John Locke: Liberalismo y Tolerancia
En su primer tratado sobre el gobierno civil, John Locke señala que es absolutamente prioritario para el gobierno pacífico de los pueblos establecer una clara separación entre aquello que el propio gobierno del estado debe promover y proteger y aquello que corresponde a la Iglesia.
Para ello, determina en primer lugar que la responsabilidad civil de cualquier estado es la protección de los derechos que son sustanciales a la condición humana. Estos derechos naturales se resumen en el derecho a la propiedad, el derecho a la conservación de la vida y la salud, y el derecho a la libre conciencia. Su salvaguarda es la obligación fundamental del gobernante y el fundamento de la legitimidad de su poder.
Por su parte, la Iglesia tiene como responsabilidad la salvación de las almas, por lo que carece de potestad en relación a las condiciones materiales de las circunstancias objetivas de la vida de los fieles.
La propuesta del liberalismo político del tratado será modificada en la Carta sobre la tolerancia al establecerse unos límites precisos para la libertad de conciencia.
Dichos límites deben interpretarse desde una perspectiva histórica, es decir, atendiendo a las condiciones de violencia político-religiosa en las que el propio Locke concibe su teoría. Por ello, no debe extrañar que Locke considere que de la libertad de conciencia queda excluido el “papismo” (como describe despectivamente al catolicismo) por identificar esta creencia con el absolutismo de aquellos que renuncian a su propia razón y se someten a la voluntad absoluta del Papa y el rey. De este modo, el católico renunciaría a sus propios derechos naturales, traicionando así las condiciones naturales de su propia libertad.
Tampoco el ateísmo es admitido por Locke como expresión de la libre conciencia, ya que el ateo muestra en su incapacidad para asumir la suprema autoridad de Dios su propia incapacidad para respetar las leyes del estado.
Texto de John Locke: Análisis
Localización del autor: John Locke, filósofo y político liberal inglés del siglo XVII, recibió una sólida formación en Oxford donde, además de medicina, estudió ciencias y filosofía. Su importancia en el pensamiento moderno es crucial, puesto que su oposición al racionalismo marcará el origen del empirismo, y su propuesta política es considerada como la primera formulación explícita del liberalismo político.
Tema: La intolerancia es contraria al propio mensaje del cristianismo y es el origen de la violencia política.
Ideas principales:
- La intolerancia ante las disensiones es el origen de las guerras de religión.
- La avaricia y el afán de dominio de la jerarquía de la Iglesia se sirven de la ambición de los políticos y de la ignorancia del pueblo.
- Quienes así actúan se oponen con ello al mensaje del evangelio y a la caridad cristiana.
- Obrando así, confunden la Iglesia y el Estado.
Relación entre las ideas:
El fragmento pertenece a un texto claramente orientado hacia la práctica social y política, puesto que es una exhortación hacia la tolerancia como condición indispensable de la paz. La primera idea es una denuncia de la intolerancia como causa de la violencia política. La segunda idea describe cuál es el mecanismo por el que los intolerantes adquieren su propia influencia. La tercera idea muestra la contradicción en la que incurren aquellos que pretenden promover el respeto a su propia fe actuando en contra del evangelio. La cuarta idea sintetiza todos los errores anteriormente descritos al afirmar que se debe a la confusión entre la Iglesia y el Estado.
Explicación de las ideas:
La primera idea sólo puede ser correctamente interpretada teniendo en consideración la propia circunstancia histórica. En este sentido, la propuesta liberal de Locke se basa implícitamente en la oposición entre el “libre examen” que propone el protestantismo y la ciega obediencia a la jerarquía que propone el catolicismo para identificar el contraste entre liberalismo y absolutismo político. De este modo, la denuncia de la intolerancia religiosa como origen de la violencia es también una propuesta política antiabsolutista. La segunda idea describe cómo la Iglesia, es decir, las altas jerarquías que la gobiernan, utilizan a los políticos para ganar influencia en los asuntos civiles valiéndose de la ignorancia del pueblo. En este sentido, el planteamiento de Locke anticipa el análisis que hará la Ilustración francesa acerca del nexo existente entre el “oscurantismo” y la ignorancia de los pueblos y su situación de injusta esclavitud. La tercera idea muestra, tal como ya hizo Occam, la contradicción en la que incurren aquellos que pretenden extender su propia fe actuando contra el evangelio y, en especial, atentando contra el mandato de la caridad. También la cuarta idea tiene concomitancias con el pensamiento político de Occam al denunciar la confusión entre Iglesia y Estado. En este sentido, Locke insistirá en que la responsabilidad del Estado consiste en garantizar el bienestar de los ciudadanos propiciando el respeto a sus derechos naturales, mientras que la Iglesia tiene como única finalidad la salvación espiritual de los fieles sin atender a ninguna consideración material u objetiva.
