EL HOMBRE COMO PROYECTO:
Para Sartre las cosas son, y son lo que son. El hombre, en cambio, no es, sino que existe o se hace. Y su existencia resulta la unidad del ser y de la nada, es decir, la unidad de lo que él es de hecho y de lo que no es, pero puede llegar a ser. Por eso, porque tiene libertad, se ha dicho, en una definición paradójica, que el hombre, a diferencia de las cosas, es lo que no es, y no es lo que es. Únicamente después de ma muerte el hombre ya es, y es lo que ha sido.
Formulado de otra manera: el hombre comienza por no ser nada, comienza por existir, y sólo después de existir llega a ser esto o aquello; el hombre no es antes de existir, sino que se hace al existir.
La facticidad son todos los hechos que no hemos elegido, pero que nos afectan o conciernen. Estos hechos nos son dados de manera ya azarosa, ya necesaria y siempre están ahí, ante la libertad, que tiene que contar con ellos como punto de partida o material de trabajo. Lo dado, básicamente, es la historia, una situación personal e histórica, particular y variable, que siempre aparece limitada por la condición humana, universal y permanente, o conjunto de los límites que definen nuestra situación en el universo. La existencia proyecta sus posibilidades, pero estas siempre terminan chocando contra unos límites.
Al otorgarle la primacía a la existencia y a la historia, Sartre niega el concepto clásico de esencia o naturaleza humana, entendida como ese núcleo, universal y fijado para siempre, que daría contenido al ser y al obrar del hombre. Su tal cosa se diera, este no podría construir su vida desde la indeterminación de la libertad, pues todo lo que hiciera estaría ya implícito en esa realidad y determinado por ella.
Como combina algo dado, ya hecho, con algo no dado, todavía por hacer, la existencia humana presenta la estructura de un proyecto, de una pregunta, de un problema, que son realidades esencialmente inacabadas. Por tanto, no es que el hombre haga preguntas y proyectos, o se plantee problemas, sino que su existencia misma es un proyecto, una pregunta y un problema. El hombre existe primeramente, y se proyecta hacia un futuro, hacia sus propias posibilidades. Así, el hombre es su propio proyecto, lo que el mismo ha proyectado ser.
El mundo es lo en-si, el ser-en-si es el ser de las cosas. Las cosas simplemente son. Son completas en si y no les falta nada. El ser-en-si solo puede ser designado como «el ser que es lo que es», y nada más. Ésta expresión designa su carácter opaco, macizo y estático, por el cual ni es posible ni es necesario: simplemente es.
Frente al ser-en-si se encuentra el ser-para-si, o sea la conciencia. Pero la conciencia no es una cosa, es siempre conciencia de algo, y de algo que no es conciencia. La conciencia se proyecta hacia algo exterior a ella; es, por tanto, intención. La conciencia no es un atraer el objeto hacia su interior, sino una proyección fuera de sí: al igual que un plano inclinado que nos hace deslizar hacia el objeto exterior.
La conciencia surge en el seno del ser bajo la forma de espacio hueco, de vacío, de nada ser. Y precisamente porque es vacío de ser, la conciencia ha de ser entendida como espacio libre, como libertad de ser, de ahí que el hombre sea responsable de todo lo que hace, de su proyecto fundamental.
La libertad no se refiere tanto a los actos particulares, cuanto al proyecto fundamental en el cual están comprendidos y que constituye su elección originaria. La modificación del proyecto inicial es posible a cada momento. Estamos perpetuamente amenazados por el poder de escoger y, por tanto, de llegar a ser distintos de lo que somos. Ciertamente, la libertad del proyecto inicial no es la posibilidad de escapar del mundo y de anularlo. La libertad permanece en los limites de la facticidad, esto es del mundo. Somos libres únicamente con respecto a una situación particular dada, y a pesar de ella teniendo en cuenta esto la libertad humana solo puede ser la libertad de elección, y no libertad de obtención.
Los actos, las decisiones, las elecciones particulares, ponen a cada instante en cuestión la elección originaria, el proyecto fundamental que su vez determina, dentro de ciertos limites los actos particulares. El hombre es lo que proyecta ser. Sartre cree que la estructura ontológica del proyecto fundamental debe ser descubierta mediante un psicoanálisis existencial, que se diferencia del psicoanálisis freudiano, sobre todo por el hecho de que su termino ultimo no es el reconocimiento de una fuerza instintiva que actúa mecánicamente, sino una elección libre.
El proyecto fundamental del hombre es ser al mismo tiempo en-si, como una cosa y para-si como una conciencia, es decir, aspira a una mezcla imposible de ser-en-si y para-si, es decir, proyecta ser Dios. Como alguien que efectúa elecciones y toma decisiones, debe existir para-si; como alguien que es completo y autosuficiente , debe existir en-si. Quiere poseer al mismo tiempo la libertad de una persona y la plenitud de una cosa.
Por eso Sartre define al hombre, en último término como el proyecto o la pasión de ser «Dios», es decir, de realizarse como absoluto, logrando para si la perfecta uníón entre la nada de la conciencia y el ser de las cosas. Pero, como esto es imposible ya que Dios no existe, entonces el proyecto humano esta destinado al fracaso, y el hombre resulta una «pasión inútil».