. Para Nietzsche, al contrario, la denuncia alcanza a la verdad misma: “Nada es verdad, todo está permitido”.No hay ninguna verdad tras la apariencia, ningún modelo sobre la copia, ninguna luz solar fuera de la caverna: todo es simulacro, y simulacro de simulacro, es la verdad misma la que es falsa. Esta crítica —mucho más corrosiva que la kantiana— enfrenta al pensamiento a una aventura insólita: la de atreverse a pensar aquello que siempre ha negado y rechazado al exterior: la Diferencia, el Azar, la Multiplicidad. Todos los conceptos clave de la metafísica sucumben ante este pensamiento cuya potencia no tiene parangón: no sólo el Ser o Dios, sino también el Hombre, caen de su pedestal pulverizados por la explosión de fuerzas que ha de transmutar la filosofía. Veamos, sin embargo, cómo se ha producido, según Nietzsche, esta decadencia de la filosofía en la Historia, y cómo es posible superarla.
3.2.- La Grecia arcaica: Apolo frente a Dioniso
Los únicos datos que se poseen sobre la
vida en la Grecia “pre-filosófica” son los llamados “poemas homéricos”; ¿corresponden estos poemas a alguna realidad histórica?, ¿existieron verdaderamente guerreros y héroes como los cantados por Homero? Mal podríamos resolver este problema, dado que ni siquiera se está seguro de que existiera Homero. Pero, siguiendo el método genealógico, lo que nos interesa no es la (hipotética) realidad a la que corresponderían estos poemas, sino el tipo de
hombre, la manera de valorar de unas gentes que glorifican el tipo de cosas que se glorifica en la lírica griega arcaica y en los poemas homéricos. Sabemos, también, a qué tipo de hombre llamaban “bueno” aquellos viejos griegos: al hombre feliz, victorioso, enérgico, activo y respetado. No se podía entonces pensar en alguien que, siendo bueno, fuera infeliz, porque los infelices eran los “malos”. Lo bueno es ser feliz, ser fuerte, ser activo. Lo dionisíaco. Otra de las fuentes empleadas por Nietzsche en su estudio sobre Grecia antigua es la religión de Dioniso, un extraño Dios que siempre fue distinto y exterior a los dioses del Olimpo. ¿Qué representaba Dioniso? La fuerza de la vida, la afirmación del devenir, la diferencial, la multiplicidad, el azar: lo múltiple como alegría, como afirmación de lo que deviene y la subsiguiente negación de la permanencia del ser o la esencia. El tipo de concepción que Nietzsche extrae de esta interpretación de lo dionisíaco puede resumirse en dos notas: . No hay esencia humana ni tampoco sustancia o naturaleza: todo es máscara; hay solo fuerzas que el azar reúne para dar lugar provisionalmente a un INDIVIDUO (que es solo eso, una colección efímera de instintos y pasiones), un caso fortuito, un golpe de dados. . La vida se justifica a sí misma, la existencia es su propia fuerza de afirmación (crea diferencias, excepciones, pluralidad y variedad de casos singulares e irrepetibles). Los pre-socráticos encarnan filosóficamente el espíritu de esta cultura de la afirmación, y sobre todo Heráclito quien representa al Devenir como un niño inocente que juega a los dados. Lo apolíneo. Apolo está en los antípodas de Dioniso (ya desde la etimología de su pro- pio nombre, que significa negación de la pluralidad): la enemistad con la multiplicidad, una concepción de la existencia como un fallo, una caída, una herida infligida al Ser, y una aspira- ción a recuperar la Identidad, la Unidad, la Finalidad. Sócrates (sive Platón) es el símbolo filo- sófico de la victoria de lo apolíneo sobre lo dionisíaco, al presentar algo que está por encima de la vida (la Idea, el Bien), y que debe juzgar la vida, que entonces aparece como algo culpa- ble y sin valor (porque vida implica cuerpo, y cuerpo implica cadena que ata al alma y de la que solo se libera con la muerte). Es también, por eso, el origen del Nihilismo en filosofía.
3.3.- La moral judeo-cristiana: Dios
La desaparición de los cultos paganos politeístas en favor de las grandes religiones monoteístas indica ya una opción a favor de la Unidad y en detrimento de la Multiplicidad. Y es el Dios de los Judíos, y, después, el Dios del cristianismo, el que va a llevar a cabo un gigantesco movimiento histórico que Nietzsche llama transvaloración de los valores: la manera “griega” de valorar va a verse del todo invertida; todo lo que antes era tenido por “bueno”, ahora se convertirá en “malo”, y viceversa. El cristianismo hace de la vida algo sin valor, una deuda contraída con el Ser Supremo (que ni con la muerte se puede para pagar); el sufrimiento (y la muerte) forman parte del precio que se exige al hombre para satisfacer esa deuda de pecaminosidad; la vida, su fin, no es ya buena ni verdadera, sino solo un valle de lágrimas. La vida debe ser justificada, juzgada, redimida, el hombre puede salvarse (de la vida, de la carne, del pecado) en el otro mundo: se escucha así una extraña voz, una voz que alaba el sufrimiento (que santifica) y la muerte (que conduce a una vida mejor). Si el Dios cristiano debe servir de índice para conocer al tipo de hombre que lo adora, hay que decir que, en comparación con los otros dioses, es éste un Dios débil, un Dios-nada, un Dios de los esclavos, de los “infelices”, y un Dios que, según Nietzsche, insulta y mancilla la vida al condenar sistemáticamente el cuerpo y los instintos. El tiempo (judeo-) cristiano tiene, a diferencia del griego, un comienzo y un final. Lo que hay en medio no es sino tiempo “perdido”, pecaminoso, falso, mero camino hacia una vida mejor (pero este tiempo “perdido”, protesta Nietzsche, es, ni más ni menos, ¡la vida!). Todo devenir es culpable y provisional, en espera del Ser. La existencia es una prueba ante un Juez sentado al final del tiempo, y en la que el hombre ocupa siempre el banquillo de los acusados. La humanidad es vista como un rebaño que solo se mueve bajo el impulso de los castigos y premios con los que su pastor la amenaza o motiva: se fomenta un hombre servil, gregario, domesticado, mezquino. El instinto que mueve a los débiles a abrazar esta creencia es el espíritu de venganza (en el otro mundo) sobre los fuertes. La realidad auténtica y genuina no pertenece a la existencia, la realidad está en el más allá y es la negación de todo lo que existe.