David Hume: Filosofía Empirista
El empirismo de Hume: El origen de la corriente del Empirismo Británico se encuentra en el rechazo de John Locke a las propuestas racionalistas y, en especial, a la afirmación de que existen ideas innatas.
La filosofía de Hume tomará las sugerencias de Locke y las llevará a sus máximas consecuencias. Para ello, comienza rechazando que los contenidos de nuestra mente sean considerados siempre como ideas. Propone, por ello, que llamemos percepciones a todo aquello que se encuentra en nuestro pensamiento y que, posteriormente, distingamos según su origen entre impresiones e ideas.
- Las impresiones son los datos primarios del pensamiento, ya que proceden directamente de aquello que capta nuestra sensibilidad.
- Las ideas, por el contrario, son mediatas, es decir, proceden de impresiones, bien debido a la intervención de nuestra memoria, o bien a través del funcionamiento de nuestra imaginación, que es capaz de recombinar ideas simples, mediante un mecanismo complejo de asociación que Hume describe a través de las leyes de asociación de ideas (semejanza, contigüidad y causa). Con ello, siguiendo el modelo de Newton, Hume pretende establecer los mecanismos por los que las ideas se atraen entre sí.
En cuanto a la naturaleza de nuestros conocimientos, es decir, a las diferentes modalidades de proposiciones verdaderas que nos cabe expresar, Hume distingue entre las relaciones entre ideas y las cuestiones de hecho. Las primeras se refieren a las proposiciones analíticas de la lógica y la matemática. Las segundas, a las constataciones acerca de la verdad que se basan en los datos de la experiencia.
Al aceptar el antiinnatismo, Hume acepta también que el origen de todos nuestros conocimientos son las impresiones que recibimos a través de nuestros sentidos. Por ello, llevando a sus últimas consecuencias este principio, propondrá el criterio empirista de verificación, que consiste en afirmar que una idea es válida únicamente si podemos encontrar una impresión de la sensibilidad de la que procede. De no ser así, hemos de suponer que esta idea es simplemente una ficción de la imaginación.
La aplicación rigurosa del criterio empirista de verificación conducirá a Hume al escepticismo metafísico, puesto que las ideas a las que se refieren aquellas sustancias sobre las cuales el Racionalismo había pretendido organizar una metafísica científica, el “yo”, “dios” y “mundo”, no satisfacen el criterio empirista de verificación, es decir, carecemos de impresiones sensibles que justifiquen su validez.
Finalmente, este escepticismo irá aún más allá en la adopción del fenomenismo, puesto que el sujeto puede estar seguro de captar fenómenos o impresiones, pero no de que estos describan de forma objetiva la realidad.
Crítica a la Idea de Causa
La idea de causa es un elemento central tanto de la reflexión metafísica como de las propuestas científicas que, como la propia ley de gravitación universal de Newton, pretenden explicar racionalmente los fenómenos naturales. Sin embargo, la aplicación del criterio empirista de verificación que propone Hume niega la validez de la idea de causa. En este sentido, Hume afirmará que la suposición de una conexión necesaria entre dos fenómenos a los que consideramos causa y efecto no obedece a una necesidad lógica, sino a una predisposición psicológica.
El fundamento de la crítica a la idea de causa está en la inexistencia de una impresión que la respalde. Tenemos la impresión de un fenómeno A al que tendemos a considerar como causa de un fenómeno B al que identificamos como su efecto. Sin embargo, carecemos de la impresión de causa que justifique esta idea. Tal suposición procede en realidad del hábito o costumbre de haber observado en el pasado que a un fenómeno siempre lo ha seguido el otro, pero la idea de causa que supuestamente lo relaciona es una mera ficción de nuestra imaginación psicológicamente propiciada por el cúmulo de experiencias pasadas, pero absolutamente carente de un fundamento lógico.
