Descartes: El Método Cartesiano, el Cogito y la Revolución Científica del Siglo XVII

Descartes y la Filosofía Moderna

La aparición del racionalismo con Descartes marca el inicio de la filosofía moderna, caracterizada por la autonomía de la razón frente a la fe y la tradición. En contraposición al empirismo de Locke y Hume, que sostiene que el conocimiento proviene de la experiencia, el racionalismo defiende que las ideas y principios científicos son innatos y alcanzables mediante la deducción. Este enfoque se vincula con el desarrollo de la ciencia moderna, inspirada en el modelo matemático.

Contexto Histórico

Durante el Renacimiento, hubo una crisis de valores religiosos y una mayor valoración del individuo. La Reforma Protestante de Lutero también influyó en la filosofía moderna al desafiar la autoridad de la Iglesia y enfatizar la interpretación personal de la fe.

Biografía de Descartes

René Descartes (1596-1650) fue un filósofo y matemático francés. Educado en el colegio jesuita de La Flèche, se interesó en la física y las matemáticas tras conocer a Isaac Beeckman. Sus obras más importantes incluyen Discurso del Método y Meditaciones Metafísicas. Sus contribuciones incluyen la geometría analítica, leyes de óptica y la formulación de principios científicos basados en la razón.

El Método Cartesiano y el Cogito

Descartes buscó un método universal para alcanzar el conocimiento verdadero, basado en:

  1. Intuición: Captación inmediata de verdades evidentes.
  2. Deducción: Proceso lógico para derivar nuevas verdades.

El principio fundamental de su filosofía es el «Cogito, ergo sum» («Pienso, luego existo»), que establece la certeza de la propia existencia como punto de partida del conocimiento. Su método matemático y racional influenció el pensamiento científico posterior.

Matemática para el progreso de la nueva ciencia

Presentadas de un modo más esquemático y ordenado –tal y como corresponde a un método científico–, las reglas metodológicas propuestas por Descartes en su obra de 1637 son las siguientes:

  1. Regla de Evidencia: No se debe admitir como punto de partida nada que sea dudoso o cuya certeza absoluta no se presente de forma clara a la inteligencia. Hay, por lo tanto, que evitar la precipitación para no admitir como verdadero algo que no se sepa con evidencia que lo es (DM, II).

  2. Regla de Análisis: La evidencia solo se obtiene a partir de ideas simples. Por ello, es necesario reducir las ideas compuestas a ideas simples y dividir cada dificultad en tantas partes como sea posible y como requiera su mejor solución. El análisis consiste así en reducir las percepciones confusas y complejas a percepciones simples y claras.

  3. Regla de Síntesis: Lo anteriormente analizado y dividido se recompone de nuevo mediante una síntesis. Se trata de formar un encadenamiento o unión de intuiciones parciales y evidentes, cuyo resultado es también una intuición evidente, aunque no parcial.

  4. Regla de Comprobación: Se trata, en este caso, de hacer un recuento tan integral y una revisión tan general que permita estar seguro de no omitir nada (DM, II). Es la revisión general y última de todo el proceso; una especie de regla de seguridad.

Como puede observarse, el problema del descubrimiento de verdades evidentes resulta esencial para Descartes, pues constituye el punto de partida de su método. Descartes pretende distinguir con claridad lo verdadero de lo falso para alcanzar así ese fundamento claro y distinto de todas las demás verdades que configuran la ciencia. Con ese propósito aplicará el procedimiento de la duda, que culmina con el descubrimiento de una verdad inicial, a partir de la cual, mediante el análisis, la síntesis y las comprobaciones, será posible construir sin error todo el edificio del conocimiento.

El afán cartesiano de claridad y evidencia como punto de partida de las ciencias se expresa en la aplicación del procedimiento de la duda metódica, por medio del cual se pone en cuestión todo conocimiento anterior y toda realidad con el objetivo de hallar el criterio último para poder reconocer todas las verdades. Veamos algunos de los caracteres fundamentales que adquiere la duda en el pensamiento de Descartes:

a) La duda es, en primer lugar, universal, pues, a nivel teórico, es necesario dudar de todo: de todas las certezas y principios filosóficos mantenidos hasta el momento. Se duda, por lo tanto, de las opiniones de los filósofos anteriores, de las apariencias de la realidad sensorial, de las verdades matemáticas y, hasta, de la propia existencia de un «Yo» como sujeto del conocimiento.

