Los seres humanos reconocemos y establecemos criterios o valores generales para
justificar nuestras acciones, para aceptarlas como buenas. Actuamos, pues, de acuerdo con unas normas.
• Si queremos tener una vida saludable, nos guiamos por unas normas higiénicas.
• Si lo que pretendemos es ser aceptados como miembros de un grupo social y participar de sus tradiciones, entonces nuestras acciones se acomodarán a las costumbres de ese grupo.
• Para regular la convivencia de los miembros de una sociedad definida, tenemos las normas legales, que proceden de una autoridad reconocida de algún modo, con capacidad para sancionar el incumplimiento de las mismas.
• Si la sociedad a la que se pertenece es de carácter religioso, las normas se convierten en preceptos religiosos.
Son las normas que nos permiten llegar a ser buenas personas
Los grupos sociales a los que los humanos pertenecemos han elaborado a lo largo de su historia códigos de normas de conducta que posibilitan la convivencia y han te- nido éxito en el mantenimiento del grupo.
Son normas que nos indican lo que está moralmente bien o mal hecho.
No hay unanimidad entre los filósofos en el uso de ambas palabras, aunque la distin- ción que está más extendida es la que hace Aranguren:
• La moral:
– Moral como contenido: conjunto de normas que establecen un modelo ideal de buena conducta socialmente establecido (como los usos morales en España en el Siglo XIX). También se refiere al conjunto de normas que un individuo interioriza y que rigen su conducta.
– Moral como estructura: la estructura moral del ser humano es la que lo obliga a tener que elegir continuamente el ajuste y la justificación de su conducta.
• La ética:
-Su función primera no es dictar normas de comportamiento, sino dilucidar racionalmente las cuestiones relacionadas con el ámbito de lo moral:
Establecer unas normas comunes para todos, unos principios que tengan pretensión de universalidad es fundamental para la consecución de la felicidad de las sociedades y la resolución de los conflictos.
Cada ser humano nace con una disposición particular genéticamente heredada que resulta de su configuración biológica; esta disposición recibe el nombre de temperamento. De la cooperación del organismo y el medioambiente se adquieren a lo largo de la vida ciertas predisposiciones hacia determinadas formas o modos de reacción, que se llaman hábitos.
Los hábitos configuran nuestro yo, pues la integración de hábitos forma el carácter de una persona.
Los hábitos configuran también nuestra personalidad, la cual se forma mediante la repetición de acciones que decidimos llevar a cabo de acuerdo con los proyectos de vida que elegimos. La personalidad está formada, pues, por el carácter más las acciones.
La voluntad consiste en la facultad que el individuo tiene para decidir una u otra orientación de su acción;
Por ello, J. A. Marina dice que la voluntad consiste en la di- rección inteligente de la acción. La voluntad nos lleva a que- rer el bien en nuestras decisiones y a esforzarnos en su consecución superando dificultades: es la fuerza de voluntad. Pero la toma de decisiones no se puede hacer nunca en el vacío y al margen de nuestros hábitos: sin ellos, la razón es mera ficción.
¿Cabe una discusión racional o razonable para dirimir problemas éticos? ¿Son los juicios mo- rales producto de nuestra emoción, o son las emociones una consecuencia del juicio moral?
Según estudios de neurocientíficos, los juicios morales, en la mayoría de las ocasiones, son intuitivos, y los justificamos posteriormente con argumentos si nos piden razones. Según Haidt, los seres humanos decidimos moralmente llevados por la emoción, y posteriormente buscamos las razones que se correspondan con nuestra decisión
En los siglos v y iv a. C., los sofistas plantearon el debate sobre cuál es el fundamento de las normas morales, legales y sociales: ¿se basan en la naturaleza de las cosas (physis) o son producto de las convenciones, costumbres y creencias humanas (nomos)?
Según Protágoras, el ser humano, es de- cir, el individuo que vive junto a otros, es la medida no solo de las cosas que se perciben, sino también del bien, de lo justo y de lo bello.
Distintos pueblos tienen diferentes valores, leyes y normas morales, que a lo largo del tiempo se modifican en función de las circunstancias.
los sofistas consideran que las normas morales no se fundamentan tanto en la naturaleza de las cosas cuanto en los acuerdos y convenciones sociales
Platón, para quien el Bien es independiente de nuestras decisiones, de modo que nuestros actos serán buenos no porque así lo decidamos y acordemos nosotros, sino en la medida en que participen de la idea del Bien, que es inmutable, universal y eterna.
La cuestión de si las normas morales son relativas o no ha generado gran discusión en distintos foros, pero con frecuencia se ha utilizado la palabra relativismo moral sig- nificando cosas diferentes.
Siguiendo a Esperanza Guisán, vamos a considerar algunas expresiones en las que este término aparec, para aclarar su significado en función de su uso.
Los seres humanos nos hacemos preguntas que tienen que ver también con nuestra dimensión moral: ¿cómo podemos conocer qué son el bien y la justicia?