El Emotivismo Moral
La propuesta ética de Hume, conocida como emotivismo moral, se opone a las consideraciones del intelectualismo ético o el racionalismo moral que identificaban nuestros juicios acerca de lo que es bueno o malo, justo o injusto, como juicios de nuestra razón.
En contra de las posiciones intelectualistas y racionalistas, Hume demostrará que los juicios morales no son racionales. Para ello, compara nuestros juicios sobre el bien y el mal con las dos posibles modalidades de juicios de razón.
Demuestra así, en primer lugar, que los juicios morales no son “relaciones entre ideas”. En este caso, el juicio moral es evidentemente ajeno a la relación lógica que se establece entre aquellos que están implicados en una determinada acción. Tampoco los juicios morales obedecen a “cuestiones de hecho”, ya que no basta con la constatación empírica de una determinada situación objetiva para adoptar una decisión de carácter moral.
Los dos análisis anteriores sitúan a Hume como el primer filósofo en oponerse explícitamente a lo que será posteriormente llamado falacia naturalista, es decir, el paso del “es” al “debes” o la consideración de que la mera comprensión racional de los hechos genera ya una actitud de nuestra conciencia. Frente a ello, Hume afirmará que el origen de nuestros juicios morales no está en la razón, sino en el sentimiento. Para explicar cómo es esto posible, afirmará que existe en todo ser humano un sentimiento que denomina simpatía y que consiste en considerar que todo ser humano siente como propios el sufrimiento y la alegría de los otros y que estos generan en él placer o displacer en sintonía con las emociones ajenas. Dicho sentimiento, que constituye el principio de nuestros juicios morales, hace que consideremos buenas aquellas acciones que son útiles, entendiendo por utilidad la capacidad para producir “el mayor bien para el mayor número de personas”, y malas aquellas acciones que se oponen a esta noción de utilidad.
Texto de Hume: Análisis
Localización del autor: Hume, filósofo escocés, estudió leyes y humanidades en la Universidad de Edimburgo, aunque ejerció durante un corto período la abogacía y dedicó la mayor parte de su tiempo a la filosofía y a la literatura. Su aportación a la filosofía teórica consiste en haber llevado a sus últimas consecuencias los postulados del empirismo. Su aportación a la filosofía moral y política se centra en su papel de precursor del emotivismo moral y del utilitarismo.
Tema: El sentimiento es el principio para el acuerdo universal sobre las cuestiones morales.
Ideas principales:
- Adjetivos como enemigo o rival denotan un juicio basado en el egoísmo y el interés propio.
- Vicioso u odioso son adjetivos propios del lenguaje moral.
- El contraste entre ambos tipos de juicios denota la necesidad de un principio común para el lenguaje moral.
- Dicho principio permite identificar lo que es moralmente malo con lo que es perjudicial para la humanidad.
Relación entre las ideas:
El fragmento argumenta a favor del emotivismo analizando dos usos diferentes del lenguaje en relación a los actos y la valoración que nos merecen. La primera idea muestra cómo el interés propio nos permite formular juicios valorativos no universales. La segunda idea muestra, en oposición a la anterior, que existen también juicios comprensibles para todos en relación a la valoración de las acciones y de quienes en ellas actúan. De lo anterior, la tercera idea concluye la necesidad de un fundamento común para el segundo tipo de juicios. La cuarta idea concluye en el razonamiento identificando tal fundamento con la previsión de los beneficios para la humanidad.
Explicación de las ideas:
En la primera idea, Hume muestra cómo las valoraciones que podemos formular ante un conflicto de intereses entre aquello que deseamos o pretendemos y lo que los demás hacen o representan no pertenecen al ámbito del lenguaje moral. En este sentido, Hume anticipa un elemento que será determinante en la ética de Kant, y que consiste en la identificación de los juicios morales como necesariamente universales en su pretensión de valor, es decir, ajenos al cálculo del interés propio.
