Biografía
Nada se sabe de Descartes hasta que ingresa, siendo muy joven, en la Universidad de La Fléche en París. En esta universidad de élite ingresaban los que luego ocuparían los altos cargos al servicio del rey y de la diplomacia. Por ello deducimos que Descartes debió ser seleccionado por los jesuitas por su gran capacidad e incluso por su precocidad. Estudia matemáticas, porque tiene claro que quiere ser uno de los grandes matemáticos de la historia (hay que tener en cuenta que en el siglo XVI las matemáticas que conocemos hoy en día estaban por descubrir). Termina sus estudios antes que sus compañeros de edad, y gana un concurso matemático en Holanda, a la que acaba trasladándose. Pero en este momento sufre una “crisis”; abandona las matemáticas y se alista en el ejército francés, que lucha contra los protestantes. Hace de secretario y durante uno de los inviernos de la guerra tiene unos sueños que le animan a cambiar de dirección, dejando las matemáticas definitivamente y abandonando el ejército para iniciar la “búsqueda de la verdad”. Tal y como él mismo nos cuenta en su famosa obra El discurso del método, Descartes se propone una tarea propia de la filosofía: hallar aquello sobre lo que tenemos absoluta certeza. Comienza a escribir sus grandes obras (las Reglas para la dirección del espíritu es la primera), hasta que debe abandonar Francia ya que la Inquisición ha prohibido su libro Meditaciones metafísicas y su situación en París se ha vuelto muy complicada. Inicia así unos años de peregrinaje por toda centroeuropa (Holanda y Alemania especialmente), huyendo de la Inquisición y siguiendo con sus estudios de anatomía, muriendo pocos años después.
El Cogito y el Criterio de Verdad
Introducción
Para entender mejor la filosofía de Descartes hay que tener en cuenta una idea fundamental en él, surgida precisamente en su juventud y que marca el abandono de las matemáticas en favor de la filosofía: la MATHESIS UNIVERSALIS (“matemática universal”). Parece seguro que Descartes ingresó en la secta conocida como los Rosacruces; era un grupo de escritores, científicos y filósofos del siglo XVI que buscan, cada uno según su disciplina, la verdad o el secreto de la naturaleza, es decir, querían hallar la explicación al origen y naturaleza de la realidad. Por ejemplo, Descartes estudió música (escribió obras sobre ello), porque creía encontrar en ella escrito en secuencias matemáticas mensajes o fórmulas para descubrir el funcionamiento de la realidad. Descartes quiere entonces descubrir la “matemática universal”, es decir, el lenguaje oculto según el cual funciona la realidad, y ese lenguaje (como también dirá Galileo) es el lenguaje de las matemáticas. Pero éstas se le presentan como insuficientes, por ello da el salto a la filosofía; tal vez no pueda encontrar las fórmulas matemáticas que explican todo lo que sucede en la realidad, pero tal vez sí pueda encontrar cuál es la verdad, hallar aquello que es absolutamente cierto, la base verdadera de todo, para construir sobre ella el edificio de la “mathesis universalis”. Otro aspecto a tener en cuenta es que Descartes es el primer filósofo moderno, y lo es entre otras razones porque su filosofía tiene lo que podríamos llamar un “carácter existencial”, es decir, Descartes no es un “filósofo profesional”, su dedicación a la filosofía forma parte de una búsqueda personal (en El discurso del método nos lo dice así); para él la filosofía no es una profesión sino un “camino en la vida”, una forma de ser en el mundo.
