El Método Cartesiano
La Revolución Científica del Renacimiento, que tuvo lugar en los siglos XV y XVI, provocó un cambio significativo en el enfoque de la filosofía hacia el problema del conocimiento y el método para alcanzar la verdad. Este período marcó el surgimiento de dos grandes corrientes filosóficas del siglo XVII: el Racionalismo y el Empirismo, las cuales abordaron la epistemología desde perspectivas diferentes.
El Racionalismo, representado por pensadores como Descartes, Spinoza, Leibniz y Malebranche, otorgó prioridad a la razón y postuló la existencia de ideas innatas como medio para alcanzar la verdad, independientemente de la experiencia sensorial. A diferencia del innatismo platónico, el innatismo cartesiano implicaba una predisposición innata de la razón hacia ciertas verdades.
Descartes, en particular, propuso un proyecto filosófico basado en el método utilizado en las matemáticas. Este método, delineado en su obra «Discurso del Método», buscaba encontrar una verdad absoluta y permanente a través de la intuición, la deducción y la duda metódica. La duda metódica, lejos de conducir al escepticismo, permitió a Descartes alcanzar su primera certeza absoluta: «Pienso, luego existo».
El método cartesiano se basaba en cuatro reglas universales:
- Evidencia
- Análisis
- Síntesis
- Enumeración
Estas reglas buscaban garantizar la claridad y distinción en el conocimiento, así como evitar los errores inducidos por la precipitación o la prevención.
La duda metódica cartesiana no debe confundirse con el escepticismo, ya que su objetivo era constructivo y teórico. A través de la duda, Descartes buscaba establecer un fundamento sólido para la filosofía, eliminando todas las creencias que no pudieran ser demostradas con certeza absoluta.
Descartes identificó tres niveles de duda escalonados, desde cuestionar la fiabilidad del conocimiento sensible hasta la hipótesis del genio maligno, que ponía en duda incluso las verdades matemáticas. Sin embargo, esta duda radical era provisional y necesaria para alcanzar la certeza absoluta.
La primera certeza absoluta, «Pienso, luego existo», permitió a Descartes reconstruir todo el edificio del conocimiento filosófico sobre una base sólida e indudable. Su método, inspirado en las matemáticas, buscaba establecer una verdad firme y coherente, libre de toda duda.
El Concepto de Idea en Descartes
La Revolución Científica del Renacimiento, que tuvo lugar en los siglos XV y XVI, llevó a la filosofía a centrarse en el problema del conocimiento y el método para alcanzar la verdad. Las corrientes del Racionalismo y el Empirismo del siglo XVII, lideradas por figuras como Descartes, Spinoza, Leibniz y Malebranche, se caracterizaban por otorgar primacía a la razón y defender la existencia de ideas innatas como medio para alcanzar la verdad, independientemente de la experiencia sensorial.
El proyecto filosófico de Descartes se basaba en la investigación de un método inspirado en las matemáticas, utilizando la intuición, deducción y la duda metódica para alcanzar una verdad absoluta. La duda metódica cartesiana condujo a la primera certeza absoluta: «Pienso, luego existo». A partir de esta verdad, Descartes afirmó la existencia del yo y de la realidad objetiva de las ideas, lo que le permitió desarrollar su filosofía.
Descartes distinguió tres tipos de ideas:
- Adventicias
- Facticias
- Innatas
Entre estas últimas, destacó la idea de infinito, que identificó con la idea de Dios. A través de la teoría de la realidad objetiva de las ideas, Descartes pudo demostrar la existencia de la realidad extramental basándose exclusivamente en la existencia del pensamiento.
En conclusión, Descartes estableció la existencia de tres ideas innatas: el alma como sustancia pensante, Dios como sustancia infinita y la materia como sustancia extensa. Estas ideas se conocen clara y distintamente mediante la intuición y la deducción, formando la base de la teoría ontológica cartesiana.