En la segunda idea, se muestra cómo en el lenguaje moral debe necesariamente existir un fondo de comprensión acerca de los juicios que merecen las acciones y las personas que las realizan, de tal modo que podamos entendernos con los demás cuando formulamos una afirmación en las que nos pronunciamos acerca de la bondad, maldad, justicia o injusticia de un determinado modo de proceder.
La tercera idea introduce, sin citarlo, el sentimiento de “simpatía” al afirmar que debe existir algún principio universal común a todo ser humano para que sea posible emitir juicios que sean legítimamente morales. Este sentimiento constituye el fundamento en virtud del cual el bien o el mal que una determinada acción provoca en los demás es el fundamento de que cada uno pueda formular y comprender plenamente el significado del juicio.
La cuarta idea alude al principio de utilidad como prueba del valor de las acciones, dado que la propia “simpatía” nos lleva a valorar positivamente aquellas acciones que nos parecen mejores para el mayor número de nuestros congéneres.
Jacques Rousseau: Soberanía Popular, Libertad e Igualdad
En la más célebre de sus obras, El Contrato Social, Rousseau plantea un hipotético estado de naturaleza, en el que se habrían encontrado los seres humanos antes de la aparición de los sistemas de gobierno que dieron lugar a la fundación de los diferentes Estados. En este momento primigenio de la humanidad, los seres humanos vivían en armonía y libertad, tal y como corresponde a la imagen que sugiere el mito del buen salvaje que adopta Rousseau y que supone que hay una tendencia natural en los seres humanos hacia la benevolencia y el apoyo mutuo.
Sin embargo, este hipotético e idílico “estado de naturaleza” dejará paso a sistemas de gobierno en los que los ciudadanos quedan sometidos a la voluntad arbitraria de sus gobernantes. Pierden así su propia libertad, desaparece en ellos su natural benevolencia y aparece la violencia y la opresión.
La situación actual de los gobiernos supone, por tanto, una traición a las naturales propensiones del ser humano. Pero esta situación puede cambiar, en opinión de Rousseau, si se hace valer el principio fundamental de la soberanía popular. Dicho principio supone reconocer que el poder reside legítimamente en el pueblo y que el gobernante solo puede gobernar con justicia por delegación de la voluntad popular.
El modo en el que se constituye un gobierno legítimo por delegación de la soberanía popular es descrito por Rousseau como un contrato social, es decir, un pacto por el cual los ciudadanos renuncian a una parte de sus libertades y derechos para hacer posible que tales derechos y libertades sean igualmente concedidos a todos. Para que este pacto o contrato se cumpla, se instituye la autoridad de un gobierno que debe vigilar su cumplimiento. En caso contrario, es decir, cuando quienes gobiernan incumplen su parte del contrato, el pueblo soberano podrá legítimamente deponerlos y castigarlos.
El individuo que suscribe el contrato social se convierte en un ciudadano, es decir, en alguien que acepta las limitaciones que la convivencia civil impone a sus propios deseos y aspiraciones. En este sentido, aparece el concepto de libertades civiles, que designan a los espacios de libre elección individual que son posibles una vez que, para vivir junto a los otros, los individuos hemos tenido la obligación de renunciar a la libertad absoluta del “estado de naturaleza”.
También la noción de igualdad debe ser redefinida para hacerla compatible con las libertades civiles. En este sentido, Rousseau identifica la igualdad con la eliminación de toda arbitrariedad y violencia en el ejercicio del poder y con la prohibición de la esclavitud económica entre los ciudadanos.
Texto de Jean-Jacques Rousseau: Análisis
Localización del autor: Jean-Jacques Rousseau, filósofo de origen suizo, de formación básicamente autodidacta, colaboró en su primera juventud en la elaboración de la Enciclopedia responsabilizándose de los capítulos dedicados a la historia de la música. Más adelante renegará de la idea propia de los enciclopedistas de que la ciencia y la técnica traerán el progreso de la humanidad. En contra de esta idea, reivindicará el carácter naturalmente benevolente de los seres humanos sobre el que se inspira la propuesta de El Contrato Social.
Tema: El mayor bien para el gobierno consiste en compaginar la libertad y la igualdad.
Ideas principales:
- La meta del sistema legislativo debe ser la promoción de la libertad y la igualdad.
- La libertad es indispensable porque, si no se respeta, el Estado queda debilitado.
