El Conocimiento, el Amor y la Existencia en San Agustín

Capítulo 26 (Parte 2): La Verdad del Ser

Resumen

En la verdad del ser, conocer y amar no interfieren con los argumentos académicos. Si me engaño, existo; entonces sé que sé, es decir, conozco que sé, luego conozco. Y a esto le añado el amor, pues no me engaño de que amo, al no engañarme en las cosas que amo. Además, todos queremos ser felices y este deseo es inseparable de la existencia.

Análisis

San Agustín critica el escepticismo académico. Estos filósofos de la Academia Nueva (Neoplatonismo) habían privado al platonismo de su carácter ascético y religioso y, aunque afirmaban la existencia de la verdad, negaban la posibilidad de conocerla. Contra el escepticismo académico, San Agustín usa el mismo argumento que Platón utilizaba contra los sofistas.

El argumento decisivo contra los escépticos es el de la autoconciencia como testimonio del mundo inteligible. La autoconciencia es una evidencia intuitiva que fundamenta la verdad: por más que nos engañemos, somos, en tanto que conocemos que somos, conocemos, y a ambas cosas le añadimos el amor. A la pregunta de ¿dónde se confirman estas certezas?, San Agustín dice que estas certezas no se alcanzan ni a través de los sentidos ni de la imaginación, sino en el interior de la conciencia: autoconciencia (conocimiento que percibe la mente a través de sí misma y en sí misma). Todo aquello de lo cual somos inmediatamente conscientes es cierto.

San Agustín cree que la felicidad solo se encuentra en la sabiduría, siendo esta última la posesión de la verdad.

Capítulo 27 (Parte 1): El Amor a la Existencia

Resumen

El amor a la existencia es una inclinación natural en el hombre. Si un desgraciado quiere morir, no es por dejar de existir, sino para que desaparezca la miseria en la que vive. Este amor por la existencia es compartido por todas las criaturas: animales, plantas e incluso minerales (inertes). Todos ellos, con sus movimientos, manifiestan su deseo de vivir.

Análisis

Con el término amor, San Agustín alude a aquella tendencia que conforma un estilo de vida. Todas las criaturas tienden a la vida, desean existir y rehuyen la muerte; con esta tendencia, cuyo testigo es el sentir común, manifiestan en su propia vida a Dios, su creador. Ahora bien, en el caso del hombre, ese amor es voluntad, y voluntad libre, porque en él conocer es amar y amar es conocer.

El hombre, además de amar la existencia, ama el conocimiento, y esta facultad es solo suya y no la posee ninguna otra criatura, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El conocer es ansia de la mente, pero el proceso del conocimiento hacia la sabiduría no puede ser separado del de la voluntad hacia la felicidad, ya que ambas son una y la misma cosa.

Capítulo 27 (Parte 2): Esencia, Ciencia y Amor

Resumen

El amor al conocimiento en el hombre es tan fuerte que prefiere el sufrimiento de la conciencia a la alegría de la locura. Esta tendencia solo la posee el ser humano, ya que es el único ser racional que no solo siente el mundo, sino que también tiene capacidad para juzgarlo, para hacer ciencia acerca de él. Y, aunque existan animales con los sentidos más desarrollados y den cierto semblante de ciencia, no tienen la capacidad para juzgar las cosas corporales que se manifiestan a nuestros sentidos. El hombre juzga a través de un sentido interior por el que percibe lo justo y lo injusto y por el que alcanza la certeza de su existir, conocer y amar.

Análisis

El hombre, además de amar la existencia, ama el conocimiento, pues no es una criatura más de la creación; ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello posee alma racional, que le permite alcanzar la sabiduría y recibir la Iluminación. Esta Iluminación no es un conocimiento sensible común a los animales y al hombre, por eso los animales dan cierta semejanza de ciencia.

El conocimiento sensible no proporciona verdadero conocimiento, solo posee una utilidad práctica que permite concebir opiniones. Esto se debe a dos cosas: las deficiencias de los sentidos, que pueden engañarnos, y los objetos sensibles, que no constituyen el objeto de verdadero conocimiento. La Iluminación tampoco es el alimentarse y engendrar, propio del reino vegetal, ya que las plantas sienten, pero es una sensación pasiva y no activa; su incapacidad para sentir se ve compensada por su capacidad para ser sentidos.

La Iluminación es un conocimiento del intelecto. Este es el que percibe la mente por sí misma y a través de sí misma, e incluye los objetos del mundo inteligible, es decir, las verdades eternas y también la propia autoconciencia. La parte específica del alma del hombre es el alma racional, y la parte superior de esta es el pensamiento, que a su vez tiene dos funciones: la práctica, que es el conocimiento racional propio de la razón (juzga cosas sensibles a partir de modelos inteligibles, es mediadora entre lo sensible y lo inteligible, y permite hacer ciencia); y la contemplativa, que es el conocimiento objetivo, propio del entendimiento (proporciona sabiduría e intuye las ideas eternas y alcanza la verdad, llegando a las ideas eternas e inmutables).

Estas ideas son verdades equivalentes a las Ideas platónicas; son modelos de todo cuanto ha sido creado por Dios. No las crea la mente, solo se encuentran en la mente de Dios.

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