Conocimiento según Descartes
Descartes, al desconfiar de la filosofía anterior, busca una nueva base para el conocimiento, tan evidente como las matemáticas, que no dependa de nada más que de sí mismas. Su objetivo es encontrar una verdad absoluta y segura, por lo que propone un método de investigación que guíe la razón, evitando el error y proporcionando certeza. Este método es universal, aplicable a todas las ciencias, y se basa en la razón, que, sin dirección, puede llevar a falsos conocimientos. El método cartesiano se inspira en las matemáticas, consideradas como la única disciplina que ofrece verdades universales y evidentes. Descartes plantea un conjunto de reglas sencillas para evitar el error y avanzar en el conocimiento, destacando la evidencia, el análisis, la síntesis y la enumeración. Según él, debemos partir de lo más simple, eliminar las dudas y luego reconstruir los problemas más complejos, utilizando tanto la intuición como la deducción. La duda metódica es esencial para Descartes: al dudar de todo, se busca un principio firme e indubitable sobre el cual edificar el conocimiento. No se trata de un escepticismo destructivo, sino de una herramienta para encontrar una verdad sólida. Descartes duda de los sentidos, los pensamientos básicos y hasta de los conocimientos matemáticos, planteando la hipótesis del “genio maligno”, que podría engañarnos sobre la realidad. A pesar de esta duda radical, llega a la certeza de que, si duda, es porque está pensando, y por lo tanto, existe (“Cogito, ergo sum”). A partir de esta primera verdad indubitable, Descartes deduce otras, como las ideas innatas, que no provienen de los sentidos ni de la imaginación, sino que están presentes en la mente desde el nacimiento. Estas ideas, como las de Dios y la perfección, no podrían haber sido creadas por un ser imperfecto, por lo que Descartes concluye que Dios debe haberlas puesto en nuestra mente. Así, el conocimiento humano es guiado por un ser perfecto que no engaña, lo que permite rechazar la duda metódica y afirmar que podemos confiar en lo que observamos como verdadero. Finalmente, Descartes considera que, mediante su método, se puede alcanzar un conocimiento absoluto y seguro sobre el mundo, basado en la certeza de la existencia y la perfección de Dios. Su filosofía no busca solo teorizar, sino proporcionar un fundamento sólido para las ciencias, asegurando que los conocimientos alcanzados a través de este método sean incuestionables.
El Problema de Dios en Descartes
En el pensamiento cartesiano, Dios juega un papel central al ser el garante de la veracidad de todo conocimiento, incluidas las percepciones sobre el mundo exterior. Descartes, tras demostrar su existencia mediante la primera verdad indudable (“Cogito, ergo sum”), sabe que solo puede estar seguro de que piensa y, por lo tanto, existe, pero todo lo demás queda en duda. Para evitar caer en el solipsismo y avanzar en el conocimiento, Descartes recurre a la razón para demostrar la existencia de Dios, argumentando que un ser infinito y perfecto no permitiría que los humanos se engañaran permanentemente. De esta forma, Dios se convierte en la garantía de la verdad de lo que concebimos claramente y distintamente. Descartes clasifica las ideas en tres tipos: adventicias, que provienen de los sentidos, pero no garantizan la veracidad de lo representado; facticias, creadas por la imaginación y aún menos fiables; e innatas, que no dependen de los sentidos ni de la imaginación, sino que son captadas intuitivamente, como la idea de Dios, que es universal y clara para todos los seres humanos. Descartes se enfoca en la idea de Dios, que es única, ya que es una idea de sustancia infinita y perfecta, lo cual plantea un problema: una sustancia infinita no puede proceder de un ser finito e imperfecto como el ser humano.
El argumento de Descartes para probar la existencia de Dios se basa en la noción de que toda idea debe tener una causa que sea al menos tan real como el efecto que produce. Como la idea de Dios es de una sustancia infinita, no puede ser causada por un ser finito como el hombre, por lo que debe provenir de un ser infinito, es decir, de Dios. Además, Descartes apoya esta conclusión con una versión del argumento ontológico, según el cual la existencia de un ser perfecto como Dios es un atributo esencial, ya que un ser perfecto no podría carecer de la perfección de existir. Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes se siente seguro para afirmar que el mundo exterior existe y que es cierto, pues Dios, siendo perfecto, no permitiría que nos engañáramos continuamente sobre lo que percibimos. La existencia de Dios elimina la posibilidad de un genio maligno que nos engañara, garantizando la fiabilidad de nuestras percepciones y del conocimiento sobre el mundo. De esta manera, Descartes proporciona un fundamento seguro para el conocimiento, tanto interno como externo, al apoyarse en la certeza de la existencia de Dios como garante de la verdad.