- La igualdad debe alcanzarse como condición de posibilidad para la “Libertad Civil”.
- La igualdad no es identidad, sino el justo ejercicio del poder y la evitación de la esclavitud económica.
Relación entre las ideas:
El fragmento expone uno de los puntos críticos de la teoría del contrato social, que consiste en redefinir libertad e igualdad en términos que permitan su compatibilidad. La primera idea expone la tesis central acerca de la noción de legitimidad basada en la posibilidad de compatibilidad entre libertad e igualdad. La segunda idea redefine el concepto de libertad en los términos del contrato social, es decir, como “Libertad Civil”. La tercera idea introduce la noción de igualdad como condición indispensable para la existencia de la libertad civil. La cuarta idea completa a la anterior evitando la confusión entre la igualdad que se propone y la identidad forzada de todos los ciudadanos, que Rousseau rechaza.
Explicación de las ideas:
La primera idea establece por primera vez uno de los problemas cruciales para la consolidación de los sistemas democráticos: la necesidad de hacer compatibles los valores supremos de libertad e igualdad que, si no se redefinen correctamente, pueden resultar antagónicos, tal y como décadas más tarde mostrará el francés Alexis de Tocqueville en su célebre La democracia en América. Las propuestas de Rousseau y Tocqueville coinciden en detectar que existe un grave riesgo de deriva autoritaria o de vulneración de derechos fundamentales cuando un sistema político no logra equilibrar ambas propuestas fundamentales.
La segunda idea insiste en la propuesta antiabsolutista que ya Spinoza había formulado y que consiste en afirmar que restringir los derechos de los ciudadanos no fortalece al Estado, sino que lo debilita, puesto que genera el resentimiento y la desafección.
La tercera idea propone la transformación de la “libertad natural” de la que gozaba el “buen salvaje” en un sistema de libertades que surge a partir del contrato social mediante la aceptación de que los otros tienen igual derecho a reclamar su propia libertad. Ello significa que resulta imprescindible limitar la propia libertad en la medida en la que también los otros lo hacen. Surge así la noción de “libertad civil”.
La cuarta idea propone una definición de igualdad que rechaza los modelos colectivistas que confunden esta con la identidad entre los ciudadanos, lo que a su vez resultaría incompatible con el ejercicio de la libertad.
Humanismo, Nueva Ciencia y Racionalismo
Se suele considerar que la conquista de Constantinopla por parte de los otomanos en el año 1453 marca el comienzo de la Modernidad. Sin embargo, aunque a efectos históricos esto parece fácilmente aceptable, desde el punto de vista filosófico resulta problemático, puesto que durante más de un siglo la filosofía se concentrará en el estudio y la recuperación del pensamiento clásico grecolatino.
El Humanismo Renacentista es el resultado de un complejo conjunto de causas, entre las que cabe destacar la diáspora de los sabios que huyen de Constantinopla y que aportan a Occidente, y en especial a Italia, conocimientos y textos clásicos hasta entonces desconocidos. De este modo, se fundarán en las universidades italianas escuelas filosóficas que recuperan las aportaciones de los grandes filósofos clásicos. Aparecen así, por ejemplo, la escuela platónica de Florencia, en la que destaca Marsilio Ficino, y el círculo aristotélico de Padua, dirigido por Pomponazzi. Fuera de Italia, destaca el francés Montaigne, que recupera las ideas de la corriente helenística del escepticismo.
Dentro de la reflexión humanística, y aunque fuertemente influenciados por los conocimientos aportados por el redescubrimiento del mundo clásico, aparecen planteamientos político-sociales nuevos, en cuyos extremos encontramos el pragmatismo político de Maquiavelo y el utopismo cristiano de Tomás Moro.
También la reflexión cosmológica que supera el dogmatismo basado en la interpretación literal de La Biblia traerá consigo nuevas aportaciones. En este sentido, Nicolás de Cusa y Giordano Bruno propondrán visiones de la naturaleza de carácter panteísta y plantearán la hipótesis de la infinitud del cosmos. Estos dos autores prefiguran la aparición de la Nueva Ciencia, que tendrá como desencadenante explícito la obra del astrónomo polaco Nicolás Copérnico.
