El Escepticismo y la Certeza de la Propia Existencia
Pirrón de Elis fundó la primera escuela escéptica. Su pensamiento fue recogido por la Academia Nueva. El escepticismo tiene dos partes: una teórica, según la cual no hay ninguna verdad segura, y otra práctica, como consecuencia de la cual desaparece toda inquietud y alcanzamos la serenidad de ánimo que nos permite alcanzar la felicidad.
“Nada es más”, este es el lema del movimiento escéptico. Ninguna cosa es más cierta o más falsa, ni mejor ni peor. Los argumentos escépticos se basan en que todas nuestras percepciones tienen un valor relativo, solo nos permiten conocer la apariencia de las cosas. Nuestras opiniones son convencionales, se basan en la costumbre, en lo que otros han repetido previamente. La única postura sensata es suspender el juicio. Una persona escéptica diría: “Siento frío, pero no hace frío”, ya que solo puede saber que él/ella tiene frío o calor. A esta postura de no emitir juicios, sino exclusivamente opiniones, se la llamó suspensión de juicio.
La suspensión del juicio no significa abandonar la crítica. El filósofo dogmático cree que posee la verdad; el filósofo escéptico se define como un buscador de la verdad, pero afirma que es imposible encontrarla. Su principal tarea es destruir los argumentos dogmáticos.
San Agustín piensa que la verdad no hay que buscarla en el exterior por medio de los sentidos, sino reflexionando y buscando la verdad en nuestro interior. (Ver Sabiduría e Iluminación). Así se superan los argumentos escépticos. La búsqueda de la verdad debe comenzar por la evidencia de sí mismo; todas las mentes se conocen a sí mismas con total certeza.
“Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer”. Quien duda de la verdad sabe que duda, por tanto, que vive y piensa. Por tanto, partiendo de la duda llegamos a una verdad. La búsqueda de la verdad no puede detenerse ahí, debemos encontrar verdades necesarias y eternas. El alma es imperfecta, solo Dios es la verdad. El alma debe elevarse sobre sí misma, puede encontrar la verdad gracias a la iluminación divina, aunque no es fácil comprender en qué consiste. Gracias a ella, nuestra razón alcanza las verdades eternas, que están en la mente de Dios.
San Agustín se anticipó a Descartes, pero no le interesaba la existencia del mundo exterior, por lo tanto, sus conclusiones son distintas.
El Amor a la Existencia y el Amor al Conocimiento
El amor a la existencia se ve en que todos los seres de la naturaleza luchan por sobrevivir y evitan la muerte. El ser humano más miserable preferiría vivir eternamente en su miseria a morir.
El amor al conocimiento solo se manifiesta en el ser humano, pues cualquiera prefiere lamentarse a alegrarse en la locura. Los animales tienen sentidos más desarrollados que nosotros, pero carecen de razón. Gracias a la iluminación de Dios.
La concepción del amor de San Agustín no se agota en su dimensión natural. Dios ha creado el mundo por amor. Todas las cosas son buenas porque las ha creado Dios. El mal surge porque nos volvemos hacia lo material. La materia no es mala, la ha creado Dios. El mal es la negación del amor a Dios. Dios no es la causa de ningún mal, lo permite, porque Él puede sacar bien del mal.
El mal físico (las enfermedades y la muerte) son la consecuencia del pecado original. Adán y Eva, en el paraíso, estaban en perfecta armonía con la naturaleza, eran inmortales, no sentían dolor ni pena, sus pasiones estaban sujetas a la razón y su conocimiento no tenía error. No fue el cuerpo el que hizo pecadora al alma, sino que el alma pecadora hizo corruptible al cuerpo.
Si fuésemos animales, solo podríamos amar las cosas sensibles. Nosotros hemos sido creados a imagen de Dios, que es la eternidad, la verdad y el amor. Si nos volvemos hacia Él, no moriremos y no nos equivocaremos. Los seres humanos buscamos la felicidad de diferentes modos; esto lleva al relativismo moral. Si nuestro amor a Dios es bastante intenso, encontraremos el camino a la verdadera felicidad.
La posibilidad de volver a Dios está en nuestra alma, pues es la imagen de la Trinidad. “Yo soy, yo conozco, yo quiero. Soy en cuanto sé y quiero, sé que soy y quiero, quiero ser y saber”. Son tres facultades distintas, pero están íntimamente unidas, lo mismo que las tres personas de la Trinidad. Esta semejanza del alma con la Trinidad nos permite llegar a Dios, pero no lo garantiza. El ser humano es, en primer lugar, un ser carnal, que nace, crece, envejece y muere. Pero también puede ser un hombre nuevo, renacido espiritualmente, que puede alcanzar la eternidad. (Se pueden añadir más datos de ambos temas)
El Hombre como Imagen de Dios
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, para que fuera feliz en la tierra, alabando a Dios y dominando la naturaleza, según nos dice la Biblia. Tomó un poco de barro e hizo una hermosa estatua. Pero era algo muerto, por eso sopló el espíritu de vida en el rostro de esa estatua y le dio alma. El hombre es el único ser que tiene cuerpo y espíritu. El hombre ocupa un lugar intermedio en el cosmos, entre los animales y los ángeles, entre el mundo material y el mundo espiritual. La razón nos hace superiores a todos los animales.
Resulta imposible definir a Dios; es más fácil saber lo que no es, que saber lo que es. Si las criaturas son mudables, Dios debe ser inmutable.
El ser humano es una unidad. El cuerpo no es la prisión del alma, pues todo lo que ha creado Dios es bueno. El ser humano no es una sustancia resultado de la fusión de otras dos diferentes, como más tarde se dirá en la Escolástica. La unidad consiste en que el alma posee al cuerpo, lo usa y lo dirige. El ser humano propiamente es el alma.
