Orígenes de la Modernidad: Humanismo y Nueva Ciencia: En 1453, Mahoma II se apodera de Constantinopla y los sabios griegos emigran a Italia con los manuscritos de Platón. Este es el punto de partida, desde el punto de vista de la filosofía, de un renacimiento del platonismo. La Reforma Protestante viene a impugnar la autoridad de la todopoderosa Iglesia de Roma. Los feroces conflictos de las iglesias contribuyeron a dar a la filosofía una nueva independencia. Se precipitan los grandes descubrimientos: Copérnico afirma el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, Galileo confirmará esta teoría y descubrirá las leyes matemáticas de la caída de los cuerpos, Kepler expondrá las tres leyes del movimiento planetario, Vesalio crea la anatomía, Servet concibe la idea de la circulación de la sangre, Tartaglia resuelve las ecuaciones de tercer grado y Vieta entrevé el principio de la aplicación del álgebra a la geometría. Si añadimos a todo esto la invención de la imprenta por Gutenberg, comprenderemos el hervidero intelectual reinante en la época del Renacimiento. Es preciso citar la doctrina panteísta de Giordano Bruno y la filosofía de Nicolás de Cusa. En el curso de este período, tres ideas clave se desarrollan: la necesidad de una separación de la teología y la filosofía, la idea de que las matemáticas constituyen por excelencia la escuela de la razón rigurosa y la idea del método experimental y del conocimiento objetivo de los hechos de la naturaleza. Para mejor captar esta renovación hemos elegido tres hombres que han trastornado las creencias y valores heredados de la Edad Media: Maquiavelo, Montaigne y Bacon.
Nicolás Maquiavelo: El Príncipe
Político, diplomático y tratadista florentino del siglo XVI, propondrá un cambio radical en la orientación de la reflexión política a partir de la aplicación del principio racional de «atención a la realidad». El principio de atención a la realidad está ya presente en los orígenes del pensamiento científico moderno que pueden identificarse en el empirismo de Ockham. Maquiavelo considera que la experiencia que proporciona el estudio de la historia y la práctica de la gestión política, permiten identificar la verdadera condición de los súbditos, su afán ilimitado de poseer bienes materiales y su disposición a utilizar procedimientos para obtener estos bienes y dominar a sus conciudadanos. Desde este «pesimismo antropológico», Maquiavelo plantea un modelo de gobernante, «el príncipe», que debe encarnar en todos sus actos las exigencias de la «razón de estado». La noción de razón de estado permite explicar la obligación del «príncipe» como distinta a la de sus súbditos. La razón de estado impone a quien gobierna la obligación de trabajar para procurar la prosperidad del estado que Maquiavelo define como «el fortalecimiento de la propia autoridad» y «la mejora material del estado en extensión y riqueza». La propuesta maquiavélica se completa con la afirmación de que el gobernante está exento de las obligaciones que se imponen a sus súbditos de tal manera que debe estar dispuesto a ir en contra de la moral y religión cuando sea necesario: «el fin justifica los medios».
Galileo Galilei y «La Nueva Ciencia»
A comienzos del siglo XVI, Nicolás Copérnico formuló la hipótesis del heliocentrismo basándose en una convicción filosófica: la idea del cosmos que debe ser explicable a través de proporciones aritméticas y geométricas mucho más sencillas que aquellas a las que había dado lugar el modelo del geocentrismo aristotélico-ptolemaico. Johannes Kepler propondrá tres proporciones aritmético-geométricas para explicar las trayectorias elípticas de los planetas, sin embargo, no cuenta con datos suficientemente exactos y carece de un método de investigación estable. La propuesta de Galileo propondrá una consolidación teórica y empírica del heliocentrismo. En primer lugar, mostrará la incongruencia entre la descripción aristotélica del universo y los sistemas de cálculo que propone Ptolomeo. En segundo lugar, mostrará las ventajas teóricas del heliocentrismo sobre el geostaticismo y, finalmente, la invención del telescopio astronómico y la obtención de datos mucho más precisos sobre las posiciones de los planetas, mostrarán que el geocentrismo es insostenible. Finalmente, la propuesta de Galileo supone la refutación de todos los dogmas de la ciencia antigua como la centralidad e inmovilidad de la Tierra, las trayectorias circulares y uniformes de los planetas o la distinción entre las propiedades físicas del «mundo sublunar» frente a las constantes del «mundo supralunar». La propuesta de su propio sistema será una fuente de conflicto que enfrenta a Galileo tanto a los astrónomos herederos de la tradición medieval como a la jerarquía de la Iglesia. La polémica científica entre Galileo y sus detractores estará protagonizada por un conjunto de astrónomos jesuitas que opondrán al sistema de Copérnico el modelo híbrido de Tycho Brahe en el que giran en torno al Sol que se sitúa a su vez en la tangente de una órbita terrestre. Existe también una polémica basada en argumentos teológicos que será la que dé lugar a la condena de Galileo. Esta polémica basa el rechazo a la propuesta heliocentrista en la noción del ser humano como criatura predilecta a la que Dios otorga el dominio del resto de las criaturas. De tal condición, los teólogos dominicos deducen la necesidad de que el ser humano habite el único planeta inmóvil desde el que todo es equidistante.