El modelo explicativo del universo que privilegiaba la Iglesia a lo largo de la Edad Media era el geocentrismo aristotélico-ptolemaico. Sin embargo, la enorme complejidad del modelo explicativo propuesto por Ptolomeo con el fin de explicar las irregularidades observadas conducirá a un colapso del sistema. En este sentido, los astrónomos comienzan a dudar de un sistema de cálculo que requiere aceptar que existen más de 80 movimientos circulares simultáneos. La propuesta heliocéntrica de Copérnico tiene un fundamento filosófico de raíz pitagórica consistente en afirmar que el universo debe poder ser explicado en virtud de proporciones matemáticas simples.
Aunque Copérnico comprueba que los movimientos planetarios resultan mucho más fácilmente explicables cuando se acepta el modelo heliocéntrico, será el alemán Johannes Kepler quien formulará tres leyes matemáticas que confirman la hipótesis copernicana.
Las presiones, tanto de la comunidad científica (en especial de los astrónomos jesuitas) como de la Inquisición, llevaron a algunos defensores del heliocentrismo a mantener en secreto sus convicciones o, como en el caso del danés Tycho Brahe, a proponer un sistema híbrido que mantiene la centralidad de la Tierra, pero propone al Sol como centro de giro del resto de los planetas. Aunque esta propuesta no será comúnmente aceptada, el mérito de Brahe será la enorme precisión de sus observaciones, que reducirá el margen de error desde los diez minutos de grado a medio minuto.
El astrónomo pisano Galileo Galilei recogerá las observaciones de Brahe y, mediante el telescopio astronómico que él mismo inventa, realizará múltiples observaciones que demuestran empíricamente la superioridad del heliocentrismo.
La confirmación empírica del heliocentrismo, así como la descripción de los diferentes tipos de movimiento, serán dos de las grandes aportaciones de Galileo para la aparición de la “Nueva Ciencia”. La tercera aportación será esencial no sólo para la ciencia, sino también para la filosofía, y consiste en el diseño de un nuevo método científico al que denomina “Resolutivo Compositivo” y que hoy conocemos como “Hipotético deductivo”.
La influencia determinante del método diseñado por Galileo para la fundamentación de la filosofía moderna tendrá lugar mediante la obra innovadora del francés Descartes, fundador del Racionalismo.
La propuesta cartesiana que inicia el racionalismo tiene como finalidad convertir la filosofía en una ciencia rigurosa, para lo cual el propio Descartes tomará el modelo de Galileo, mientras que otros representantes de esta corriente, como Leibniz o Spinoza, adoptarán, respectivamente, los de la aritmética y la geometría.
Racionalismo, Empirismo e Ilustración
El origen de la filosofía moderna en sentido estricto se encuentra en la propuesta racionalista de Descartes, que surge de su convicción de que la razón humana se encuentra limitada en su capacidad de progresar filosóficamente debido a la acumulación de prejuicios, es decir, de ideas cuya verdad ha sido aceptada sin someterlas al propio juicio de la razón.
Descartes denuncia el estancamiento de la filosofía, que se ha convertido en una “cultura libresca”. En este sentido, al “argumento de autoridad” de la escolástica lo ha sucedido la ilimitada admiración del humanismo con respecto a los autores de la antigüedad. Por ello, Descartes propondrá un método drástico para la eliminación de los prejuicios al que denominará “desescombro de la razón” y que llevará a cabo mediante la “duda metódica”.
Será, por tanto, ya en el siglo XVII cuando la filosofía abandone esa devoción al pasado y emprenda un camino nuevo a través de lo que otros autores racionalistas, como Leibniz o Spinoza, describirán como una “medicina mentis”, destinada a restablecer la luz natural de la razón.
La sola eliminación de los prejuicios no significa, sin embargo, la restauración del poder de la razón, puesto que debe evitarse tanto la posibilidad de incurrir en el error como la posibilidad de que la incertidumbre condicione el avance de nuestro pensamiento. Se hace, por ello, necesario aplicar un método que se entiende como el camino que permite avanzar con seguridad hacia la verdad a partir de unas primeras verdades que se postulan innatas y, por tanto, evidentes.
Los distintos autores racionalistas propondrán diferentes versiones del método filosófico inspirándose en distintas ciencias, pero en todo caso coincidirán en la necesidad de su rigurosa aplicación para conseguir convertir la filosofía en ciencia.
