El problema clave de la filosofía medieval y la escolástica había sido el de las relaciones entre fe y razón. La filosofía nunca dejó de considerarse como sierva de la teología. La crisis de la escolástica en el siglo XIV supone una revisión de los siglos precedentes. El siglo XVI produce una ruptura de las grandes síntesis filosófico-religiosas de los siglos precedentes y plantea de modo definitivo la clara dualidad y separación entre la filosofía y la teología. Hasta el siglo XIV, fe y razón habían girado en torno a la no diferenciación entre filosofía y teología. Al considerarse posible la demostración de la verdad, se exalta la razón frente a la fe, con lo que se termina identificando los objetos de la filosofía y de la teología.
Distinción entre filosofía y teología
Se establece una neta distinción entre los actos y objetos de la filosofía y de la teología. Se reconoce la zona de intersección común entre ambas y una subordinación última de la filosofía a la teología. El pensamiento del siglo XIV está representado por Ockham. Este elimina esta zona de intersección entre razón y fe, que son diferentes en sus fuentes de información y en sus contenidos. Los dos planos son asimétricos. Las verdades declaradas indemostrables para la razón, las verdades de fe, ni son evidentes por sí mismas ni son demostrables, y aparecen como falsas a los que se sirven de la razón. El ámbito de las verdades reveladas es ajeno al conocimiento racional; las verdades de fe son un don gratuito de Dios, y la teología no es una ciencia, sino un conjunto que se mantiene unido por la fe. La filosofía posee un ámbito de conocimiento propio y no es una servidora de la teología, pero su capacidad de conocimiento es limitada.
La existencia de Dios y el principio de economía metafísica
Ockham va a sostener que ni los atributos divinos son demostrables ni la existencia misma de Dios. Como decía Santo Tomás, para demostrar la necesidad de la existencia de Dios, todo efecto tiene su causa. Ockham dice que solo la observación permite saber cuál es la causa concreta de un fenómeno dado. Hay una causa primera de la cual proviene el universo para el nominalismo, y Dios, según Ockham, es algo que transciende nuestra experiencia sensible. La ontología de Ockham se basa en el principio de economía metafísica o la navaja de Ockham. Dice que no deben multiplicarse las entidades más de lo necesario. Para el nominalismo, solo existen los individuos concretos. Frente a Tomás, que decía que un ser estaba compuesto de existencia y esencia, para Ockham todo esto carece de sentido y no tiene importancia a la hora de explicar un ser. Lo único que existe son seres individuales concretos.
El conocimiento y los universales
¿Cómo es posible llegar a conocer cualquier cosa? Ockham dice que las cosas se conocen a través de la intuición, de la observación de la cosa en concreto, y se produce la captación de la cosa. El entendimiento permanece pasivo a la recepción de las cosas reales, de manera que aprehende lo que las cosas son. Santo Tomás decía que el entendimiento paciente, con la ayuda del agente, captaba el concepto universal de las cosas sensibles. El problema surgió cuando intentó responder qué son los conceptos universales, si tienen existencia propia, separada de las cosas en concreto. En la historia de la filosofía anterior a Ockham había dos respuestas: una, la de Platón y sus ideas; y otra, el realismo moderado, que dice que los universales existen, pero en la mente de cada uno (Santo Tomás). Para Ockham, los universales no existen como entidades reales. Para Ockham, los universales son nombres o términos que suponen las cosas reales universales. Esta postura se llama nominalismo. Para Ockham, el universal es el nombre, que es el término que nosotros usamos para definir algo. El nominalismo hace una crítica a la teoría medieval del conocimiento (Platón y Aristóteles). Para el nominalismo, solo existen cosas individuales. Los universales solo son nombres. La realidad es individual.
El principio de omnipotencia divina y sus consecuencias
El otro rasgo de la filosofía de Ockham es su principio de omnipotencia divina. La postura de Ockham es la del voluntarismo teológico, que defiende la absoluta omnipotencia y libertad de Dios frente al ejemplarismo. Lo mismo que Dios ha querido que el mundo sea como es, podría haberlo querido de otra forma. No es que Dios sea malo o bueno por esencia, sino que algo es bueno o malo porque así lo desea su voluntad; el único límite es el principio de no contradicción. De esta contradicción se derivan algunas consecuencias:
- Aceptación del carácter contingente de todas las cosas: el mundo es obra contingente de la libertad creadora de Dios. No hay necesidad en la naturaleza.
- Escepticismo en el conocimiento humano: si las cosas son tan contingentes como se afirma, entonces nunca podremos estar seguros de nada.
- Imposibilidad absoluta de un conocimiento: entre Dios omnipotente y la multiplicidad de individuos finitos creados por él, no existe otro vínculo que el que surge del puro acto de voluntad creadora de Dios e imposible de analizar por un entendimiento finito como el nuestro.