El Problema del Método
Los Preceptos del Método
En Reglas para la dirección del espíritu, Descartes elaboró el proyecto de una matemática universal, porque si la razón que produce las ciencias es una, el método que las guía también debe ser uno. Para Platón, la razón humana tenía acceso, de forma innata, al mundo de las ideas. Para Descartes, el alma humana aloja ideas innatas, a partir de las cuales se desarrolla el árbol de la ciencia. Las ideas innatas son aquellas «naturalezas simples».
En el Discurso del método, Descartes resume su método en cuatro preceptos: duda, análisis, síntesis y enumeración. El primer paso del método, la duda metódica, consiste en no aceptar nada dudoso. La duda metódica es inseparable del análisis. Este descompone lo complejo en elementos simples que captamos con claridad. Los elementos simples constituyen las semillas de la verdad que yacen de modo innato en la base de nuestro pensar.
La duda lleva al análisis, y este nos lleva a la síntesis. El paso del análisis a la síntesis es el paso de lo simple a lo complejo. El análisis capta elementos; la síntesis, relaciones entre elementos. Dado que la síntesis capta más de una cosa, dura más de un instante e implica una sucesión.
Hay dos tipos de deducciones: simples y complejas. Cuando es simple, la captamos al instante, de forma intuitiva. Cuando es compleja, nuestra mente tiene que ayudarse de la memoria para reconstruir la totalidad del proceso deductivo.
Cuando la deducción es tan compleja que no puede ser reducida a intuición, entra en juego el cuarto precepto: la enumeración. En ese caso, no tenemos más remedio que ir revisando nuestras operaciones para comprobar su seguridad. La intuición de toda la cadena deductiva es sustituida en la enumeración por la intuición de los enlaces de cada deductivo con el siguiente.
El Problema de la Veracidad Divina
Descartes deseaba introducir un giro radical con respecto a la concepción escolástica del saber. Su giro radical será un giro metafísico, una nueva forma de fundar metafísicamente la ciencia. Descartes pone como primera condición del pensar que sea metódicamente rechazado aquello de lo que no tengamos una certeza racional absoluta. Esta exigencia es la duda metódica.
En el proceso de la duda cartesiana podemos distinguir tres niveles: los dos primeros afectan al conocimiento sensible, y el tercero, al racional. En un primer nivel de duda, rechaza los sentidos como fuente fiable de información. En un segundo nivel, dudará de la existencia de la realidad material como tal; esto es, no podemos saber si estamos soñando o despiertos.
En un tercer nivel, la duda alcanza al conocimiento matemático. Las matemáticas son el lugar donde se muestra el poder de la capacidad deductiva de la razón humana. En la medida en que las matemáticas puras no nos hablan del mundo material, los dos primeros niveles de la duda no afectarían al discurso matemático. De ahí que Descartes tenga que ampliar su duda con el fin de dañar la confianza que el hombre tiene en su capacidad matemático-deductiva.
En el Discurso del método, Descartes ataca la certeza deductiva del razonamiento matemático y dice que, si la duda nos exige abandonar todo lo que no sea absolutamente fiable, él debe rechazar el conocimiento deductivo del matemático porque lo que él busca es una certeza absolutamente indudable.
En las Meditaciones metafísicas, Descartes introducirá una figura que dotará de vivacidad dramática al tercer nivel de la duda: el genio maligno. Es como si nuestra mente fuese una marioneta cuyos hilos fuesen movidos por un demonio, de modo que fuésemos inducidos al error sin ser conscientes de ello.
El desarrollo metódico de la duda parece dejarnos en una oscuridad. Descartes indica la salida del túnel, que es la primera certeza. Puedo dudar si mi pensamiento es o no correcto, pero no de que mi pensamiento es. Encuentro una certeza inatacable: pienso, luego existo.
Ningún nivel de duda alcanza a cuestionar el hecho de que existo como ser pensante. Dado que la intuición inmediata del cogito se impone por su absoluta claridad y distinción, Descartes establece como criterio de certeza la verdad de todo cuanto percibimos con semejante claridad.
La mencionada incerteza muestra lo finito del ser humano chocando contra sus limitaciones. Pero el hombre no podría sufrir por su limitación si no tuviese previamente la idea de lo ilimitado, de Dios. La idea de Dios es innata, puesta en nuestra mente por nosotros mismos. Entonces, tenemos dos certezas: la certeza de mi realidad mental —el cogito— y la de una realidad extramental —Dios—.
Si Dios es plenitud, no puede ser malvado, ya que el mal es una deficiencia; por lo tanto, puedo fiarme de la razón que me dio y de la fuerte inclinación a creer en un mundo independiente de mi mente.
Descartes se propone fundar nuestra ciencia matemática acerca del mundo. Por eso, Descartes cuestionará en el segundo nivel de duda el objeto de la nueva conciencia matemática para fundamentarla en el nivel del sujeto pensante y del Dios veraz.
La causa del error no es una privación que proceda de un creador maligno, sino una consecuencia del don más preciado: la libertad.
Somos entendimiento (que es limitado) y voluntad (ilimitada). Si siempre sometiésemos la voluntad a nuestro entendimiento, no erraríamos nunca. Pero entonces seríamos más autómatas que hombres. Ser libre es ser falible.
Idea de Sustancia
Descartes distingue maneras de ser sustancia: finita o infinita. Una sustancia finita cuyo atributo fundamental es la extensión, o la pensante, cuyo atributo fundamental es el pensamiento. La sustancia mental es más valiosa que la material. Es por eso que para Descartes el problema era explicar el origen de una idea que es superior, ya que es absurdo defender que de lo menos perfecto surja lo más perfecto.
Tras el proceso de superación de la duda, podemos fiarnos de nuestra razón matemática. Para Descartes, todo lo que Aristóteles denominaba sensibles propios no existe de ese modo fuera de la mente. Lo que en el alma es imagen, en la materia es nacimiento.
Dentro del mundo creado aparecen en Descartes dos ámbitos: la res cogitans, en la que estarían las almas y las ideas y es un reino de libertad, y la res extensa, en la que están los cuerpos y la materia y es un reino de necesidad.
Descartes denuncia la ingenuidad de confundir el ser con la apariencia, y es por eso que para Kepler, Galileo o Descartes los sensibles propios serán entendidos como cualidades secundarias. Los sentidos solo nos proporcionan ideas confusas. La superación de la duda garantiza nuestra comprensión matemática del mundo, pero mantiene la desconfianza de nuestros sentidos.
Descartes pretendía sublimar la independencia entre la materia y lo mental. Este define sustancia como aquello que existe por sí mismo. Tomando esta definición, Spinoza defenderá el panteísmo. Tratando de explicar cómo pueden relacionarse los ámbitos de la realidad y el espíritu, Malebranche defenderá el ocasionalismo, y Leibniz desarrollará su monadología.
El Problema de la Sustancia en el Racionalismo
Descartes localizará en la glándula pineal el punto de cruzamiento entre lo material y lo mental. El hecho de que para Descartes solo Dios es sustancia llevó a Spinoza a defender el panteísmo, esto es, a indicar que solo hay una sustancia y que no cabe establecer diferencia ninguna entre Dios y la naturaleza. Todo está determinado y es la consecuencia necesaria de una realidad única.