Ya a finales del siglo XVII, surgirá en las Islas Británicas una fuerte contestación al Racionalismo. Esta corriente, conocida como “Empirismo inglés”, surge a partir del rechazo absoluto al innatismo en el que se apoyaban las propuestas racionalistas.
El primer filósofo que hará explícita su oposición al innatismo racionalista será el inglés John Locke, que describe la mente humana antes de haber obtenido datos a través de los sentidos como “un papel en blanco” o “una habitación vacía”.
Los datos de la experiencia son, por tanto, el único origen de nuestros conocimientos. En este sentido, el escocés David Hume establecerá el conocido como “criterio empirista de verificación”, que supone que la experiencia no solo es el origen necesario de nuestros conocimientos, sino también el límite de todo conocimiento válido.
El problema que plantea la propuesta de Hume es que no resulta posible justificar que nuestras impresiones representan objetivamente la realidad, puesto que son “fenómenos”, es decir, son representaciones o manifestaciones en la propia conciencia. Por ello, finalmente, el empirismo se disuelve en un “fenomenismo” que hace imposible tanto la ciencia como la filosofía, puesto que, tal y como afirma el irlandés Berkeley: Esse est percipi (el ser es percibido).
Paralelamente al desarrollo de las polémicas entre racionalistas y empiristas, a lo largo del siglo XVII en toda Europa, pero de forma especialmente dramática en las Islas Británicas, se suceden las revueltas y las persecuciones en la lucha entre absolutistas y parlamentaristas, así como entre católicos y protestantes. Este será el contexto en el que surgirá la primera corriente filosófica ilustrada, conocida como Enlightenment o Ilustración inglesa.
Su máxima figura será el propio Locke, que intentará sentar las bases de la tolerancia proponiendo unos derechos naturales inalienables como la libertad de culto, la libertad de conciencia o el derecho a la propiedad privada.
Ya en el contexto cultural francés, a lo largo del siglo XVIII, se desarrolla la Lumière o Ilustración francesa, que sistematiza los elementos aportados por los ilustrados ingleses a los que añade un elemento característico que consiste en considerar que la difusión del saber es un instrumento de liberación política y social.
La labor liberadora de la Ilustración adopta ahora una función de instrucción de la sociedad que propone la metáfora de la iluminación para luchar contra el “oscurantismo”, es decir, contra la ignorancia del pueblo que adoptaba los dogmas impuestos como verdades indiscutibles. En este sentido, la liberación política y social solo puede surgir mediante la liberación de las conciencias.
La aparición de La Enciclopedia como instrumento democratizador del saber tendrá un papel fundamental en el desarrollo de esta nueva propuesta liberadora.
La figura que mejor representa el nuevo impulso hacia la liberación de las conciencias será Voltaire, quien propondrá la figura del “librepensador” como el ideal del hombre ilustrado que somete todas las ideas al juicio crítico de su propia razón.
Por su parte, Montesquieu establecerá la estructura de un estado en el que se garantiza la justicia y el respeto a los derechos del ciudadano. Para ello, propondrá en su obra El espíritu de las leyes la separación de los tres poderes, así como el respeto a la diversidad cultural de cada sociedad o de cada estado.
Finalmente, la propuesta de Rousseau, aunque mucho más polémica, tendrá una influencia filosófica de gran recorrido. En este sentido, sorprende en Rousseau su crítica a la idea ilustrada de que el desarrollo tecnológico supone el motor para el progreso de la humanidad. Su propuesta de una vuelta a la naturaleza se basa en la idealización de la naturaleza humana a través del mito del “buen salvaje”.
Ya hacia finales del siglo XVIII, la “Aufklärung” o Ilustración alemana reflexiona acerca de las contradicciones en las que incurre la propia lucha por la libertad a la luz de los diferentes procesos revolucionarios de la época. Destaca en este sentido la propuesta de Immanuel Kant, que tendrá una enorme influencia en el pensamiento ético y político posterior al referirse a la noción de “dignidad de la persona”. La otra gran aportación de Kant, a través de su “filosofía trascendental”, será la superación del antagonismo entre las actitudes del Racionalismo y el Empirismo.