b) La duda cartesiana es metódica, puesto que no se trata de una duda escéptica con finalidad destructiva. La duda de Descartes es constructiva: pretende alcanzar una verdad firme de la cual no sea posible dudar. No constituye un estado permanente, sino un instrumento para elaborar las ciencias sin error. Por ello se caracteriza como metódica, al ser un método para edificar el conocimiento y no un fin en sí misma.

c) Para terminar, la duda también es teorética, dado que solo está referida a los enunciados de las ciencias y no a las acciones. Afecta únicamente al ámbito de la teoría y no al de las creencias o comportamientos éticos (DM, III). Por eso Descartes, al aplicar este procedimiento, asume lo que él mismo denomina moral provisional, indispensable, según afirma, para no convertir este instrumento en una herramienta destructiva del orden moral, político y religioso de su tiempo.

El primer motivo para dudar de nuestros conocimientos teóricos lo encuentra en las falacias de los sentidos. Los sentidos nos inducen en ocasiones a error y no existe, según Descartes, ninguna garantía de que eso no ocurra siempre.

Una segunda razón –más radical que la anterior– para la duda consiste en la imposibilidad de distinguir el estado de vigilia de los sueños: también en los sueños nos representamos el mundo exterior con extremada viveza y autenticidad, por lo que no tenemos, sostiene Descartes, la certeza absoluta de la existencia real de un mundo físico ajeno a nosotros mismos.

Un tercer nivel de duda, ya que no podemos fiarnos de los sentidos, afecta a los propios razonamientos: el entendimiento humano puede equivocarse fácilmente cuando razona, incluso cuando lo hace por medio de razonamientos matemáticos –engaño de la razón por el «genio maligno»–. Así pues, casi todo puede ser, en principio, objeto de duda y toda precaución es poca para Descartes cuando se trata de una empresa tan relevante como la de construir la ciencia a partir de un fundamento seguro.

Una vez puesta en práctica esta duda metódica, la inteligencia advierte que hay algo de lo cual no es posible dudar de ningún modo: la existencia de un sujeto que piensa y duda. Esta certeza es expresada por Descartes en su famosa afirmación: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»). Puede ser todo falso o dudoso, salvo la existencia de una sustancia pensante dotada de razón.

La propia existencia del sujeto pensante queda, pues, según Descartes, al margen de la duda, puesto que es una idea percibida sin recurrir a los sentidos y con total claridad y distinción. Y este será el criterio de certeza que empleará Descartes para reconocer otras verdades evidentes que le permitan construir la ciencia: toda idea percibida con igual claridad y distinción será verdadera (Medit. Metaf., III), por lo que podrá ser mantenida sin temor a equivocarse.

Descartes deduce la existencia de una realidad exterior al pensamiento (el mundo físico sobre el que edificar la ciencia) a partir de la existencia del sujeto pensante.

El objeto del pensamiento humano son las ideas, caracterizadas como actos mentales con un contenido objetivo. No todas ellas son iguales en cuanto a su origen e importancia. Descartes las clasifica en: Ideas adventicias: parecen provenir de la experiencia sensorial (ej. árbol, hombre, colores). Ideas facticias: construidas por la mente o la imaginación a partir de las anteriores (ej. un caballo con alas). Ideas innatas: no provienen de la experiencia ni son construcciones mentales, sino que la razón las posee por sí misma desde siempre (ej. pensamiento, existencia, Dios).

La idea de Dios es fundamental para Descartes: al ser la idea de un ser infinitamente perfecto, solo puede proceder de un ser igualmente infinito y perfecto. Esto le lleva a argumentar la existencia de Dios como garantía última de la veracidad de nuestros conocimientos y del mundo exterior.

A partir de estos fundamentos, Descartes distingue tres esferas o ámbitos en la estructura de la realidad:

  1. Dios (sustancia infinita)
  2. El Yo (sustancia pensante)
  3. El mundo físico (sustancia extensa)

Uno de los grandes problemas del pensamiento cartesiano será el dualismo mente-cuerpo: ¿cómo se relacionan la sustancia pensante y la sustancia extensa? Para resolverlo, Descartes postula la glándula pineal como punto de comunicación entre ambas.

Su concepción de la ciencia puede resumirse en la metáfora del árbol:

  • Raíz: Metafísica
  • Tronco: Matemáticas y Física
  • Ramas: Otras ciencias

Así, Descartes, junto con Galileo, es uno de los fundadores de la física-matemática, pilar fundamental de la Revolución Científica del siglo XVII.

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