El Concepto de Sustancia en Descartes
Descartes, en su filosofía, introduce una nueva forma de entender la relación entre el sujeto y el objeto, destacando la importancia de Dios como fundamento del conocimiento humano. A través del famoso «cogito ergo sum», Descartes inicia su búsqueda filosófica, planteando que la sustancia es aquello que existe. Esta noción de sustancia la divide en tres realidades fundamentales: la sustancia pensante, que es el yo o la mente consciente; la sustancia infinita, que es Dios; y la sustancia extensa, que constituye el mundo material y físico.
El proceso argumentativo de Descartes para demostrar la existencia de Dios se basa en tres puntos principales:
- El primero se fundamenta en la idea innata de infinito y la aplicación del principio de causalidad. Argumenta que la idea de infinito en nuestra mente debe tener una causa que posea al menos la misma realidad objetiva que la idea misma, y esa causa solo puede ser Dios, un ser infinito.
- El segundo argumento se centra en la causa de nuestra existencia, planteando que nosotros no podemos ser la causa de nuestro propio ser, ya que no poseemos todas las perfecciones que conocemos, por lo tanto, debe existir un ser perfecto que nos haya creado, y este ser es Dios.
- El tercer argumento, conocido como argumento ontológico, se basa en la idea misma de Dios como la perfección absoluta, y plantea que Dios debe existir en la realidad, ya que la perfección implica la existencia necesaria.
Estos argumentos conducen a Descartes a postular a Dios como la garantía de la verdad y la realidad del mundo exterior. Para él, Dios es la suma de todas las perfecciones y la fuente de la verdad y la bondad absolutas. La relación entre el ser humano y el mundo físico se entiende a través de la intervención divina, donde Dios actúa como la primera causa y conservador del universo.
En cuanto a la física cartesiana, Descartes la concibe como un universo mecanicista, donde todo puede explicarse en términos de materia y movimiento. Rechaza la necesidad de una «alma» vegetativa o sensitiva para explicar la vida, considerando a los animales como máquinas. La relación entre el alma humana y el cuerpo se mantiene como un punto no completamente resuelto en su filosofía.
En resumen, Descartes postula la existencia de tres sustancias fundamentales: la mente pensante, Dios y el mundo físico, y argumenta la existencia de Dios como la garantía de la verdad y la realidad del universo. Su física se basa en un modelo mecanicista, con Dios como la primera causa y conservador del mundo.
El Dualismo Antropológico Cartesiano
La revolución científica del Renacimiento, especialmente en los siglos XV y XVI, provocó que la filosofía se centrase en el problema del conocimiento: ¿Cuál es el método para alcanzar la verdad? Dos grandes corrientes del siglo XVII, el Racionalismo y el Empirismo, abordaron esta cuestión desde distintas perspectivas. El Racionalismo, representado por figuras como Descartes, Spinoza, Leibniz y Malebranche, otorgó primacía a la razón y defendió las ideas innatas como medio para alcanzar la verdad, independientemente de la experiencia sensorial.
Descartes, en particular, propuso un método basado en la matemática, inspirado en la intuición y la deducción, con el fin de alcanzar verdades absolutas. Su famoso «cogito ergo sum» estableció la primera certeza indudable de su filosofía: la existencia del yo pensante. A partir de aquí, Descartes derivó la existencia de Dios como garantía de la verdad de las ideas, incluida la realidad material.
Además, Descartes desarrolló una teoría dualista antropológica, que separaba el ser humano en dos sustancias independientes e irreducibles: el pensamiento y la materia extensa. Esta separación buscaba conciliar la libertad humana con el determinismo físico, al sostener que el alma es libre mientras el cuerpo está sujeto a las leyes naturales.
La física cartesiana, aunque pronto fue reemplazada por la de Newton, postulaba un universo mecanicista regido por leyes naturales predecibles, donde la materia se comportaba como una gran máquina. La explicación de la interacción entre el cuerpo y el alma, especialmente a través de la glándula pineal, resultó insatisfactoria y fue uno de los puntos débiles de la filosofía cartesiana.
Descartes también abordó el problema de las pasiones del alma, postulando que la razón debe controlarlas para evitar el error. La libertad consiste en elegir lo que la razón presenta como bueno y verdadero, sometiendo la voluntad al entendimiento.
