Descartes: Moral Provisional y el Camino hacia la Razón

La Moral Cartesiana: Un Enfoque Provisional

Descartes aborda el tema de la moral en el capítulo 3º del «Discurso del Método», tras proponer las reglas del método y antes de aplicar la duda metódica. La necesidad de una moral provisional surge cuando Descartes decide ejercitar su método, reconociendo que, como individuo, debe actuar en la vida social y no puede permanecer indeciso en sus acciones. Esta moral es provisional porque aún no ha sido garantizada por la razón, aunque podría considerarse definitiva en un momento posterior.

Descartes se dota de una moral provisional mientras lleva a cabo su revisión teórica, una moral necesaria para no permanecer irresoluto y para procurar vivir lo más felizmente posible. Es una segunda vivienda segura mientras reforma los cimientos de la razón teórica. En la filosofía práctica, Descartes no busca la verdad por el momento, y opta por obedecer las leyes del país, la religión y las normas morales de los más sensatos de sus conciudadanos. Es una moral de conformismo y adaptación, pero también lo más razonable mientras no se posea una certeza absoluta.

Mientras que en el análisis teórico solo se acepta como verdadero lo evidente, permitiendo la duda hasta alcanzar la verdad, en el terreno de la moral esto no es posible. La vida exige decisiones y acciones diarias, que no admiten dilaciones ni suspensiones del juicio, algo solo factible en el nivel teórico.

Acciones y Pasiones en la Moral Cartesiana

Descartes distingue entre acciones y pasiones del alma: las acciones dependen de la voluntad, mientras que las pasiones son involuntarias, constituidas por percepciones, sentimientos o emociones causadas por los espíritus vitales, las fuerzas mecánicas del cuerpo. La fortaleza del alma reside en vencer las pasiones y controlar los movimientos corporales que las acompañan; su debilidad, en dejarse dominar por las pasiones presentes, que, al ser contradictorias, solicitan al alma y la hacen combatir contra sí misma, dejándola en un estado deplorable. El hombre debe liberarse de la servidumbre de las pasiones, que suelen magnificar el bien y el mal, induciéndonos a buscarlos o evitarlos con un ardor excesivo. En la medida de lo posible, debemos guiarnos por la experiencia y la razón para discernir el valor justo del bien y del mal, evitando los excesos. La prudencia, que consiste en este dominio sobre las pasiones, se logra extendiendo el dominio del pensamiento claro y distinto, separándolo de los movimientos de la sangre y los espíritus vitales de los que dependen las pasiones.

Este progresivo dominio de la razón, que restituye al hombre el uso íntegro del libre albedrío y le hace dueño de su voluntad, es característico de la moral cartesiana, que Descartes resume en tres o cuatro reglas.

Las Máximas de la Moral Provisional

Primera Máxima

La primera regla era obedecer las leyes y costumbres del país, conservando la religión tradicional y ateniéndose a las opiniones más moderadas y alejadas de los excesos. Con esta regla, Descartes renunciaba preliminarmente a extender su crítica al dominio de la moral, la religión y la política. Esta regla expresa un aspecto definitivo de su personalidad, caracterizada por el respeto hacia la tradición religiosa y política. Distinguía dos dominios: el uso de la vida y la contemplación de la verdad. En el primero, la voluntad debe decidir sin esperar la evidencia; en el segundo, debe abstenerse de decidir hasta alcanzar la evidencia. En la contemplación, el hombre solo se contenta con la verdad evidente; en la acción, puede contentarse con la probabilidad. La moral provisional era necesaria antes de la duda metódica para asegurar la acción, que no puede permanecer en suspenso. Se puede vivir con la suspensión del juicio teórico, pero no sin normas morales que dirijan la acción con los demás. En el plano teórico, lo verosímil o probable no es aceptable, pero sí en el plano moral, donde no existen opiniones evidentes. Todas las opiniones son probables, por lo que la primera máxima moral recomendaba moderación: un error sería menos grave que una actuación extrema. Aceptado el valor de la moral como probable, y teniendo una guía para la vida, es posible dedicarse por entero a la demolición del edificio teórico.

Descartes pensaba regirse por las opiniones más moderadas y alejadas del exceso, comúnmente aprobadas por los más sensatos. La práctica de los más sensatos no garantiza la bondad de una norma moral, pero en la incertidumbre es lo más aconsejable, ya que suele ser lo más cómodo y verosímilmente lo mejor, pues todo exceso suele ser malo.