Realidad y Ser Humano en Descartes
René Descartes explica la realidad a partir de un dualismo radical que se centra en el concepto de sustancia, definida como “aquello que existe por sí mismo y no necesita nada más para existir”. Según su filosofía, la realidad está constituida por tres tipos de sustancias. Por un lado, la sustancia pensante, o res cogitans, que es inmaterial y tiene como atributo esencial el pensamiento. Esta sustancia representa el alma o mente humana, responsable de actividades como imaginar, dudar o desear, todas dependientes del pensamiento para existir. Por otro lado, está la sustancia extensa, o res extensa, que es material y tiene como atributo esencial la extensión, ocupando espacio y estando sujeta a las leyes de la física. Incluye tanto los cuerpos humanos como los objetos del mundo. Finalmente, Descartes identifica una tercera sustancia, la sustancia infinita o res infinita, que corresponde a Dios, el único ser verdaderamente independiente, necesario y caracterizado por la perfección y la infinitud. Dios, en este esquema, actúa como un creador que puso en marcha el universo y estableció las leyes que lo rigen, sin necesidad de intervenir continuamente. La distinción entre la sustancia pensante y la extensa radica en la incompatibilidad de sus atributos esenciales: mientras el pensamiento es inmaterial y autónomo, la extensión pertenece al mundo material y depende de las propiedades físicas. Esta división se entrelaza con el mecanicismo cartesiano, que concibe el universo como una gran máquina ordenada y predecible. Todo lo material, incluido el cuerpo humano y los fenómenos naturales, funciona según leyes mecánicas e inmutables, como un reloj diseñado por Dios. Este modelo elimina la noción aristotélica de causalidad final y explica la naturaleza en términos de causas eficientes, reduciendo incluso a los animales a simples autómatas desprovistos de alma o conciencia, que reaccionan de manera puramente mecánica a estímulos externos. Así, Descartes establece un sistema filosófico que fundamenta la realidad en dos atributos esenciales, el pensamiento y la extensión, mientras organiza el universo bajo un paradigma determinista y racional.
Introducción al Comentario de Hume
Este fragmento pertenece a la obra Investigación sobre el entendimiento humano, donde Hume reelabora sus tesis de su teoría del conocimiento, ya abordado en el Tratado de la naturaleza humana. Corresponde a la sección VII donde aborda el problema de la fundamentación empirista de la Física, (asentada sobre el principio de causalidad)
El Conocimiento según Kant
Kant plantea que el conocimiento surge de la interacción entre la experiencia y las estructuras cognitivas del sujeto. A través de su giro copernicano, sostiene que los objetos se ajustan a nuestras formas a priori de sensibilidad y entendimiento, estableciendo así los límites del conocimiento humano. El pensamiento de Kant surge en el contexto de la Ilustración y busca superar la dicotomía entre racionalismo y empirismo.
Mientras el racionalismo defendía que la razón podía conocer la realidad independientemente de la experiencia, el empirismo afirmaba que todo conocimiento provenía de los sentidos, llevando al escepticismo. Kant propone una síntesis en su Crítica de la razón pura, estableciendo que el conocimiento depende de las estructuras cognitivas del sujeto. Uno de sus aportes clave es el giro copernicano, donde invierte la relación entre sujeto y objeto en el conocimiento: no es el sujeto quien se adapta al objeto, sino que el objeto se ajusta a las estructuras del sujeto. Así, la mente no es pasiva, sino que participa activamente en la construcción del conocimiento. Para superar las limitaciones del empirismo y el racionalismo, Kant distingue entre juicios analíticos (donde el predicado está contenido en el sujeto, como «un triángulo tiene tres lados») y juicios sintéticos (que amplían el conocimiento, como «el coche es rojo»). Además, diferencia entre juicios a priori (independientes de la experiencia, universales y necesarios) y juicios a posteriori (derivados de la experiencia, contingentes). Su innovación principal es la introducción de juicios sintéticos a priori, que combinan la ampliación del conocimiento con la universalidad y necesidad, siendo fundamentales en disciplinas como la matemática y la física. Kant también distingue tres facultades del intelecto: intuición, que capta los objetos en el espacio y el tiempo; entendimiento, que organiza los datos de la intuición mediante categorías como causalidad o sustancia; y razón, que busca la unidad del conocimiento. Además, diferencia entre fenómeno (la realidad tal como la percibimos, estructurada por nuestra mente) y númeno (la realidad en sí misma, inaccesible para el conocimiento humano). Finalmente, Kant desarrolla la filosofía trascendental, que estudia cómo el intelecto aplica las formas a priori a los objetos de conocimiento. Al establecer los límites del conocimiento, concluye que la metafísica no puede ser una ciencia en sentido estricto, sentando así las bases de la filosofía moderna.