LA DUDA METÓDICA: LA PRIMERA VERDAD Y SU NATURALEZA
La puesta en práctica del método con el objetivo de hacer realidad el proyecto cartesiano de hacer de la filosofía un saber verdadero, cierto y riguroso en sus afirmaciones comienza con la aplicación de la primera regla, la regla de la evidencia, la cual establece que hemos de rechazar todo aquello en lo cual encontremos motivo de duda. La duda es, pues, el punto de partida del método cartesiano. La duda es la fase destructiva del método cartesiano: consiste en considerar como absolutamente falsos todos aquellos conocimientos en los cuales pueda encontrarse el más mínimo motivo de duda y desconfianza acerca de su verdad (Discurso del Método, Cuarta Parte).
La duda cartesiana tiene las siguientes carácterísticas:
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Es una duda metódica: la duda cartesiana es metódica en cuanto que no es más que un procedimiento metodológico para alcanzar algo indudable y cierto. En este sentido, se puede decir que la duda de Descartes es una duda provisional que se abandonará si el resultado de ella es algún conocimiento cierto y seguro. En cuanto que la duda cartesiana es una duda metódica, hay que decir que se diferencia claramente de la duda defendida por los escépticos. Para el escéptico, la duda no es un punto de partida sino más bien un punto de llegada, una conclusión, pues después de investigar qué podemos saber con certeza y seguridad se llega a la conclusión que en todos nuestros conocimientos cabe siempre la duda y la inseguridad; en este sentido, se puede decir también que la duda escéptica no es una duda provisional sino una duda permanente y duradera.
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Es una duda radical y general: la duda es radical y general en cuanto que hay que dudar de todo aquello que puede ser dudado: todos los conocimientos teóricos recibidos (desde los conocimientos aprendidos en el colegio hasta los conocimientos adquiridos en el Gran Libro del Mundo a raíz de los viajes realizados después de acabar los estudios) han de ser sometidos al Tribunal de la Duda.
Después de haber dudado de los sentidos, de la realidad, de las vivencias propias, incluso de la propia razón, Descartes se plantea si ha quedado algo que sea indudable, si hay alguna certeza que resista todo el proceso de la duda. Descartes llega a la conclusión que tal certeza inmune a la duda existe: el hecho de dudar. Puesto que “dudar” es una actividad mental pensante, tenemos la certeza absoluta de que pensamos y, por lo tanto, de que, aunque sea como meras cosas pensantes, existimos. Esto lo expresa Descartes con la famosa expresión: “Pienso, luego existo” (en latín, cogito ergo sum). Aunque todo lo que pensemos sea dudoso, incluso falso, es indudable que pensamos y para pensar hay que existir. La duda metódica ha cumplido satisfactoriamente su misión pues el resultado ha sido el descubrimiento de una verdad indudable (siguiendo la metáfora cartesiana del cesto de manzanas podemos añadir al cesto vacío una primera manzana completamente sana). Llega, pues, el momento de abandonar la duda metódica y de orientar la reflexión en una dirección que nos permita descubrir nuevas verdades (otras manzanas sanas) a partir de esa primera verdad descubierta. De este modo, esta primera verdad de la existencia del yo como ser pensante va a ser considerada como el primer principio o punto de arranque a partir del cual Descartes va a fundamentar el sistema filosófico que pretende construir (la primera raíz del árbol del conocimiento, de acuerdo con la metáfora cartesiana). Del descubrimiento de esta primera verdad indudable extrae Descartes dos conclusiones inmediatas: ☺ La demostración de la existencia de “algo real” cuyo atributo es el pensamiento. Ese “algo real” es la mente o alma La certeza incuestionable de la proposición “Pienso, luego existo” lleva a Descartes a la conclusión de que indudablemente existe una realidad cuyo atributo o carácterística esencial es el pensamiento o consciencia. A esa realidad la llama mente, alma o espíritu. La mente, alma o espíritu es algo distinto del cuerpo y puede ser concebida de manera completamente independiente del cuerpo ya que “uno puede imaginarse que no tiene cuerpo y seguir existiendo como mente pensante”. Afirmar esto no significa, como veremos más adelante, que el hombre no tenga un cuerpo; significa simplemente que la noción de nuestra existencia no procede de tener un cuerpo sino de tener una mente pensante. ☺ El establecimiento del criterio de certeza de los conocimientos humanos: la claridad y la distinción La verdad indudable y certeza de la proposición “Pienso, luego existo” se basa en el hecho de que se presenta en nuestra mente de una manera clara y distinta. A partir de aquí, Descartes extrae como conclusión que se puede admitir que es verdadero cualquier conocimiento que se presente en nuestra mente con claridad y distinción.