Segunda Máxima

La segunda máxima era ser lo más firme y resuelto posible en el obrar, y seguir con constancia incluso la opinión más dudosa, una vez adoptada. Esta regla también está inspirada por las necesidades de la vida, que obligan a actuar aun con falta de elementos seguros y definitivos. Las acciones de la vida no admiten dilaciones, por lo que debemos contentarnos con las razones que tengamos en ese momento para decidirnos y seguir con ellas como si fueran las más verdaderas. Esta medida nos sustraerá de arrepentimientos y remordimientos, que es como dar vueltas por el bosque sin decidirse por ninguna dirección. Es una moral de la buena conciencia: hacemos lo que la razón nos dice que es lo mejor, aunque no poseamos todos los elementos para llegar a ese juicio sin error. Debemos actuar así porque en la vida práctica las decisiones no admiten suspensiones ni dilaciones. En suma, hemos hecho lo mejor que podíamos en las circunstancias en que nos encontrábamos. La paz de conciencia consiste en la certeza sobre la bondad de las propias acciones, y se consigue considerando que nuestras decisiones han sido tomadas basándonos en las mejores razones que teníamos en el momento, debiéndose perseverar en ese obrar dictado por la razón, como si nuestras acciones fuesen absolutamente buenas aunque en un principio fuesen dudosas. De esta manera evitaremos el arrepentimiento y el remordimiento.

Tercera Máxima

La tercera regla era procurar vencerse más bien a sí mismo que a la fortuna y esforzarse en cambiar los pensamientos propios más que el orden del mundo. Descartes sostuvo que nada está enteramente en nuestro poder, excepto nuestros pensamientos; y colocó el mérito y la dignidad del hombre en el uso que sabe hacer de sus facultades. Esta regla expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se deje conducir únicamente por la propia razón y bosqueja el ideal mismo de la moral cartesiana, la nostalgia y el arrepentimiento; pero, si hacemos siempre todo lo que nos dicta nuestra razón, no tendremos jamás ningún motivo de arrepentirnos, aunque los acontecimientos nos muestren, después, que nos hemos engañado sin culpa nuestra. La felicidad puede conseguirse conformándonos con las circunstancias, procurando cambiarnos nosotros, esto es, nuestros deseos, antes que intentar cambiar el mundo, lo cual resulta mucho más difícil o imposible.

Esta tercera máxima está influenciada por el estoicismo y, en concreto, por Epicteto, para el cual lo único que está realmente en nuestro poder son nuestros pensamientos. Los bienes exteriores, como la fortuna, son volubles. Si ciframos nuestra felicidad en ellos, esta nunca dependerá de nosotros. Por el contrario, si gobernamos nuestros pensamientos conseguiremos la felicidad, y el argumento que ha de convencernos es que todo aquello que no hemos conseguido después de obrar lo mejor que hemos podido, es imposible, y por tanto inútil el desearlo. La felicidad, en suma, depende del buen gobierno de nuestros pensamientos y consiste en conformarnos con nuestros bienes y no desear más que aquello que podemos alcanzar. La propuesta general que nos hace es el control de nuestros deseos por medio de nuestros pensamientos, pues es lo único de lo que realmente podemos ser dueños. El control de nuestros deseos debe realizarse mediante la razón. Tras haber obrado lo mejor que hemos podido en lo tocante a las cosas exteriores, debemos entender que todo lo que no hemos podido conseguir es para nosotros absolutamente imposible y, por tanto, todo esfuerzo es baldío. Cifrar la felicidad en la satisfacción de todos los deseos es caer en una cadena sin fin, pues el deseo no tiene límites ni comprensión de la realidad, y el no saber determinar qué es lo posible y qué lo imposible para nosotros es cargarnos de insatisfacciones y amarguras. El entendimiento es el encargado de enseñarnos esta distinción entre las cosas exteriores, y de ella se derivará la aceptación tranquila de la realidad.

