Descartes, Empirismo e Idealismo: Pilares de la Filosofía Moderna

René Descartes y el Inicio de la Filosofía Moderna

En el año 1637, René Descartes pasó a la historia como el padre de la filosofía moderna al escribir un tratado científico que llamó el Discurso del Método. Con esta obra, tenía dos intenciones muy claras:

  1. Que llegase al mayor número de personas posible; para eso lo escribió en francés, que se consideraba una lengua vulgar, y con un estilo simple y claro, comprensible por la mayoría.
  2. Revisar los progresos que en metafísica se habían producido desde Aristóteles hasta sus días.

Para Descartes, la sabiduría era como un árbol cuya raíz era la metafísica. Si el árbol no estaba bien estable, peligraba toda la estructura del edificio del saber, ya que se estaban desarrollando ciencias que, para él, eran el tronco de este árbol.

La Necesidad de un Fundamento Firme

Los progresos de la metafísica no se podían determinar con claridad. Descartes contemplaba con preocupación cómo la metafísica, ciencia que tenía que indicar lo que realmente son las cosas, se debatía en constantes idas y venidas, argumentos y contraargumentos, sin conseguir ofrecer ninguna respuesta incontestable a esa pregunta fundamental. Si no se sabía lo que las cosas realmente son, difícilmente se podía afirmar con certeza nada seguro respecto a sus propiedades, sus cambios o los movimientos que sufrían.

La Duda Metódica y el Cogito

Descartes decidió empezar de cero para comprobar hasta qué punto era posible someter a una duda razonable todo cuanto hasta entonces daba por sabido. Si después de este proceso encontraba algo indudable, podría afirmar que esa realidad tenía auténtico ser y era verdadera. El resultado final pareció desconcertante, ya que no encontró nada que no pudiera someterse a esa duda razonable. ¡Ni las matemáticas!

Cuando parecía que debía abandonarse a la duda, se dio cuenta de que la idea de que todo era dubitable, de que nada había verdadero en sí misma, como idea, no podía ser falsa. La idea podía estar acertada o no, pero era una idea, un ser que tenía ser, una cosa que tenía una entidad y que tenía que ser posible identificarla. Esto no se podía someter a la duda y era lo que buscaba. Todo esto lo resumió con su famosa frase: «pienso, luego existo» (Cogito ergo sum), que expresa que, aunque todos nuestros pensamientos se refieran a algo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que los pensamientos son en sí mismos entidades, sustancias, cosas, realidades incuestionables, y la única forma de negarlos es pensar que no los pensamos.

El pensamiento emerge ahora como el fundamento de la metafísica. La misión de la filosofía era determinar un método adecuado de pensamiento que nos llevase a alumbrar buenas ideas, ideas plenamente fiables de cuya verdad no pudiéramos dudar. Por esa razón escribió un discurso sobre cómo debe darse el pensamiento correcto. Con Descartes se inicia la filosofía moderna, que es concebida como filosofía idealista. Su principal objetivo es determinar el valor de conocimiento de las ideas, ya que ahora se sabía que las ideas son lo único de cuyo ser no podíamos dudar.

El Empirismo Británico: Locke y Hume

El movimiento filosófico denominado racionalismo, cuyo máximo representante fue Descartes, se desarrolló en la Europa continental durante el siglo XVII y parte del XVIII. Dejó dos tesis fundamentales:

  • La separación entre pensamiento y realidad: la reflexión filosófica ya no recaía directamente sobre las cosas reales, sino sobre las ideas que de las cosas reales tenemos.
  • El valor del conocimiento racional: Las únicas ideas que poseían valor de conocimiento eran las que se alumbraban sólo a la luz de la razón; de estas ideas se podía afirmar que eran fiables, que se referían con auténtica fiabilidad a aquello que significaban. La realidad quedaba reducida a todo aquello que pudiese ser racionalizado, y esto era todo lo que podía ser cuantificado o medido. Todo lo que no se racionalizaba quedaba en el ámbito de la subjetividad, que carecía de valor de conocimiento, ya que no se podía adquirir la certeza de que se correspondiese con ninguna realidad.

Respuesta al Racionalismo

Al racionalismo respondió el empirismo, corriente filosófica que se desarrolló en Gran Bretaña con máximos representantes como John Locke y David Hume. El empirismo coincidía con el racionalismo en que la reflexión filosófica solo podía recaer sobre las ideas que poseemos de las cosas, no sobre la realidad misma. Pero se diferenciaban en el tipo de ideas que podían tener valor de conocimiento, ya que, para ellos, las ideas válidas eran aquellas que tenían valor empírico, las que se configuraban a partir de los sentidos.