El alma es inmortal, pero no es eterna, como pensaba Platón. San Agustín no da una respuesta clara al origen del alma:
- Según el traducianismo de Tertuliano, el alma es engendrada por los padres igual que el cuerpo.
- Según el creacionismo de San Jerónimo, Dios crea el alma en cada nuevo nacimiento.
Sin duda, el alma de Adán y de Cristo fueron creadas por Dios, pero lo rechaza para las demás almas por la existencia del pecado original, pues Dios crearía almas imperfectas.
El hombre es imagen de Dios en su interior. El alma es imagen de la Trinidad. No es de la misma sustancia, pero es la más semejante a Dios de todas las criaturas. El alma también es una y trina, pues es una mente que se conoce y que se ama. La mente, su conocimiento y su amor son tres cosas, pero están íntimamente unidas. En el alma se distinguen tres facultades autónomas, pero cada una comprende a las otras. Las tres facultades son la memoria, la inteligencia y la voluntad. Recuerdo que tengo memoria, inteligencia y voluntad; sé que entiendo, quiero y recuerdo; y quiero querer, recordar y entender.
Así, el alma nos permite concebir aproximadamente la Trinidad divina. El Padre se conoce a sí mismo y genera al Hijo; la relación entre ambos es el amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Por la memoria, imita el alma la unidad y eternidad que es la característica del Padre; por el conocimiento, imita el alma la sabiduría que es la característica del Hijo; por el amor, imita el alma la felicidad, que es la característica del Espíritu Santo.
En la Trinidad hay absoluta igualdad, no existe jerarquía ni funciones diferentes. No se puede considerar al Padre como más importante. Las tres personas divinas actúan inseparablemente. La Trinidad es el único Dios verdadero. Una sola cosa es tan grande como tres, son infinitas, cada una de ellas está en cada una de las otras, todas están en todas y todas son una sola cosa.
Entre Dios, que conoce todo a la vez desde la eternidad, y lo material, que pasa sin cesar, está el alma humana, que retiene el pasado; de este modo surge el tiempo. La identidad del alma se basa en la memoria. La memoria posibilita la vida interior, aunque el espíritu humano es demasiado profundo para llegar a comprenderlo totalmente. “Soy un enigma para mí mismo”.
El conocimiento del hombre y el conocimiento de Dios se iluminan recíprocamente; el objetivo de la filosofía de San Agustín es conocer el alma a través de Dios y a Dios a través del alma.
Sabiduría e Iluminación
La filosofía de San Agustín es una búsqueda hacia el interior y hacia arriba. “Quiero conocer a Dios y al alma”. La búsqueda de la verdad debe comenzar por la evidencia de uno mismo. Así se puede superar la duda escéptica de la Academia Nueva. “Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer… pues si me engaño, existo… como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía”.
Pero la búsqueda de la verdad no se detiene en esta certeza; Agustín busca una verdad necesaria, inmutable, eterna. No la podemos encontrar en las cosas sensibles, que están siempre cambiando. También el alma es imperfecta, solo Dios es la verdad. Debemos buscarlo en el interior, allí de donde proviene la luz de la razón, que nos permite hacer juicios usando las verdades eternas. Las ideas eternas provienen de Dios y llegan al alma por iluminación. No es fácil comprender esta iluminación divina. El cristianismo rechaza la reminiscencia y la reencarnación; para Platón, conocer es recordar. Mucho más tarde, Descartes hablará de ideas innatas que pone Dios en nuestra alma.
El pensamiento, mens, es la parte superior del alma y se compone de ratio e intellectus. Por el intellectus, el pensamiento recibe la verdad por iluminación; la razón superior, o intellectus, proporciona sabiduría o conocimiento filosófico. La razón inferior, o ratio, juzga sobre el conocimiento sensorial, utiliza las ideas eternas para hacer juicios, que son la base de la ciencia, por ejemplo, “el roble tiene buena madera”. Ocupa un lugar intermedio entre la sensación y el intellectus y sirve a las necesidades prácticas de la vida. La sensación es el primer grado de luz del espíritu, pero solo produce opinión; los sentidos captan la multiplicidad, pero no la unidad.
Agustín da tanta importancia al amor como al conocimiento. El amor culmina el movimiento del alma iniciado con el conocimiento. El amor es una fuerza ascendente que lleva al alma hasta Dios, donde encuentra la felicidad. Conocer es amar y amar es conocer. El error no es solo un fallo de la mente; el error es también amor a lo inferior y olvido de lo espiritual. El engaño más difícil de vencer no es el de los sentidos, sino el del intelecto; el orgullo filosófico hace que la razón se crea autosuficiente. Las causas principales de error son el orgullo intelectual, la búsqueda del placer y el egoísmo. Lo único que puede salvar a la razón es que reconozca sus limitaciones; la gracia de Dios puede liberarnos del error.
No existe una distinción clara entre razón y fe; la fe no está en conflicto con la razón, no es irracional. La razón nos permite comprender la fe. Pero debemos buscar la inteligencia que da la fe: “cree para comprender”. Solo hay una verdad, que se alcanza plenamente con la fe. Dios es el fundamento de toda verdad. Cuando la razón es iluminada por la fe, se alcanza la verdadera sabiduría, que es la religión cristiana.
La razón, en solitario, desemboca en el absurdo y el escepticismo. La razón tropieza inevitablemente con sus límites. Los argumentos escépticos solo son válidos para los que basan la verdad en el conocimiento sensible. Para alcanzar la verdad es necesario purificar la mente y la voluntad, para eliminar el apego al mundo y al cuerpo.