Duda y certeza. Noción
Tal y como nos dice Descartes en su obra Meditaciones metafísicas (y vuelve a ello en El discurso del método), descubre la necesidad de detenerse y reflexionar (de hecho el título de esa obra es curioso, porque “meditar” supone detener la marcha de la existencia cotidiana para reflexionar sobre uno mismo, sobre el camino que ha recorrido y el que le resta por hacer). Pero reflexionar ¿sobre qué? Descartes quiere encontrar la certeza absoluta, es decir, quiere encontrar aquello sobre lo que se está absolutamente seguro de su verdad, de modo que para ello hay que desechar todo lo falso y lo que no ofrece certeza completa. Descartes va a iniciar así una “camino de la duda”, esto es, la duda es la herramienta para lograr la certeza (esta es una de las razones por las que Descartes es el primer filósofo moderno); la duda ya no es el enemigo de la fe o la que destruye la verdad, como en la Edad Media, sino la que hace posible eliminar el error y obtener la verdad. Es el método moderno, el de la filosofía ilustrada e incluso el del psicoanálisis. Pero para dudar es necesario seguir un procedimiento, un método, y éste requiere unas REGLAS; en su primero obra Reglas para la dirección del espíritu (y después en El discurso del método), Descartes nos expone cuatro sencillas reglas; reglas ¿para qué?. Nos dice que el “buen sentido” (la inteligencia) es lo mejor repartido en el mundo, es decir, todos somos seres inteligentes capaces de pensar, pero NO todos lo hacemos correctamente; este es el objetivo del método: mostrar la forma correcta de usar nuestro “buen sentido”, la forma correcta de pensar. Aquí tenemos las cuatro reglas a seguir:
- Regla del análisis: cuando se quiera estudiar o comprender una cuestión o problema complejos, debemos separar las diferentes partes o elementos que lo componen; simplificar para así resolver cada parte más pequeña antes de enfrentarse al problema completo.
- Regla de la síntesis: una vez resueltas o comprendidas cada parte pequeña, debemos unirlas para analizar así el problema o la cuestión al completo.
- Regla del “criterio de certeza” (la más importante): el problema es determinar cuando nos hallamos ante una idea verdadera, es decir, reconocer una idea verdadera de otras falsas. Pues bien, Descartes nos dice que una idea es VERDADERA cuando es una idea “CLARA Y DISTINTA”. Por “clara” podemos entender una idea que comprendemos perfectamente, de la que no guardamos sospecha u duda alguna (lo contrario de “clara” es “oscura”), es decir, nos resulta transparente o evidente. Por “distinta” podemos entender una idea que no se confunde con otras, que podemos distinguirla de otras ideas y ocupa su lugar en el proceso de un argumento o pensamiento (sigue en la siguiente)
- Regla de precaución: una vez terminado todo lo anterior, una vez que hemos analizado la cuestión o problema planteados, debemos revisar de nuevo todo el proceso hasta estar seguros de no cometer ningún error.
Hasta aquí las reglas del método (para pensar correctamente). Y por qué necesitamos un método: porque poner en duda lo requiere, es decir, poner en duda todo lo que sabemos hasta encontrar aquello de lo que estamos absolutamente seguro de su verdad, es lo mismo que pensar correctamente (esto para Descartes es fundamental), y estas reglas nos marcan la forma de hacerlo. Sigamos:¿de qué vamos a dudar? La duda va a seguir unos pasos, va a seguir unos grados de intensidad, un camino de la duda que es el siguiente (los llamados “niveles de la duda”):
- Descartes pone en duda todo lo que ha aprendido en los libros y que sus maestros le han enseñado. Atención: Descartes no está diciendo que todo eso sea falso, que no haya que leer libros; lo que afirma es que no podemos estar absolutamente seguros de la verdad de todos esos conocimientos recibidos. Luego si esto es así, los ponemos en duda y los dejamos a un lado; debemos seguir caminando (pensando) sin la ayuda de esas enseñanzas. Dudar, pensar correctamente, es un camino solitario.
- Lo siguiente que pone en duda Descartes es todo aquello que percibimos por los sentidos y que en ocasiones consideramos cierto (“debo verlo para creerlo”). Pues bien, ¿realmente estamos seguros que nuestros sentidos NO nos engañan? Muchos animales tienen sentidos (vista, olfato, oído) mucho más desarrollados y fiables que nosotros; vamos a quedarnos con un ejemplo que saldrá más adelante: el sol que perciben mis ojos (una bola de luz del tamaño de una moneda) ¿coincide con el sol real? Sabemos que el sol no tiene ese tamaño y esa apariencia que me muestran mis ojos, luego los sentidos nos engañan y tenemos muchos ejemplos de ello. Debemos seguir dudando y pensando correctamente sin la ayuda de toda la información de los sentidos, porque no podemos confiar en ellos, no estamos seguros de ellos.