La Experiencia como Fuente del Conocimiento

Entendían esto porque creían que el sujeto cognoscente llega al mundo como una tabula rasa (una pizarra en blanco); todo lo que se sabe, se sabe porque ha sido adquirido mediante la experiencia correspondiente. La experiencia es caprichosa, por lo que ninguna idea que poseamos de la realidad podrá concedernos certeza absoluta. Todo lo que sabemos de la realidad es una pura hipótesis y depende del acierto estadístico: cuantas más veces se comprueba que una idea que tenemos es verdadera, más verdadera creemos que es y más nos fiaremos de ella, pero no tenemos derecho a afirmar nada de la realidad con absoluta rotundidad.

Crítica a la Metafísica y Certeza Absoluta

Esto conllevó a que adoptasen una actitud crítica ante todo discurso que pretendiese decir algo con absoluta certeza acerca de la realidad. Renegaban de cualquier discurso metafísico y eran críticos con los filósofos racionalistas. El autor empirista más crítico fue David Hume; según él, ningún discurso podía pretender determinar cómo era la realidad.

Immanuel Kant y el Idealismo Trascendental

El idealismo trascendental es el movimiento filosófico representado por Immanuel Kant en el siglo XVIII. Kant fue el filósofo más representativo del periodo de la Ilustración. Al igual que racionalistas y empiristas, como buen filósofo idealista, consideraba que la reflexión filosófica debía recaer sobre las ideas que tenemos de las cosas y no sobre las cosas mismas.

La Crítica de la Razón Pura

Escribió un libro clave, la Crítica de la razón pura, en el que determinaba cómo debía ser el uso legítimo que de la razón debíamos realizar para poder obtener algún tipo de conocimiento científico acerca de la realidad. De acuerdo con los racionalistas, la razón era la herramienta que poseemos para acceder a cualquier tipo de conocimiento científico.

Condiciones a priori del Conocimiento

Kant investigó el ejercicio de la racionalidad. Ésta no se basa sólo en la información que procede de nuestros sentidos, sino que, por el contrario, supone la aplicación de ciertas facultades (a priori) que nos permiten obtener conocimiento de la experiencia de forma científica. Investigó si el tiempo y el espacio procedían o no de la experiencia y concluyó que no podían proceder de ella, pero eran condiciones con las que debíamos contar si queríamos tener algún conocimiento racional de la realidad (formas a priori de la sensibilidad). Descubrió otras condiciones (categorías del entendimiento) que debían cumplirse para que se dé este tipo de conocimiento y que tampoco provienen de la experiencia. Descubrió que esas facultades sólo tienen un uso legítimo si se ajustan a la experiencia (fenómenos) y no pretenden extenderse más allá, como cuando aspiramos a tener conocimientos de cómo son las cosas en sí mismas (noúmeno).

Límites del Conocimiento y el Papel Regulativo de la Metafísica

Concluyó que, en la medida en que el uso de nuestra razón se ajuste a la información que nos dan nuestros sentidos, podremos decir que nuestras vivencias de la realidad se ajustarán a lo que de ellas esperamos. Pero si pretendemos emitir un discurso de carácter metafísico (hablar de Dios, el alma, el mundo como totalidad), estaremos abusando de las facultades propias de nuestra razón, y el resultado será un discurso pseudocientífico que parece determinar algo con valor científico, pero en realidad no aporta ninguna información válida.

No obstante, Kant creía que la metafísica servía como marco referencial para el conocimiento humano. El conocimiento científico aspira a ser lo más perfecto posible y a obtener ese conocimiento absoluto que el discurso metafísico parece ofrecer. El ansia metafísica del hombre le impulsa a querer conseguir un saber absoluto. La metafísica para Kant tiene un valor regulativo, ya que le sirve al hombre como ideal para intentar ir más allá de sus propios límites cognoscitivos.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel y el Idealismo Absoluto

Este idealismo fue llevado a su máxima radicalidad por Hegel, el pensador alemán que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX: el idealismo absoluto.

La Realidad como Despliegue de la Idea

Para Hegel, no tenía sentido andar buscando un método de pensamiento que nos llevase a concebir ideas perfectas, porque nunca se encontraría ese método. La razón es que las ideas no se refieren a nada real que exista independientemente de lo que pensemos o no. Lo que decimos que es real, que existe ‘ahí fuera’, en realidad son extensiones de nuestras ideas, de nuestro propio pensamiento. No hay nada ‘ahí fuera’ que antes no hayamos pensado.

La Filosofía y el Orden Racional del Mundo

La realidad material no es más que la apariencia fenoménica de lo que tiene auténtico ser: las Ideas (el Espíritu Absoluto). Por tanto, la filosofía quiere entender el orden exclusivo del pensamiento, cómo debe desplegarse de manera correcta de acuerdo con la racionalidad distintiva del ser humano, para conseguir que su apariencia fenoménica nos resulte lo más digna y ordenada posible, para conseguir que el hombre pueda vivir en un mundo acorde a su dignidad, en un mundo racional.

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