Conocimiento y Duda en Descartes
Para Descartes, el conocimiento se fundamenta en la evidencia, en la intuición clara y distinta de una proposición o juicio, más allá de toda duda. Esta evidencia se refiere a la razón, la cual comprende inmediatamente la veracidad de un juicio. Los sentidos, al ser susceptibles de engaño, no son una fuente fiable de conocimiento. El conocimiento también se alcanza mediante la deducción, siguiendo las reglas del método a partir de proposiciones claras y distintas. El método garantiza la certeza del conocimiento deductivo, que es tanto intuitivo como deductivo.
La duda es el paso inicial en la aplicación del método para alcanzar el conocimiento. Se extiende a todas las opiniones adquiridas sin reflexión, evitando la incorporación de juicios erróneos. La duda metódica cartesiana no es la duda de los escépticos, que niegan la existencia de la verdad, sino el punto de partida para alcanzar esa verdad excluyendo la duda.
Comentario sobre el Discurso del Método IV de Descartes
El texto a comentar es un fragmento del Discurso del Método IV de Descartes. En él, se intenta demostrar la existencia de un ser perfecto («conocí con evidencia…fuese más perfecta») que no puede provenir del yo, ya que el yo duda («no conozco»), es imperfecto, y lo perfecto no puede provenir de lo imperfecto, sino de un ser perfecto que está fuera de mí, que no soy yo. Este ser perfecto que implanta en mí la idea de perfección es Dios.
Tomando la duda como punto de partida, Descartes necesita encontrar una verdad indudable, a partir de la cual sea posible deducir todos nuestros conocimientos («A continuación; … dudas»). Para encontrar una verdad absolutamente cierta, exige comenzar con la duda como único modo de alcanzar esta certeza.
Esta duda es, según Descartes, universal, y hay que dudar de todo lo que se tiene por cierto («yo dudaba…dudar»). Debemos dudar de los sentidos (a veces nos engañan y no podemos fiarnos), pero no de las cosas que percibimos (mundo externo), aunque a veces es imposible distinguir la realidad del sueño. Además, añade un motivo más de duda: la existencia (tal vez) de un genio maligno que nos hace equivocarnos siempre. Llegados a este punto, dudamos de todo y nada parece ser conocimiento verdadero. Sin embargo, a pesar de esta radicalidad de la duda, él encontró una verdad absoluta, inmune a la duda: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. Puedo dudar de todo, pero no de que estoy dudando y, por tanto, de que existo («pienso, luego existo»).
Análisis de las Ideas y la Realidad Extramental
Según Descartes, el pensamiento recae sobre ideas, no sobre cosas. Yo no pienso en el mundo, sino en la idea del mundo. Para garantizar que a la idea del mundo le corresponde el mundo como realidad, Descartes intenta salir del yo («pues claramente… yo era»). Para ello, somete las ideas a un análisis riguroso para descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad extramental.
Al realizar este análisis, distingue tres tipos de ideas:
- Ideas adventicias: parecen provenir de nuestra experiencia externa.
- Ideas facticias: son construidas por la mente a partir de otras ideas.
Ninguna de estas ideas puede servir como punto de partida para la demostración de la existencia de la realidad extramental. Sin embargo, existen algunas ideas que no pueden proceder ni de la experiencia externa ni ser construidas a partir de otras, porque el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son ideas innatas.
La Idea de Dios y la Garantía de la Realidad
Entre las ideas innatas, Descartes descubre la idea del infinito, que identifica con Dios (Dios es omnisciente, lo conoce todo). Puesto que Dios existe y es perfecto («aprendido a pensar… más perfecto»), es bueno y veraz, y no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe.
Los sentidos pueden engañarnos, pero el mundo exterior es algo real. Dios es la garantía de que a mis ideas corresponde una realidad extramental.
Sustancia y Dualismo en la Filosofía Moderna
Esta última afirmación se relaciona con la sustancia, es decir, con una cosa que existe de tal manera que no necesita sino de sí misma para existir. Aunque tal definición, en sentido estricto, solo es aplicable a Dios, la extiende al alma y al cuerpo, que son sustancias finitas, es decir, que no necesitan de nada para existir salvo Dios.
En conclusión, la distinción entre sustancia pensante y sustancia extensa consagra el dualismo en la filosofía moderna y es el origen de uno de los principales problemas del racionalismo: la comunicación entre ambas sustancias.