- Pero si los sentidos me engañan, si todo lo que he aprendido hasta ahora no es seguro, entonces he llegado a un punto crítico (esto se denomina “duda hiperbólica”): ya no estoy seguro de nada, porque tampoco estoy seguro de que lo que veo, oigo o toco sea verdadero (hasta ahora lo he supuesto pero no estoy seguro de que sea verdad). Puede que ahora mismo no esté aquí despierto, hablando junto a la pizarra con la mano manchada de rotulador, delante de vosotros. Tal vez esté soñando; estoy dormido y sueño que estoy aquí (mientras soñamos creemos percibir las cosas con la misma intensidad que cuando estamos despiertos), porque no somos conscientes que estamos soñando hasta que despertamos; los sueños son tan “reales” como la vida “real” mientras dura el sueño, luego, ¿estoy seguro de que no sueño? Puede incluso que un genio maligno (como en El Quijote) me esté engañando, esté jugando conmigo, haciéndome creer que estoy despierto y que la realidad es así, cuando en verdad estoy durmiendo. Pero Dios, que es bueno, no puede permitir que esto curra (nos dice Descartes). Pero una cosa sí está clara: ahora mismo dudo de que todo sea así, no puedo tener certeza absoluta de todo lo que me rodea. Hemos llegado al límite de la duda, a dudar de todo; ¿o no?
- A pesar de la duda (o como resultado de dudar de todo, más bien) sí tengo una cosa clara, de algo sí estoy absolutamente seguro: SI DUDO ES PORQUE ESTOY PENSANDO, Y SI ESTOY PENSANDO, EXISTO (“cogito ergo sum”). Esta es una idea clara y distinta, es el resultado del proceso de la duda: podemos dudar de todo, pero es absolutamente cierto (es indudable) que yo SOY una cosa que PIENSA, soy algo cuya actividad y naturaleza esencial es PENSAR (“res cogitans”), porque si pongo en duda esta idea, la estoy confirmando (cuanto más dudo que sea algo que piensa, más confirmo que al menos pienso, porque duda, y si pienso debo existir DE ALGUNA FORMA).
- Cuando dice que somos una «Res cogitans «, ¿ que está diciendo? hasta Descartes se consideraba que la verdad es la coincidencia entre la realidad( los objetos) y las ideas. la verdad o falsedad, se puede establecer porque el pensamiento coincide con la realidad, y el conocimiento surge de esa coincidencia. Para Descartes no es así; Descartes nos dice que una idea es verdadera con independencia de cómo sea la realidad; más aún, no sabemos como es la realidad sino que para nosotros una idea es verdadera aunque no coincida con la realidad. por ejemplo: sabemos que la idea del sol que tenemos es correcta, y no coincide con el sol que percibimos. mi percepción de la realidad ni confirma ni desmiente las ideas verdaderas, entonces mi conocimiento es verdadero sin tener en cuenta como se manifiesta. la certeza del conocimiento no esté puesta (En la realidad) sino que el pensamiento siga unas reglas y un método correcto. por Descartes nos dice que hay varios tipos de ideas : La idea verdadera es” clara y distinto”; “ si dudo pienso y si pienso existo” los tipos de idea son: ideas” adventicias”, y veas a partir de la realidad; ideas” ficticias”, no procede de la realidad; e ideas”Innatas”, ideas que poseemos al nacer. Si tenemos ideas correctas pero no proceden de la realidad( que no las hemos formado a partir de la realidad), cuál es su origen, como la formamos. una idea es una” representación”( algo que está en lugar de) de la realidad: una idea está en lugar de la realidad.