En resumen, la filosofía cartesiana se centró en el uso de la libertad para alcanzar la felicidad, destacando la importancia de la voluntad en la búsqueda de la verdad y el bien.
La Moral Provisional Cartesiana
La moral cartesiana se integra profundamente en la antropología y, sobre todo, en la ética. En la tercera parte del «Discurso del Método», Descartes establece principios morales destinados a guiar la vida cotidiana, aunque los califica como «provisionales». Esta etiqueta no significa que sean provisionales en el sentido de ser temporales o sujetos a cambio, sino más bien que se proporcionan como herramientas para dirigir la vida práctica mientras se está en proceso de revisar y construir una teoría del conocimiento más sólida. De hecho, nunca alteró sustancialmente estos principios morales, lo que sugiere que eran fundamentales para él.
La moral cartesiana se basa en la idea de que en la vida práctica nada puede ser completamente cierto o falso, sino que puede ser más o menos probable. No hay un criterio absoluto de evidencia, sino más bien grados de probabilidad que guían nuestras acciones. Descartes propone una ética que se adapta a las circunstancias cambiantes de la vida cotidiana, reconociendo la complejidad y la incertidumbre inherentes a la existencia humana.
Para Descartes, la moral no solo implica seguir un conjunto fijo de reglas, sino más bien adaptarse de manera flexible a las situaciones concretas que se presentan en la vida diaria. Por lo tanto, en lugar de imponer una moral rígida y dogmática, sugiere principios generales que orientan la acción moral, pero que también permiten cierta flexibilidad y adaptabilidad según las circunstancias individuales.
Descartes distingue entre la filosofía teórica y la práctica en relación con la moral. La filosofía teórica se refiere al ámbito del conocimiento y la verdad, donde se busca la certeza y se rechaza cualquier duda. La filosofía práctica se relaciona con la acción y la conducta, donde se debe actuar incluso en medio de la incertidumbre y la duda. En otras palabras, mientras que en el ámbito del conocimiento se busca la verdad absoluta, en la acción moral se debe actuar con base en lo probable, aunque nunca se pueda estar completamente seguro.
Descartes aspira a la sabiduría, es decir, a la capacidad de guiar nuestras acciones de manera racional y prudente. Para lograr esto, detalla una serie de máximas morales extraídas de su método, las cuales ofrece como pautas para una vida buena y virtuosa. No son reglas rígidas, sino más bien principios flexibles que deben adaptarse a las circunstancias concretas de la vida.
Primer Principio Moral
En su primer principio moral, Descartes enfatiza la importancia de obedecer las leyes y costumbres del país en el que se vive, así como conservar la religión recibida desde la infancia. También sugiere seguir las opiniones de las personas más sensatas, evitando los extremos y el fanatismo. Este principio refleja la importancia que atribuye a la tranquilidad del espíritu como requisito previo para la búsqueda de la verdad y el conocimiento.
Segundo Principio Moral
En su segundo principio moral, insta a ser firme en las decisiones y acciones, incluso en medio de la incertidumbre y la duda. Sugiere actuar con determinación y perseverancia, evitando la indecisión y la vacilación. Este principio refleja la influencia del estoicismo, que enfatiza la importancia de la fortaleza y la constancia en la vida moral.
Tercer Principio Moral
En su tercer principio moral, recomienda tratar siempre de avanzar en el autocontrol de las pasiones y deseos, reconociendo que muchas cosas están fuera de nuestro control. Sugiere limitar nuestros deseos a lo que es posible y practicar la aceptación y la resignación ante las circunstancias inevitables de la vida. Este principio refleja la influencia del estoicismo, enseña a aceptar serenamente las vicisitudes de la vida y a no dejarse llevar por las pasiones y deseos desenfrenados.
Estas máximas morales se basan en una combinación de diversas filosofías anteriores, incluyendo el estoicismo, intelectualismo moral socrático y ética aristotélica. Descartes busca la sumisión de las pasiones y la voluntad a la razón, reconociendo que la virtud consiste en seguir las acciones que juzgamos como buenas y positivas. La moral cartesiana ofrece un conjunto de principios flexibles que orientan la acción moral en la vida cotidiana, promueven el autocontrol y la sabiduría práctica.