Cuarta Máxima

Primeramente, puede discutirse si las máximas son 3 ó 4. Tras enumerar estas tres, no aparece la expresión “mi cuarta máxima”, pero parece que la 4ª máxima tiene una posición especial, pues es como el fundamento de las otras tres. En cuanto a la discutida 4ª máxima, encontramos que la frase que más se asemeja a la formulación de una máxima es: “emplear toda mi vida en cultivar la razón”, porque el conocimiento es fuente de satisfacciones gratas e inocentes. Las 3 máximas anteriores están fundadas en ella pues con la razón examinaremos, cuando sea oportuno, las opiniones ajenas que seguimos. El propósito de examinarlas con la razón es lo que nos libra de remordimientos al seguirlas. Que nuestra razón juzgue buena o mala una cosa hace que nuestra voluntad la persiga o la rehúya y así se regulan nuestros deseos.

Influencia del Estoicismo

Los ingredientes estoicos son abundantes en la moral cartesiana. De hecho, en el Renacimiento se había producido un “neoestoicismo” bastante generalizado. Destacaríamos: La máxima de la moderación. La constancia también es una virtud básica para Zenón, Séneca, etc. La idea de que el sabio, al conocer el orden del mundo, comprende y acepta que las cosas son necesarias, y por tanto no desea lo imposible. La 3ª máxima, derivada de lo anterior, la del dominio de los deseos es la más típicamente estoica. Finalmente, observamos que la ética de Descartes también persigue la felicidad (o el “contento” o la “satisfacción”, que son una “felicidad en tono menor”). Podemos, pues, considerar la ética cartesiana deudora del “eudemonismo” griego, una variedad del cual es el estoicismo, que buscaba la felicidad (o la serenidad, al menos) en la “ataraxia”, en la imperturbabilidad del espíritu, en superar las angustias y desánimos del vivir.

Hay, no obstante, una diferencia importante entre Descartes y los estoicos. Descartes no comparte este ideal de “imperturbabilidad” o “insensibilidad” del estoico, consistente en suprimir las pasiones y alcanzar un estado de indiferencia frente a todo lo que acaezca. Sabe que las pasiones son insuprimibles, incluso que son buenas en su mayoría.

Conclusión: Filosofía Práctica vs. Filosofía Especulativa

Como conclusión y a modo de resumen, se puede afirmar que Descartes establece cuando trata materias especulativas, por una parte, y asuntos morales por otra. La filosofía práctica: Busca la felicidad: “vivir lo más felizmente que pudiese». Su objeto son las acciones: “ver claro en mis acciones y andar seguro por la vida”. La acción no admite demora; no se puede permanecer irresoluto. Es necesario, pues, una “moral provisional” mientras buscamos la moral perfecta. Seguir con constancia las opiniones dudosas. Seguir las opiniones más probables. Seguir las opiniones más moderadas porque son más cómodas y verosímilmente las mejores. Evitar la inconstancia y vacilación, que es señal de debilidad y lleva a la irresolución. La filosofía especulativa: Busca “distinguir lo verdadero de lo falso” y hacernos dueños de la naturaleza. Su objeto son las verdades científicas y metafísicas. Se debe suspender el juicio en estos asuntos mientras no descubramos la verdad. No conformarse con verdades provisionales, sino con verdades evidentes indudables. No admitir lo dudoso ni lo probable. No admitir como verdadero lo verosímil. Cultivar la duda, aunque sea como método.

Todas estas diferencias nos llevan a admitir que Descartes distingue entre un “uso teórico” y un “uso práctico” de nuestra razón. Sin embargo, Descartes no admitiría nunca que haya una “Razón teórica” y una “Razón práctica”, esto es, dos facultades diferentes. Su concepción de la Ciencia es una, precisamente porque la Razón humana es una, aunque se aplique a objetos distintos. La Razón humana es, pues, una, pero según se aplique a la matemática y a la naturaleza o a las acciones humanas alcanzará certezas indudables u opiniones probables.

Ha sido necesario elaborar la moral provisional antes de poner en práctica la duda metódica para tener seguridad en el obrar, algo que no puede permanecer en suspenso. En efecto, se puede vivir con la suspensión del juicio teórico, pero no es posible sin unas normas morales que dirijan nuestra acción con los otros hombres. En el plano teórico no es aceptable lo verosímil ni lo probable, pero en el plano moral sí, pues no existen opiniones evidentes. En el plano moral todas las opiniones son probables. De ahí que en la primera máxima moral recomendara moderación, pues al ser sólo probable, si cometiéramos un error, sería menos grave que si hubiéramos optado por una actuación extremada. Aceptado el valor de la moral como probable y teniendo una guía para la vida ya es posible dedicarse por entero a la

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