Res cogitans y res extensa
Noción
La duda nos ha llevado al fondo un pozo, pero ahí hemos encontrado la certeza absoluta: soy algo que piensa. El problema ahora es el “de alguna manera”, es decir, estoy seguro que soy una res cogitans, cierta existencia dotada de pensamiento (capaz de dudar y buscar la certeza). Esta afirmación “cogito ergo sum” es un ejemplo de idea clara y distinta (que antes veíamos), es decir, es una idea absolutamente verdadera. Pero ahora tenemos un problema: ¿soy algo más que una res cogitans? Este es un serio y difícil problema filosófico, es decir, determinar si además de pensar soy algo más. Está claro que los sentidos nos engañan (tal y como hemos visto en el proceso de la duda); pero aunque nos engañen, aunque lo que percibimos sea engañoso, falso o algo de lo que no podemos estar seguros, está claro que percibimos cosas, que tenemos sentidos, y si esto es así es porque ahí fuera de mí pensamiento hay algo que produce esas percepciones equivocadas. En definitiva, si tengo sentidos (aunque sean engañosos) es porque debo tener también una res extensa, un cuerpo o algo que no sólo es pensamiento sino que “ocupa una extensión”, un espacio. De modo que aunque no estoy seguro de mis sentidos, sí debo poseer algo parecido a un cuerpo (res extensa). Entonces el ser humano se compone de pensamiento y cuerpo (res cogitans y res extensa); de hecho Descartes realizó estudios de anatomía (del ojo, de la circulación, sanguínea, …) con el fin de analizar el funcionamiento de nuestra res extensa. Pero junto a esto, tenemos dos problemas más: ¿existe la realidad fuera de mi pensamiento? ¿Existe Dios?, porque hasta ahora sólo estamos seguros de dos afirmaciones: soy una cosa que piensa y dispongo de un cuerpo; el resto permanece en la duda.
Si soy una res extensa y mis sentidos me engañan, esto significa que tengo cuerpo y que ahí fuera hay cosas que son captadas (engañosamente) por mis sentidos. Puesto que éstos me engañan no sé con exactitud cómo es esa realidad fuera de mí, pero sí está claro que hay algo más aparte de mí mismo y mi pensamiento; hay una realidad exterior que hay que descubrir (sigue en la siguiente)
(de ahí viene el interés científico de Descartes, por la anatomía, las astronomía, etc.). Y en cuanto a Dios: la duda también ha afectado a Dios, ¿existe o no?. Como hicieran San Anselmo y Tomás de Aquino, también Descartes se propone demostrar la existencia de Dios. (Ahora va el texto esta a partir de la 13)
OBRAS Vamos a dividir las obras de Descartes en tres grupos: a) Obras de juventud: corresponden a la época en la que Descartes forma parte de los Rosacruces; se trata de opúsculos sobre música y matemáticas. b) Obras científicas: Descartes escribe El Mundo para defender y divulgar la teoría heliocéntrica de Copérnico (prohibida en aquel momento); así mismo escribe pequeñas obras sobre óptica y anatomía (estudios sobre la circulación de la sangre y el funcionamiento de los órganos y músculos). c) Obras filosóficas: su primera obra es Reglas para la dirección del espíritu. Pero su obra más importante es evidentemente las Meditaciones metafísicas, obra prohibida por la Inquisición, que será secuestrada y destruida. Posteriormente publica su obra más famosa El discurso del método, una obra de divulgación de su filosofía, que le dará cierta fama en Europa.
INFLUENCIAS. Influencias de otros autores sobre Descartes
Descartes es le primer filósofo moderno por las diversas razones que hemos visto. Una de ellas es que Descartes no tiene ninguna deuda o influencia con filósofos anteriores. No es un filósofo profesional y su filosofía supone una ruptura total con el pasado, y especialmente con la filosofía medieval. El proceso de la duda y la autoconciencia como fundamento de la realidad, suponen dos aspectos modernos de Descartes, con los que rompe con el pasado.