Este tipo de preguntas tienen un carácter filosófico y corresponden a la filosofía moral o ética.
Para justificar normas morales o aclarar el significado de determinados términos, tenemos que acudir a las teorías éticas. Incluso para dar respuesta a ciertas preguntas de carácter moral hay que responder previamente a determinadas preguntas de carácter filosófico:
• Las doctrinas morales ofrecen guías de conducta a las personas que pertenecen a una sociedad, que puede ser incluso la sociedad universal de los seres humanos.
• Las teorías éticas proporcionan un conjunto ordenado y sistemático de reflexiones cuya finalidad es clarificar los problemas que se nos plantean en nuestra vida, en cuanto seres morales, y justificar las respuestas que les damos.
Sin embargo, no existe una línea clara que separe el ámbito de la doctrina moral del ámbito de la teoría ética
La ley moral ha de ser universal, válida para todo el mundo y para todo tiempo, por lo que solo se puede basar en la razón. La razón es una instancia universal que nos permite, en su uso teórico, hacer ciencia y conocer cómo son las cosas y, en su uso práctico, saber cómo debemos actuar, mediante imperativos*.
Las teorías éticas de la felicidad que hemos visto no pueden fundamentar una moral universal ni autónoma, para Kant, porque parten del hecho observable de que el ser humano, por naturaleza, tiende a ser feliz, a llevar una vida placentera, a realizarse de acuerdo con lo que es. Nos ofrecen un modelo de vida buena, de vida deseable, aunque no todo el mundo está de acuerdo en el ideal de felicidad.
Por eso, decimos que son éticas de bienes, porque se basan en la naturaleza y en el conocimiento que tenemos de esta, nos presentan el contenido que tiene que tener una vida buena, nos dicen lo que tenemos que hacer para obrar correctamente desde el punto de vista moral: se denominan, por ello, éticas materiales.
Según Kant, las éticas materiales no pueden ser universales ni necesarias por los siguientes motivos:
• Son empíricas: se basan en la experiencia, y esta siempre es particular
• Producen imperativos hipotéticos* de la forma “si quieres ser feliz, domina tus pasiones”. Pero estos imperativos solo obligan a quienes admiten los términos de la condición
• Son heterónomas: el sujeto se da a sí mismo sus propias normas de conducta, pero su voluntad viene determinada por alguna instancia ajena a la razón, como son las costumbres, los deseos, las pasiones, etc.
Kant considera que solo una ética formal puede ser racional, universal y necesaria. Una ética que nos diga, no lo que tenemos que hacer, sino cómo debemos actuar.
-Es a priori independiente de la experiencia.
-Sus imperativos son categóricos obligan sin condiciones: “domina tus pasiones”.
• Es autónoma: es la razón, común a todos los seres humanos, la que dicta la ley moral.
La ética de Kant es una ética del deber.
Para Kant, lo único moralmente bueno es la buena voluntad, es decir, la voluntad que se determina a sí misma a obrar por respe- to al deber. Las acciones pueden ser:
• Contrarias al deber o inmorales: ocultar a un amigo que ha cometido un delito, obstaculizando así la acción de la justicia.
Conformes al deber: pagar los impuestos para evitar que me pongan una multa. Estas acciones son meramente legales.
• Por deber: pagar los impuestos porque es mi obligación, por respeto al deber. Estas son las acciones propiamente morales.
Para Kant, solo es moral la acción que es conforme al deber y se hace por deber. Por ejemplo, si un hijo cuida a su madre enferma está cumpliendo con su deber, pero puede estar motivado por el deseo de hereda. En estos casos la acción no es moral, porque no se hace por deber
Los sentimientos, no pueden ser el fundamen- to de una acción moral, ya que estos son subjetivos y no pueden constituir la base de una moral universal.
La ética de Kant es formal porque defiende que la moralidad de una acción radica en la forma de nuestro obrar, en nuestra intención: una acción es moral cuando cumplimos nuestro deber por respeto al deber mismo.
Imagina que estás en tu habitación; echa un vistazo a lo que hay a tu alrededor: por ejemplo, un bolígrafo de propaganda, una medalla ganada en una competición depor- tiva, el teléfono móvil de última generación, una foto de un amigo y una escultura bellísima que te regalaron. A todas estas cosas les tienes aprecio, pero a unas más que a otras:
• Necesitas el bolígrafo para realizar las tareas escolares, aunque podría ser sustituido por otro: podríamos decir que tiene un valor instrumental, te es útil.
• Aprecias la medalla y la foto de tu amigo o amiga por el valor sentimental
• No te gustaría desprenderte de tu móvil por su utilidad y por su valor económico
• A la escultura, que tanto te gusta, la aprecias por su valor estético.
El concepto de valor procede del ámbito de la economía: una casa es un bien porque tiene un valor estético, sentimental o económico.
Este concepto de valor es proyectado metafóricamente al terreno de la ética, constituyendo el eje central de la ética de los valores, que surge a comienzos del Siglo XX. Esta ética ha de dar respuesta especialmente a las siguientes preguntas