LAS PASIONES Y LA LIBERTAD
Descartes separa el alma del cuerpo de manera mucho más radical que Platón: los considera sustancias autónomas e independientes. La presencia del alma racional establece la diferencia radical entre el hombre y las bestias. La separación entre la sustancia espiritual y la sustancia extensa afecta profundamente a la concepción cartesiana del ser humano. El cuerpo humano se encuentra sometido a la acción de las leyes naturales y mecánicas, al determinismo y la universalidad de las causas eficientes, mientras que el alma es libre y posee capacidad de iniciativa propia y de propia espontaneidad.
Ahora bien, Descartes, siguiendo la tradición cristiana nos dice que el ser humano es cuerpo y alma; pero, en ese caso, ¿cómo es posible la relación de uno y otra?. Descartes nos dice, respecto a este problema, en el cual encontró enormes dificultades, «que el alma tiene su sede principal en la pequeña glándula que se encuentra en medio del cerebro»; desde dicho punto controla los humores, los nervios y hasta la sangre de la máquina corporal. La glándula pineal (epífisis) es una parte del cerebro que no es doble y puede, según Descartes, unificar las sensaciones que provienen de los órganos de los sentidos.
El alma no puede mover el cuerpo, pues para mover algo material hay que ponerse en contacto con ello, es decir, lo que mueve y lo que es movido deben estar contiguos en el espacio, deben ser ambos sustancias extensas. Entendimiento y materia, lejos de conformar una unidad sustancial son dos sustancias completamente distintas. La conexión entre ambas, no podía fundarse en las mismas dos sustancias, dado que por definición se excluyen mutuamente. La unidad de ambas no pasará más allá de una unidad accidental. Fuera de ellas hay sólo otra: Dios. Por tanto, de Dios debía proceder la fuerza desconocida que une la mente a la materia.
En Descartes se agudiza el problema del conflicto entre pasiones/tendencias naturales y el alma. Las pasiones, según Descartes, son involuntarias, inmediatas y con frecuencia irracionales (esclavizan al alma). La tarea del alma respecto a las pasiones es intentar someterlas a los criterios de la razón, con la fuerza de voluntad necesaria.
La existencia de libertad es innegable–
Una de las ideas innatas-; el hombre alcanza su perfección sólo mediante el ejercicio de su libertad. Y gracias a ella dominamos nuestras acciones y conducta. Para el hombre, la libertad consiste en elegir lo que es propuesto como verdadero y bueno por el entendimiento, no en la mera indiferencia ni en la posibilidad absoluta de negarlo todo (eso sería ignorancia). Para que el alma sea libre y feliz, debe liberarse de la esclavitud a que la someten las pasiones (Descartes).
En el tratado de Las Pasiones del Alma, Descartes distingue en el alma acciones y pasiones: las acciones dependen de la voluntad; las pasiones son involuntarias (el alma no controla su origen e influencia) y están constituidas por percepciones, sentimientos o emociones causadas en el alma por los espíritus vitales, esto es, las fuerzas mecánicas que actúan en el cuerpo. A las pasiones acompaña un estado de servidumbre, del cual el hombre debe procurar librarse. En el dominio sobre las pasiones consiste la prudencia. Evidentemente, la fuerza del alma consiste en vencer las pasiones y detener los movimientos del cuerpo; mientras que su debilidad consiste en dejarse dominar por las pasiones presentes, las cuales, siendo contrarias entre sí, solicitan al alma de un lado y, de otro, la hacen combatir contra sí misma, dejándola en el estado más deplorable. Esto no quiere decir que la pasiones sean dañinas; todas se relacionan con el cuerpo y se dan al alma; de modo que tienen la función natural de incitar al alma a consentir y contribuir a las acciones que sirven para conservar al cuerpo y hacerlo más perfecto. En este sentido, la tristeza y la alegría son las dos pasiones fundamentales. Por la primera, el alma se da cuenta de las cosas que dañan al cuerpo y por eso siente odio hacia lo que le causa tristeza y el deseo de librarse de ello. En cambio la alegría, advierte al alma sobre las cosas útiles al cuerpo, y de esta manera siente amor por ellas y el deseo de adquirirlas o conservarlas.
En el progresivo dominio de la razón, que restituye al hombre el uso íntegro del libre albedrío y le hace dueño de su voluntad, está la carácterística de la moral cartesiana. En la tercera parte del Discurso del Método, Descartes había establecido alguna reglas de moral provisional, destinadas a evitar que “permaneciese irresoluto en sus acciones mientras la razón le obligaba a serlo en sus juicios”.