Influencias de Descartes sobre otros autores. a) LEIBNIZ: si Descartes no logra resolver el problema de qué hay fuera de la afirmación “pienso, luego existo”, es decir, qué es exactamente la “res extensa” (si hay cosas fuera de mí) y si hay otros “cogitans” aparte de mí mismo, Leibniz se va a proponer ampliar la filosofía de Descartes, intentando descubrir qué es la res extensa, analizar que hay fuera de mí: fuera hay “mónadas”. Una mónada es una existencia única, aislada de los demás; aunque percibe el mundo exterior está encerrada en sí misma. Cada mónada es un yo, al que le llegan ecos de otras mónadas situadas fuera de ella. b) KANT: Kant estudió con Wolff; éste era un gran divulgador de la filosofía de Descartes, de ahí que durante su juventud Kant fuera un admirador de la filosofía de Descartes. Aunque esto cambiaría, ya que Kant desarrolló su propia filosofía original, heredera de Descartes
pero muy diferente y crítica con él. Kant va a conseguir analizar cómo conocemos la realidad que nos rodea, es decir, la relación entre el yo y el mundo, problema que Descartes no pudo resolver. c) Tal vez no sea exagerado decir que Descartes ( y la tradición de filósofos de los que acabamos de hablar), inspiró de alguna forma el origen de la psicología a finales del siglo XIX. El gran hallazgo de Descartes es la conciencia, la actividad autoreferida de nuestro pensamiento, que se busca así mismo. Y en este sentido, establece la dirección que va a seguir la psicología. d) En el siglo XX varios filósofos han rescatado a Descartes, no para defender aspectos concretos de su filosofía sino para reivindicarlo como el filósofo moderno que es: HUSSERL escribió un libro titulado Meditaciones cartesianas, en donde trata de descubrir el funcionamiento de las res cogitans. La egogé es el proceso mediante el cual creamos ideas, abstrayendo cualquier rastro de la realidad exterior, es decir, una idea es el resultado de complejos procesos de abstracción o universalización de una realidad que al final desaparece para dar origen a una idea (acerca de esa misma realidad). LACAN: este famoso psiquiatra de los años 70, vio en el proceso de la duda cartesiana (y en los sueños que nos relata Descartes) un ejemplo de manifestación del inconsciente, una forma en la que éste se muestra y trata de autoanalizarse mediante el lenguaje.
TEXTO. No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones que allí he hecho, pues son tan metafísicas y tan fuera de lo común que tal vez no sean del gusto de todos. Sin embargo, con el fin de que se pueda apreciar si los fundamentos que he establecido son bastante firmes, me veo en cierto modo obligado a hablar de ellas. Desde hace mucho tiempo había observado que, en lo que se refiere a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que tenemos por muy inciertas como si fueran indudables, según se ha dicho anteriormente; pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme a la investigación de la verdad, pensé que era preciso que hiciera lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones de geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado antes por demostraciones. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que,
mientras quería pensar de ese modo que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que
no podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy evidente y ciertamente que yo era; mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que alguna vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que
yo existiese, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más fácil de conocer que él y, aunque el
cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que es. Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues, ya que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo observado que no hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad,
a no ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; si bien sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las que concebimos distintamente.
Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no observando en tales pensamientos nada que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía
suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una
naturaleza que fuera realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para decirlo en una palabra, que fuera Dios (…).
Quise buscar, después, otras verdades y, habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que
podían tener diferentes figuras y tamaños, y ser movidas o trasladadas de todas las maneras posibles, pues los geómetras suponen todo esto en su objeto, repasé algunas de sus más simples demostraciones. Y habiendo advertido que la gran certeza que todo el mundo les atribuye sólo está fundada en que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla antes formulada, advertí también que no había en ellas absolutamente nada que me asegurase la existencia de su objeto. Porque, por ejemplo, veía bien que, si suponemos un triángulo, sus tres ángulos tienen que ser necesariamente iguales a dos rectos, pero en tal evidencia no apreciaba nada que me asegurase que haya existido triángulo alguno en el mundo. Al contrario, volviendo a examinar la idea que tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo que en la de un triángulo está comprendido el que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, o en la de una esfera, el que todas sus partes equidistan de su centro, e incluso con mayor evidencia; y, en consecuencia, es al menos tan cierto que Dios, que es ese ser perfecto, es o existe, como puede serlo cualquier demostración de la geometría.