Críticas a las Éticas de Kant y Hume: Una Perspectiva Personal

Trascendencia de la Experiencia y Fundamentación de la Moral

Trascender la experiencia nos adentra en el terreno de lo hipotético y, por ello, deberemos esforzarnos para no fundamentar la moral en un **“trascendente”**. Estoy de acuerdo con **Hume** en que no hay **“razones”** para descubrir si una acción es mala o buena y que, por lo tanto, no existen en sentido estricto verdades ni errores éticos. Sólo tenemos impresión clara del sentimiento interior de aprobación o reprobación que ciertas conductas provocan en nosotros. Así pues, no será la razón la que juzga sobre el bien y el mal, sino el corazón.

No podemos defender a **Kant** al establecer una ley moral idéntica para todos. Éste es un supuesto que no está en disposición de poder demostrar y que la experiencia se empeña en desmentir. Al fundar su moral en un **“trascendente”**, la condena al campo de lo hipotético.

Pero tampoco podemos defender a **Hume** cuando, para evitar caer en el relativismo y subjetivismo moral, sostiene que el sentimiento básico o **“humanidad”** – sentimiento positivo por la felicidad del género humano y negativo por su miseria – es común a todos los hombres y se manifiesta del mismo modo ante la percepción de las mismas acciones o cualidades. Por eso consideramos acciones virtuosas a todas las acciones que despiertan en nosotros el primer sentimiento – sentimiento placentero – y vicios a las acciones que despiertan el segundo – sentimiento de desagrado -. Esta afirmación no solo trasciende la experiencia, sino que la experiencia parece desmentirla.

Formalismo Kantiano y Emotivismo de Hume: Dilemas Morales

La moral kantiana es formal y racional – no establece jerarquía alguna entre valores superiores e inferiores para resolver las distintas situaciones concretas – y, por ello, es universal y necesaria. Pero no sirve, por la misma razón, para resolver los conflictos morales **“reales”**.

La teoría ética del **emotivismo** también puede conducir a muchos dilemas morales, ya que basa la valoración ética de una acción en los sentimientos morales que nos provoca la contemplación o el pensamiento de ese acto. Imaginemos el siguiente caso: tú percibes la decisión de abortar como algo correcto moralmente, ya que antepones el derecho de la madre sobre su propio cuerpo; en cambio, tu pareja lo percibe como algo inmoral, ya que para ella es prioritario el derecho a la vida del feto. Desde una perspectiva emotivista, el mismo hecho (decidir si abortar o no) es percibido emocionalmente de dos formas diferentes.

Es cierto que para **Hume** la valoración moral no debe quedar únicamente en la apreciación personal de agrado o rechazo ante una acción moral: hay que abstraer los aspectos personales que pueden influir en ella (intereses, aprendizajes culturales previos, deseos individuales, etc.) para intentar que ese sentimiento coincida con un sentimiento universal de rechazo o aprobación similar ante esa acción (así se trata de evitar el subjetivismo a la hora de valorar una acción moral). Pero el criterio de **Hume** acerca de abstraer las circunstancias personales parece insuficiente.

Reflexión Personal: La Moral como Instrumento de Poder

Por una parte, resulta ‘liberador’ creerse libre de preceptos morales absolutos y, por otra, es descorazonador pensar que todas las éticas son arbitrarias. Puede que la moral no sea enteramente arbitraria porque observamos en morales distintas soluciones semejantes a problemas equivalentes; pero esto no demuestra que exista una moral universal y supra-social. Es más, esta tesis no es demostrable empíricamente al fundamentar la moral en un trascendente – la ley moral o un sentimiento básico universal – y además la experiencia cotidiana de las acciones humanas – muchas de ellas claramente inmorales – parece desmentirla.

Considero, por tanto, que la moral es un instrumento de poder al servicio de los intereses coincidentes en todo tiempo y lugar de las fuerzas que dirigen la sociedad. Recordemos el **Sísifo de Critias**. Es esta también otra hipótesis que explica las coincidencias entre nuestras distintas valoraciones morales en todo tiempo y lugar. Pero que también permite explicar mejor el comportamiento frecuentemente inmoral del ser humano que lucha por liberarse de las sanciones internas – ya sean supresivas a través de la vergüenza o represivas por medio de la culpabilidad – con las que las distintas culturas o sociedades coartan sus tendencias instintivas.

Porque si tuvieran razón **Hume** y **Kant**, los hombres seguirían obrando como hasta ahora, aunque no existiera coacción social, reaccionando unos y otros de distinta manera a los dictámenes de la razón o a los sentimientos despertados en nosotros por cualidades útiles y placenteras a nosotros o a los demás. Pero si tuviéramos el anillo de **Giges** – como relata la fábula del capítulo II de *La República* de **Platón** – ¿no daríamos todos satisfacción y rienda suelta a nuestros instintos?.

El pensamiento de que muchos impondrían – nosotros en primer lugar – límites a la satisfacción de nuestros instintos podría ser fruto de la educación moral recibida. La respuesta a esta pregunta sólo estaría al alcance de quien poseyera el don de la invisibilidad o de la libertad de acción. Pero, de momento, observamos, cuando el control social se relaja, como en la guerra, un incremento desmesurado de comportamientos inmorales.

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