Descartes vs. Nietzsche: Un Contraste Filosófico sobre Realidad, Conocimiento y Moral

Ontología

Descartes, el iniciador del racionalismo e idealismo moderno, aplicando la “duda metódica” llegará a un primer principio indudable: “pienso, luego existo”. Este será el punto de partida de su metafísica. Partiendo de esta primera verdad, el cogito o sustancia pensante, deducirá las dos sustancias restantes que conforman su sistema metafísico: Dios y el mundo, a los que define respectivamente como sustancia infinita y sustancia extensa.

La visión que tiene Nietzsche de la realidad está expuesta en alternativa radical a la concepción tradicional que tiene su origen en Platón, y en Descartes uno de sus más ilustres representantes. Para Nietzsche todas las cosas están en continuo movimiento, en continua lucha, porque en todas ellas está la voluntad de poder, el impulso por dominar, por manifestarse. Para Nietzsche la realidad es devenir, lo que parece una cosa fija es sólo un producto pasajero de la voluntad de poder, es sólo una figura que aparece porque se ha impuesto a otra momentáneamente. Por lo tanto, las cosas no tienen esencia, no hay nada permanente, no hay sustancias como en Descartes.

Nietzsche invierte la metafísica dualista: con su idea de “la muerte de Dios” expone su alternativa a esa metafísica, pues “la muerte de Dios” significa que la diferencia entre el Ser (Mundo Inteligible) y la apariencia (Mundo Visible) ha desaparecido. Sólo nos queda este mundo que es el único y auténticamente real.

Nietzsche pretende con su alternativa a la ontología tradicional, sobre todo, destruir la moral que hay detrás de ella, su objetivismo moral y sus consecuencias prácticas en el comportamiento del ser humano, que son para Nietzsche nefastas, pues sólo hacen que los hombres se empeñen en un proyecto detrás del cual sólo hay una ficción, un invento.

Epistemología

La «razón» en Descartes, es el criterio único y fuente principal del conocimiento. También el alma racional es, en Descartes, inmaterial e inmortal, frente al cuerpo y el mundo material de los sentidos. Sólo por ella accedemos a la certeza como característica esencial del conocimiento verdadero. La razón posee como ideas innatas las principales ideas del conocimiento: sustancia, causa, extensión, pensamiento, y, principalmente la de infinitud o perfección, que nos llevará a la existencia de Dios quien nos garantiza la verdad de nuestro conocimiento.

Nietzsche invierte la concepción racionalista del conocimiento. Para él, el verdadero conocimiento nos lo dan los sentidos. En segundo lugar, el conocimiento en sí mismo no es la finalidad del hombre, sino que detrás del conocimiento está la vida que es voluntad de poder. Si el ser humano conoce es porque se ve obligado a ello para orientarse en un mundo que está en constante movimiento, cambiante y amenazador. En tercer lugar, el ser humano es cuerpo, un campo de fuerzas en continua tensión, y alma, razón o espíritu (términos que Nietzsche no precisa su significado) son sólo instrumentos del cuerpo. Teniendo todo lo anterior en cuenta, podemos decir que los sentidos, captando el devenir y la pluralidad, no nos engañan, captan la auténtica realidad. Que la razón crea conceptos, pero estos no representan nada real, son solamente ficciones útiles que nos sirven para dominar un mundo caótico en constante devenir. Que el error del “hombre teórico” o de “los filósofos” (Platón, Descartes, etc.) es que permanece en el error de los conceptos, pensando que expresan la esencia permanente de las cosas, y que inventa “conceptos supremos” o “valores supremos”, que representan una moral hostil a este mundo, y que por ello son sólo productos de seres enfermos.

Justificación en Descartes

Descartes, padre del racionalismo y del pensamiento moderno, inicia su filosofía con el intento de superar el escepticismo, para encontrar una primera verdad evidente e indudable que fundamente sobre roca firme su sistema filosófico. Descartes ve en las matemáticas el modelo del saber. Para rebatir el escepticismo pondrá en práctica la duda metódica. Dudando de todo, llega a un principio indudable: el Cogito, puedo dudar de todo, pero hay algo que se resiste a la duda: el hecho de que mientras pensamos, existimos. El cogito corrobora el criterio de verdad (la evidencia) que había propuesto en la primera regla, pues ha encontrado una verdad que tiene las características de la claridad y la distinción.

Ahora bien, con el criterio de evidencia se restituye a la razón como fuente de conocimiento. Sin embargo, se descarta del conocimiento a los sentidos, éstos sólo nos dan conocimientos probables que no son claros ni distintos. Al no restituir a los sentidos como fuente de conocimiento, la duda de la existencia del mundo exterior permanece, incluso de que seamos un cuerpo. Esto plantea el problema de la objetividad del conocimiento: si nuestras ideas se corresponden con los objetos del mundo exterior cuya existencia permanece en duda. Por otra parte, al distinguir el pensamiento (cogito) de cualquier otra realidad, le llevará a Descartes al dualismo ontológico y antropológico, que plantearán dos problemas: la comunicación entre el sujeto y la realidad exterior, por un lado, y el problema de la comunicación entre el alma y el cuerpo, por otro. Ahora necesitamos recuperar la objetividad del conocimiento demostrando la existencia real de ese mundo exterior al que presuntamente se refieren mis ideas. Para ello será necesario encontrar un criterio de certeza objetivo, garante de la objetividad de mi conocimiento y de la «realidad» del mundo exterior.

Analizando las ideas que ve en el Cogito (que son de tres tipos: innatas, adventicias y facticias), encontrará la idea innata de Perfección, y aplicando el principio de causalidad, llegará a la conclusión de que sólo un Ser Perfecto ha podido ser la causa de que esa idea esté en mí (también lo demostrará de dos maneras diferentes), llegando a la conclusión de que Dios, el Ser Perfecto, existe. Dios, segunda sustancia en el orden del conocer, pero primera en el orden del ser por ser perfecto y creador, servirá de puente para demostrar la existencia del mundo exterior. Dado que todo hombre cree espontáneamente en su existencia y Dios es un ser veraz, bueno y todopoderoso, el mundo exterior tiene necesariamente que existir. Con ello se restituye la objetividad del conocimiento. Ahora bien, ¿cuál es la esencia de ese mundo exterior y qué puedo conocer de él con evidencia? Del mundo exterior sólo es evidente aquellas ideas innatas que Dios ha grabado en mí, que coinciden con las que manejan los geómetras: longitud, anchura, profundidad, más el movimiento.

Queda el problema del dualismo al distinguir el pensamiento de cualquier otra realidad. Si los seres materiales se rigen por leyes físicas, ¿qué ocurre entonces con la libertad humana? La libertad humana sólo puede mantenerse si se afirma el dualismo cuerpo/mente. La mente es espíritu y no está sometida a tales leyes. ¿Cómo explicará Descartes la interacción cuerpo/mente? Su solución es de corte fisiológico: la unión y comunicación entre el alma y el cuerpo se verificará por un pequeño órgano situado en la base del cerebro: “la glándula pineal”. Ahora bien, ¿cómo una conciencia sin extensión puede actuar sobre algo puramente extenso y mecánico? La solución cartesiana no responde a esta cuestión y cierra el problema en falso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *